He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)

domingo, 28 de marzo de 2021

Entrevista sobre DEVORALUCES en diario Ideal


 

 

DEVORALUCES, DE ÁNGEL OLGOSO

 

José Antonio Muñoz

 


1. El libro tiene tantas citas al principio en torno a la luz que es casi una invocación. ¿Qué importancia tiene la luz en su quehacer literario?


En su prólogo a Breviario negro, mi último libro de ficción publicado hace ya cinco años, Merino calificaba mis relatos como "luz oscura": es cierto que siempre he sentido una fascinación por el encanto de lo extraño, lo inquietante o lo tenebroso, por las visiones y revelaciones de una literatura de imaginación, como si desconfiara de la alegría. Pero se trataba de lograr mecanismos estéticos y orbes simbólicos. Sé que el pensamiento no tiene por qué ser un antro sombrío, ni estar reñido con los momentos de plenitud, con el asombro, con el juego de luces de la belleza o de la voluptuosidad. Devoraluces traza un sendero de claridades. Quise componer un libro acogedor, benigno, abierto a los sentidos, una celebración de la existencia. Que la luz se extendiera al lenguaje, a su brillo e intensidad casi preciosista -volcándome como de costumbre a conciencia en cada frase y en cada página-, y creo que al final alcanza incluso a la calidad material de la edición, inmejorable como todos los libros de Reino de Cordelia, verdaderas joyas. Percibo Devoraluces como un bálsamo para mi alma, y ojalá lo sea también para sus lectores.


2. ¿Es la luz de la infancia, la de los sueños realizables, la primera que le costó perder? ¿O no la ha perdido?


Confío en que algo quede, puesto que la capacidad de maravillarse es el combustible de cualquier escritor. Baudelaire ya habló de la importancia de mantener el estado de embriaguez que posee la mirada en la infancia. En Las luciérnagas, el relato que abre Devoraluces, evoco aquel resplandor misterioso, aquella emoción titilante de los remotos veranos, como de fanales de cuentos de hadas que parecían arrebatarnos a regiones desconocidas, tan cautivadora como el sortilegio de los campanilleros de la Aurora en mi pueblo, Cúllar Vega. Supongo que, con el paso del tiempo, resulta cada vez más difícil mantener un espíritu fresco, exento de rencor y a través del cual fluya el optimismo. Pese a todo, en Devoraluces he intentado reflejar la luz habitable de la infancia y de la cal, la visitable de los libros y la esperanza, la acariciable del amor y la bondad, pero también la mercurial de los sueños y la crepuscular del pasado. Y es que sigo viendo la literatura con los ojos de Juan Gil-Albert, como "una promesa/ de rebasar lo sórdido del mundo,/ de acometer lo mágico inaudito".


3. En 'La rosa de los vientos' hace coincidir a varias de las más importantes figuras de la literatura de aventuras y misterio. ¿Le divierten estos juegos?


Siempre me han apasionado los retos formales y lúdicos, junto con todo lo singular y los prodigios que dejan sin aliento. El reto de La Rosa de los Vientos era viajar al corazón de la literatura, con Ulises saltando hasta el siglo XX a través de distintas obras señeras de la cultura occidental. Pero más allá de tales cabriolas y entramados, hay otro desafío aún más decisivo: intentar conjugar la emoción con el arte elaborado de la oratoria verbal, el minimalismo con lo barroco, la esencia con la enumeración y la atmósfera, esponsales todos que a priori pueden parecer una locura, aunque no para un buscador de oro lingüístico, uno de esos raros especímenes que sobrevivimos como podemos en nuestro país.


4. Durante todo el libro, luz equivale a limpieza, a buenas intenciones, a conocimiento, a creación. ¿Se ha sentido cegado por la luz alguna vez?


La luz es una realidad y también un concepto. Como buen heredero del Romanticismo, en mis libros he tratado de reordenar el ejército de sombras que puebla nuestro imaginario: siempre había pensado que el arte tiene que expresar lo oscuro, lo desasosegante (no hay más que reparar en algunos de mis títulos anteriores, Los demonios del lugar, Breviario negro, La máquina de languidecer, Nocturnario, etc.), pero en lo luminoso también hay una riqueza que no puede menospreciarse, también puede despertar, cegar o incluso inquietar. Siempre me había dedicado exclusivamente (con la excepción de los haikus de Ukigumo) a lo inaudito, a lo extraordinario, y tal vez perdí de vista en el camino la hermosura del mundo, los bienes más elementales y los goces más sencillos de la vida. En Devoraluces hay un evidente anhelo de claridad apolínea frente a la irracionalidad, oscura y salvaje, de Dionisos. Quién sabe, quizá son dos formas igual de legítimas de ir a por la calcinación personal.


5.¿Qué hubiera dado por ser testigo de los acontecimientos en Villa Diodati que narra en uno de sus relatos?


Un oreja como mínimo. Aquellas noches alquímicas del año sin verano fueron un rompiente en el que colisionaron la visión de la literatura como una forma de la muerte y como parte del impulso de la vida, uno de esos momentos milagrosos y espléndidos en la historia -por lo creativos- tan infrecuentes como la luz de las luciérnagas. En mi relato, la crónica de esas noches seminales es llevada a cabo -en primera persona y minuciosamente- por la misma vivienda que cobijó a Byron, a Mary y Percy Shelley o Polidori. El entusiasmo y la fruición por las narraciones está presente además en otros textos de Devoraluces, como Okitsu, La arena de las historias, Hadjú o Nomenclatura Borghini para los dedos de los pies, donde doy vueltas en torno a un sueño de juventud: escribir libros de relatos compuestos únicamente por sus títulos, concentrando en ellos todo el sabor de una trama y de una prosa invisibles.


6. "Cuando se es joven, los peligros son placeres". ¿Qué placeres ha conservado con gusto?


Me temo que un caballero debe mantener cierta discreción. Además, suele decirse que las grandes pasiones no pueden contarse, que lo que es excitante cuando se hace no siempre resulta interesante cuando se cuenta, y que el amor deja de ser un placer cuando deja de ser un secreto. En cualquier caso, sigo defendiendo el ejercicio de placeres refinados, como el silencio, la armonía, la solidaridad, la rutina, pero también el placer de trastocar y transfigurar la realidad a través del arte, el placer de turbar o emocionar al lector, de robarle bajo sus pies la tierra de las certezas. No obstante, en Émula de la llama me atrevo con un desnudo integral, ordenado alfabéticamente, donde la fuerza arrasadora de las pulsiones eróticas llega a un alto grado de incandescencia, estableciendo un claro paralelismo entre el lenguaje como pasión y la pasión como lenguaje. Quizá sea uno de los textos de Devoraluces en que se festeja con más ahínco el ardor de sentirse vivo, frente a lo efímero de nuestra existencia y a las miserias que suelen acompañarla.


7. ¿Se considera, como Schahrasad, básicamente un contador de historias que necesita contarlas para sobrevivir?


Los seres humanos necesitamos las historias tanto como respirar, por el hechizo y el consuelo que procuran. Según León Felipe, ya se han contado todos los cuentos, cuentos que siempre han mecido la cuna del hombre, y cuyo miedo los ha inventado todos. Por lo que respecta a un servidor, después de escribir casi 700 relatos seguiré disfrutando las historias creadas por otros, pero ya he comenzado a explicarme este caótico cosmos de una manera distinta, más impura pero más libre, borrando las fronteras entre realidad y ficción. componiendo volúmenes de difícil clasificación. En otros libros anteriores míos ya había textos de transición a esta nueva época, entre lo narrativo, lo poético, lo metafísico o incluso ensayístico. Ahora, en Devoraluces -el último libro de ficción pura que escribiré- he ido sedimentando durante un lustro algunos textos híbridos junto con otros que retornan al manantial primigenio, a los orígenes del cuento, a Homero, Las mil y una noches, Cervantes, etc., como homenaje y ofrenda a ese caudal de leyendas, a ese magma embelesador, a ese crisol de nuestra identidad.


8. En 'Devoraluces' mezcla la literatura fantástica con la poesía más sensual. ¿La luz es imposible de encerrar en una caja?


Es obvio que traer una medida de luz a una parte que estaba oscura (como sucede en el campo de concentración de Pelikan) cambia la forma en que vemos el mundo, pero tengo la impresión de que la luz es también engañosa, pues parece situarse entre la plenitud y la nada. Tal vez para apreciar la belleza no deba uno acercarse demasiado, como a una zarza ardiente, y se necesite perspectiva. Me ha gustado ese símil de tu pregunta: en estas cuatro décadas de cultivo del relato, mi tarea quizá ha sido la de intentar encerrar la imaginación sin límites en esa caja de Pandora. Con Devoraluces en concreto -que es un libro que nace de la gratitud hacia los dones inesperados y del encuentro feliz con la poeta y pintora chilena Marina Tapia- traté de comunicar la delicada hermosura que irradia todo lo vivo, su poderosa sencillez. La literatura, según Cunqueiro, nace de la necesidad de luz, verdad y libertad, de la necesidad de evasión llamada Icarismo, que se enfrenta a la tristeza y desesperación de la condición humana.

DEVORALUCES en el blog En un bosque encantado


  

 

DEVORALUCES, DE ÁNGEL OLGOSO

Santos Domínguez


Durante aquellas eternas tardes entre la vega y el secano, alborotados por la sangre joven, azuzados por la libertad del verano, corríamos de un lado para otro como trompos ligeros, dábamos saltos como gorriones que van a echar a volar, pirueteábamos como virutas despedidas de la garlopa de un carpintero, perseguíamos vilanos, vigilábamos trampas de liria, destapábamos culebras, picoteábamos zarzamoras, nos atrincherábamos en los maizales, partíamos cañas por la mitad en busca de gusanos, saltábamos acequias lanzando silbidos terribles, arrancábamos juncos para entablar ridículos duelos de espadas tiernas y cimbreantes, tirábamos chinas contra los grajos y piedras grandes como membrillos contra los secaderos de tabaco.

Perdida la noción del tiempo, embriagados de licor de sol, llevados en volandas por un aire inmóvil con fragancias de mastranzo y pajuelas secas, planeando sobre un silencio de siesta roto solo por las chicharras y algunas esquilas de ovejas, culebreábamos en el agua verdosa de la Charca de la Viña, escalábamos riendo la Cruz de los Cigarrones, explorábamos entre bufidos el empinado Cerrillo del Tesoro y el barranco hondo de El Salado, nos tendíamos despreocupados en la umbría de las piedras romanas de la Atalaya, alcanzábamos dulzonas brevas pajareando en higueras que, como nosotros, no pertenecían a nadie.


Así comienza 'Las luciérnagas', el primero de los trece relatos y una coda ('Nomenclatura Borghini para los dedos de los pies') que componen Devoraluces, la nueva entrega narrativa de Ángel Olgoso que publica Reino de Cordelia.


Abren el volumen, para cuya cubierta y sobrecubierta se han elegido sendas ilustraciones de William Blake, trece citas iniciales que anticipan el tono de las trece inmersiones en la luz de estos relatos. Las luciérnagas, Fulgor o Émula de la llama son algunos de los significativos títulos de unos textos luminosos de quien es sin duda uno de los mejores narradores actuales.


Textos que “dan un golpe de timón a su narrativa —donde dominaba lo extraño, lo turbador o lo sombrío—, poniendo proa a un territorio más luminoso: la bondad, la pasión amorosa y creativa, la alegría, la solidaridad, los sueños, la gratitud, la esperanza, la capacidad de maravillarse ante la belleza milagrosa del mundo. Devoraluces es celebración y reconciliación, un breve catálogo de las raras dulzuras que puede otorgar la vida, una iluminación profana, un bálsamo para tiempos inciertos.”


Una celebración de la alegría y de la luz, un nuevo homenaje de Ángel Olgoso a la literatura y la palabra.

DEVORALUCES en La Opinión de Málaga

 



 
Juan Gaitán

Ángel Olgoso cierra cuatro décadas de dedicación al cuento con “Devoraluces”, su último libro, en el que se aleja de su habitual tono “oscuro”


Ángel Olgoso es uno de los autores de referencia del cuento en español. Una treintena de premios, la traducción de su obra a varios idiomas (entre ellos inglés, alemán, italiano…) y la inclusión de sus relatos en más de cincuenta antologías del género avalan una trayectoria literaria que siempre giró en torno a lo asombroso, lo extraño y lo inquietante. Olgoso era (habrá que decirlo, desde ahora, en pasado), un autor que miraba a la sombra y extraía de ella el material para su obra.

Fue el crítico Jesús Cotta quien, al reseñar “La máquina de languidecer”, uno de los libros de Olgoso, se lamentó de que, a pesar de ser unos relatos que le maravillaban, aquellos textos se asomaran siempre a un mundo oscuro, y tuvo el atrevimiento de “retarle” a escribir textos “donde de pronto se haga la luz allí donde había solo oscuridad”.

Y precisamente ahora, en la época más sombría que han vivido las últimas generaciones, Olgoso acepta el reto y se despide del género sorprendiéndonos con la publicación de “Devoraluces”, una obra en la que, de pronto, la luz lo invade todo. “Devoraluces” es un libro como una ventana, como una balconada, como una azotea. Quien se asome a él verá la dimensión más luminosa, sensual, vitalista de la existencia. Catorce piezas literarias que celebran la parte buena de eso que llamamos vida. Como si hubiese pretendido hacer, consiguiéndolo, un inventario de las bondades de estar vivo, Olgoso nos asoma a la alegría en varias de sus dimensiones.

Aunque sea, como es, un copernicano cambio de registro, no se aleja el autor de su estilo, de su huella digital, de su voz. Olgoso escribe con la delicadeza, la precisión, la exactitud a la que nos ha tenido acostumbrados. Todo en el lenguaje de este escritor tiene sentido, connotación, belleza. Son relatos cargados de una necesaria hondura lírica con la que expresar la levedad de la alegría, su fragilidad.

En las catorce piezas que componen “Devoraluces”, y como es también marca personal, descubrimos una amplia variedad de registros. Podemos encontrar homenajes intertextuales a “Las mil y una noches”, “El Quijote” o la “Odisea”, con un viaje a la esencia misma de la literatura occidental en el que el mítico Ulises se pasea por distintas obras hasta llegar al siglo XX; y también una interesante y original revisión de la literatura erótica en una suerte de “Cantar de los cantares” desgranado en microtextos, para finalizar con una soberbia poética sobre el cuento breve, un texto con el que el autor deja atrás la ficción entendida como invención para entrar en una nueva etapa creativa.


sábado, 13 de marzo de 2021

Entrevista sobre 'Devoraluces' en Todoliteratura.es

 



-¿En qué se diferencian los relatos de Devoraluces de los de sus libros anteriores?

Me temo que mi gusto por el Romanticismo Negro embridó durante cuarenta años el gusto por la vida. Literariamente hablando, procedo de la tradición de la extrañeza, la que obtiene revelaciones de mundos desconocidos, inquietantes, oníricos, la que consigna visiones intensas y turbadoras, entre la sorpresa y la quimera, siempre imaginativas, siempre un tanto sombrías y que a lo sumo rezuman un humor negro. Devoraluces, en cambio, tiene una dimensión celebratoria, resalta el lado gentil de la existencia, los avaros instantes de dicha, la poderosa y a la vez delicada belleza del universo, la felicidad de amar y ser amado, todo lo que simplemente es, todo lo que tiende a la luz. Devoraluces resulta así, mi libro más vitalista (con desnudo integral incluido), un libro abierto a los sentidos donde remite el pesimismo y se insufla al lector un ánimo benigno y positivo. Es, en definitiva, un catálogo de las efímeras dulzuras del ser humano. Sabemos que los momentos espléndidos son tan raros como el fulgor de las luciérnagas, y esa quizá sea realmente la experiencia de la literatura, ver el cosmos como un milagro. Cada uno de los catorce relatos de Devoraluces intenta celebrar a su modo la bondad, la alegría, la capacidad de maravilla, la fuerza arrasadora de la pasión -ya sea amorosa o creativa-, la esperanza, los sueños, la fascinación de las historias, la solidaridad, la devoción filial, el consuelo que procura el arte y la exaltante afirmación de sentirse vivo.


-¿Ese giro en su narrativa ha sido premeditado o surgió de forma natural?

Nació espontáneamente -o al menos se potenció- tras conocer en 2013 a la poeta y artista chilena Marina Tapia. Mi encuentro con ella fue un bien inesperado Escribí casi todos los textos de Devoraluces bajo el influjo benéfico de ese tornado personal, de esa dulcísima y enriquecedora colisión, en cuyas órbitas sincrónicas aún estamos (y seguiremos por siempre) rotando. Aunque imagino que también influyó la evidencia de que, con el paso del tiempo, uno se da cuenta de lo fugaz y frágil que es todo y desarrolla como defensa cierto vitalismo. En este volumen no sólo asumí esa defensa lógica sino que, bajo el risueño auspicio de Marina, quise escribir un libro que diera gusto leer e hiciera soñar, que presentara a cada renglón algo hermoso, que imprimiera un tratamiento poético a la materia narrativa, dotándola de sensualidad, que buscara los instantes de plenitud entre los pliegues a menudo tenebrosos de los días. Un libro que fuera un ungüento para tiempos amargos como los que ahora vivimos, una ola fluyendo sobre el lector como el sol sobre un campo. Ya sabemos que las palabras nos salvan y que, sin lenguaje, el amor no existe. Ojalá este libro ponga siquiera una gota de claridad en la vida de alguno de sus frecuentadores. Estoy pensando ahora que, inconscientemente, tal vez tuvo algo que ver un reto que propuso hace años el escritor y crítico Jesús Cotta cuando, en su reseña de La máquina de languidecer, se lamentaba de que a pesar de estar maravillado con mis relatos, estos se asomaban a un mundo oscuro y en ocasiones espantoso, y me invitaba a escribir textos 'donde de pronto se haga la luz allí donde había solo oscuridad'.


-En los relatos de Devoraluces, como en el resto de sus libros, vuelve a apreciarse una gran variedad de registros, texturas y épocas, quizás hermanados por el esmero casi preciosista del lenguaje.

Hace años que vengo explorando un territorio fronterizo entre lo narrativo, lo poético y lo metafísico, y Devoraluces no es un excepción, con la diferencia de que aquí he regresado a los orígenes del cuento (Homero, Las mil y una noches, Cervantes, etc.) para en cierto modo despedirme de él. Entre sus textos hay una rememoración del mágico encantamiento de las luciérnagas en las noches de verano de la infancia; está el mar que contiene la suma de todos los sueños de todos los hombres desde los albores del tiempo; la narración mítica de una cruzada en busca de un hombre de sencillo y alegre corazón; un viaje a la médula de la literatura con Ulises brincando sobre distintas obras señeras de la cultura occidental hasta llegar al siglo XX, infiltrándose en cada una de ellas; la salvación, a través del color azul, en el infierno de los campos de concentración; la crónica de las noches en Villa Diodati llevada a cabo minuciosamente por la misma casa; una radical vuelta de tuerca a la premisa de Las mil y una noches; la descripción y propiedades de una máquina que cobija todas las vidas alternativas que fueron descartadas por cada decisión; los hechos que llevaron los papeles de Cide Hamete Benengeli hasta las manos de Cervantes; una especie de Cantar de los Cantares del frenesí erótico en los primeros tiempos de una pareja, expuesto por orden alfabético. Creo que Devoraluces podría estar en la órbita de un delicioso cuento de Chéjov titulado Alegría, de la 'luz viajera' de la canción de Leonard Cohen, o bajo la advocación de Lord Dunsany, creador consagrado a un mundo personal de fantástico encanto. Su escritura preciosista -como la que sugiere con buen criterio su pregunta- estaba llena de un aroma exótico y fabuloso, lleno de detalles, de lírica y simbolismo.


-La numerosa secuencia de citas iniciales parece insistir, cronológicamente, en la luz como visión fugaz de un inefable paraíso.


La escuela Shingon enseña que todos somos seres iluminados aunque no lo sepamos. Si se mira con detalle, y si se tiene suerte, se pueden descubrir los instantes dulces y luminosos, encontrar ese sentimiento de iluminación que atraviesa todas las cosas y que puede transformar a la persona en un ser feliz y eterno, esa luz blanca del asombro que brilla inalterable en la memoria. Algo así como lo que era la gloria para Raymond Roussel, representada a veces como una estrella en la frente o como un líquido luminoso, como una sustancia radiante que permite a los cuerpos no descomponerse y revivir indefinidamente el episodio esencial de su vida, como un resplandor, como un éxtasis de los sentidos, como ese supremo deleite, como ese anhelo del paraíso que en contadas oportunidades nos regala la existencia. La idea que rige Devoraluces -apólogos sobre la búsqueda de lo precioso en esta tierra- se halla cerca de aquellas palabras que escribió en su diario Etty Hillesum, asesinada en Auschwitz en 1943: "Quiero estar en medio de todo aquello que la gente llama 'atrocidades' y aun así decir luego: la vida es hermosa. Quisiera ser un bálsamo derramado sobre tantas heridas". Quizá ahí resida la más honda verdad, en el pálpito espontáneo de un acto de bondad, en la ternura, el respeto, el candor, la delectación de los placeres, unos niños que ejercen su libertad jugando en el campo, la pulsión vehemente de inventar historias, toda la belleza del mundo encarnada en un rumor de fábulas o en un cuerpo en sazón.


-El título parece un curioso neologismo, ¿por qué elige esta palabra?

La oscuridad -como el dolor, la codicia, la aflicción, la crueldad y otras miserias que tiznan y empequeñecen la aventura humana- es parte de la vida. En esta tragedia muchas veces absurda y angustiosa, la mujer y el hombre son infelices y mueren, y sólo el arte y el amor (o la riqueza de un universo interior propio) proporcionan consuelo y nos reconcilian con nuestra fragilidad. Por eso, al igual que el sol se abre paso tras la tiniebla nocturna, se precisa atravesar las sombras para llegar a la luz y alimentarse de ella; es decir, celebrar la condición caduca pero embelesadora de las escasas ocasiones de goce o serenidad, su lado benefactor. La belleza estética, la armonía, el resplandor, son endorfinas de la mente. El título de Devoraluces es una sola palabra, una palabra que no existía hasta que la situé en la portada, es la ilusión puesta en un vino nuevo, en un hálito, pero no se trata en modo alguno de un gesto gratuito sino propio de alguien a quien le preocupa la calidad estilística tanto o más que el tema, aunque ello reclame del lector un ejercicio sostenido de atención. Cualquier escritura que sea una declaración de amor incondicional por el lenguaje, requiere una exigencia y un estado de calma propicio para su lectura. Los relatos de Devoraluces caminan morosamente en pos de la belleza, ya sea anhelo, estado o huidizo misterio, sirviéndose para ello de una intensificación de las sensaciones, de una sensorialidad que espero resulte sugerente. Es importante también el elemento del deslumbramiento al lector, mediante el asombro o la ruptura de sus esquemas. Volviendo al tema de los títulos, el último de los textos del libro, Nomenclatura Borghini para los dedos de los pies, es, además de una bisagra que separará en dos mi producción literaria, la exposición de un sueño de juventud: escribir libros de relatos compuestos únicamente por sus títulos, concentrar historias apasionantes en esa línea, eliminar la trama y la retórica, represar las historias sólo en la palabra o en las pocas palabras de su encabezamiento -vigorosas, indelebles, poseedoras de la concisión fatal del rayo-, como un blasón que contenga en sí todo el sabor del argumento, todo un reino de posibilidades que el lector podría completar a su gusto. Con este texto entro ya de lleno en una nueva época creativa, más híbrida y libre, dejando atrás para siempre la ficción entendida como invención.


-¿Este será entonces su último libro de relatos?


Me temo que sí. No se trata de ese 'último cansancio' del que hablaba Cioran (comprensible tras escribir unos setecientos relatos en los últimos cuarenta años), o de ese creer que has soñado todos los orbes posibles, aunque es cierto que las ganas de escribir pueden flaquear, quedarse en unas brasas o incluso desaparecer. Pessoa, por boca de su heterónimo Bernardo Soares, decía que 'a fuerza de vivir imaginando se gasta el poder de imaginar, sobre todo el de imaginar lo real'. Me siento como un abuelo que cada noche ha llenado a sus nietos la cabeza de cuentos, suspendidos al borde del misterio, y que ahora está variando el rumbo y dejando atrás exclusivamente lo narrativo, la ficción pura, pero no los mundos sumergidos, remotos y fascinantes de la imaginación. Voy moviendo poco a poco el tablero, hago preguntas con otros formatos, estoy comenzando a explorarlos y representarlos de una manera múltiple y más libérrima, a combinar géneros, a usar todos los mimbres posibles (memoria, reflexión, crónica, evocación, invectiva, extrapolación, epigrafía, inventarios, esbozos, etc.); sin desatender las volutas de lo real, los excitantes de lo inmediato, con su horror, sus estafas, su desintegración social, con su caótica circunstancia. Devoraluces me reconcilió con la vida. En sus textos traté de ensalzar con magia y júbilo la existencia en la que nos consumimos, sabedor de que Dante condenó al infierno a aquellos que fueron tristes 'en el dulce aire que del sol se alegra'. Pero puede que en próximos libros -tal y como están los inciertos tiempos y el abrumado ser humano- vaya acumulando estupores y prime la rabia, la ira o, cuando menos, la melancolía. De hecho, el libro que escribí durante el confinamiento, Madera de deriva, apunta en esa dirección. Tal vez Chesterton formuló las palabras adecuadas: "Para aquellos que ven el último rayo a través de la oscuridad, la luz parece más misteriosa que cualquier oscuridad".


DEVORALUCES

 


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