He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)

domingo, 29 de junio de 2025

Reseña en CaoCultura de "Juan Benet y el aliento del espíritu sobre las aguas"

Mi artículo sobre la amistad entre el desafiante Juan Benet y Eduardo Chamorro, y su libro memorable y reincidente. En CaoCultura:




<<‘Juan Benet y el aliento del espíritu sobre las aguas’. Debo haber leído ya este libro unas tres veces. Algo intrigante, gozoso, hipnótico me vuelve a llamar cada cierto tiempo para que retome de nuevo sus páginas; ignoro si el cebo reside en el memorable protagonista, en el estilo, la estructura, la voz del narrador o en la amalgama de todos esos elementos. Quizá se deba a que no es sólo un riquísimo sumatorio de los veinticinco años de amistad entre Eduardo Chamorro y Juan Benet. No es tampoco una biografía ni un trabajo crítico sobre la obra de este último, sino una evocación que mezcla -en una deslumbrante coctelera- el retrato jovial y paradójico de esa figura excepcional de mente y lengua afiladas, el relato del ambiente literario de Madrid entre los años setenta y ochenta con reflexiones de altura sobre la poética benetiana. Un auténtico alarde.

Aquí comparece el Juan Benet más ocurrente que impertinente, el escritor anglófilo que germinó a la sombra de Faulkner, con su cuerpo filiforme, su flequillo cano e inminente, sus maneras expeditivas, su recepción minoritaria (al menos hasta quedar finalista de un pactado premio Planeta tras demostrarse, como un reto personal, que era capaz de escribir un libro ‘normal’, algo que hizo en un mes). También sus pasiones: el whisky, la música de Schubert, Brahms y Wagner, las estrategias militares, la subversión cómica pero solemne, la cartografía. El espectáculo de su inteligencia, que podía virar de lo acre a lo divertido e hilarante y de lo absurdo a lo afectuoso, dependiendo del contertulio; su singularidad, que convirtió a este seductor nato capaz de desconcertantes opiniones e impertinencias, en una suerte de mandarín generacional, suscitó y suscita aún la adhesión o el rechazo, pero nunca la indiferencia.

Estamos ante un libro a la vez exigente y divertido, al mismo tiempo agilísimo y con algunos parlamentos cuyo espesor arrancaría sollozos al lector más bragado. El discurso de Chamorro es, como el del propio Benet, frondoso, mercurial, de estímulo inagotable, pulverizador de las convenciones narrativas (“somos criaturas sinedócquicas”). En sus nutritivas páginas comparecen conversaciones desopilantes, amigos fieles (Vicente Molina Foix, Antonio Martínez Sarrión, Javier Marías, Juan García Hortelano, Félix de Azúa, Jaime Salinas, Francisco Regueiro, Javier Pradera, Rosa Montero, etc.), un viaje a Estambul con Benet y Rosa Regàs vivísimamente narrado, una imagen despiadada de Álvaro Pombo, el pub Dickens y el Oliver, charadas y funciones teatrales caseras, actitudes y propuestas casi patafísicas (la ley del doble frenesí, el arte de pedir el té a distancia, modos de comer bombillas), el forcejeo entre el Tiempo y el Caos, entre el conocimiento y el misterio, entre la ciencia y el mito, disquisiciones acerca del artificio, del disfraz, del miedo o de la muerte. Resulta evidente que aquellas reuniones y fiestas en la casa de Benet de la calle Pisuerga, “un lugar de complicidad en el disparate”, redimían toda la grisura y la caspa de aquellos años. “Allí no había jerarquía ni respeto ni promoción (…) No nos gustaba discutir. Lo que nos gustaba era charlar de lo que fuera, siempre y cuando permitiera el adorno de la displicencia”. Y, por encima y por debajo de todo, la mordacidad de un Benet que no condescendía con los necios ni con las vacas sagradas (Galdós, Joyce, Dostoievski, el realismo y el costumbrismo). Cáustico incluso consigo mismo: “Soy un ingeniero responsable y un escritor irresponsable”.

Pese a todo, Eduardo Chamorro se permite hacer profundas calas en la diversa obra benetiana (novelas, cuentos, ensayos, teatro), en esa gran ficción metafísica de su amigo, aparentemente oscura o turbia -como él quiso-, “todo un intento de descifrar lo intangible a cuenta de lo tangible”, en la presencia y el poder evocador de la desolación. Es de admirar, en los escritos de Benet, la soberana ambición literaria, el logro de la indeterminación existencial, del sentimiento de lo enigmático en sus atmósferas, del racionalismo y minuciosidad verbales, del hermetismo de la textura, de la identidad fantasmal de sus personajes. Al recorrer las largas oraciones se siente físicamente la densidad, como si el lector caminara sobre dunas, piedras o escombros.

Lástima que las propiedades de territorio tan peculiar no inviten demasiado a lectores desacostumbrados a lo diferente, a la complejidad, a la persuasión retórica del ‘grand style’, y más habituados a textos cada vez más elementales, por no hablar de la omnipresencia idiotizadora de las pantallas. Lástima que la muerte, con su fijación “propia de gente ineducada e incómoda”, nos despojara tan pronto (a los 65 años por un tumor cerebral) de esa figura tan difícil de encasillar: el creador de Región (aquel mundo propio donde era amo y señor, aquella novela que supuso una ruptura del panorama literario español por su rareza, innovación, vocabulario e incorporación del pensamiento a la narrativa), el ingeniero de caminos, canales y puertos que no logró vivir de la literatura, un desafiante interlocutor, un espíritu libre de estampa británica (automóvil incluido) infrecuente por estos pagos, una inteligencia extraordinaria y una ironía demoledora, uno de los autores capitales del siglo XX español.

Estoy seguro de que, dentro de unos años, volveré a picar el anzuelo y abrir ‘Juan Benet y el aliento del espíritu sobre las aguas’, un libro que no se acaba nunca porque se renueva en cada lectura y, sobre todo, porque proporciona invariablemente el alborozado reencuentro con una irradiación, la que emiten las personas lúcidas, agudas e intensas. Como sin duda le ocurre a la otra cara de la moneda: la más exhaustiva y rigurosa biografía de Benet, ‘El plural es una lata’, escrita con tesón documentalista y agilidad galopante por J. Benito Fernández. En ambas obras (también en Benet. ‘La ambición y el estilo’, de Rafael García Maldonado, un tanto elemental y personalista enfoque de la trayectoria vital e intelectual del autor de textos impenetrables) vive para siempre el Juan Benet poliédrico, provocador, de amplias lecturas y conocimientos enciclopédicos, que prefería hacer “cualquier cosa antes que escribir”, que creía que “la literatura debe arrancar al público de su costumbre”, arrogante, tierno, malicioso, atérmico, “con ese aire de recién duchado que se le ponía cuando estaba animado y contento”>>.

Recital de poesía arábigo-andalusí


Un placer participar en el recital de poesía arábigo-andalusí que organizó el Círculo Literario de La Zubia en los jardines del convento de San Luis el Real. Marina y un servidor perpetramos un dúo poético a lo Pimpinela con versos de Nizar Qabbani, Ibn Zaydūn, Hafsa Bint ar-Rakūniyya, Ibn al-Zaqqāq y Wallāda. Este viernes a las ocho de la tarde.
Fue un delicioso viaje en el tiempo a través de la poesía y la música bajo el Laurel de la Reina, una apuesta por la sensibilidad intemporal y sin fronteras.
Presentación: Juan Carlos Rodríguez Torres. Introducción: Marina Tapia. Lecturas: Rosa Gamero, Varo Huertas, Rosa Morillas, Juan Carlos Rodríguez Torres, Lubna Sallakh, Rita Kakish, Paqui Sánchez, Marina Tapia y Ángel Olgoso. Actuación musical: Nahed Satli y Aladin Abbas.















sábado, 21 de junio de 2025

Reseña de "Madera de deriva" por Carlos Manzano

Reseña de "Madera de deriva" (Libros del Innombrable) por Carlos Manzano:




<<Aunque tengo mala memoria, de mi viaje a la India recuerdo especialmente la primera vez puse los pies en Jaisalmer. En pocos sitios me he sentido tan abducido por la belleza de todo lo que me rodeaba como allí. Jaisalmer es especialmente famosa por la impresionante factura de sus edificios, por las deslumbrantes filigranas que decoran fachadas y ventanas, por la extraordinaria ejecución de sus frisos, es decir, por la desbordante perfección estética de los havelis y los palacios que dan forma a su estructura urbana. Cada uno de sus miles, tal vez millones de detalles son el resultado de un trabajo de orfebre, de la aplicación de un estilete minuciosamente afilado que con exacta precisión estilística lleva la arquitectura popular hasta el límite de las posibilidades humanas. Y era todo eso en su conjunto, sin la menor duda, lo que contribuía a generar al mismo tiempo una atmósfera irreal, fantástica, maravillosa, sublime e imperecedera, capaz de transportarme a otro mundo y a otras épocas, y que convertía la mirada humana (mi mirada, al menos) en algo inequívocamente sensorial, hermoso, profundo y pleno de significado.

Viene esto a cuento porque, salvando las obvias diferencias de todo tipo (espacio, tiempo, lugar…), cuando ha caído en mis manos el libro “Madera de deriva”, de Ángel Olgoso, que acaba de publicar la editorial Libros del Innombrable, me ha venido a la cabeza ese recuerdo, ese instante de absoluto deslumbramiento que viví en Jaisalmer. Y no es casualidad, porque la prosa de Olgoso tiene mucho de hipnótica, de seductora, tanto como las deslumbrantes filigranas rajasthaníes, como si en el fondo se tratara de una invitación a sumergirnos en un peculiar universo sensorial donde la única dosis de realidad que vamos a obtener reside en la palabra, en la deriva semántica de cada frase. Olgoso maneja como nadie (como nadie que yo haya leído hasta ahora, matizo) el idioma, sabe apurar sus posibilidades hasta conferirle un lustro comparable a las piezas de los más reputados orfebres orientales. Y esa búsqueda de la palabra exacta, insustituible, necesaria (porque utilizar un sinónimo rompería ese hechizo imposible de definir para mí) es lo que convierte sus relatos en auténticas joyas de artesanía lingüística.

Pero las obras de Ángel Olgoso no solo se quedan en su exquisita construcción formal (que no es poco). Hay también una búsqueda constante de ese misterio permanente que trasciende lo vivido, la suma de los saberes ya conocidos, que bucea sin oxígeno en las entrañas de lo ignoto y nos invita a trascender los límites materiales que condicionan nuestras capacidades sensoriales. Y hay también reflexión, cuestionamiento, duda, todo ello alentado por una mirada abierta que no se conforma con observar, sino que reconstruye, reelabora lo observado, lo moldea de nuevo y a continuación lo resitúa dentro de nuestro ordenamiento lógico del mundo. Cada relato de Olgoso es un viaje a un territorio sin fronteras que probablemente no llegaremos a conocer jamás, pero cuya mera proximidad basta para excitar nuestro apetito de sueños perpetuos e imágenes inaprensibles.

Hace bastantes años, en una entrevista para El Periódico de Aragón, como última pregunta me invitaron a dar un nombre, cualquier nombre, el que fuera, sin necesidad de explicar el porqué. Yo acababa de leer un libro de Ángel Olgoso (no recuerdo cuál, “Los demonios del lugar” probablemente, o “La máquina de languidecer”, hay tantos…), y todavía andaba saboreando la exquisita grandiosidad de sus textos, de modo que no dudé. Hoy, casi 15 años después, si me hicieran la misma pregunta, la respuesta tendría que ser necesariamente la misma: Ángel Olgoso. El motivo podría ser, aunque no se me exija justificación, este libro: “Madera de deriva”. Bueno, este y todos los que lo han precedido>>.

sábado, 14 de junio de 2025

Artículo de Pedros Crenes Castro

Comparto este sugestivo artículo del escritor panameño Pedro Crenes Castro, donde nos hermana al norteamericano William Kennedy, al venezolano Juan Carlos Chirinos y a un servidor, celta nazarí, en torno a la luz y la oscuridad, los epígrafes y las congojas, el asidero de la ficción y la experiencia intransferible de la lectura.



¿Cómo sobrevivimos a nuestros venenos internos?
Jun 13, 2025 
Reseña por: Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural: Literatura Panameña


Convivimos con las sombras. Hace tiempo, releyendo los microrrelatos de “La máquina de languidecer” de Ángel Olgoso, encontré una chispa en la oscuridad circundante: “La herida ofendía a la vista y me asombraba pensar cómo sobrevivimos a nuestros venenos internos”. La cita me sobrecogió. La firma «un tal» William Kennedy, premio Pulitzer en 1984. ¿Cómo sobrevivimos?, comencé a preguntarme el transcurso de mi relectura, de mi búsqueda.

Estas semanas llego al convencimiento de que leer es mantener la luz encendida en el alma cuando la oscuridad nos inquieta más de la cuenta. Mi papá me decía de chico que la oscuridad es solo que no hay luz, y que las cosas permanecen iguales, que no hay que temer nada, pero no, contradigo a mi viejo y su sencillez de antaño: cuando no hay luz está la oscuridad, esa señora que se mueve despacio al rededor de las cosas, que nos roza con sus dedos de inquietud. Y el adulto que somos enciende una lucecita para que le acompañe, para que espante a la señora del traje negro.

Kennedy, entonces, enciende una luz. Ángel Olgoso me encendió lucecitas por el alma para espantar las sombras. La lectura, esa luz en la que nos empeñamos unos cuantos, no debe apagarse nunca. Es tragicómico comprobar cómo Marx está siendo «tragiversado»: se cierran libros y se encienden televisores y demás artilugios de entretenimiento, que no es más que una forma tecnológica de encender la oscuridad.

Cuando se acumulan las congojas, cuando miras por todas partes en busca de una salida, —ni siquiera una solución—, llega la lectura para espantar a los cuervos. Entonces te das cuenta de que Juan Carlos Chirinos y sus cuentos de “La manzana de Nietzsche” muestran senderos por los que escaparse unas horas al sol de la ficción, que es tan verdad que no nos creemos que somos los protagonistas de esas historias. Y un soplo de aire olor manzana te empuja para que salgas del letargo. Y te ríes.

Leer es un empeño absurdo. Pienso en Sísifo. O en la mujer del «justo» Job, que le anima a dejar de mantener su fe paciente e inquebrantable y morirse. Pero no, Job no cede aunque no le faltaran razones para hacerlo. El lector empedernido siempre es Sísifo, nunca maldice las letras para morirse luego: no ceja, se rodea de personajes de papel y tinta, se narra y se lee, lee a los otros ampliando su radio de empatía.

Y luego están los escritores. Los hay que entretienen, que encienden por miles de ejemplares soles oscuros que empozan el entendimiento y el criterio. El soberano público vive junto a estas obras un sueño del criterio que termina en pesadilla, en paisajes con citas de gurús tenidos por la masa por «grandes escritores». Será la envidia, me dicen…

Leer es un camino de vuelta. Es, muchas veces, un amanecer. Parece simple, pero cuando experimentas en el alma la certeza de las letras tienes que rendirte a la evidencia: leer es uno de los hechos más importantes que le puede ocurrir a alguien. Y encontrarte con otro ser humano al otro lado del libro, es una experiencia personal que transforma.

La letra menuda de Olgoso, su epígrafe, me abrió un claro en los nubarrones y me descubrió a un novelista. Hasta me ha dado caminos para resolver mi propia ficción. Sobrevivimos a nuestros venenos internos leyendo; la ficción mantiene a raya la máquina de languidecer; activa los resortes de la vida y le aporta asideros para nos resbalarnos hacia la oscuridad.

https://lawebdelasalud.com/como-sobrevivimos-a-nuestros-venenos-internos/

viernes, 13 de junio de 2025

Entrevista sobre "Estigia" en Sexto Continente, de Radio Exterior de España

Mil gracias a Miguel Ángel de Rus por esta entrevista en el programa Sexto Continente, de Radio Exterior de España, a propósito de “Estigia” (Eolas). Tan dinámica como todas las suyas.




<<Miguel Ángel de Rus habla con Ángel Olgoso sobre su libro de relatos “Estigia”. Creemos estar vivos, no teníamos intención de viajar en la barca de Caronte, rumbo al Hades, pero vida y muerte están estrechamente unidos. Este libro no es un tranquilo paseo por la laguna Estigia cabía la nada. Olgoso no escamotea ningún recurso para perturbar al lector; nos hace viajar en el tiempo, en el espacio, nos sumerge en la angustia de la transmigración, provoca el desasosiego del lector. ¿Cuáles son los demonios que Olgoso convoca para atormentarnos dulcemente mientras leemos y nadamos, con la cabeza apenas sobresaliendo de las negras aguas? En Eolas>>.

lunes, 9 de junio de 2025

"Madera de deriva"

Por fin, tras cinco años de ‘impasse’, publico obra con nuevos textos, “Madera de deriva”, el primer libro de la nueva época. Gracias a Raúl Herrero y a su exquisitamente heterodoxa editorial Libros del Innombrable, y tras más de cuarenta años escribiendo relatos de ficción, ve la luz este prisma de universos verbales fronterizos, esta miscelánea de formatos equívocos y órbitas excéntricas. La portada de “Madera de deriva” es un ‘collage’ propio coloreado por Marina Tapia. Podéis encontrar esta absoluta novedad en vuestra librería o en la web de la editorial:
https://www.librosdelinnombrable.com/.../madera-de-deriva/



domingo, 1 de junio de 2025

Del prólogo de Ana María Shua a "Estigia"

Del prólogo de Ana María Shua para “Estigia” (Eolas):

<<Cuánto más tranquilos estaríamos si solo se tratara de cruzar el Estigia. Solo que nada es tan simple cuando nuestro Virgilio se llama Ángel Olgoso. No en vano nuestro guía es autor de libros de relatos tan hermosos y perturbadores como “Los demonios del lugar”, “Las frutas de la luna” o “Breviario negro”, con esa prosa de maravillas que fascina; y de un libro bellísimo, “La máquina de languidecer” (los mejores microrrelatos que he leído en España). No en vano la categoría de ‘fantástico’ es insuficiente para definir sus cuentos antirrealistas.

Nuestro guía no escamotea ningún recurso para sorprender y perturbar al viajero, y maneja con maestría registros muy diversos. En él conviven estilos aparentemente opuestos. Elige una prosa barroca, compuesta por oraciones complejas y palabras poco frecuentes (pero maravillosamente sonoras), una prosa que se apresta a deslumbrarnos. Pero cuando es necesario, también puede sorprender al lector con un estilo mucho más simple, limpio y filoso como un cuchillo.

Olgoso nos hacer viajar en el tiempo, en el espacio, nos sumerge en la angustia de la transmigración, pero además nos pasea por las personas gramaticales. Todos los trucos son válidos si se trata de provocar el desasosiego del lector, juega con las posibilidades como un mago insondable al que siempre le queda un ardid más, listo para asombrar.

Olgoso no pretende encontrarle una definición única a la muerte. Porque en realidad no estamos hablando de la muerte sino de la vida y de la literatura, una de las mejores maneras de burlar a la muerte, de distraernos y olvidarnos por un breve lapso de nuestro destino>>.