No tengo palabras para agradecer a Joaquín Fabrellas su 'invitación al laberinto' de "Madera de deriva" en la revista Zenda, su exquisita y generosa travesía por este libro híbrido:
La invitación al laberinto
Joaquín Fabrellas
<<He tardado un tiempo en leerme lo último de Ángel Olgoso. Lo digo con gozo. Toda demora abre un nuevo camino en la ingente producción literaria del autor granadino.
En este caso, además, en cada relato se encuentra la clave para ese desafío lector que se nos propone. Cada texto tiene su némesis y su clímax. Se empeña nuestro autor en plantearnos un problema, del tipo que sea, y conforme te adentras en la lectura se escucha primero esa música íntima que acompaña lo literario creando un cronotopo, una marca que quedará indeleble en el corazón lector, y después un camino de salida de la ensoñación literaria.
A diferencia de lo narrado en otros de sus volúmenes, los intereses que ahora trata el escritor tienen que ver con lo terrenal, con lo cotidiano, con aspectos que antes no había tratado en su selecta narrativa, ya que había recorrido lugares aún inexistentes, o espacios exteriores, casi acercándose a la ciencia ficción, o a reinos antiguos o ficciones aterradoras de soledad cósmica.
Sin embargo, pese a haber un cambio de registro estilístico, en este nuevo libro Olgoso sigue transitando los lugares del sueño, porque los sueños son lugares reales que existen de forma breve pero cuya memoria queda escrita para siempre.
Reúne aquí el autor treinta y cinco cuentos que colman el placer lector.
Borges dijo de Quevedo que equivalía a toda una literatura. Pues bien, leer a Olgoso, me aventuro, equivale a una clase acelerada de literatura excelente. Decanta la lectura (la lectura profunda como marca del escritor) y la metaboliza en sus relatos. Así surgen textos como “Enterradme en una nube”, en donde recuenta y trata de buscar el epitafio más hermoso entre diferentes autores predilectos:
“Ninguna vida que no se haya escrito se ha vivido de verdad”, según Gertrud Stein. O, por ejemplo: “Haced un orinal con mi cráneo”, según Joshu Joshin.
De unos epitafios nos marchamos al tratamiento del azar en los libros, en donde podemos encontrar los hápax legomena, es decir, esas palabras que solo han aparecido una vez de forma escrita en la lengua y no se han registrado en ningún diccionario porque no han existido, y solo una persona los ha encontrado.
Fulguraciones léxicas, azar que hace que nos encontremos con esa palabra entre ruinas y restos de textos antiguos. Olgoso nos propone varias en “Hápax”, una encontrada por él, la cual no desvelaré, pues pronunciarla es darle carta de naturaleza, y eso corresponde al lector curioso cuando lea este volumen.
Mientras se avanza, el autor crea un mundo en miniatura, con fronteras claras, mapas exactos de los lugares. En pocos autores se dan tan bien estos condicionantes de la narrativa: tiempo, lugar, autor, el cristal con que miramos y asistimos a esa recreación sensorial de la materia, de lo narrado, la vivificación de lo sensible.
Yo creo que Olgoso es un hacedor de laberintos, te reta a que entres en ellos y a que salgas, no lo antes posible, sino cuando el lector estime oportuno.
Yo tuve la posibilidad de quedarme en uno, en “Bálsamo de Fierabrás”: lo que parecía una referencia inerme al bálsamo del Quijote se ha transformado en todo un tratado para prevenir lo que se debe hacer para no convertirse en un enfermo imaginario, para aquellos que padecen el mal de Stendhal o padecen de hipocondría:
“[…]la literatura les permite olvidar por un tiempo la ferretería de los dolores (en acertadísima expresión de Macedonio Fernández), abstraerse de los tratamientos, postergar la mano tendida a la muerte”.
Notable es aquel relato llamado “Tulpas”, en donde se habla de los lugares que han quedado, existiendo, tras una lectura en el corazón lector:
“[…] el poeta chino Li Po, ebrio en una barca, intentando abrazar la luna en el lago; el momento en que san Bernardo, agobiado por las moscas, la excomulga y estas mueren en el acto […], algunos grandes errores literarios, el reloj de Hamlet, los leones de Kipling, la sobredosis de marihuana en “El perseguidor” de Cortázar”
En este “Tulpas” hay una especie de catálogo de alephs cotidianos que existen gracias a ese otro mundo de la lectura.
No importa el relato que escojas, porque siempre se aprende algo que queda. Procede su literatura de la reflexión, así dice en “Las montañas flotantes de Plutón”:
“El mundo que creemos visible es, en realidad, una suerte de origamis cuánticos, de capas de civilización plegadas con extrema minuciosidad, de geografías y existencias cinceladas primorosamente a golpe de códigos binarios”.
Razón no le falta. El mundo real está siendo sustituido por una copia pixelada y digital.
Prosigo. Olgoso es una fiesta, un placer escaso en estos tiempos de best sellers furibundos.
No solo es placer lector. En “La pocilga de la facilidad” también hay crítica a la literatura y a esa figura que tanto se da en los últimos años: el escritor advenedizo que no puede aguantar esa vena explosiva que le asalta cuando ve que su vida no ha significado nada y se pone a escribir las intensas experiencias sentidas mientras toma un café esa mañana:
“Si se les pregunta, todos dicen vivir para expresarse, para rescatar la poesía ahogada en el tintero […], todos saben que hay más brochas que pinceles […]. Sin embargo nadie desea el silencio, el anonimato, el desamparo inclemente”.
La literatura de Olgoso juega con los diccionarios, con las palabras, incluso se atreve con el diario personal y la correspondencia, sí, ese ejercicio estilístico que hace siglos desapareció. Convoca a grandes autores de la literatura. ¿Qué me dicen de ese encuentro con Bioy Casares, il miglior fabbro de Borges, en plena Granada y al cual apenas Olgoso se atreve a saludar, o el relato donde nos trae a Ribeyro, del que ya pocos lectores actuales se acuerdan de ellos?
A veces la excelencia está muy cerca, a tan solo unos kilómetros de casa, o a un estrechar de manos; yo los invito a sumergirse dentro de alguno de sus relatos, que encuentren el suyo y se metan dentro, ya verán qué bien se está ahí.
A veces no hay que salir de los laberintos. O que el camino de vuelta les sea largo>>.