Un placer compartir la extensa y generosa la reseña que la escritora argentina Lilian Haydée Cheruse ha realizado sobre Los demonios del lugar. Su mirada caleidoscópica, exhaustiva, alcanza prácticamente todos los rincones de un libro que es considerado una de las principales y más oscuras gemas talladas por Ángel Olgoso.
Acompañan a esta entrada las oníricas pinturas de Remedios Varo, cazadora de astros.
RESEÑA DE LOS DEMONIOS DEL LUGAR
(Lilian Haydée Cheruse)
El libro es un testimonio del pensamiento y de la estética de Angel Olgoso. Las historias se suceden entre sombras y luces que iluminan o esconden los demonios de nuestro interior. Ellos irrumpen con la fealdad o el horror que el hombre es capaz de engendrar. En ocasiones, esas luces blancas nos tienden paraísos, sinfonías del espacio, relatos conmovedores para que nos acerquemos a ese esplendor lejano, que también puede estar en nosotros. Las luces oscuras nos tienden trampas, porque detrás del espanto y de esa repulsión está la provocación emocional para fortalecer un testimonio o promover una reflexión sobre la brutal irracionalidad del hombre. Algunas, muy fuertes, dan cuenta de la inocencia violada como los textos Espanto y Las espuelas y la carne o del despedazamiento de los cuerpos en la guerra, como expresa Introito para arpa de tendones humanos. Este compendio de orfebrería comparte lo mejor de su narrativa poética. Puede decirse que, en sus libros, conviven el resultado de la formación en la lectura y el conocimiento tanto como la asimilación de los grandes escritores, pero realmente transformados en una obra de identidad legítima, original y creativa. Kafka, Borges, Cortázar y la lista puede seguir, sin embargo, es Ángel Olgoso personalísimo en concepto y estética.
La luz es una marca, un símbolo con la que juega el autor en este libro y lo hace magníficamente con una estilística movilizadora: la luz transmite, quema, es un reflejo que rota, que corre, que se filtra, que se descompone en colores y que nombra con metáforas, comparaciones, imágenes originales, visuales, creativas. Lucernario es un emblema de esta luz y su movimiento.
El sonido también puede descomponerse en vibraciones y sonar de mil maneras gracias a sus recursos estéticos, como es el caso de La campanilla. Las imágenes visuales pueden describir palmo a palmo los colores, los aromas de una pradera o un bosque y transformarlo en una visión que nos coloca dentro del escenario mismo (El coracero en el bosque), también puede volver pintura un concepto abstracto y hacérnoslo vivir como un maravilloso paisaje de otro mundo (Los palafitos) o hacerlo con conceptos de geometría y anatomía volviéndolos imágenes impecables (Geometría). Puede describir la ternura de un niño, la mirada de un perro, transformar la belleza de una mujer asiática en una deformación corporal que genere rechazo, dibujar una pirámide transparente con volumen y destellos y provocarnos escalofríos.
El tiempo puede ser circular, paralelo y transversal. Puede resolverlo con sus párrafos que van y vuelven como en El octavo día de la semana o invertirlos por el sueño como es el caso de Arponeando sueños. Lo onírico goza de propias leyes tanto como la realidad de Gárgolas o el personaje del cuadro en El borde de la luz.
El amor filial está expuesto con la mayor ternura (Vínculos), mientras que el amor entre un hombre y una mujer es tratado con mayor complejidad. En Los simunes del deseo el encuentro amoroso se convierte en un instante fugaz donde uno decide quedarse o irse, pero aquí finalmente se rehúsa por miedo o timidez…
Kafka está presente en uno de sus relatos: La primera muerte de Kafka, y en este decir hay un homenaje al gran escritor que también lo ha marcado con su obra.
La muerte y la putrefacción del cuerpo como ese despertar en otro estado del que nada sabemos, forman parte de su temática, menciono como ejemplos El día primero de la tumba o El panal.
Cada título puede ser símbolo, señalador, metalenguaje, micrón del relato que vendrá y que el escritor ha conformado hábilmente con palabras en aparente desencuentro como si provocara una ruptura semántica o tal vez una extrañeza en el significado. Esos títulos, mientras avanzamos en la lectura, esclarecerán el contenido de los relatos. El dominio del idioma le permite moverse con soltura y recrear todos los temas aunque el horror, la muerte, el tormento, la sangre, la guerra, las atrocidades puedan estar presentes. Los temas conforman la cosmovisión de Olgoso con su propia medida del universo.
Les dejo a continuación las impresiones particulares de algunos relatos de Los demonios del lugar:
Relámpagos: Tan mágico, tan profundo, que en cada relectura el deslumbramiento regresa. El título no es índice ni símbolo del tema, es una metáfora de su estilo narrativo, de lo que vamos a sentir con ese relato tan eléctrico que incluye múltiples historias. Texto que despierta disímiles sentimientos. El título es una señal acústica y visual de ese pasar de una escena a otra, todas concatenadas como un suspiro, un refucilo, un estremecimiento medular, como un relámpago que deja sin aliento. La escena de los pechos maternos que se transforman en los sensuales y maduros de la amante metamorfosea la ternura impoluta e irrumpe con un velado erotismo. Emociona la profunda sensibilidad del autor para sentir o percibir ese ser mujer. Recrea lo femenino con las palabras más bellas y esto lo enaltece como hombre y como el escritor.
Lamedores de cielo: Relato que transmite con vivacidad esa conexión entre perro y hombre gestada con miradas. A medida que la palabra recorre "pelaje, hocico y testuz" del perro vagabundo, las imágenes acortan la distancias entre los dos y ese clima de comunicación telepática nos envuelve como una onda expansiva que no pierde la condición de "palabras mudas", de una presencia velada y etérea. El narrador ve al animal en una esquina del café y la descripción de ese encuentro es tan diáfana, tan real, tan visible que la vuelve inolvidable. La atmósfera de ese otro humano que mora dentro del animal es una metáfora viva de cualquier hombre despojado del abrigo o de los afectos. Lo invisible se hace visible en esa percepción narrada con verosimilitud y emotividad. Soledad, abandono, ausencia, dolor crepitan hasta que la revelación nos acongoja y entonces aullamos como vagabundos detrás de las lágrimas del protagonista. Una estética acabada para un relato precioso que cumple con su objetivo de unir lo invisible-visible por el eje de los sentimientos.
Las manos de Akiburo: Narrada al modo de una preciosa leyenda oriental, delicada y minuciosa. La conmovedora historia de un par de manos de orfebre que paga el precio mayor por su excelencia como herrero al construir "una hoja (de sable) capaz de cortar limpiamente en dos un casco de acero, una obra maestra insuperable". El autor acuña frases poéticas que alivian la tensión y dureza del relato, como las referidas a Kume, la hija del protagonista, "tan hermosa como el ruiponce que florece en otoño". El proceso de factura del sable, el tratamiento dado al metal es la propia pieza de orfebrería de Ángel a través de la palabra que corta, pule y manipula la briosa hoja. El final es mágico y se corresponde con el espíritu de la historia: las manos vengan a las manos.
El coracero en el bosque: Dagobert es un mensajero del ejército, un coracero, un hombre ante un crucial desafío: cumplir con la misión militar a cualquier precio. Perder o ganar la guerra, elegir la muerte y el deber o la traición y la vida. La destreza y su bravura se afianzan mientras corre por los territorios donde aún flamean "chispas de batallas". Sortea los accidentes geográficos, recorre agrestes escenarios naturales y, mientras es descripta la vestimenta de la caballería, las debilidades de su superior y notas de batalla, se acerca al lugar donde será probado en su dimensión humana. Dice el texto: " alargó la vista" de extremo a extremo y una imagen como una pesadilla le anunció "la pesada nube del bosque", un presagio de espesura y densidad, de intrincado verdor y peligro, de fronda tupida por robles, pinos, hayas y cuanta especie botánica que conforma ese murallón impenetrable. Las especies vegetales son enumeradas con adjetivación fresca y colorida como si el narrador hubiera tenido una visión onírica de ese interior vegetal tan intenso, tan pleno de aromas, de sensaciones, de sonidos. En este relato maravilloso, Olgoso ha vivenciado ese fantástico interior de un bosque fascinante y amenazador, ha creado un mundo mágico, real y peligroso, encantado y nuboso. Las descripciones son una sinfonía de luz difusa, "con gajos de claridad". Imágenes líricas y originales describen este interior de líneas de árboles cuya atmósfera huele a "agujas de pino", a presencia de musgos, zarzales, alisos, olmos. Adjetivación que enaltece la vida en verde, que bautiza sonidos: "goteo de los helechos", "rumores apagados", "susurros", golpeteo de los frutos silvestres, rocío en descenso. Todos los sentidos al servicio de una pintura que murmura, que late. Ante esta conciencia, el coracero se detiene, se debate en sentimientos contradictorios de fuerza y debilidad. Una elección de conciencia que deberá definir...
Las tormentas: La ternura domina como una canción de cuna. La estampa con luces y relámpagos inquietan al niño, lo vuelven vulnerable y las frases desnudan sus miedos en el "incendio de la mirada" y "la ardilla asustada de su corazón". Pero el niño corre a los brazos protectores de su madre y hasta el lobo que se agranda sobre las sábanas se desvanece. Es un cuento, una pintura con las imágenes necesarias para recrear el escenario finamente ambientado con una lámpara dorada e iluminado de tormenta con relámpagos maternales. Se asemeja a aquellos finales tiernos de Los caballos pensantes de Elberfeld, pero en Las tormentas este sentimiento recorre toda la estructura del relato. ¡Preciosísimo!
Los Palafitos: Arrobo literario, "compendio" de recursos olgosianos donde se articula una amplia gama de técnicas y herramientas estéticas aunque no compita con ningún otro relato por esa factura original que lo diferencia de los demás. Es una narración pulida, sin fisuras, única, inolvidable. Una estructura respetuosa de los pasos de la mejor historia. Un caminar por tierra de sueños, de creación escénica con un final sorprendente pero comprensible. Una excursión botánica en un paraíso "vivo" para nuestra retina. Un entrecruce de tiempos y de misterio.
La gran laguna, centro espacial donde se desarrolla la acción, es un espejo azul, un “mar de vidrio” con rumores en sus entrañas. A veces, el lago se transforma en un remanso iluminado, otras, en quietud centelleante o chapoteo contra los pilotes cubiertos de madréporas. Los palafitos giran como diáfano espejismo brindando una intemporal escena circundando el cuenco lacustre.
La inclusión de un diálogo como eje temático conecta todo el cimiento esquemático y descorre el velo de lo inasible desde esa magistral comparación que introduce al hombre de la travesía en la región incierta. Es un sólo paso el que deberá dar para entrar en ese mundo diferente. Expresa el escritor sobre ese cruce de líneas: “separó las grandes ramas de un sauce como si se asomara a través del telón de un teatro”.
La comunicación entre el hombre de la expedición primaveral y el antiguo pescador derrapa en el modo de percibir la realidad porque cada uno responde a dimensiones diferentes. Ellos se aceptan por la lectura de sus gestos y miradas y no por las palabras. Preguntas, respuestas y aseveraciones entre ambos no pueden conciliarse. Hasta que, el hombre urbano que ha llegado al reino encantado, no puede sostener más su verdad porque el habitante de los palafitos lo acerca a la suya que es presente. Un tramo antes del final, se impone la oscuridad como una noche sin horas y el fenómeno descubre otro tramado, la turbulencia de aquello que no sabemos cómo definir, que no conocemos, que nos alerta, que nos despierta con otras consignas. Hay miedo y negación en esa entrada a lo ignoto, al ruido abismal y estremecedor de la tierra, al zumbar del agua, al fluir de las fuerzas primitivas de la naturaleza y de la conciencia. Luego deviene otra quietud, otro despertar, el de la deconstrucción del mundo como concepto totalizador, como un símbolo metafísico de nuestro limitado raciocinio, de las escasas herramientas científicas y filosóficas conque el hombre armó la estructura mental del universo, nuestra continuidad geológica y genealógica. Sólo interrogantes sobre nuestro planeta y aquellas aristas que lo componen.
No es un ensayo, es una taracea de palabras sobre un plano literario, palabras de onda lumínica, de ocaso, de oleaje de oro, de mañana plena y noche cerrada, de temblores nocturnos, de desconcierto y certeza, de retablos multicolores y cascada de emociones, de imágenes sensoriales, de extrañeza, suspenso y revelaciones. Escena lacustre inmaterial, fuera del mundo, “mirlo blanco”, “Valle de las Rosas”, de “tallos de carrizo”, “campanillas azules”, “pan del diablo”, “jacintos” y “lentejas de agua”, de plantas extrañas o extinguidas, postal de aromas y sabores, de sonidos y de aldea ignota.
Los Palafitos: una trama artesanal con cinco años de minucioso esmerilado. Esa dedicación tan especial lo ha convertido en un relato emblemático dentro de su obra. Una ficción que sorprende por sus postales fantástica, por su realismo descriptivo, por la ensoñación que se expande en reflejos, aromas, sonidos y movimiento. Una visión cuya credibilidad fue abonada con imaginación y aporte de conocimientos, espacios dispares como quien ilustra desde una enciclopedia y da sustento a la vestimenta, las costumbres, los objetos, materiales, flora o fauna de una era prehistórica, connotaciones que apoyan el tejido de esa aventura imperdible.
Huéspedes: Un pasillo oscuro, un trayecto de pocos metros desde el ascensor a la puerta del departamento y una extraña historia que se inicia con una leve hemorragia nasal del protagonista y, entonces, la atmósfera se vuelve inquietante, nocturna, silenciosa porque nadie deberá saberlo. La prosa envuelve los instantes con descripciones emotivas. Ulmer se apura a borrar las huellas de su sangrado con fruición, con movimientos acentuados porque intuye ojos detrás de las puertas. El relato agota la tensión creciente y la escena, escrita con gran dominio, se aquieta para que en el escenario se vuelva a respirar con ritmo.
Introito para arpa de tendones humanos: Ángel Olgoso tanto sorprende con sus ensoñaciones como con sus crudos relatos de una realidad tan horrenda como la imaginación más refinada.
Su genio es inalcanzable: no se repite, siempre hay una extrañeza, una sorpresa, un cambio de originalidad formal o temática. Se puede volar con su maestría. Sus palabras crean climas, atmósferas, escenas cinematográficas. Introito es un relato cruento, captación realista de cualquier escena bélica, batalla o "introito" para la muerte. Un relato que encuentra cómo desatar estupor, dar vida al escenario de dolores extremos, de sangre y de "tendones" rotos. Golpea esa masacre, esa verdad imaginada pero irrefutable de cuerpos despedazados por la metralla, de miembros mutilados, de vísceras y ojos fuera de sus huecos. Es la batalla: insectos, hambruna, ratas... Tanto es el pánico que ese terror somete al propio miedo y lo invalida. Es el soldado que quiere escapar de su sentencia y entonces la oscuridad, aunque muy negra, se vuelve una sombra que lo protege del enemigo que cuando se acerca, remata. Es el relato de un soldado que ha quedado boca abajo, que se sostiene un ojo que saltó de la órbita. La descripción es un movimiento continuo que recorre el texto, un cuadro de trinchera, de ataque impiadoso, de hombres saltando por el aire. El tiempo circula mientras recuerda los camaradas que estallan en medio de sus náuseas, de sus ansias de estar en un hospital. El agónico pensamiento del protagonista recorre la narración. Las palabras son imágenes, comparaciones y metáforas concatenadas en breves oraciones. La suma de estos eslabones nos van restando aliento y esperanza para el moribundo. Este texto tan duro es un grito por la paz, nada tan bestial como la guerra: ¿qué podrá salvarse mientras existan despojos, amasijo de cuerpos y vísceras por causa de los monstruosos demonios de los poderosos?
El espanto: Impresiona este relato con su brevedad absoluta, sin enumeraciones extensas, sin imágenes fuertes y sólo con indicios. Con pocas palabras el autor ha plasmado esa realidad tan perturbadora. Un decir con pausas y oraciones, descubriendo la verdad desde el silencio, desde la mudez de la estampa que se gesta como movimiento relámpago. La contraposición de la imagen de la niña con la del hombre simboliza la oposición del bien y del mal, en esta situación dramática simboliza la presencia de una criatura indefensa que va de la mano de un depravado. Basta la mención de la edad de la pequeña, y decir luego " tironeando de su bracito", "parece asustada" y "huevos de oscuridad que están siendo incubados bajo los farallones" para que el narrador sentado en un bar intuya lo que se avecina: la vejación. Terrible mensaje: el protagonista sólo mira "como quien pesca con chispa y mosca ahogada". Deduce, pero no se mueve de esa mesa del bar. Es sólo un testigo de la perversión que podría evitar si interviniera. Él también es parte de esa sociedad que con su mutismo y su conducta individualista posibilitan las peores acciones.
Flores atroces: El título es un indicio de su contenido. Las flores y la belleza se corresponden, pero aquí podrían ser atroces si la duda se afirma como una planta carnívora. La mujer del relato es una flor, una joya birmana. Ngapali es una presencia que destila todo el misterio asiático, que deslumbra con los exquisitos adornos con que la narración la ornamenta. Los párrafos dan cuenta del encuentro entre dos hermanos. Está quien relata y se cualifica como fantasioso y el otro, el aventurero comerciante que viene desde un remoto lugar acompañado por su mujer tan sensual como el vestido de seda que la ciñe. Los párrafos se alternan con recuerdos de la bahía de Bengala y la rica mercancía de lejana tierra, con la observación del hermano local que, aunque seducido por esa hermosa criatura, no deja de observar los extraños movimientos de los brazos de esa mujer irresistible que se agiganta a medida que la descripción la enjoya con comparaciones y metáforas por fuera o dentro de las enumeraciones. Las figuras literarias la envuelven " en salvaje e ilícita ternura", en "perfume narcótico". Una fascinante imagen pagana, fragante, de "facciones cobrizas", con "destellos que las porciones descubiertas de su piel lanzaban". Una orografía resplandeciente de "luciérnagas, campanillas, velas". El pensamiento prosigue, conjetura, se pregunta. Ella es extraña. El anodino personaje desconfía de tanta perfección y nos contagia con su terribles sospechas de lo que intuye y se insinúa como un bulto en la espalda bajo su amplia chaqueta. Cuando la trama llega a este punto sus riquísimas enumeraciones dejan de embellecer a la mujer birmana y se convierten en repulsivas imágenes de un supuesto tercer brazo, protuberancia deforme, anómalo muñón "semejante a una lamprea cartilaginosa y baboseadora". El final nos dejará una incógnita. ¿Ruptura de la belleza o en sus parámetros puede anidar lo diferente? ¿Es acaso la extrañeza parte de la belleza, o la deformación la diluye?
El tendedero: La imaginación no tiene límites. Un tendedero de patio con su engranaje que chirria y molesta al vecino del departamento superior. Entonces, todo el mecanismo se vuelve un instrumento de torturas y la destreza moviliza, vuelve dinámica las vueltas del engranaje, de la palanca, de la tela que se extiende y se recoge. ¿Qué sucede bajo ese toldo? Hay algo extraño y hostil. La familia que la habita es desconocida, ruidosa y blasfema. Las lagartijas rondan, son parte de ese ritual que parece de muerte. Algunas veces, la irritabilidad y las tensiones transforman los objetos y ellos se vuelven hostiles y macabros. Ángel Olgoso tiene sol, magia y talento: es siempre capaz de transformar lo malo que le ha tocado vivir en belleza y arte.
Sueño nº 333: es una metáfora, un símbolo, un mensaje cósmico montado dentro de un círculo concéntrico que reproduce la hilera de verdugos alrededor del patíbulo; una línea cerrada inscripta dentro de un montaje onírico, dentro de un tiempo histórico que se conecta con la dimensión del presente. Es un camino a la espiritualidad a través de las pruebas tan extremas como el clima de esas tierras de naturaleza indomable. El título no es casual, es un símbolo numérico. El 333 representa al hombre que se conecta con un maestro de la escala superior, que devendrá en misión beatifica para quien fuera salvado. La numerología identifica al 333 como la mitad del 666, la bestia demoníaca del Apocalipsis. La maldad encarnada en el hombre y en el demonio se expresa con el horror crujiente del sadismo, la guerra, la conquista, el poder y el refinamiento de la tortura más atroz que no impide recrear la pintura de un paisaje de ensueño, de la extrañeza del lugar.
Islandia: una geografía volcánica con opuestos de frío y tierra humeante de lava, de géiseres, volcanes y glaciares, viento helado en el rostro y tierra ardiendo en la planta de los pies. El recorrido de los condenados es un camino duro por el clima, el escenario y por la muerte que los acecha. El largo sendero hacia el patíbulo abunda en toponimias dando mayor veracidad a la historia. La geografía de natural belleza es una escenografía de "cobre del verano" y " llano verde", de flores silvestres, imágenes cruentas y geografía de " hielo y fuego". La trama es puro contraste entre las imágenes de sufrimiento aterrador y la pureza estética que se intensifica sobre el final cuando la muerte es inminencia y la víctima mira "el sol dirigiéndose hacia la franja azul del océano", como buscando el escape al paraíso, al infinito de la esperanza, al llamamiento protector invisible. Es ahí que la estampa colorida se vuelve sonido con la aparición de un "zumbido" ignoto que aumenta su intensidad hasta que, forma una brecha y detiene por fracción de segundos la muerte aterradora. Ese sonar se ha vuelto un punto en el tiempo que troca en una pesadilla la realidad del relato sólo con el timbre del despertador. Un zumbido ha cambiado la dimensión del espacio-tiempo para que el condenado viva.
Estorninos en la higuera: Este relato revive momentos mágicos, preserva la gracia de esa niñez con todos los condimentos de la inocencia y también de la ferocidad impúdica. Recordaremos la nuestra. Una tormenta propicia el clima de los cuentos de "escalofrío". El protagonista, cada vez que hace un movimiento con su cigarrillo, nos enlaza a la aventura siguiente, pero siempre manteniendo el suspenso y acrecentando la cualificación del pánico. La entrada de cada historia nos mantiene expectantes hasta la próxima con esa frase de comienzo de párrafo que alerta: “lo mejor viene después” y así, hasta la última anécdota. Despierta sonrisas y hasta el filo de la carcajada. Es un recuerdo pulido, expresivo, emocional, que mantiene todo el sabor de aquel tiempo perdido. Es un homenaje a la inocencia aventurera de los años infantiles y lo que conlleva: la adrenalina, la confrontación con el susto, el riesgo o la broma pesada. En ese ir y venir la realidad y fantasía se entremezclan. La trama inspira el verdor de la picardía. Los vocablos describen al pueblo rural, la vida cotidiana de entonces, los compañeros, el camino de tierra con sus olores del trabajo. El autor seduce con ese personaje que relata las anécdotas de una pandilla de chicos, el mundo de sus juegos donde el miedo de lo real se codea con lo fantástico.
La campanilla: Este relato, junto con Ratibor, son para sentir más que para explicar. Lo conceptual se adelgaza para dar lugar al refinamiento del idioma. El primero arma el texto sólo con sonidos y vibraciones. Es como un juego de voces timbreantes que el autor dispara sobre nuestros oídos con magnitud léxica, con vocablos que "pregonan el eco" ensordecedor que no se apaga. Es como un juego de voces vibratorias que sacuden el espacio con esa campanilla repicando inquebrantable en ámbitos diferentes, en objetos distantes, discordantes o de distinta naturaleza con lo que se aumenta la sensación de disonancia. La enumeración recorre toda la extensión del relato valiéndose de sintagmas con sustantivos, adjetivos o verbos, con comparaciones e imágenes auditivas. El texto es una cascada sensorial provocada por esa campanilla que el fantasma del muerto no deja de agitar y que concluye con "todo lo que es sonido es silenciado". La campanilla es un pentagrama estético y colorido, una magnífica pintura, un exquisito ejercicio acústico de música de letras.
Ratibor: También un juego estético que se inscribe en la extrañeza y el misterio. Una mansión, una "aristocrática residencia" con "bullicio de invitados" que al día siguiente se transforma en pura "desolación". El texto deviene en una enumeración fundamentalmente visual con un soporte olfativo: "hedor de decadencia". Las frases se suceden con opuestos sensitivos entre el día anterior y la sorpresa del hoy. Ayer "refinamiento", "alabastro", "embriagadora viveza", "belleza" "prosperidad". Hoy: "amputación", "horror", "mezquino desvalimiento". Las imágenes definen la visión como un velo traslúcido y helado. Imágenes visuales acrecientan esta mirada extraña: "resaca de mar invisible". En la mansión hay un parque, un laberinto, un templete, un dios pagano como una mítica y silenciosa presencia. El final abre la posibilidad de un cambio como si fuera un paso de estación porque el hielo puede derretirse. Ambos textos son de extrema belleza.
Los zopilotes: La huida de la propia conciencia, de la culpa de un asesino. Conduce el vehículo en la ruta escénica en el ardiente verano. Estampa mexicana, rasgos costumbristas en el uso de algunos vocablos. La atmósfera calcina y los zopilotes rondan hasta que la presa se entrega. Belleza en el estilo y el decorado conduce al protagonista hacia la muerte como si fuera una escena cinematográfica.
Naglfar: El autor ha realizado un minucioso trabajo de investigación sobre anatomía. La obsesión y la patología del protagonista se hace evidente con esa minuciosa enumeración de envases y la pormenorizada descripción de los despojos humanos.
Mujeres desnudas bajo impermeables mojados: Un juego de vida y muerte, un mensaje de amor que trasciende por la extrañeza, el misterio o el sueño, porque Irina regresa a la cita de los miércoles tal vez como una despedida o como una presencia fantasmal cuando el amante la invoque. El texto es un monologo del narrador. Con exquisita estética expresa la angustia por esa ausencia inexplicable y hace una recreación de esos encuentros clandestinos: "la dulzura de lo ilícito", el "insidioso adocenamiento de mi vida cotidiana". Las imágenes sensoriales del abrazo amoroso son deslumbrante poesía que se insinúa como una erótica visión: " abriéndose como nenúfares en un lago de piel". Después, las palabras son claves que aumentan su poder significativo al ritmo que avanza el texto hacia el final. Los sintagmas abonan la presunción de la transformación física de la mujer, como si fuéramos testigos a la par que el protagonista de esa cadavérica mutación a través de nuestros ojos, oídos y tacto.
Ignición: Un relato que requiere del plano estético, y de solvencia en la elaboración de atmósferas, para la transformación de ese hombre dentro del ascensor a fin de que la historia se corporice y el clima sea eje del concepto de tiempo. El viaje de planta baja al piso veinte como todos los viernes, esta vez será diferente, será el comienzo de una especie de combustión porque el protagonista mutará su existencia. El lector inmerso en la descripción, en las sensaciones y reflexiones, experimentará el encierro en esa caja mecánica. La vida es una caja de sorpresas, de desconcierto, un tránsito hacia lo desconocido, a la muerte o a un estado irreversible. A medida que avanza, la extrañeza el misterioso se agranda. El ascensor bien puede ser una tumba, el paso a lo inmaterial, a la muerte como el cruce a otra instancia de inmovilidad eterna. Las imágenes describen lo abstracto: la incomodidad ante un extraño ascensorista, "pasajero indeseado", después vendrá el asombro y el "cansancio" por esas "horas quietas" dentro de la máquina mecánica que bien puede ser el interior de un cuerpo humano. Las imágenes sensoriales dan cuenta del desconcierto, el olor a descomposición y el miedo. La tensión se afloja sobre el final por la misericordia, pero no hay retorno. Puede que sea también el camino a la cremación pero el tiempo es más que fuerte e invade todo el texto!!
Cleveland: Su título de musicales letras es un juego tintineante, una aproximación del contenido donde un grupo de muchachos juega a los bolos. Ángel centra su relato en la trayectoria de esas bolas como proyectiles direccionados para dar por tierra con los bolos, de acertar contra el blanco. Consigue transmitir la velocidad de cada tiro, el arrojo y la trayectoria, una abstracción que vuelve concretas resonancias con tus palabras. Esta brevedad del juego se corresponde con la suma brevedad del relato como si la narración en si misma fuera un saque de bowling. Los jóvenes fuman esperando el turno sin saber cuál será el resultado, cuál será el saque del destino aunque haya un previo cálculo, al igual que nos ocurre a todos los que jugamos a vivir. Las imágenes visuales y plásticas son reveladoras de ese instante donde la bola hecha a volar o rodar por la pista, la bola es solo un "jugo a exprimir" hasta que la extrañeza conceptual irrumpe con la naturalidad de cada voluta de humo. Es un cráneo descripto como una "pulida" bocha, un símbolo "dolorosamente más ligero" que será arrojada por el protagonista. Es la muerte acechando con natural belleza y como un posible desenlace.
Vínculos: He leído con mucho placer y atención este relato donde la ternura filial y el color vivencial se hacen sentir en toda su extensión. Ambientado en Asia, en los suburbios de Agra y en el corredor que lo enlaza con otros puntos de la región, desplaza nuestra atención por los caminos de la India. La palabra enlaza desde el título la historia de fraternidad. El devenir de Naresh Babu protegiendo a su hijo Rahid de la extraña condición que atrae los rayos sobre su cuerpo. Deambulamos con ellos por ese escenario costumbrista descripto al detalle donde objetos, utensilios, hábitos, alimentos, animales, la picardía, el tono narrativo oriental y el lenguaje nos sumergen en la cotidiana sobrevivencia de un humilde hindú y su pequeño niño. La ternura es el factor dominante y se vale solo del diminutivo "cuerpecito", la palabra "miniatura" o en la frase "mohín de inocencia" así como el color derrapa por las única menciones de "arenisca roja", vagones color "arena y bermellón". Estamos ante una breve película donde la ciudad bulle en su propia condición y los cuidados de Naresh aumentan a medida que el niño crece a la par que el vínculo se fortifica. Pasan toda una vida juntos y se han mimetizado tanto, se han querido de tal manera que la capa ignífuga de Rahid ya no lo protegerá de la ausencia de su padre. Es un relato entrañable, otra joya. Conmueve cuando Ángel impregna con ternura sus textos.
El día primero de la tumba: La palabra como escenificación del tránsito a la muerte, instante posterior al sueño de la vida o del sueño a la muerte. La prosa se adapta a los movimientos de la trama: un enigmático juego de inconsciencia-consciencia que se dibuja en el parpadeo de esos ojos que abren y cierran ventanas de dimensiones espaciales diferentes. Extraño ¿o posible? este discurrir de la vida-sueño-muerte. Un planteo ficcional y conceptual: una muerte despierta pero impotente, un estado de ser y no poder. Un punto único en dos visiones. La descripción de esa habitación donde el protagonista ha reposado su último día terrenal es una escena de ojos cerrados, después parpadea y se verá dentro del féretro. Sus ojos abiertos dan paso a una escena a cielo claro y, luego, otra vez bajará los párpados para que la sombra esconda lo que intuye, hasta que un postrer movimiento visual troque en oscuridad el día terrenal. En ese postrer momento, Ángel incorporará otro toque de imágenes visuales, táctiles, gustativas y de sensibilidad corpórea que darán cuenta de la rigidez post mortem. Cierra y abre los párpados hasta que por fin descubre la noche eterna: "... cipreses mecidos apenas por el viento resplandecían a la luz de la luna", "alacranes" recorriendo su cuerpo. Es la medianoche y se acrecienta el horror. El final anunciado se convierte en una estocada sorprendente porque ahora son ojos desorbitados lo que reciben la última palada de tierra. Este relato posee un movimiento ondulatorio semejante al que el autor le imprimió a Cartografía, aunque el segundo se refiere a la vida porque es un caleidoscopio del amor, el primero sobre la muerte. Creo que además de ser un tema ficcional, es una curiosidad que no abandona a nuestro escritor.
Máscaras: Un juego de máscaras humanas, un divertimento conceptual y estético de las diferentes caras de lo real. El carnaval de Venecia posibilita una narrativa lúdica visual con máscaras perdiéndose dentro de una fuente, con texturas magníficas de esa emblemática fiesta de "pedrería, terciopelo, encaje, ajedrezado" hasta llegar a la típica bauta Veneciana, símbolo del último disfraz, el que cubre de pies a cabeza y distorsiona la imagen del protagonista. Cae una máscara, como cae una mentira, una ficción, una actuación y luego otra y otra encarnando la humanidad en su identidad igualatoria, hasta llegar a la última que es piel y rostro y no se puede quitar. La dinámica se traduce en un movimiento permanente y sucesivo: quitar máscaras y buscar hasta la asfixia sin encontrar el verdadero rostro. Bellísimo retablo veneciano con un significante y significado que se completan en una creativa ficción.
La primera muerte de Kafka: Aquí se puede profundizar más en las temáticas de Ángel Olgoso para encontrar similitudes con su maestro Kafka. El relato obliga a repasar la lectura Kafkiana y compararla con la suya. La infancia y la gran imaginación de Ángel gravitaron en su estructura de escritor. Somos el resultado de lo que fuimos, Kafka también. La prosa de Kafka es una prosa desnuda de ornamentos, sin color, la de Ángel todo lo contrario aunque no le sobra ni le falta ninguna palabra. La de Kafka es una búsqueda existencial y marca un implacable destino; la de Ángel es cosmogónica, abarca otros ítems, y gravita sobre el tiempo y la muerte. La de Kafka se recuesta sobre el arbitrario y tirano concepto de la ley, un tema que a Ángel le tocó en lo personal y al que le dedicó varios relatos. Encuentro coincidencias en algunas características de ambos autores: "angustia del mundo... sufrimiento y denuncia de las redes invisibles del poder", (visibles en el caso de Ángel), mientras que en Kafka hay "situaciones bizarras, trágicas, absurdas en las que no pueden dilucidarse cuales son los engranajes que parecen infinitos y que mantienen al sistema funcionando a nuestro pesar" (Ángel sabe de dónde vienen, pero igual es una rueda infinita, absurda, trágica, corrupta, poderosa y mortal). Ambos han vivenciado al otro como una tortura y las mismas son descriptas con terror. Ambos pueden meterse en la piel de otro ser no humano y padecerlo como tal, genialidad compartida.
La primera muerte de Kafka concreta la supuesta muerte en vida de Kafka, la instancia donde se desprende de lo que ha escrito como si fuera un producto irrescatable. Kafka encarna al protagonista de su diario personal, que lo hubo, pero aquí hay un narrador que entra en su piel y su mente, es Olgoso escritor y hombre internándose en el moribundo genial, interpretando a un doliente e incomprendido hombre al extremo de su enfermedad, un escritor pidiendo la desaparición de su obra como grito final. Me recuerda inevitablemente el relato de Olgoso sobre Chateaubriand, Últimas voluntades. Al comienzo de la lectura La primera muerte de Kafka reviví esa sensación a la par que leía el diario ficcional y cuando el narrador-kafka menciona a Chateaubriand, no me quedaron dudas del propósito de justicia por aquellos grandes que enriquecieron a Angel escritor tanto como a la humanidad y a quienes quiso homenajear.
Una velada: Una velada diferente en un ámbito misterioso. Se vivencia detrás de una puerta que se abre y cierra con cada ingresante. La abertura es el paso a la oscuridad, la sombra, lo desconocido o el castigo de la postración. Puede corresponder al aquí o ser la metáfora del más allá. Tal vez es nuestro hoy encadenado al poder, al yugo, la insatisfacción, víctimas de mandatos que no podemos discernir o cambiar. Una representación de la humanidad como un ganado encadenado al bebedero. Extrañeza, misterio que se cierne en la brevedad de una trama donde predomina un diálogo entre el recién llegado y el hombre viejo, una comunicación inexistente con respuestas insatisfechas que complicarán las certezas dejando un final abierto.
Idolatría: El diseño estético es un flash de imágenes visuales, olfativas y auditivas recorriendo el interior de la iglesia, mencionando rituales que le son propias. El hombre entra y sale por el portón de una iglesia cualquiera porque engloba al creyente cuya religiosidad se centra en el "temor" y cuya fe consiste en postrarse ante las "figuras policromadas". Camina a "la luz de las velas". Ese fluctuar de las llamas acentúa el clima mortuorio de escalones, losas sepulcrales y cuadros con una clara metáfora fotográfica: "levitas empapado en sombras", a la que se le suma innumerables imágenes adjetivadas que recrean con precisión la atmósfera de "aire fresco", "oscuridad", "ecos", "pasos", "crotorar de cigüeñas, "roces", "cera de abeja", "incienso", "rosas", "moho"... hasta llegar al pedestal de las esculturas cuya "carne de madera" y "mirada de mármol" confunden al personaje anónimo como si latieran y entonces huye del interior de la iglesia.
Las espuelas y la carne: Su título conforma una original y expresiva metáfora de ese cambio crucial de la niña virgen que se ha hecho mujer por su ingreso al matrimonio. Las espuelas están ligadas a la imagen simbólica de “doma” como dominio y sumisión forzada que el hombre ha ejercido sobre ella en su recorrido histórico. Ese paso donde la inocencia canjeaba el cuarto de juegos por el "cuarto de doma", delicada expresión con que se hace referencia a su ingreso al sexo donde el gozo femenino estaba vedado. Es esa casi niña que dejaba la casa de sus padres para unirse al esposo. La ternura, las figuras poéticas del estilo y el concepto de este relato así lo manifiestan. Sin embargo, según palabras de su autor, es una “versión doméstica de los cuentos de ogros” y esa ternura evidenciada en las figuras poéticas, ese lenguaje que emana miel representa el “bálsamo que ayudará a transitar la historia, a soportarla, a vivirla”. Es una carta confidente de la hija a su padre protector, para tranquilizarlo, para decirle que lo ama, que ese hombre mayor con quien convive también es paternal, también es "gigante" como lo era él, que la "arropa", la protege de los "miedos" y se vuelve "oso" de infancia aunque haya lágrimas en el cuarto nupcial. El texto pleno de imágenes introduce ese tono encantador de una hipotética carta de otra época con las palabras más dulces y enternecedoras. Basta transcribir parte del párrafo donde ella se refiere al "cuarto de doma" para interpretar la estética dominante: "...los surtidores de chispas nacidos de nuestra pasión...escapan titilantes... y ascienden a los astros, endulzando el aire". Tono y clima apropiados al sentimiento de la mujer de otro siglo, pero a la vez interpretando el juego de la imagen paterna en las elecciones de pareja. Es un relato para disfrutar de su lectura.
El borde de la luz: He disfrutado muchísimo con este relato, con este nombre lumínico, con esta línea fronteriza porque representa la conciencia pura, el costado de la certeza, el interrogante antropológico: ¿somos un límite de apariencias, de instantes? ¿respondemos a "realidades errantes" que "nacen y se deshacen'"? Real irrealidad la nuestra. Pensar es lo que nos diferencia. Todas estas cuestiones navegan en la única realidad constatable, el miedo, y se agigantan mientras ese hombre protagonista y narrador, pintado en el propio lienzo, se diluye como humano y entonces comienza a crecer la visión cosmogónica y metafísica. Este doble perfil se desgrana en bellísimas e incomparables imágenes sobre el paisaje y la percepción psicofísica del protagonista: ve sin ver, reconoce su espacio sin contexto corpóreo. En este texto se configuran lo mejor de la estética de Ángel y las particularidades de su cosmovisión. Es un emblemático olgosiano. Una perla blanca con figuras poéticas de alto rango recreando un paisaje paradisíaco, revelador de una realidad acotada a un espacio no mayor que un cuadro. El sol es una seña de las diferentes instancias de la trama. Aparece enjoyado como una extensa metáfora de luz. Primero "brilla con impudicia", después es "llameante atmósfera" dentro de una "representación" pictórica, luego, cuando esa figura consciente monologa sobre la existencia y el terror es un "óvalo", al final se vuelve "lodazal solar".
Los simunes del deseo: Son los vientos que arrasan y queman, una metáfora que descuartiza la perspectiva del deseo, la magia del ensueño, la mirada del enamoramiento. El calor y el ardor convertidos en polvo de muerte. Tal vez es el miedo al fuego, al terror del encuentro, al amor y a la entrega. Para no perder, el hombre de esta historia se aferra a la imagen del pánico, alucinación con forma de calavera, de la belleza desfigurada por la muerte. El narrador se dirige al otro, al protagonista herido que ha establecido el "vínculo", al hombre anónimo y lo interpela desde una creativa estética visual que se inicia en el punto donde la vista se enciende con la mirada de la mujer de su "vida" y que dejará pasar por miedo o por timidez. La clave se yergue en esa reflexión inicial: "la mirada... esa criatura viva y vulnerable", la que abre el interior y descubre sus secretos, las que el pudor no quiere mostrar... Y el vínculo se rompe con mucho dolor. Como siempre en los relatos de Ángel, se aprecia el gran dominio de la palabra y el título incendiario, motivadores de ese deseo oculto que estallará en mil pedazos.
Anfiteatro: El episodio se desarrolla en un espacio semejante al circo romano donde cristianos y gladiadores iban a la muerte. El anfiteatro del relato representa el sadismo, el goce perverso de la humanidad en sus diferentes etapas, y se proyecta al presente. Hay "alto parlantes" y el culpable morirá por medio de la lapidación. El infractor-víctima no ha respetado las leyes de alguno de los credos, los libros sagrados, la ley infalible, el conocimiento, el libre pensamiento. La luz invade el recinto. Actúa como un foco de filmación que recorre y se detiene en las distintas partes de la construcción sin repetirse en los calificativos de delicada factura. Esa luz como un poema invade "hornacinas" "escalinatas", "pasillos", "gradas"... Estamos ante un texto que centra la atención en el instante, el paso previo a la lapidación, en el reo que lleva los ojos vendados como la justicia misma. Un texto para reflexionar sobre la conducta perversa del ser humano, su arbitrario ejercicio del poder, de su crueldad: "abominación ancestral". Ángel hace converger todos los puntos de la historia y la miseria humana en la brevedad de un texto que embellece con el plano estético.
La piel en el rompiente: Un título y un anuncio patético que se robustece con el lenguaje del protagonista cuando se refiere a la "enfermedad atroz", al "dolor" de su descubrimiento, al sufrimiento que padece y a la "agonía" final. La estructura recrea esa atmósfera angustiante, no solo por la semántica sino por el uso del "no" al comienzo de cada oración, y que continúa con la fórmula adversativa analógica en todos ellos, repitiéndose hasta el desenlace del texto. Esa confirmación intensifica el sufrimiento de la primera persona narradora e impregna el texto con una atmósfera agobiante. Construido con párrafos poéticos, destaco dos episodios que alivian la tensión: un párrafo de gran belleza "...contemplar los abetos cubiertos por el manto dorado de millones de mariposas monarcas...". Y ese final dramático donde pide solo "caricias". El amor calma y da sosiego.
El octavo día de la semana: Representación del tiempo-espacio circular y tal vez paralelo, un entrecruzamiento del mismo logrado con maestría a través del diálogo íntimo y tierno del niño con su madre. Ella vuelve a la "vida" en diferentes momentos y esa revelación nos deja mudos al final. Esos "bucles"como Angel los denomina, son una puesta teatral del tiempo y sus posibilidades.
Lucernario: ¡Es tan brillante el escenario lunar de este relato! que no quiero opacarlo con mis palabras. Ángel ha logrado imprimirle un mágico movimiento de luces. Es un mensaje a cielo abierto. Una fantasía que bien podría ser una copia real del decorado espacial. Un regalo para los ojos. Una visión que trastorna y hasta libera al narrador de su conducta "fraudulenta". No al azar, el autor ha elegido como motivo propiciador del texto un extraordinario reloj con la "caja de cristal de roca y oro". Esa pieza única es una máquina simbólica del tiempo y del espacio, una maquinaria perfecta que comienza con el encargo de la reina María Antonieta y que finalizará su periplo a en pleno siglo XX. "Transferencias espaciales y temporales", "recorrido alucinatorio", "un descuido del delicado mecanismo de relojería estelar": las tres transcripciones son claves para entender el "mecanismo" del relato que no es ni más ni menos que una sinfonía de luces verdes, miel y púrpura en movimiento gravitacional. Reflejos lumínicos que se filtran por las rendijas del aire, cuerpos tangibles, imágenes de lunas, las esferas están con vida. Contemplamos ese alucinado espectáculo que podría cambiarnos la vida como lo ha hecho con el Sr. Neckelbaum. El relato es minucioso y la acción transcurre en la ciudad de Graz, Austria. Conoceremos las costumbres, nos llevará por sus calles y ámbitos privados: un burdel, un restaurant, el hotel ... El personaje se desnuda ante el lector, es un intermediario en la adquisición fraudulenta de antigüedades, es un exquisito en sus gustos, tanto como las piezas que compra en la "subasta clandestina". Las lunas dominan este imaginario y la maestría las corporiza con la estética más refinada. Al final, quedará un mensaje universal.
Gárgolas: Una imagen mitológica. Un monstruo de piedra como contracara en el espejo y un relato único, la pura mímica porque el hombre se estudia, se mira desde sus propios rasgos y desde los ojos de la gárgola que le devuelve el reflejo vidriado. El tratamiento de la luz es clave y se expande en imágenes disímiles, creativas, en metáforas originales y uno puede ver ese instante lumínico, perceptible como si fuera el ojo de una filmadora captando el "reflejo sombrío", esa "desvanecedora transición del crepúsculo a la noche". La imagen de ese hombre se va endureciendo, petrificando, cambiando la carga emocional de sus ojos, y las palabras transforman el descubrimiento en un cuadro digital con movimiento. Uno percibe ese desdoblamiento ("ventrílocuo con su muñeco"). ¿Es acaso una transformación momentánea, es su imagen interior, es él en otro mismo o es una realidad sutil y paralela? Puede que sea todo eso al mismo tiempo.
Almohada de hierba dulce: Escena completa de una cacería del zorro, donde el dominio es también juego estético. Las palabras pintan la escena de esa correría con una descripción de los agentes que la componen como si fuera un cuadro que salta de la inmovilidad a la vida: caballeros de polainas, levitas negras y rojas, corbatas, caballos alineados al galope, al trote... Es tan vivaz esa descripción que el lector está allí mimetizado con los perros entrenados, los caballos espoleados, o en las monturas de los caballeros ingleses. También se puede ser zorro en su alocada carrera mortal. Hay un monólogo del animal personificado que nos suma a los verbos que lo acosan: "corro", "vuelo", "me desgarro", "me lastimo", "el pánico me propulsa". Su carrera devora el "bosque de hayas", "hondanadas de artemisa", "pastizales" "colina de arándanos". Es un típico escenario de flora, fauna con imágenes visuales más una acción imparable. Al final, un mensaje quedará en el aire. Terminar con esa tortura remite a la carrera eterna de El descanso de Sísifo.
Maleza: El horror, una ley abyecta, un expediente. Un relato como testimonio de la brutalidad humana, de un régimen totalitario, decapitación masiva, delación de un padre contra sus hijos. La estética pone distancia y esa frialdad vuelve aún más patético el texto.
Autopsias prematuras: Una noticia periodística que, aunque absurda, puede presentarse en casos de arbitrariedad administrativa. "Un tal" marca la distancia entre la noticia y el padecimiento del Señor Bantang Pramuka, que ha sido decretado muerto en su ausencia del país y que, aunque realiza las denuncias pertinentes, no habrán de corregir el error para no "comprometer la reputación municipal". Un testimonio más de lo que puede suceder por la estupidez humana. Maleza y Autopsias son una crítica ácida al estado.
Estratos: Capas geológicas en una caverna de piedra donde se apilan los huesos humanos de los que fueron, una cueva que guarda los sobrevivientes, aquellos con "cautela inmemorial". Tres palabras: "dolor", "frío", "hambre" y todo un texto de imágenes sensoriales, descripciones para decodificar esa vida a oscuras, intrauterina, para soportar el frío glaciar y la extrema sordidez de lo inhóspito. Ese tiempo bestial que puede volver a repetirse en los tiempos de la apocalipsis cuando las sombras del espíritu humano hayan apagado el fuego, el corazón del hermoso planeta azul.
La aurora de Zürn: Aurora es sinónimo de amanecer, renacer de luz, sin embargo, en este paraje de palmeras -presumo que Oceanía-, se produce una metamorfosis involutiva y ese ente, esa criatura con conciencia de sus cambios corpóreos, siente repulsión por su transformación en ser humano. Es un amanecer oscuro. El protagonista narra en primera persona lo que le acontece. Los datos de ese monólogo insertan en la narración un paisaje de extrañeza. Se mencionan pájaros y palmeras oriundas de un continente insular lejano y con algo de misterio, datos de la ciencia que marcan la diferencia entre este ente y el hombre al que este ser adjetiva como "repulsivo" y "raza abominable". Ese es el mensaje. El ser humano es una composición de forma e instintos propios de una "extraña bestia" y sus actos lo incapacitan a futuro, su constante es la regresión moral. Aunque en este caso el texto sea una ficción, un juego de palabras, la realidad subyace. Es el último relato de Los demonios del lugar y el hombre el último eslabón, hasta el momento...
Concluyo que hay conexión entre sus relatos, un hilo conductor dentro del libro. El primero de ellos, Viaje brinda el escenario general donde habrán de desarrollarse los diferentes temas. Un anticipo de lo que veremos en las páginas siguientes, las que se encadenan desde el tiempo, el espacio y la miseria humana. Viaje representa el tren de la vida, ese subir al andén y atravesar las estaciones hasta que no haya más fuerzas para sostener “la maleta” en la última estación. El segundo, Extremidades, avizora la grotesca imagen del ser humano, temática que volverá a aparecer y, en tercer lugar, Relámpagos, un flasheo de los grandes temas de la humanidad (bueno y malo). En ellos anida el vértice conceptual de lo que se leerá después. Finaliza el libro con La aurora de Zürn, un mensaje desolador que deja al descubierto lo abyecto del ser humano, su decadencia, su involución. El libro condensa la visión personal de este máximo esteta del idioma castellano. Son cuarenta y nueve relatos sobre los demonios de nuestra sombra. Cuarenta y nueve textos de preciosas páginas, joyas de la palabra, marcas preciosas de la literatura.
Lilian Haydée Cheruse: oriunda de la ciudad de Baradero y radicada en la ciudad de Rosario, Argentina; Profesora en Letras con un Posgrado Internacional en Cultura y Comunicación. Formó parte de la Comisión Directiva de la Asociación Amigos de la Biblioteca Argentina en Rosario (2007-2012). Integró el personal de planta del Concejo Municipal de Rosario culminando su carrera administrativa en dicha institución como Directora General de la Comisión de Cultura y Educación (2016-2018). En años anteriores organizó actividades culturales e integró grupos ligados a la cultura, algunos desde su coordinación. Obtuvo en el año 2007 un Diploma otorgado por el Movimiento Cultural Rosarino en reconocimiento a la labor desarrollada en el área de la Cultura. El 27 de noviembre del 2010 durante el acto de presentación del libro de cuentos y relatos Lilian Escribe (Ed. Cuenta Conmigo) el Concejo Municipal de Rosario le otorga por Decreto un Diploma de Honor por su labor en la Cultura y declara de Interés Municipal dicha publicación. Ha sido panelista en programas de Televisión y radio con contenido de interés general. Colaboró con el Programa de TV que emitía Cable Hogar, Canal 4 de Rosario: “El Concejo + la gente”, asiste como invitada a programas de radio por su rol como escritora y ha visitado escuelas para dialogar con los alumnos sobre sus publicaciones. Autora de prólogos y reseñas literarias, incluyéndose una reciente para una muestra pictórica. Participó en diferentes Antologías. En mayo de 2018 publica el libro de cuentos para niños El cometa tiene un secreto (Ed. Cuenta Conmigo), declarado de Interés Cultural y Literario por la ciudad de San Lorenzo, junio de 2018. En octubre de 2018 publica Vuelta Locas, cuentos y relatos (Ed. Cuenta Conmigo).
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