He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)

miércoles, 24 de abril de 2024

Reseña de "Sideral" en la revista Zenda

Agradecido a Joaquín Fabrellas por su extraordinaria reseña de “Sideral” en la revista Zenda. Toda una invitación a seguir deleitándose con lo que Giordano Bruno llamaba “los infinitos mundos, los infinitos universos”.


<<Si la perfección absoluta es la excusa y único principio de la buena poesía, el relato corto comparte con la lírica ese mismo principio de brevedad y de enunciación perfecta que debe tener este género. O ese “clic” del que hablaba Foster Wallace para que un relato estuviese acabado, redondo, y que aportase una visión nueva sobre un aspecto de la realidad. Y ese ruido de maquinaria perfecta se escucha muchas veces en la narrativa corta de Olgoso.
    No me atrevería a decir que ‘Sideral’ sea un libro de ciencia ficción o de temática espacial, porque Olgoso (Granada, 1961) hace de la ciencia ficción un espacio propio y crea lo sideral para hablar desde su propio idiolecto, de una realidad acomodada a un punto de vista propio. A pesar de que puedan verse diferentes influencias de la ciencia ficción, recuerda en ciertos momentos a la obra maestra de Fred Hoyle, 'The Black Cloud' (1957), en donde la famosa nube negra de partículas, un glóbulo de Bok, cubre la Tierra y se propone una comunicación con ese ente abstracto que tanto ha influido en la cinematografía fantástica actual.
    Pero también transita los caminos de lo lírico en el relato «Contraviaje», donde aparece una pareja de personajes muy efectiva, Ferenc y Tibor, con reminiscencias al absurdo, a esa nada donde nada sucede pero todo florece, como en Krasnahorkai y su 'Tango satánico' (1985). Los personajes olgosianos, por su parte, en este caso son los encargados de montar y desmontar el mundo y sus luces con distintos paneles.
Lo sicalíptico, los viajes en el tiempo, la soledad del hombre, la crítica al consumo y al exceso de tecnología, todo cabe en la prosa certera y enumerativa de Olgoso. Qué placer su lectura.
    Pero, sobre todo, hay un gran trabajo por parte del autor en la maquinaria sintáctica, y sus relatos son apéndices de esa perfección lingüística, como puede leerse en «La impunidad de los sueños»:

“Las dos máquinas se miraron sin decir palabra. Alhajadas de polos salientes, chapas ranuradas y anillos rozantes, parecían respirar, medirse e incitarse a distancia […]. La máquina de corriente alterna, más apasionada, imaginó que se ceñía codiciosamente a un costado de la máquina de corriente continua, soñó sin esperanza una trabazón apendicular, un pistoneo vibrátil de dispositivos hidráulicos y neumáticos”.

    ‘Sideral’ es un viaje único, personalísimo, pues Olgoso ha sido el recopilador de sus propias historias, en un momento de su carrera en que, como él mismo reconoce, “ha dejado de escribir ficción”, o ya escribe de una manera distinta, y lo dice alguien que acumula una larga trayectoria de títulos, premios y escritura.
    Me une a él, además, una breve lista de autores que admiro, y eso acerca el foco de lectura a sus aguas literarias: Borges y nuestro querido y admirado Ferrer Lerín, del que a mí, como lector de 'Sideral', en alguna frase, quizá en algún sintagma, o tal vez en una oración al paso, me haya recordado a la aséptica prosa, a ratos leriniana, maestro de muchos, pero con pocos discípulos, pues ya sabemos que ni Borges ni Lerín dejan lugar para la imitación.
    En «Posibles enormidades latentes» yo veo un recuerdo a Lerín, y lo digo solo por defecto mío, en ningún caso de Olgoso:

“La enfermera grita mi nombre. Transfigurado por el nerviosismo, levanto la vista del Catálogo Routledge de Filosofía, lanzo lejos los restos del último cigarrillo y la sigo a grandes saltos. “Es un niño”, me predispone. […] Miro a la criatura tras el cristal. Además de la capacidad de parpadear de abajo hacia arriba, posee otras cualidades suplementarias que la delatan: cierto fenómeno luminoso en la piel y esos palpos sensores de la frente que se retuercen en el aire. Es la viva imagen de su madre.”

    Hay otro momento del libro, en «Bárbaro solo», en donde Olgoso parece componer una canción, una sinfonía jazzística, que recuerda a aquel tema, Solar, que tocara Bill Evans con su trío en el Village Vanguard, antes de que desapareciese Scott La Faro; y digo esto porque, al igual que en la pieza musical, en el relato «Bárbaro solo» los instrumentos, improvisando, parecen discurrir cada uno en su lugar, sin fundirse, cada uno en su espacio, en su atmósfera: los tres instrumentos ajenos (como en el problema de los tres cuerpos de la física), y sin embargo, teniendo en cuenta cada una de las trayectorias del otro, aunque pueda parecer caótico. En el relato, cada una de las acciones no tiene que ver con la anterior ni con la siguiente, a todo se llega por extrañas circunstancias, y sin embargo al final todo guarda una concomitancia musical, espacial, una ligazón invisible, que es en lo que consiste la buena literatura.

   “Si quería salir de la provincia de Lamar, tenía que tomar la ruta 9, línea sureste […]. Con un rugido, embriagado por átomos fundentes, dirigí las uñas hacia lo que parecía ser su cabeza[…]. Busqué a Lengua durante un buen rato, no di con él. […] Sierra aerodinámica bajo la línea blanca a noventa. […] Lengua sacó su hocico tembloroso por la ventanilla y enarcó las cejas”.

    En «Bárbaro solo» nos ofrece un viaje delirante que en ocasiones recuerda a la hilarante obra de Douglas Adams 'La guía del autoestopista galáctico' y en ocasiones recuerda a la lírica sencillez del maestro Borges en su conjuro de las palabras. «Bárbaro solo» es un relato que ofrece un viaje por una geografía ficticia pero tremendamente plausible, donde todos los actos de subordinan al azar de la acción, subyugada a los espacios creados en ese viaje iniciático que parece estar protagonizado por un alter ego de Ziggy Stardust, en un universo que se crea al nombrarse, mundos extraños, acciones vacías, espacios opuestos, como el fulcro de un sueño.
‘Sideral’ compone el segundo volumen de relatos de la futura obra completa de Olgoso. Los mundos posibles que no caben en este mundo plausible. Es el segundo de una serie de seis libros que irán apareciendo en los próximos años sobre diversas temáticas. Olgoso es un artesano del lenguaje. Pocos autores le confieren tanta importancia al léxico, al preciosismo enunciador de la palabra en sí, verdadero acicate del relato olgosiano. Esto le valió el Premio de la Crítica andaluza en su modalidad de relato por 'Las frutas de la luna' en 2014 y por 'Devoraluces' en 2022.
    En este caso, los relatos giran en torno a lo insólito, o a las situaciones extrañas donde la soledad del hombre o la sorpresa vital son la materia literaria. Son textos de pequeño formato, algunos apenas llegan a los bordes de una página, y otros, en cambio, recorren un camino mayor, como en «Bárbaro solo», uno de los más impactantes por su resolución narrativa.
    Los relatos recogidos aquí, además, proceden de diversos momentos vitales y redacciones del autor, ya que algunos llegan de su más temprana juventud, y otros, en cambio, de la primera madurez, y algunos, más recientes, cuando frisaba los sesenta, año en que decidió dejar de escribir y recopilar sus más de setecientos relatos a lo largo de su carrera literaria.
    Hay una edad en la que el escritor, a veces, se da cuenta de que es inútil seguir contando, en que se da cuenta de que, tal vez, lo haya dicho todo. Así lo afirmaba Robert Musil con esa expresión que acuñó sobre este cansancio de escribir: “el asco de relatar”. Poetas que dejan de escribir poesía, como Gabriel Ferrater; escritores que no escriben, como Ferrer Lerín, que estuvo más de treinta años sin escribir.
    No obstante, cada relato suyo es una apuesta contra el vacío, o en favor de la más pura fantasía. Sí, lo fantástico está aquí alimentado, recreado, multiplicado por los relatos circulares de Olgoso, en un momento en que la realidad más pura, o la semirrealidad semificcionada literaria mas en boga, ha sustituido a la creatividad en lo artístico. Se ha convertido a lo que no es real en algo inquietante, pues parece que todo debe estar basado en hechos reales. Surgen los relatos de Olgoso entonces para recordarnos que lo fantástico, lo irreal (que no lo irracional), forma parte del negativo sensible de una toma que muchos están olvidando en lo literario, acercándose a la simple recreación tediosa de la realidad.
    Todo el volumen compone una serie de aciertos narrativos, atípicos, multiplicadores de la gracia narrativa, inmersivos en mundos paralelos, abstractos, narrativa de alta alcurnia para tiempos difíciles, donde la soledad del hombre, provocada por la máquina, triunfa. Hay quizá un resto de esperanza de lo pasado en este presente atemporal de Olgoso. No se lo pierdan. Ustedes también están dentro de sus escritos>>.

viernes, 12 de abril de 2024

Relato en la antología "Mueve la voz Amor de mi gemido"

Un placer comparecer en la deliciosa antología “Mueve la voz Amor de mi gemido”, encuadrada en el proyecto ‘Encuentro Letras Celestes’ y con edición de Pedro Luis Ibáñez Lérida y Diego Castillo Barco. Es esta una aproximación intemporal al universo del amor -desde sendas poéticas y narrativas- por parte de autores clásicos y del siglo XXI, en la que he tenido el gusto de colaborar con mi relato “La muerte desordena”.





LA MUERTE DESORDENA

De niños, estudiábamos juntos, comíamos nueces y nos reíamos con ganas. Clara era pequeña, asustadiza. Yo la llamaba Ardilla. En verano íbamos a nadar a la poza. O nos tendíamos en la hierba y mirábamos hacia lo alto picoteado de pájaros. Clara tenía el pelo corto y los calcetines bien tirantes. Yo, un bozo castaño sobre el labio. Clara olía a lápices de colores. Yo iba por ahí haciendo garabatos con su nombre. Lo trazaba con la puntera en la tierra de la plaza. Lo grababa a navajita en los troncos de la alameda. Lo dibujaba en el aire con un ascua del brasero sujeta entre dos palitos. Clara dijo que nos casaríamos. Yo dije que sí con la cabeza. Después de nuestro pacto secreto llovió afuera. Se levantó viento y saltaron chispas en los cables de la cuesta. Esas mismas centellas, blancas de pura maravilla, me calentaron por dentro durante años. Hice la mili. Sólo aplastaba chinches, fregaba platos, miraba los ollares de los caballos echar vaho como chimeneas. Volví al lado de Ardilla. Trabajé en un taller. Luego en la Planta Azucarera. Un día sentí mucho frío, como si me hubieran enterrado de golpe la cara en la nieve. O chapuzado en la poza en invierno. O caído en el tanque de carbonatación de la fábrica. Pareció una chuscada de Amador, mi hermano grande. Si pienso en él, lo único que recuerdo es un abejorreo de risas y coscorrones alrededor mío. Desde el día del frío, el mundo no sabe más a Clara. Tampoco tuve tiempo de hacer la maleta. Ni de devolverle la llave del que sería nuestro piso. Algo me arrojó al otro lado. A un lugar sin polvo en el que nada sucede. Sólo me llegan ecos. Sé que vinieron los vecinos. Que se inclinaron sobre mis padres, achatados en el borde de las sillas de anea del comedor. Y estaban las lágrimas. Gordas como espejos de mano quebrándose sobre el terrazo. Desde el día del frío no he vuelto a ver a Clara. Pero sé que un dolor quiere subirse a ella como quien intenta tomar un tranvía. Un dolor redondo como una nuez y afilado como un lapicero de colores. Ardilla no lo deja entrar. Sé que para Clara aún ocupo el mismo espacio de costumbre. Cree que nadamos juntos, que nos reímos con ganas, que nos tumbamos en la hierba boca arriba. Cree que todavía se sube los calcetines blancos y que yo ando por ahí escribiendo su nombre. Me reclama para partir nueces y besarme tras las tapias del cementerio. Dice que nada nos separará. Que está unida a mí, para siempre, como al hormigueo de una extremidad fantasma.