He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)

martes, 12 de agosto de 2025

Reseña de "Madera de deriva" en Zenda por Joaquín Fabrellas

No tengo palabras para agradecer a Joaquín Fabrellas su 'invitación al laberinto' de "Madera de deriva" en la revista Zenda, su exquisita y generosa travesía por este libro híbrido:




La invitación al laberinto
Joaquín Fabrellas


<<He tardado un tiempo en leerme lo último de Ángel Olgoso. Lo digo con gozo. Toda demora abre un nuevo camino en la ingente producción literaria del autor granadino.

En este caso, además, en cada relato se encuentra la clave para ese desafío lector que se nos propone. Cada texto tiene su némesis y su clímax. Se empeña nuestro autor en plantearnos un problema, del tipo que sea, y conforme te adentras en la lectura se escucha primero esa música íntima que acompaña lo literario creando un cronotopo, una marca que quedará indeleble en el corazón lector, y después un camino de salida de la ensoñación literaria.

A diferencia de lo narrado en otros de sus volúmenes, los intereses que ahora trata el escritor tienen que ver con lo terrenal, con lo cotidiano, con aspectos que antes no había tratado en su selecta narrativa, ya que había recorrido lugares aún inexistentes, o espacios exteriores, casi acercándose a la ciencia ficción, o a reinos antiguos o ficciones aterradoras de soledad cósmica.

Sin embargo, pese a haber un cambio de registro estilístico, en este nuevo libro Olgoso sigue transitando los lugares del sueño, porque los sueños son lugares reales que existen de forma breve pero cuya memoria queda escrita para siempre.

Reúne aquí el autor treinta y cinco cuentos que colman el placer lector.

Borges dijo de Quevedo que equivalía a toda una literatura. Pues bien, leer a Olgoso, me aventuro, equivale a una clase acelerada de literatura excelente. Decanta la lectura (la lectura profunda como marca del escritor) y la metaboliza en sus relatos. Así surgen textos como “Enterradme en una nube”, en donde recuenta y trata de buscar el epitafio más hermoso entre diferentes autores predilectos:

“Ninguna vida que no se haya escrito se ha vivido de verdad”, según Gertrud Stein. O, por ejemplo: “Haced un orinal con mi cráneo”, según Joshu Joshin.

De unos epitafios nos marchamos al tratamiento del azar en los libros, en donde podemos encontrar los hápax legomena, es decir, esas palabras que solo han aparecido una vez de forma escrita en la lengua y no se han registrado en ningún diccionario porque no han existido, y solo una persona los ha encontrado.

Fulguraciones léxicas, azar que hace que nos encontremos con esa palabra entre ruinas y restos de textos antiguos. Olgoso nos propone varias en “Hápax”, una encontrada por él, la cual no desvelaré, pues pronunciarla es darle carta de naturaleza, y eso corresponde al lector curioso cuando lea este volumen.

Mientras se avanza, el autor crea un mundo en miniatura, con fronteras claras, mapas exactos de los lugares. En pocos autores se dan tan bien estos condicionantes de la narrativa: tiempo, lugar, autor, el cristal con que miramos y asistimos a esa recreación sensorial de la materia, de lo narrado, la vivificación de lo sensible.

Yo creo que Olgoso es un hacedor de laberintos, te reta a que entres en ellos y a que salgas, no lo antes posible, sino cuando el lector estime oportuno.

Yo tuve la posibilidad de quedarme en uno, en “Bálsamo de Fierabrás”: lo que parecía una referencia inerme al bálsamo del Quijote se ha transformado en todo un tratado para prevenir lo que se debe hacer para no convertirse en un enfermo imaginario, para aquellos que padecen el mal de Stendhal o padecen de hipocondría:

“[…]la literatura les permite olvidar por un tiempo la ferretería de los dolores (en acertadísima expresión de Macedonio Fernández), abstraerse de los tratamientos, postergar la mano tendida a la muerte”.

Notable es aquel relato llamado “Tulpas”, en donde se habla de los lugares que han quedado, existiendo, tras una lectura en el corazón lector:

“[…] el poeta chino Li Po, ebrio en una barca, intentando abrazar la luna en el lago; el momento en que san Bernardo, agobiado por las moscas, la excomulga y estas mueren en el acto […], algunos grandes errores literarios, el reloj de Hamlet, los leones de Kipling, la sobredosis de marihuana en “El perseguidor” de Cortázar”

En este “Tulpas” hay una especie de catálogo de alephs cotidianos que existen gracias a ese otro mundo de la lectura.

No importa el relato que escojas, porque siempre se aprende algo que queda. Procede su literatura de la reflexión, así dice en “Las montañas flotantes de Plutón”:

“El mundo que creemos visible es, en realidad, una suerte de origamis cuánticos, de capas de civilización plegadas con extrema minuciosidad, de geografías y existencias cinceladas primorosamente a golpe de códigos binarios”.

Razón no le falta. El mundo real está siendo sustituido por una copia pixelada y digital.

Prosigo. Olgoso es una fiesta, un placer escaso en estos tiempos de best sellers furibundos.

No solo es placer lector. En “La pocilga de la facilidad” también hay crítica a la literatura y a esa figura que tanto se da en los últimos años: el escritor advenedizo que no puede aguantar esa vena explosiva que le asalta cuando ve que su vida no ha significado nada y se pone a escribir las intensas experiencias sentidas mientras toma un café esa mañana:

“Si se les pregunta, todos dicen vivir para expresarse, para rescatar la poesía ahogada en el tintero […], todos saben que hay más brochas que pinceles […]. Sin embargo nadie desea el silencio, el anonimato, el desamparo inclemente”.

La literatura de Olgoso juega con los diccionarios, con las palabras, incluso se atreve con el diario personal y la correspondencia, sí, ese ejercicio estilístico que hace siglos desapareció. Convoca a grandes autores de la literatura. ¿Qué me dicen de ese encuentro con Bioy Casares, il miglior fabbro de Borges, en plena Granada y al cual apenas Olgoso se atreve a saludar, o el relato donde nos trae a Ribeyro, del que ya pocos lectores actuales se acuerdan de ellos?

A veces la excelencia está muy cerca, a tan solo unos kilómetros de casa, o a un estrechar de manos; yo los invito a sumergirse dentro de alguno de sus relatos, que encuentren el suyo y se metan dentro, ya verán qué bien se está ahí.

A veces no hay que salir de los laberintos. O que el camino de vuelta les sea largo>>.

domingo, 10 de agosto de 2025

Acerca de "La gloria del mundo", de Francisco Silvera

ACERCA DE "LA GLORIA DEL MUNDO", 
DE FRANCISCO SILVERA


    
De vez en cuando, en la travesía de nuestras vidas lectoras, nos cruzamos con uno de esos autores cada vez más escasos, Francisco Silvera por ejemplo, islotes creativos donde aún florece la riqueza estilística, la alegría barroca de la lectura, la voluptuosidad de saborear y paladear cada palabra viva, carnal, cromática, vibrante, henchida, aromosa, nos topamos con uno de esos silenciosos y valientes gusanos de seda que hilan -a contracorriente- la auténtica cultura. Al igual que ocurre con otros escritores discretos como José A. Ramírez Lozano, Óscar Esquivias, Emilio Gavilanes, J. Antonio Tamez-Elizondo o Rodolfo Padilla, o más visibles como Manuel Moyano, Eloy Tizón, y Miguel A. Zapata, que conciben también la literatura como retos que afrontar, como una avanzadilla de formas y conceptos novedosos, como humildes torres vigía en un páramo desecado. Este librito de Francisco Silvera, “La gloria del mundo”, logra que el lector se rebulla con deleite y glotonería, como “al albur de las mareas”, siendo “los ojos hontanares del placer”. Ese lenguaje a borbotones, abundoso, como una lluvia feraz que va dejando empapado al lector, esa poesía tangible y pesable que rebosa vigor, está a años luz de la hojarasca, de la maleza, de las ubicuas flores de plástico que se quieren hacer pasar por fresca vegetación literaria, a años luz de la altanería de lo ramplón y de la penuria expresiva. En “La gloria del mundo” huele a nuberío, a aire resinoso, a pastosidad de damas de noche, a terrón humedecido, al aliento subterráneo de la granazón en las semillas. Las páginas, y con ellas los personajes, rielan como el azogue, y “la realidad era un zumbar de movimientos admirables”. El añorado poeta de la imaginación Rafael Pérez Estrada dejó escrito que hay palabras que, bien tratadas, acaban adquiriendo el brillo único de ciertos cristales, como centellas y chispas que danzan abandonadas en la arena de una playa remota.

    Los que buscáis esos libros nacidos de ’los adentros’ y no fabricados, que ya decía Teresa de Ávila, haceos con alguna muestra de la abundante obra narrativa de Francisco Silvera (“Las apoteosis”, “Libro de las taxidermias”, “Libro de los humores”, “Álbum blanco”, “Tenebrario”, “Las criaturas o Libro de las causas segundas”, “Mar de historias. Libro decreciente”, “Los camaleones” o “Libro de los silencios”); poética (“Libro del ensoñamiento”, “Delta”, “Pintar el aire”, “Amor, Poder y Geometría”) o ensayística y editorial (sus escrupulosos estudios sobre la poesía de Juan Ramón Jiménez o Antonio Carvajal, y “La vida de la Cultura o Contra la cultedad”). Leed “Los animales felices”, el delicioso bestiario en marcha que está publicando cada día en Europa Sur. Romped una lanza por autores que reverencian el lenguaje y lo trabajan como empecinados herreros u orfebres, por autores que gustan de experimentar con la forma. No los dejéis en la indigencia repitiendo la dramática frase de Felisberto Hernández: “Cada vez escribo mejor, lástima que cada vez me vaya peor”. Así podréis repetir algún día los pensamientos del Hermano Luis al final de “La gloria del mundo”: “Percibió la armonía, la paz de los frutos de vivir, la perpetua proporción del alma del mundo. Atrás quedaba el desorden de una época; oculto, el estiércol de sus solemnidades; manifiesta, la sencillez mórbida de la ignorancia”.

    De vez en cuando, en la travesía de nuestras vidas lectoras, tenemos la suerte de arribar a una de estas Islas de los Bienaventurados.

viernes, 8 de agosto de 2025

Reseña de "Madera de deriva" por Santos Domínguez

Impagable esta reseña del poeta, profesor y crítico literario Santos Domínguez a mi último libro, “Madera de deriva” (Libros del Innombrable) en su blog de referencia En un bosque extranjero.


<<Cinco años después de dar por cerrada con Devoraluces su fecunda etapa de casi cuarenta y cinco años como narrador de ficciones, con setecientos relatos que están siendo recopilados en seis volúmenes temáticos, Ángel Olgoso reúne en “Madera de deriva”, que publica Libros del Innombrable, treinta y cinco textos que en su riqueza miscelánea y en su diversidad se resisten a cualquier intento valor de clasificación, por otro lado inútil cuando estamos, como en este caso, ante la alta literatura:
Llegado el caso, concebir un pensamiento cuya simple formulación pudiera hacer añicos el universo, como esa idea gnóstica de que el mundo fue echado a suertes entre los ángeles. O que en realidad es nuestra sombra la que nos proyecta a nosotros: imaginarnos títeres bullidores de la propia sombra, marionetas sin voluntad, al albur de esas cenefas oscuras a ras de tierra, de esos filetes de fieltro, de esos ribetes perpendiculares, de esas siluetas galoneadas, de esas misteriosas veladuras, de esas huellas delebles, de esos papeles vitela, de esos diosecillos recoletos, arrastrándonos con ellos por las esquinas del mundo, sincronizados, bien batidos de acá para allá, como las bordadas de un barco, como torres de peaje en medio de un río, como árboles ahorquillados, huyendo del peligro de los soles de agosto, dando realce acordadamente a nuestra sombra como un traje de lanilla ligera, creyéndonos aún en el congreso de los vivos, echando las cuentas de la lechera de lo que pudimos hacer por nosotros mismos, añorando los vasos de la sangre y el libre albedrío, espolvoreado sobre el cuero de nuestra piel el polvo de caminos no elegidos, llevando en el mirar -heridos de ala- una levadura de melancolía.
Con ese texto, “Dóciles huestes”, se cierra un volumen agenérico, lo que los clásicos hubieran llamado un jardín de flores curiosas o una silva de varia lección. Una colección caleidoscópica de textos que tiene algo de enciclopedia deslumbrante recorrida por el amazónico estallido de la vegetación imaginativa y por la constante celebración de la palabra.
Textos que mantienen una evidente relación con el resto de la obra de Ángel Olgoso: la excelencia de la prosa, la persistencia del impulso lírico y del pulso narrativo, la presencia de lo mágico, lo misterioso y lo fantástico, tan presentes en los magníficos “Asterismos de la constelación de la Osa Mayor”. Este es uno de ellos:
ALIOTH
La cantiga 103 de Alfonso el Sabio cuenta la historia de un monje que ruega a Nuestra Señora para que le permita probar, en vida, las delicias del paraíso. Una tarde paseando por el jardín del monasterio, ve una fuente de agua cristalina y oye el canto de un pajarillo que le deleita. Al retornar al monasterio, creyendo que era la hora de la cena, se encuentra todo cambiado; le dicen que han transcurrido trescientos años desde su paseo.
Textos fronterizos que transitan desde el ensayo narrativo heredero de Borges (‘Hápax’) a la especulación histórica de “Tulpas”, desde la crónica viajera y sentimental de “Chile en el corazón” a los epitafios de “Enterradme en una nube” y a las entradas de diccionario de “Glosario”, desde los microrrelatos de “Gaveta de miniaturas” al homenaje a dos de sus referentes literarios: Ribeyro (“Los cigarrillos mentolados de Julio Ramón Ribeyro”) y Adolfo Bioy Casares (“Los secundarios”).
A ese carácter caleidoscópico de “Madera de deriva” se refiere Óscar Esquivias cuando escribe en el “Prologuillo hecho con astillas” que abre la edición: “Ángel Olgoso ha escrito un libro al estilo de los que tanto le gusta leer: variopinto, raro, sabio, misterioso, lleno de fervor por la literatura, en el que relata historias reales que parecen fábulas y cuentecillos con aspecto de noticias o crónicas. El lector puede recorrer las páginas de “Madera de deriva” como quien visita una ciudad medieval, se deja llevar por la intuición y camina al azar, escogiendo los callejones más bellos y pintorescos. No es tanto un libro como un zoco oriental, el bosque frondoso de una leyenda romántica, un laberinto de palabras donde es un placer perderse.”
Los espléndidos textos híbridos de “Madera de deriva” culminan un proceso continuo y creciente de escritura en libertad que indaga, más allá de la ficción de su etapa anterior, en lo autobiográfico y en lo confesional, en la mirada al espejo que dibuja el rostro del que escribe y refleja el entorno personal y literario del autor, como el intenso “Los fuegos fatuos”, un párrafo compacto al que pertenecen estas líneas:
Me conozco pero no me conozco. A hurtadillas, veo mi lado Tonio Kröger, alguien pudoroso en exceso рего temerario en ocasiones, lacónico pero parlanchín cuando consigue confianza, no meditativo pero residente en las nubes, domesticado hasta la médula pero insobornable, noble pero puntualmente mezquino, desprendido pero rencoroso como el asno del papa que guardaba su coz durante ocho años, instintivo pero calculador, entusiasta pero desesperado, perezoso pero infatigable trabajador, amable con todos pero fiel con ninguno, y escindido entre su cuerpo real y las páginas de escribiente que ha ido segregando, meros reflejos de ilusiones; como uno de esos seres idealistas -pienso en Jules Laforgue- que pasan por la vida soñando despiertos sin apenas hacer ruido, más por circunstancias inherentes a su propia naturaleza que por deseo íntimo, ajenos a las estridencias de la sociedad o al hervor del guiso literario, y buscando sin premura las felicidades pequeñas. Me conozco рего по me conozco. Vida en la sombra. Más aún, el sueño de una sombra. Extraña disgregación. Identidad, estados, humores, sentimientos desleídos, neutralizados en una especie de disolvente. La apariencia como una fosforescencia, como una huella de caracol. Sólo sé algunas cosas. Que probablemente nunca seré de los que dicen «no, que me conozco». Que todos somos iguales en el hecho de ser únicos. Que el mundo está lleno de colmillos. Que de Granada me gusta la jaula, no el pájaro: Que lo que deseo no suele realizarse jamás, mientras lo que temo se cumple siempre. Que cualquier detalle de afecto me conmueve, por la falta de costumbre. Que, sin embargo, un individualismo feroz me lleva a no desear depender de nadie. Que prefiero viajar por valles amables y no por riscos y montañas, al contrario de como definía Blake su destino. Que estoy desarmado ante el lado externo y utilitario de la realidad, inepto para la menor gestión práctica. Que si no tuviera familia, o si no hubiese atravesado la zarza ardiente del amor, acabaría mis días dedicado al silencio: un monje jerónimo en el monasterio segoviano de Santa María del Parral. Que carezco del énfasis y la convicción de un Szukalski y su arte barbárico («Meto a Rodin en un bolsillo y a Miguel Ángel en el otro, y camino hacia el sol»). Que un escritor corre peligro de malograrse si -por su infortunio, su timidez, su entorpecimiento, su desinterés, su disidencia o su soledad radical- pasa desapercibido. Que profeso la pasión por el atajo; es decir, por la brevedad. Y una culpable afición a sabotearme a mí mismo, sin la infinita capacidad de Kafka para ello. Que añoro sobre todo ese contento puro de los niños cuando nieva. Que me horroriza lo primario a la vez que me tienta. Que este hijo de un tendero -como también lo fue Hitchcock- abomina del suspense en la existencia, ese doloroso desconocer si a otro instante seguirá una dicha o una catástrofe. Que, contradictorio, sin ninguna pretensión, en cambio no me resisto de manera absoluta al impulso de dejar alguna huella.>>


miércoles, 6 de agosto de 2025

Reseña de "Estigia" por Rodolfo Padilla

Muy agradecido al escritor Rodolfo Padilla Sánchez por su completísima, por su excepcional reseña de "Estigia" (Eolas) en la Revista MoonMagazineMoonMagazine.



MEMENTO MORI
Reseña de Estigia, de Ángel Olgoso (EOLAS Ediciones, 2025)

Rodolfo Padilla Sánchez


    ¿Qué nos espera al otro lado? Algunos dirán que el fuego del Infierno o la luz del Paraíso, una estancia en el Purgatorio que todavía podemos reducir con el pago de indulgencias, la Daena vieja o hermosa al otro lado del Puente de Cinvat en virtud de nuestros actos en vida, tal vez tengamos que seguir al perro que nos lleve al Mictlán o esperar que la pluma de Maat no nos arroje a las fauces del terrible Ammyt. Quizás, cuando esta máquina de languidecer (en homenaje a otro título de nuestro Caronte particular) emita el último suspiro, nos encontremos con la nada, con el vacío, o regresemos reencarnados en un insecto. La muerte es, junto con el amor, un tema universal que ha supuesto el centro de las preocupaciones del ser humano desde sus orígenes, por eso la religión busca moralizar y dar consuelo, la ciencia ensaya la inmortalidad, la filosofía reflexiona sobre la esencia del ser y el arte la ha utilizado para combatir a la vanidad en épocas de crisis o para ensalzar la vida en años felices.

    Nada es seguro frente a la muerte, salvo la muerte misma. Por eso, una vez hemos sucumbido a ella y aparecemos a orillas de la laguna mitológica que nos llevará irremediablemente al Hades, es mejor tomar la mano del barquero que nos amenizará el viaje con las múltiples historias que desde su desbordarte imaginación iluminan el inframundo. 

    Ese barquero no es otro que Ángel Olgoso, quien después de Bestiario y Sideral, publica Estigia, el tercer volumen temático de sus cuentos en EOLAS Ediciones, en la colección «Las puertas de lo posible», de un total previsto de seis. Compuesto por noventa y nueve relatos, es hasta el momento el más extenso de los tres volúmenes y evidencia, como el propio autor afirmó en una entrevista para Todoliteratura.es, que la muerte es un tema que le obsesiona «porque siempre está ahí como una sombra, rodeándote sin que te des cuenta, una presencia en sordina y, cuando de pronto se repara en ella, con un escalofrío, uno se siente como perdiendo pie, como tanteando en lo oscuro». Y es que no hay mejor manera de definir la literatura olgosiana que como un vértigo en la cuerda floja, un juego de expectativas donde la sorpresa, lo inesperado, nos deslumbra o aterroriza, nos hacer sudar, reír o temblar, nos transporta a lugares lejanos en unas pocas líneas o en varias páginas nos invita a la introspección. 

    Si utilizamos una doble terminología artística, Estigia conforma a la vez un collage y un mosaico: un collage, en tanto que cada tesela (cada relato) está fabricada de un material diverso de tonos, estilos, espacio, tiempo y temas, si bien están atravesados por el protagonismo absoluto de la muerte, el cual compone el mosaico en el que Olgoso-Caronte nos conduce hacia reflexiones profundas, terroríficas aventuras, cementerios profanados, canibalismo o sacrificios rituales, a veces con ironía o con la increíble ternura o la inocencia que transmite incluso en las narraciones más crueles e inhumanas, dejando un agradable sabor de normalidad entre lo extraño y terrible de suicidios (a veces reincidentes), asesinatos perpetrados o padecidos, fanatismo sectario, guerra, coleccionistas extravagantes, los viajes eléctricos de un condenado a muerte, niños sacados de las entrañas de su madre muerta durante el funeral, una barbería de muertos o el amor entre una madre y una hija unidas por un vínculo más allá de la sangre. 

    Entre la diversidad del collage, como señala Ana María Shua en su prólogo, hay una multiplicidad de estilos, desde las frases cortas y lapidarias de relatos como «Designaciones» o «Cuenta atrás», donde logra edificar un mundo y acabar con una vida en escasas líneas, hasta los relatos más barrocos e intrincados que mejor definen su estilo, con enumeraciones caleidoscópicas que fragmentan y diseccionan la (ir)realidad para describir todas las perspectivas posibles como en un cuadro cubista, relatos oscuros con otros luminosos, contemporáneos o historicistas como en «Quauhxicalli» o «El Valle», con la influencia de leyendas y cuentos populares como en «Toque de ánimas» o el registro coloquial de un velatorio en «Jueces del valle de Josafat», la narrativa japonesa en «Fantasmas de las Cuatro Suertes» o de la china de «Wu», con cierta pretensión edificante; relatos que nos invitan a viajar a lugares lejanos como la India de «Vínculos» y «El tintero de bronce», a cometer un asesinato infinito en el cíclico «Crimen perfecto» o a apreciar la espantosa y corrupta resurrección por medio de la jardinería en «Océanos de ceniza». 

    La comunión entre brevedad y tensión narrativa se manifiesta de forma palpable en relatos como «Conjugación», un microrrelato que al parecer pone siempre José María Merino como ejemplo del movimiento interno que debe tener este género:

Yo grité. Tú torturabas. Él reía. Nosotros moriremos. Vosotros envejeceréis. Ellos olvidarán.
 
Gracias a esta multiplicidad de temas, estilos y tratamientos, Olgoso logra componer un mosaico perfecto de la muerte como tema universal, donde a veces se ríe de ella o la trata con veneración o hace una desgarrada crítica social en relatos como «Introito para arpa de tendones humanos», una escena extrema convertida en alegato capaz de disuadir todo afán belicista, o «Días felices», donde una montaña se lamenta de la barbarie del ser humano, ejemplo animista del que también encontramos otros como «Los trabajos del carnicero». Pero la muerte no es solo una dama vestida de negro y con una guadaña que siega nuestras vidas y nos lleva al más allá (sea el que sea), sino también la kafkiana rutina de «Un fúnebre sabor a tiempo muerto» que hace una ácida crítica al sistema que nos empuja a la repetición cansina e irracional de estar muertos en vida, y la búsqueda desesperada de la inmortalidad en la extravagante colección de «Naglfar». Incluso hay cabida para preguntarse con qué ojos miraríamos la vida si regresáramos de entre los muertos como en «La ciénaga» o para hacer una relectura de los mitos bíblicos con el Dios caprichoso de «Alternativa», así como el riguroso cumplimiento del voto de silencio que imponen las «Novedades en el cortejo» de una cofradía en Semana Santa o cómo el hambre puede llevarnos a cometer atrocidades contra seres celestiales en «Las huellas de los pájaros en el aire», que recuerda a aquel relato de García Márquez «Un señor muy viejo con unas alas enormes», pero con un final más tremendo y que deja las mismas dudas que en el narrador y, de forma inevitable, una habitación embargada por el olor de las almendras.

    Lo más destacado de sus relatos, junto con su extrema originalidad y el humor negro de muchos de ellos, es la naturalidad y la inocencia con que Ángel Olgoso puede narrar algo tan terrible como la interpretación literal de las frases hechas de «El futuro pertenece a nuestro alumnado» o la ternura con que afronta la pérdida cargada de remordimientos de un ser querido en «Tributo», la mezcla romántica y trágica de sufrir o imaginar la muerte de la persona amada de «La muerte desordenada» o «Los simunes del deseo». Además, y como es su sello personal, manifiesta la maestría de levantar falsas expectativas desde un título desconcertante como en «El octavo día de la semana» o «El confeti de nuestras cenizas» para adentrarnos en una narración que bien nos lleva desde lo común a la espiral de felicidad macabra que culmina con una última línea impactante, o bien establecer lo extraño e inquietante como regla para romperlo con la normalidad más absoluta.

Las alusiones al arte no son gratuitas, pues Ángel Olgoso concibe su literatura como los arquitectos de la antigüedad grecorromana que buscaban el estupor; él lo consigue con una literatura que cuida el detalle hasta el extremo, manejándonos a voluntad en relatos laberínticos que nos pierden o lanzándonos un dardo certero que nos hace replantearnos hasta lo más básico de nuestra existencia, utilizando a veces un vocabulario elevado y obscuro para, justo después, cambiar a un registro coloquial y de aparente simplicidad que no menoscaba sino que resalta la variedad de un estilo tan inabarcable como la propia muerte a la que homenajea en este volumen.

    Ahora, el viaje parece acercarse a su fin cuando la barca arriba en «El purgatorio» y este autor, que durante noventa y nueve relatos se ha erigido en nuestro Caronte a través de la laguna Estigia, finaliza su obra y se dispone a descansar para toda la eternidad. Y nosotros, sin más remedio, nos apeamos con el convencimiento de que la muerte es infinita y en ella cabe hasta la inquietud, los rumores, la asfixia, la desesperación y, si ahondamos en ella, también la risa y el placer.



sábado, 2 de agosto de 2025

Entrevista sobre "Madera de deriva" en Todoliteratura.es

Comparto esta entrevista en Todoliteratura.es acerca de "Madera de deriva" (Libros del Innombrable), donde explico en profundidad mi última obra, la primera de una nueva etapa creativa tras más de cuarenta años escribiendo relatos.




1.¿Qué es “Madera de deriva”?
Es una obra híbrida, una miscelánea donde conviven la crónica de viajes, el ensayo literario o el apunte memorialista, una gavilla de especulaciones sociales e históricas, de evocaciones, de entradas de diccionario, de epitafios, de viñetas, de semblanzas, de elementos marginales de la cultura. Es, por tanto, una ‘marginalia’, un ‘collage’ literario. Es un libro donde hay un yo de vibración discreta, una experiencia de pensamiento, una pulsión poética; un volumen para leer poco a poco, desentendiéndose del camino, parándose de vez en cuando a coger alguna flor extraña, a meditar sobre un proyecto inacabado, a oler el aroma de remotos incendios o a escuchar a lo lejos el rugido de alguna fiera. En resumen, es un libro de textos fronterizos lleno de fervor por la literatura. He de aclarar que -a pesar del título- estos escritos no son restos de naufragio sino piezas forjadas con toda premeditación, con la intención de elucubrar libremente y hasta sus últimas consecuencias, con respeto por la inteligencia del lector y por la lengua y sin miedo  al culturalismo.

2.-¿Por qué Libros del Innombrable?
Lo creo el lugar natural para esta obra. Es un placer y un privilegio formar parte de la exquisita heterodoxia de su catálogo editorial, que acoge -entre otros muchos escritores singulares y creadores únicos- gran parte de la producción de Arrabal o de Antonio Fernández Molina. No puedo sino sentir una gratitud infinita hacia el admirable Raúl Herrero por su valentía al seguir apostando tenazmente por la exigencia literaria, con el riesgo que eso supone en momentos tan desalentadores como los actuales. Por cierto, el nombre de la editorial puede interpretarse como una referencia a la función de la poesía de «nombrar lo innombrable».

3.-Tengo entendido que fue escrito en un momento peculiar.
En efecto, este libro fue escrito en una cárcel, o al menos durante un encierro forzoso, el mismo que sufrió toda la humanidad en aquellos extraños meses de 2020. Pero incluso de una pandemia letal pueden extraerse -si se es afortunado- vivencias inefables y deliciosas; para empezar, la de tener la suerte de estar encerrado durante noventa días con una criatura milagrosa como Marina Tapia, que no sólo hacía de contrapeso de una realidad horrorífica, que no sólo era capaz de disolverla con su ternura, sino que lograba acondicionar una atmósfera y un espacio creativos, un terreno fértil donde seguía floreciendo la vida. Marina, las casi mil páginas de los Cuadernos de Cioran y la redacción de este libro, ‘Madera de deriva’, fueron el trípode de aquel insólito tiempo de reclusión, de aquella moderna danza macabra.

4.-Cuál es la conexión entre esta obra y sus numerosos libros de relatos?
“Devoraluces”, mi literalmente último libro de relatos, es la bisagra que separa los setecientos relatos de una primera época de cuarenta años de escritura de ficción, de imaginación, de esta segunda más heterogénea, fragmentaria, malabarista y caleidoscópica. Llegó un momento en que me volví perezoso ante la dura labor de convertir un fulgor que cruza por tu cabeza en una historia perfectamente amueblada, en que me empezó a aburrir el esfuerzo de pico y pala que requiere fabular, en que me apetecía experimentar, combinar géneros colándome en sus intersticios, usando todos los mimbres y formatos posibles, exponer las ideas con menos trabas. Y seguir haciéndolo con la exigencia estética de siempre, con un amor incondicional por el lenguaje y su armónico rumor. Llegó un momento, como digo, en que ansiaba quitarme por fin el corsé, sentirme más libre, borrar la frontera entre realidad y ficción, amalgamar elementos muy diversos que normalmente no deberían estar juntos, abrirme a una hibridación que me iba pareciendo cada vez más sugestiva, explorar esa tensión entre el yo y el mundo exterior, en definitiva, componer volúmenes de difícil clasificación.

5.-¿Qué autores le han contagiado ese gusto por una literatura yuxtapuesta o de naturaleza híbrida?
Existe una genealogía cada vez más nutrida: cuando escribí el libro no había tantos, ahora son legión. Por citar unos pocos ejemplos incontestables, Italo Calvino (“Colección de arena”), Julio Ramón Ribeyro (“Prosas apátridas”), Sergio Pitol (“El arte de la fuga”), Cristóbal Serra (“Péndulo y otros papeles”), Julio Cortázar (“La vuelta al día en ochenta mundos” y “Último round”), Felipe Benítez Reyes (“El intruso honorífico”), Emilio Gavilanes (“Bazar”) o muchas de las obras de Vila-Matas y, sobre todo, de Cees Nooteboom. Pero que la supervivencia de la literatura como arte pase por la hibridación de géneros no es nuevo: ya en 1929 Gómez de la Serna hablaba de la “condición destramada y destrizada de la novela actual”. En los años sesenta Georges Perec sostenía que la literatura se encaminaba hacia un arte de las citas (muy presentes por cierto en “Madera de deriva”, pues soy un entusiasta, un idólatra de la epigrafía). Y Juan Bonilla ha reconocido creer cada vez menos en los géneros, y no hace distingos: “Me gustan las novelas inyectadas de poesía, los poemas que cuentan historias, los ensayos que se atreven a hacer narración”.

6.-¿Cómo combinan vida y literatura en “Madera de deriva”? ¿Son indisociables ya en la literatura actual?
Estamos en un mundo muy heterodoxo donde los géneros literarios -e incluso sexuales- son más mestizos, donde ha cambiado el paradigma, donde hay una fatiga de las formas literarias, un magnetismo hacia lo fragmentario y lo disperso, también un hambre de realidad con la que los lectores buscan quizá saldar la complejidad de los interrogantes que suscita el mundo actual, o simplemente verse reconocidos. Estamos en plena crisis de la imaginación como recurso creativo. Para nuestra sensibilidad de hoy, ya no parece que haya demarcaciones entre lo que uno vive y lo que uno lee, escucha, contempla o piensa: nunca antes de esta era de exhibición desaforada de la intimidad (en la que la ficción y la narrativa pura se consumen en formato audiovisual), nuestra experiencia de vida se había visto tan nutrida por la literatura y la vida de otros. Nora Ephron no lograba “entender que alguien pueda escribir ficción cuando lo que ocurre en la vida real es tan asombroso”. 
Por mi parte, al ser de una independencia un tanto feroz, tímido y falto de ímpetu social, siempre me he mostrado muy pudoroso a la hora de verter mis experiencias en los textos, a la hora de fraguar esas dos dimensiones, la escritura y la vida. Obviamente, entre las coordenadas más informales y personales de “Madera de deriva”, uno ha levantando inevitablemente una especie de autorretrato más o menos directo pero creo que justificado, y siempre con marcado acento literario, con la misma dedicación estilística que en mis relatos. No porque los textos de “Madera de deriva” sean objetos provistos de formas y texturas distintas significa que no tengan un núcleo común, lo tiene: el lenguaje intentando apresar la magia de los libros, el placer de los pensamientos y el misterio de la existencia.

7.-¿Cree en el artificio, lo reivindica incluso en esta nueva etapa?
Juan Benet decía que creía sobre todo en el bicarbonato. Bromas aparte, yo creo que a través del artificio también se puede encontrar la verdad. Como no soy documentalista ni periodista, intento conseguir una intensidad exacerbada que sólo es posible mediante el artificio. No entendido como un mecanismo superficial sino como una forma de capturar la magia, de ir más allá de la representación de las experiencias cotidianas, de comunicar de manera singular lo que hay de profundo y extraño en nuestras vidas. A una obra de arte debe exigírsele la emoción estética, esa sacudida que nos contagie asombro ante el misterio del mundo, y una cierta y estimulante dificultad. Y para ello es preciso el artificio bien entendido, el que nos acerca a la inventiva y originalidad verdaderas y nos aleja de la mercadería pedestre y de la prosa plana y funcional. Como dice Benjamín Labatut, la mente se enciende cuando no entiende.

7.-Entonces ¿se sigue sintiendo con ganas de experimentar literariamente aunque haya abandonado la ficción?
De hecho, esporádicamente y a lo largo de cuatro décadas, ya había experimentado nuevos registros en mis relatos, ya había intentado ensanchar los límites narrativos, ya había sentido la necesidad de contar de manera diferente. Quizá lo que ocurre realmente es que, con la edad, tal vez se va perdiendo el vigor, el poder fundador de la narración, además del de la curiosidad. No obstante, en “Madera de deriva”  aún quedan abundantes ascuas de ambos, en forma de perplejidad intelectual, social o literaria, de teorías extravagantes, de viejos proyectos reformulados, de negativos de relatos posibles o que nunca fueron escritos, de apostillas audaces, de callejones sin salida y también de puntos de vista que conectan insospechadas avenidas nuevas. Ya Baudelaire propugnó que ”no está lejos el tiempo en que toda literatura que rehúse andar fraternalmente entre ciencia y filosofía será una literatura homicida y suicida”. Un relato es como una gota de rocío que puede reflejar todo el paisaje; pero, sin duda, un texto sin género se aviene mejor a una época de incertidumbre como la nuestra, donde parece que la múltiple y dispersa y cuántica realidad es fantástica y la ficción real.

8.-Considera que, variando en este libro el foco de atención, ha podido apreciar la complejidad de lo real mejor que con la ficción?
Creo que la hibridación y la no ficción se van convirtiendo en formas de arte en sí mismas, en campos en que los que encontrar noticias del mundo o descubrir nuevas fórmulas para verlo, incluso rastreando percepciones extravagantes o voces contradictorias; como un bonus para el lector inquieto, como acicates para seguir mostrando curiosidad y mantener las mentes abiertas. “Madera de deriva” es, creo, una despensa prometedora para los que gustan de la literatura que sabe a literatura; es una apuesta por la cultura, por cualidades adormecidas en nuestro presente: la lentitud, el recogimiento, la reflexión arriesgada, la sutileza, la perplejidad metafísica, la crítica social, el amor por las pavesas del pasado y su persistencia y, sobre todo, la fascinación por las palabras. Espero que el lector se solace un poquito con este primer fruto de una nueva época creativa mía sin ataduras, con este golpe de timón literario, con este agregado de materias y de prosas ensayísticas y algo más vivenciales, con este diorama multiforme.






viernes, 25 de julio de 2025

Post de Rafael Balanzá sobre Ángel Olgoso

Si un escritor de la talla de Rafael Balanzá lo dice en X, no queda más remedio que darle las gracias y ponerse colorao.



miércoles, 9 de julio de 2025

Entrevista en Aragón Radio

Entrevista en Aragón Radio a propósito de “Madera de deriva” (Libros del Innombrable), en el programa La Torre de Babel, conducido por Ana Segura con su cercanía y perspicacia habituales:


<<Ángel Olgoso es uno de los grandes del cuento en castellano. Publicado en varios idiomas, incluido en más de 60 antologías, una treintena de premios reconocen su labor como escritor a lo largo de los años. Ahora, Ángel cambia de tercio y por primera vez abandona la ficción para hablar de lo que le rodea en una serie de textos que publica con la editorial aragonesa Libros del Innombrable. “Madera de deriva” supone el abandono por parte del autor del género fantástico para adentrarse en un formato en el que el humor, la melancolía y la libertad creativa nos regalan textos magnéticos. Charlamos con Ángel en un programa en el que también presentamos el primer libro de poesía de Belén Gonzalvo.>>

martes, 8 de julio de 2025

"Madera de deriva" por José Antonio Ramírez Lozano

MADERA DE DERIVA.

No es un narrador habitual. Olgoso levanta la alfombra de la realidad y nos muestra su envés. Lo hace con ese tono narrativo culto, preciso y rico en su vocabulario. Arrastra en su deriva astillas críticas, líricas, remotas e irónicas a la vez. Asombra el empaque enciclopédico que va de Borges a Perucho. Un narrador indispensable si queremos que esto que se escribe hoy siga llamándose literatura. Enhorabuena, Ángel. Y gracias por la dedicatoria.

(José Antonio Ramírez Lozano)

lunes, 7 de julio de 2025

Reseña de "Estigia" por Santos Domínguez

Comparto la magnífica reseña que de "Estigia" ha escrito el poeta, catedrático de literatura y crítico literario Santos Domínguez Ramos para su veterano blog En un bosque extranjero:



ESTIGIA, DE ÁNGEL OLGOSO


“Para qué huir de ella. No puedes guardarte ni escapar. Antepone tu persecución a toda otra idea. Más pronto o más tarde, a la menor oportunidad, te atrapará. Con paso poderoso, como una sombra leonada, buscará hasta encontrarte. De nada te sirven la Capa de Invisibilidad y su caperuza cubierta de rocío, las Botas de Siete Leguas con las que corres treinta y dos veces más rápido que el más veloz de los hombres, la Hierba de Glauco que hace saltar las cerraduras de todas las puertas, el Tapete de Rolando que te permite convocar cualquier alimento que desees, la Flor Mágica capaz de colorear y perfumar cada una de tus desdichas. De nada te servirán cuando ella —ávida, arrogante, burlona— cierre los caminos y te cerque con infalible celeridad. Puede que llegue sin aliento —es vieja y seca—, que su jadeo delate lo agotador de la incesante tarea que la ocupa desde siempre, pero no puedes albergar dudas sobre el desenlace”.

Ese espléndido relato de Ángel Olgoso, titulado ‘La derrota’, forma parte de “Estigia”, el tercero de los seis volúmenes temáticos que, editados por Eolas Ediciones, reúnen un conjunto de setecientos relatos que ha venido escribiendo y publicando durante cuarenta y cinco años.

Suena en ese relato el eco de los perros que ladran en el inquietante aforismo de Kafka: “Todavía juegan los perros de caza en el patio, pero las piezas no se les escaparán por mucho que corran ahora por el bosque.”

Un aforismo kafkiano que es una alegoría de la muerte, el tema que recorre buena parte de la excepcional obra narrativa de Ángel Olgoso y que sirve para vertebrar este tercer volumen a través de un centenar de relatos en los que, entre Caronte y Virgilio, nos guía por la siniestra laguna que Patinir vio como nadie.

Relatos que abordan el tema de la muerte a través de muy diversos personajes y situaciones, desde muy distintas perspectivas y lo tratan literariamente con muy variados enfoques narrativos y registros estilísticos: entre lo físico y lo metafísico, entre el terror y la broma, entre lo satírico y lo simbólico, entre la ironía y el mito, entre el humor y la sorpresa.

Porque, como señala Ana María Shua en el prólogo que abre el volumen, “Olgoso nos hacer viajar en el tiempo, en el espacio, nos sumerge en la angustia de la transmigración, pero además nos pasea por las personas gramaticales. Todos los trucos son válidos si se trata de provocar el desasosiego del lector, juega con las posibilidades como un mago insondable al que siempre le queda un ardid más, listo para asombrar. Olgoso no pretende encontrarle una definición única a la muerte. Porque en realidad no estamos hablando de la muerte sino de la vida y de la literatura, una de las mejores maneras de burlar a la muerte, de distraernos y olvidarnos por un breve lapso de nuestro destino.”

Como he escrito cada vez que he reseñado un libro suyo, Ángel Olgoso es un maestro en la difícil tarea de equilibrar fondo y forma, de fundir tensión narrativa y altura estilística, imaginación y experiencia, vida y literatura; un autor dotado de una inusual capacidad para contar esas historias de frontera entre la realidad y el sueño con densidad y exigencia verbal sin caer nunca en los peligros de la prosa poética, porque en sus relatos la prosa se pone al servicio de la construcción narrativa y se orienta a crear en el lector estados de ánimo que le permitan entrar en los universos literarios que propone sus deslumbrantes relatos.

Estos dos textos son no sólo un reflejo de la variedad de tonos con que Ángel Olgoso aborda el tema de la muerte que vertebra el contenido del libro. Son también una muestra representativa de la magnífica prosa con que elabora sus admirable obra narrativa:


EL ESPEJO

“El barbero tijereteaba sin descanso. El barbero afilaba una y otra vez la navaja en el asentador. Clientes de toda laya acudían al local, abarrotándolo. El barbero manejaba las tijeras, el peine y la navaja con velocísimos movimientos tentaculares. Ser barbero precisa de unas cualidades extremas, formidables, exige la briosa celeridad del esquilador y el tacto sutil del pianista. Sin transición, el barbero despojaba a la nutrida clientela de sus largos mechones, de sus desparejas pelambres, señalizaba lindes en el blanco cuero cabelludo, se internaba en sus orejas y en sus fosas nasales, sonreía, pronunciaba las palabras justas, apreciaciones que sabía no serían respondidas, mientras los clientes miraban sin mirar el progreso de su corte en el espejo, coronillas, nucas, barbas cerradas, sotabarbas, patillas de distinta magnitud, luchanas, cabellos que planeaban incesantemente en el aire antes de caer formando ingrávidas montañas: el barbero nunca imaginó que el pelo de los cadáveres pudiera crecer con tanta rapidez bajo tierra”.


DESIGNACIONES

“Levantó una casa y a ese hecho lo llamó hogar. Se rodeó de prójimos y lo llamó familia. Tejió su tiempo con ausencias y lo llamó trabajo. Llenó su cabeza de proyectos incumplidos y lo llamó costumbre. Bebió el jugo negro de la envidia y lo llamó injusticia. Se sacudió sin miramientos a sus compañeros y lo llamó oportunidad. Mantuvo en suspenso sus afectos y lo llamó dedicación profesional. Se encastilló en los celos y lo llamó amor devoto. Sucumbió a las embestidas del resentimiento y lo llamó escrúpulos. Erigió murallas ante sus hijos y lo llamó defensa propia. Emborronó de vejaciones a su mujer y lo llamó desagravio. Consumió su vida como se calcina un monte y lo llamó dispendio. Se vistió con las galas de la locura y lo llamó soltar amarras. Descargó todos los cartuchos sobre los suyos y lo llamó la mejor de las salidas. Mojó sus dedos en aquella sangre y lo llamó condecoración. Precintó herméticamente el garaje y lo llamó penitencia. Se encerró en el coche encendido y lo llamó ataúd”.

domingo, 29 de junio de 2025

Reseña en CaoCultura de "Juan Benet y el aliento del espíritu sobre las aguas"

Mi artículo sobre la amistad entre el desafiante Juan Benet y Eduardo Chamorro, y su libro memorable y reincidente. En CaoCultura:




<<‘Juan Benet y el aliento del espíritu sobre las aguas’. Debo haber leído ya este libro unas tres veces. Algo intrigante, gozoso, hipnótico me vuelve a llamar cada cierto tiempo para que retome de nuevo sus páginas; ignoro si el cebo reside en el memorable protagonista, en el estilo, la estructura, la voz del narrador o en la amalgama de todos esos elementos. Quizá se deba a que no es sólo un riquísimo sumatorio de los veinticinco años de amistad entre Eduardo Chamorro y Juan Benet. No es tampoco una biografía ni un trabajo crítico sobre la obra de este último, sino una evocación que mezcla -en una deslumbrante coctelera- el retrato jovial y paradójico de esa figura excepcional de mente y lengua afiladas, el relato del ambiente literario de Madrid entre los años setenta y ochenta con reflexiones de altura sobre la poética benetiana. Un auténtico alarde.

Aquí comparece el Juan Benet más ocurrente que impertinente, el escritor anglófilo que germinó a la sombra de Faulkner, con su cuerpo filiforme, su flequillo cano e inminente, sus maneras expeditivas, su recepción minoritaria (al menos hasta quedar finalista de un pactado premio Planeta tras demostrarse, como un reto personal, que era capaz de escribir un libro ‘normal’, algo que hizo en un mes). También sus pasiones: el whisky, la música de Schubert, Brahms y Wagner, las estrategias militares, la subversión cómica pero solemne, la cartografía. El espectáculo de su inteligencia, que podía virar de lo acre a lo divertido e hilarante y de lo absurdo a lo afectuoso, dependiendo del contertulio; su singularidad, que convirtió a este seductor nato capaz de desconcertantes opiniones e impertinencias, en una suerte de mandarín generacional, suscitó y suscita aún la adhesión o el rechazo, pero nunca la indiferencia.

Estamos ante un libro a la vez exigente y divertido, al mismo tiempo agilísimo y con algunos parlamentos cuyo espesor arrancaría sollozos al lector más bragado. El discurso de Chamorro es, como el del propio Benet, frondoso, mercurial, de estímulo inagotable, pulverizador de las convenciones narrativas (“somos criaturas sinedócquicas”). En sus nutritivas páginas comparecen conversaciones desopilantes, amigos fieles (Vicente Molina Foix, Antonio Martínez Sarrión, Javier Marías, Juan García Hortelano, Félix de Azúa, Jaime Salinas, Francisco Regueiro, Javier Pradera, Rosa Montero, etc.), un viaje a Estambul con Benet y Rosa Regàs vivísimamente narrado, una imagen despiadada de Álvaro Pombo, el pub Dickens y el Oliver, charadas y funciones teatrales caseras, actitudes y propuestas casi patafísicas (la ley del doble frenesí, el arte de pedir el té a distancia, modos de comer bombillas), el forcejeo entre el Tiempo y el Caos, entre el conocimiento y el misterio, entre la ciencia y el mito, disquisiciones acerca del artificio, del disfraz, del miedo o de la muerte. Resulta evidente que aquellas reuniones y fiestas en la casa de Benet de la calle Pisuerga, “un lugar de complicidad en el disparate”, redimían toda la grisura y la caspa de aquellos años. “Allí no había jerarquía ni respeto ni promoción (…) No nos gustaba discutir. Lo que nos gustaba era charlar de lo que fuera, siempre y cuando permitiera el adorno de la displicencia”. Y, por encima y por debajo de todo, la mordacidad de un Benet que no condescendía con los necios ni con las vacas sagradas (Galdós, Joyce, Dostoievski, el realismo y el costumbrismo). Cáustico incluso consigo mismo: “Soy un ingeniero responsable y un escritor irresponsable”.

Pese a todo, Eduardo Chamorro se permite hacer profundas calas en la diversa obra benetiana (novelas, cuentos, ensayos, teatro), en esa gran ficción metafísica de su amigo, aparentemente oscura o turbia -como él quiso-, “todo un intento de descifrar lo intangible a cuenta de lo tangible”, en la presencia y el poder evocador de la desolación. Es de admirar, en los escritos de Benet, la soberana ambición literaria, el logro de la indeterminación existencial, del sentimiento de lo enigmático en sus atmósferas, del racionalismo y minuciosidad verbales, del hermetismo de la textura, de la identidad fantasmal de sus personajes. Al recorrer las largas oraciones se siente físicamente la densidad, como si el lector caminara sobre dunas, piedras o escombros.

Lástima que las propiedades de territorio tan peculiar no inviten demasiado a lectores desacostumbrados a lo diferente, a la complejidad, a la persuasión retórica del ‘grand style’, y más habituados a textos cada vez más elementales, por no hablar de la omnipresencia idiotizadora de las pantallas. Lástima que la muerte, con su fijación “propia de gente ineducada e incómoda”, nos despojara tan pronto (a los 65 años por un tumor cerebral) de esa figura tan difícil de encasillar: el creador de Región (aquel mundo propio donde era amo y señor, aquella novela que supuso una ruptura del panorama literario español por su rareza, innovación, vocabulario e incorporación del pensamiento a la narrativa), el ingeniero de caminos, canales y puertos que no logró vivir de la literatura, un desafiante interlocutor, un espíritu libre de estampa británica (automóvil incluido) infrecuente por estos pagos, una inteligencia extraordinaria y una ironía demoledora, uno de los autores capitales del siglo XX español.

Estoy seguro de que, dentro de unos años, volveré a picar el anzuelo y abrir ‘Juan Benet y el aliento del espíritu sobre las aguas’, un libro que no se acaba nunca porque se renueva en cada lectura y, sobre todo, porque proporciona invariablemente el alborozado reencuentro con una irradiación, la que emiten las personas lúcidas, agudas e intensas. Como sin duda le ocurre a la otra cara de la moneda: la más exhaustiva y rigurosa biografía de Benet, ‘El plural es una lata’, escrita con tesón documentalista y agilidad galopante por J. Benito Fernández. En ambas obras (también en Benet. ‘La ambición y el estilo’, de Rafael García Maldonado, un tanto elemental y personalista enfoque de la trayectoria vital e intelectual del autor de textos impenetrables) vive para siempre el Juan Benet poliédrico, provocador, de amplias lecturas y conocimientos enciclopédicos, que prefería hacer “cualquier cosa antes que escribir”, que creía que “la literatura debe arrancar al público de su costumbre”, arrogante, tierno, malicioso, atérmico, “con ese aire de recién duchado que se le ponía cuando estaba animado y contento”>>.

Recital de poesía arábigo-andalusí


Un placer participar en el recital de poesía arábigo-andalusí que organizó el Círculo Literario de La Zubia en los jardines del convento de San Luis el Real. Marina y un servidor perpetramos un dúo poético a lo Pimpinela con versos de Nizar Qabbani, Ibn Zaydūn, Hafsa Bint ar-Rakūniyya, Ibn al-Zaqqāq y Wallāda. Este viernes a las ocho de la tarde.
Fue un delicioso viaje en el tiempo a través de la poesía y la música bajo el Laurel de la Reina, una apuesta por la sensibilidad intemporal y sin fronteras.
Presentación: Juan Carlos Rodríguez Torres. Introducción: Marina Tapia. Lecturas: Rosa Gamero, Varo Huertas, Rosa Morillas, Juan Carlos Rodríguez Torres, Lubna Sallakh, Rita Kakish, Paqui Sánchez, Marina Tapia y Ángel Olgoso. Actuación musical: Nahed Satli y Aladin Abbas.















sábado, 21 de junio de 2025

Reseña de "Madera de deriva" por Carlos Manzano

Reseña de "Madera de deriva" (Libros del Innombrable) por Carlos Manzano:




<<Aunque tengo mala memoria, de mi viaje a la India recuerdo especialmente la primera vez puse los pies en Jaisalmer. En pocos sitios me he sentido tan abducido por la belleza de todo lo que me rodeaba como allí. Jaisalmer es especialmente famosa por la impresionante factura de sus edificios, por las deslumbrantes filigranas que decoran fachadas y ventanas, por la extraordinaria ejecución de sus frisos, es decir, por la desbordante perfección estética de los havelis y los palacios que dan forma a su estructura urbana. Cada uno de sus miles, tal vez millones de detalles son el resultado de un trabajo de orfebre, de la aplicación de un estilete minuciosamente afilado que con exacta precisión estilística lleva la arquitectura popular hasta el límite de las posibilidades humanas. Y era todo eso en su conjunto, sin la menor duda, lo que contribuía a generar al mismo tiempo una atmósfera irreal, fantástica, maravillosa, sublime e imperecedera, capaz de transportarme a otro mundo y a otras épocas, y que convertía la mirada humana (mi mirada, al menos) en algo inequívocamente sensorial, hermoso, profundo y pleno de significado.

Viene esto a cuento porque, salvando las obvias diferencias de todo tipo (espacio, tiempo, lugar…), cuando ha caído en mis manos el libro “Madera de deriva”, de Ángel Olgoso, que acaba de publicar la editorial Libros del Innombrable, me ha venido a la cabeza ese recuerdo, ese instante de absoluto deslumbramiento que viví en Jaisalmer. Y no es casualidad, porque la prosa de Olgoso tiene mucho de hipnótica, de seductora, tanto como las deslumbrantes filigranas rajasthaníes, como si en el fondo se tratara de una invitación a sumergirnos en un peculiar universo sensorial donde la única dosis de realidad que vamos a obtener reside en la palabra, en la deriva semántica de cada frase. Olgoso maneja como nadie (como nadie que yo haya leído hasta ahora, matizo) el idioma, sabe apurar sus posibilidades hasta conferirle un lustro comparable a las piezas de los más reputados orfebres orientales. Y esa búsqueda de la palabra exacta, insustituible, necesaria (porque utilizar un sinónimo rompería ese hechizo imposible de definir para mí) es lo que convierte sus relatos en auténticas joyas de artesanía lingüística.

Pero las obras de Ángel Olgoso no solo se quedan en su exquisita construcción formal (que no es poco). Hay también una búsqueda constante de ese misterio permanente que trasciende lo vivido, la suma de los saberes ya conocidos, que bucea sin oxígeno en las entrañas de lo ignoto y nos invita a trascender los límites materiales que condicionan nuestras capacidades sensoriales. Y hay también reflexión, cuestionamiento, duda, todo ello alentado por una mirada abierta que no se conforma con observar, sino que reconstruye, reelabora lo observado, lo moldea de nuevo y a continuación lo resitúa dentro de nuestro ordenamiento lógico del mundo. Cada relato de Olgoso es un viaje a un territorio sin fronteras que probablemente no llegaremos a conocer jamás, pero cuya mera proximidad basta para excitar nuestro apetito de sueños perpetuos e imágenes inaprensibles.

Hace bastantes años, en una entrevista para El Periódico de Aragón, como última pregunta me invitaron a dar un nombre, cualquier nombre, el que fuera, sin necesidad de explicar el porqué. Yo acababa de leer un libro de Ángel Olgoso (no recuerdo cuál, “Los demonios del lugar” probablemente, o “La máquina de languidecer”, hay tantos…), y todavía andaba saboreando la exquisita grandiosidad de sus textos, de modo que no dudé. Hoy, casi 15 años después, si me hicieran la misma pregunta, la respuesta tendría que ser necesariamente la misma: Ángel Olgoso. El motivo podría ser, aunque no se me exija justificación, este libro: “Madera de deriva”. Bueno, este y todos los que lo han precedido>>.

sábado, 14 de junio de 2025

Artículo de Pedros Crenes Castro

Comparto este sugestivo artículo del escritor panameño Pedro Crenes Castro, donde nos hermana al norteamericano William Kennedy, al venezolano Juan Carlos Chirinos y a un servidor, celta nazarí, en torno a la luz y la oscuridad, los epígrafes y las congojas, el asidero de la ficción y la experiencia intransferible de la lectura.



¿Cómo sobrevivimos a nuestros venenos internos?
Jun 13, 2025 
Reseña por: Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural: Literatura Panameña


Convivimos con las sombras. Hace tiempo, releyendo los microrrelatos de “La máquina de languidecer” de Ángel Olgoso, encontré una chispa en la oscuridad circundante: “La herida ofendía a la vista y me asombraba pensar cómo sobrevivimos a nuestros venenos internos”. La cita me sobrecogió. La firma «un tal» William Kennedy, premio Pulitzer en 1984. ¿Cómo sobrevivimos?, comencé a preguntarme el transcurso de mi relectura, de mi búsqueda.

Estas semanas llego al convencimiento de que leer es mantener la luz encendida en el alma cuando la oscuridad nos inquieta más de la cuenta. Mi papá me decía de chico que la oscuridad es solo que no hay luz, y que las cosas permanecen iguales, que no hay que temer nada, pero no, contradigo a mi viejo y su sencillez de antaño: cuando no hay luz está la oscuridad, esa señora que se mueve despacio al rededor de las cosas, que nos roza con sus dedos de inquietud. Y el adulto que somos enciende una lucecita para que le acompañe, para que espante a la señora del traje negro.

Kennedy, entonces, enciende una luz. Ángel Olgoso me encendió lucecitas por el alma para espantar las sombras. La lectura, esa luz en la que nos empeñamos unos cuantos, no debe apagarse nunca. Es tragicómico comprobar cómo Marx está siendo «tragiversado»: se cierran libros y se encienden televisores y demás artilugios de entretenimiento, que no es más que una forma tecnológica de encender la oscuridad.

Cuando se acumulan las congojas, cuando miras por todas partes en busca de una salida, —ni siquiera una solución—, llega la lectura para espantar a los cuervos. Entonces te das cuenta de que Juan Carlos Chirinos y sus cuentos de “La manzana de Nietzsche” muestran senderos por los que escaparse unas horas al sol de la ficción, que es tan verdad que no nos creemos que somos los protagonistas de esas historias. Y un soplo de aire olor manzana te empuja para que salgas del letargo. Y te ríes.

Leer es un empeño absurdo. Pienso en Sísifo. O en la mujer del «justo» Job, que le anima a dejar de mantener su fe paciente e inquebrantable y morirse. Pero no, Job no cede aunque no le faltaran razones para hacerlo. El lector empedernido siempre es Sísifo, nunca maldice las letras para morirse luego: no ceja, se rodea de personajes de papel y tinta, se narra y se lee, lee a los otros ampliando su radio de empatía.

Y luego están los escritores. Los hay que entretienen, que encienden por miles de ejemplares soles oscuros que empozan el entendimiento y el criterio. El soberano público vive junto a estas obras un sueño del criterio que termina en pesadilla, en paisajes con citas de gurús tenidos por la masa por «grandes escritores». Será la envidia, me dicen…

Leer es un camino de vuelta. Es, muchas veces, un amanecer. Parece simple, pero cuando experimentas en el alma la certeza de las letras tienes que rendirte a la evidencia: leer es uno de los hechos más importantes que le puede ocurrir a alguien. Y encontrarte con otro ser humano al otro lado del libro, es una experiencia personal que transforma.

La letra menuda de Olgoso, su epígrafe, me abrió un claro en los nubarrones y me descubrió a un novelista. Hasta me ha dado caminos para resolver mi propia ficción. Sobrevivimos a nuestros venenos internos leyendo; la ficción mantiene a raya la máquina de languidecer; activa los resortes de la vida y le aporta asideros para nos resbalarnos hacia la oscuridad.

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