He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)

sábado, 19 de noviembre de 2022

Presentación de "Corteza" en la Biblioteca de Andalucía



Marina trajo la lluvia. Y es que su poesía es un acto de magia necesario, sutil y elegante, de una belleza natural y verdadera, que nos eleva. Comparto algunas fotos y mis palabrillas-sorpresa de homenaje a Marina que me atreví a colar como polizón en el turno de preguntas:

“Marina es un prisma a través del cual se refracta la belleza del mundo.

Con su poesía, a la vez mística y terrenal, Marina remansa el ruido de la vida.

Marina dispara dulcemente desde la página, pero la bala se toma su tiempo para dar en el blanco y lo hace con el esmero de una rítmica caricia.

Marina pinta pequeños frescos poéticos de una serenidad franciscana que son, además, armoniosas declaraciones de amor a lo humilde, al silencio, al lenguaje, a los árboles, al rincón escondido, a la flor en sazón, a la piel del cuerpo en fricción, a los alimentos terrestres, a la sororidad, a la fraternidad humana.

Nadie mira la materia con tanta empatía, generosidad, indulgencia y delicadeza como ella: los poemas de Marina son frascos diáfanos que guardan esencias, delicias y enardecimientos.

Marina sabe que el arte no es más que lo natural perfeccionado y utiliza el poder indestructible de la palabra como sólo un diamante lo hace.

Marina posee lo que Cole Porter había definido acertadamente como 'eso que hace que los pájaros se olviden de cantar'.

Marina, en definitiva, mantiene encendido el fuego sagrado de la poesía.

Por todo ello, y por muchas cosas más, un millón de gracias, Chispitilla”.











sábado, 12 de noviembre de 2022

Reseña de "Bestiario" por José Ignacio García

José Ignacio García publica una estimulante lectura de “Bestiario” en La Nueva Crónica de León.


“Ambos titulares me encajan como anillo al dedo. El primero, porque ambos libros ponen de manifiesto la grandeza de las narraciones más breves, de esos microrrelatos que esconden una historia grande detrás de una cortina escasa de palabras; y el segundo, porque la muerte y las aves (y otros animales reales o legendarios) abundan en este par de pequeñas joyas que han escrito esos dos pájaros de cuidado que son Elías Moro y Ángel Olgoso.

Pero ambos libros reúnen algunas concomitancias, que me han animado a aunarlos en esta crónica; y así, de un plumazo, me quito dos lecturas pendientes de encima, abro un mínimo hueco en mi agenda de libros por reseñar, hago justicia a un par de narradores fantásticos (en el doble sentido del término) y espero despertar en algunos de ustedes el apetito voraz de devorar dos colecciones de microrrelatos tan diferentes como complementarias.

Porque ambas recopilaciones se basan en narraciones mínimas para enamorarnos, deslumbrarnos o desternillarnos de risa con sus argumentos. Ambas están publicadas por el sello leonés Eolas. Ambas muestran la imaginación y la capacidad creativa de sus autores. Ambas usurpan títulos ya usados antes por otros escritores o cineastas. Y ambas, manifiestan, a la manera particular de cada cual, la dimensión literaria de quienes las rubrican.

Es más, si como me ocurre a mí, muchos de ustedes son de leer varios libros a la vez (coincidiendo unas veces los géneros y otras no), les resultará deliciosa la mezcla de los divertidos relatos de Moro y los imaginarios de Olgoso.

En lo que se refiere al granadino Ángel Olgoso (este de pura cepa y raíz nazarí, sin trasplantes geográficos), recientemente galardonado con el Premio Andalucía de la Crítica con su deslumbrante ‘Devoraluces’, del que dimos buena cuenta en este arcón hace unos meses, solo cabe rendirse una vez más a su majestuosidad narrativa, a su magisterio a la hora de crear mundos y personajes que convierten la ficción en una ciencia. En su particular ‘Bestiario’ tienen cabida personas, animales auténticos, especímenes mitológicos, seres que emergen de su ideario particular, y que muchas veces se van transmutando a lo largo de cada «breviario» asilado en estas páginas. Unos «breviarios» donde lo poético y lo metafórico pactan coaliciones con la fantasía para crear unas historias mágicas, en las que aparecen robinsones naturalistas que ponen en peligro de extinción extrañas especies animales, en las que las cucarachas se enfrentan a los insecticidas, los burros se refugian en la pasión y la locura, algunos hermanos humanos anidan en cuerpos caninos, las ratas tienen pretensiones eruditas, los tatuajes se convierten en serpientes, las abejas hacen enloquecer a los leones o la Humanidad es un insecto a punto de perecer, aplastada por un pisotón.

Hay un prólogo esclarecedor e imperdible de Jorge Fernández Bustos, que sitúa con precisión en su lugar al cuento fantástico. Ese cuento fantástico que, a través de la pluma de Olgoso, se convierte en «fantástico zoológico literario», donde caben todo tipo de animales que son capaces de agotar las posibilidades narrativas.

Si Olgoso es siempre un orfebre del lenguaje, puede que en este libro bestial dé su mejor muestra en el relato La ilusión del horizonte, donde las frases y las descripciones minúsculas y precisas alcanzan un grado superlativo y demuestran la grandeza de un narrador que, sin embargo, tiene la humildad de pedir permiso para yacer con los adverbios acabados en mente.

Puede ser que lo que les estoy contando a algunos les resulte, por ejemplo, kafkiano. Están en su derecho. Pero, en mi humilde opinión, los horizontes creativos de Olgoso van mucho más allá de Gregor Samsa, quizás expandidos por los aires de Sierra Nevada.

Asegura Ángel Olgoso, en un coloquio entre dinosaurios, previo a su aniquilamiento, que «cuando una civilización acaba por hacer literatura sobre la literatura de la literatura, llega al límite y sus días están contados». Pero ya les aseguro yo que este par de pájaros, Moro y Olgoso, y a pesar de las pretensiones de mi título alternativo, son difíciles de matar; que les queda cuento, por enormemente breve que sea, para rato. 

Ojalá que ningún pie exterminador (vírico o nuclear) nos aplaste y podamos seguir disfrutándolos. Y que sea por muchos años”.

miércoles, 9 de noviembre de 2022

Minicuentos y fulgores. Homenaje a Luis Mateo Díez y José María Merino

Un placer estar en tan buena compañía y con tan buen propósito: rendir homenaje a dos maestros de la fabulación, José María Merino y Luis Mateo Díez. 65 voces de la literatura contemporánea de Argentina, Chile, Costa Rica, Cuba, Ecuador, España, México, Perú y Venezuela componemos esta antología de relatos en su mayoría inéditos, este tributo colectivo trufado de registros (lo fantástico, lo mágico, lo maravilloso, lo mítico, lo extraño, lo inquietante, lo prospectivo, lo surrealista, lo grotesco, lo onírico y lo absurdo). Publicado por Eolas, Minicuentos y fulgores es ya todo un hito en la imprescindible colección Las puertas de lo posible, dirigida con eficacia y distinción exquisitas por Natalia Álvarez Méndez. Participo con un texto inédito, Vino de viña submarina.




jueves, 20 de octubre de 2022

Discurso de recepción del Premio Andalucía de la Crítica por "Devoraluces"

“Muchísimas gracias a todos por vuestra presencia, al Patronato de La Alhambra, al jurado de la Asociación de Escritores y Críticos Literarios con su presidenta Remedios Sánchez al frente, y a Francisco Morales Lomas por la generosidad de su glosa. Me disculpo por tener que leer: muchos ya sabéis que me horroriza improvisar y, como me temo que me ha tocado el papel de paladín del relato, voy directamente al grano.

El cuento no es una poda ni una suma de poquedades, sino un arte mayor en un formato menor. Nada hay comparable al placer, la emoción, la intimidad que procura el regalo más valioso: el érase una vez, la dulcísima miel de las historias -que nos ayudan a afrontar los desafíos de la vida-, la delicada urdimbre del lenguaje, el sagrado fuego de la palabra, el aura de los cuentos desovillados primorosa y fascinadoramente, esas crisálidas que se abren al contacto con el lector, esas piedras pulidas por la concisión y la intensidad y que nimban de interés al género. Aunque Kant afirmara que lo posible no se convierte en real al nombrarlo, tengo la firme convicción de que la imaginación es omnipotente y puede sostener la realidad, puede conmover, seducir o inquietar, dar cuenta del mundo y conferirle un sentido. Y es que el artista da comida de lo que no existe para que la gente se alimente.

Premios como éste ayudan a visibilizar un género casi invisible pero ancestral y de fulgor palpitante, capaz de abarcar tanto el arcano más hondo de las más sencillas y minúsculas cosas como las mayores complejidades cósmicas, a sacarlo del circuito de menosprecio y malentendidos, a que todos los lectores dejen de ver a los autores de cuentos como gente empeñada en llevar el traje dos o tres tallas más pequeñas. Y, en lo personal, con unas gotas de orgullo, unos litros de vergüenza y un quintal de alegría, agradezco de corazón a la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios que haya vuelto a reparar en mi obra. Este es un momento muy especial de mi trayectoria creativa (no sé si un cambio de rasante o una encrucijada) y me siento muy honrado de que hayan distinguido los castillos verbales de Devoraluces -cuyo verdadero Big Bang es Marina Tapia-, aunque lo recibo sobre todo como un estimulante colofón a una labor larga, sostenida y solitaria de más de cuatro décadas de cultivo ininterrumpido del relato; un trabajo de disciplina casi prusiana que mi hermano Miguel A. Zapata, felizmente aquí presente, sintetizó de manera preciosa hace muchos años como “una nave cargada de estrellas y calaveras”.

Devoraluces es un viaje y un homenaje a las fuentes primigenias del cuento (Homero, Las mil y una noches, El Quijote...), una despedida de la ficción como heredero agradecido y, al mismo tiempo, una puerta entreabierta al futuro, simbolizada en el último texto del libro.

En situaciones tan gratas como ésta (más grata aún por desarrollarse bajo la sombra asombrada de nuestra Granada), es inevitable evocar las palabras de Juan Rulfo al recoger el Premio Nacional en 1970, rogando que no se le guardara ningún resentimiento: “Si estamos aquí, pobres de nosotros, tal vez se deba a que tenemos algunas virtudes que ni nosotros mismos conocemos”.

En cualquier caso, la miopía te hace individualista a la fuerza: te ves perfectamente a ti y ves borrosos a los demás. Quizá por eso uno sabe cómo se siente: un poco como un loco de los cuentos, como un iluso que intentara avistar esos milagros que hay a mares sin que nos demos cuenta, como un técnico de I+D que ensayara una astronomía de formatos imaginativos, excursiones al abismo, vertiginosos bucles, caprichos del sueño o visiones perturbadoras. Como digo, esta encomiable y rigurosa iniciativa de la Asociación favorece una literatura orientada a la excelencia, propicia la existencia de una punta de ariete que abra paso literario al futuro, de un puñado de autores exigentes (como los que hoy nos acompañan), de argonautas en busca de lo nuevo para los que escribir sea un fin y no un medio, capaces de potenciar tentativas arriesgadas de forma y pensamiento, de encender las palabras, de producir una sacudida medular en el lector, de adentrarse en el país desconocido de la conciencia, de dejar una estela de emoción, de ofrecer el hechizo del arte y, además, una verdad que inspire o ilumine, como ocurre con los clásicos.

Somos seres efímeros y, por ello, siempre buscaremos la embriaguez y la revelación de una historia eterna, siempre anhelaremos un buen arranque para un cuento embelesador, para un cuento mágico, para un cuento extraordinario, para un cuento como promesa de misterio, para un cuento sin fin. Muchas gracias”.

Ángel Olgoso







sábado, 15 de octubre de 2022

Entrega del XVIII Premio Andalucía de la Crítica

El martes 18, a las 18 horas, en el Palacio de Carlos V (Sala de Conferencias de La Alhambra) se procederá a la entrega del XVIII Premio Andalucía de la Crítica. A pesar del innato pudor y natural vergüenza, resultará extremadamente vigorizante estar en compañía de la honra y prez del gremio: mi hermano Miguel A. Zapata premiado en novela (nuestro vibrato coincide desde hace años), Diego Vaya en poesía y Joaquín Fabrellas en ópera prima, prevaricadores todos del buen lenguaje. Tras quedar finalista con Los demonios del lugar y Los líquenes del sueño y ganador con Las frutas de la luna y Devoraluces, siempre es una alegría saber que las pálidas creaciones de uno (por muy oscuras que parezcan a veces) son recibidas con favor en estas riberas. Ello contrarresta un tanto la inherente fatalidad del artista, que en ocasiones recibe de los dioses alguna merced. Gracias una vez más a la inestimable labor cultural de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios, ahora con Remedios Sánchez al frente.



domingo, 2 de octubre de 2022

Reseña de "Bestiario" por Miguel Arnas Coronado

Comparto la magnífica reseña de “Bestiario” que Miguel Arnas Coronado (gran escritor de grandes libros grandes, gran patafísico, gran amigo, gran persona, de las que insuflan un poco de alegría al horror del mundo) ha publicado en La Página de los Libros, de Ideal. Mil gracias, querido Miguel.


ANIMALES SUGESTIVOS, PALABRAS FASCINANTES

Miguel Arnas Coronado


Valéry habló de la ‘parole juste’, la palabra precisa, tanto en el sentido de exacta como en el de necesaria. Necesaria para decir exactamente lo que se quiere decir. Esa es la característica de la prosa de Olgoso. Y ese es el auténtico protagonista de este libro, como de otros anteriores: el lenguaje. Los temas de los cuentos son subsidiarios, pero lo son como esos actores secundarios que, a despecho de su condición de anexos, consiguen el Óscar.

En este caso, Olgoso se centra en pequeñas narraciones sobre animales, tanto reales como soñados, ficticios o fantásticos. Hay pesadillas, sí, como nos tiene habituados: onirismos alteradores del ritmo cardiaco, pero también hay animálculos e incluso monstruos bondadosos que despiertan en el lector, no la carcajada vulgar, sino la sonrisa cómplice.

Maestro del microrrelato, sin duda uno de los mejores en nuestra lengua, Olgoso crea un lenguaje propio, inconfundible, lleno de imágenes portentosas, metáforas brillantes. Un lenguaje que a uno le impulsa a releerlo, a relamerse, a gozar como quien observa y admira un diamante facetado en el que se refleja lo existente y lo incierto, un diamante que luce en el cuello de una bella dama: nuestra lengua. Capaz de crear mundos, no se inhibe, solo se contiene y construye miniaturas. Olgoso se hace tigre en sus relatos, deviene perro, narval, pulga, camaleón o cocodrilo, y nos sorprende con finales luminosos como lo es el rayo, que ilumina y destruye, aunque lo que dicho rayo se digna destruir es nuestra monotonía, nuestro romo realismo. Se recrea más en las cucarachas que en los mininos, cierto, porque es kafkiano, no edulcorado: un gatito melindroso puede convertirse, en una de las narraciones, en pesadilla amenazante que se aproxima sinuosa con siniestras intenciones. O unos dinosaurios pueden entretenerse, a la espera de la extinción, en discutir sobre teoría literaria utilizando conceptos abstrusos que generan la hilaridad (comedida, como dije) de quien se atreve a merodear por entre estos cuentos.

¿Antecesores, inspiración? Olgoso tiene muchos, pero Olgoso es Olgoso. Porque nadie pule las palabras como él, nadie deja la frase como acabada de nacer. Y es con esa arma, el lenguaje, que sus animales se vengan de la condición vasalla a la cual los hemos condenado. 

Algunos cuentos eran ya conocidos de anteriores libros, pero retornar sobre ellos es grato, y encontrárselos nuevos, sin conocer esas antiguas entregas, es adentrarse en el marasmo de su forma de narrar que, no solo es eficaz, sino también sabrosa. Dije en una ocasión que Olgoso me recordaba a Spinoza puliendo sus lentes. En el prólogo de Fernández Bustos se habla de labor de taracea. Todo es cierto: su prosa no es solo arte, sino también artesanal, extraordinaria, bella.

martes, 27 de septiembre de 2022

Reseña de "Bestiario" por Antonio Tamez-Elizondo

Comparto la extraordinaria reseña de “Bestiario” que el escritor y arquitecto mexicano Antonio Tamez-Elizondo ha publicado en MEER, revista norteamericana en seis idiomas e innovador canal digital. Antonio analiza admirablemente esta primera recopilación temática de mis relatos, enmarcándolos a la perfección en sus coordenadas, y lo hace con su enjundia habitual (por algo es el autor de los brillantísimos e inquietantes cuentos de “Historias naturales”, y poseedor de un mundo propio).


LOS CUENTOS DE ÁNGEL OLGOSO Y LA INDUSTRIA EDITORIAL. ¡QUÉ HERMOSAS LAS BESTIAS!

 Antonio Tamez-Elizondo


Con frecuencia se escucha decir por ahí (en las academias, en los cursos, en los talleres de escritura creativa) que el cuento no solo es un género cargado de sus propias complicaciones; es, si cabe, más complejo incluso que la propia novela. De esto sabrán más quienes tienen experiencia comprobable en ambos géneros, pues, hablando desde lo personal, me costaría mucho afirmar la veracidad de lo que he escrito hasta el momento. A mi haber hay solo una pequeña colección de relatos, y he perdido cuenta de las novelas inconclusas que guardo en el cajón imaginario de mi computadora, esperando el día en que se aclare la nube de mi mente para al fin terminarlas. Más acertado, me parece, sería decir que cada género cuenta con su propia lógica y maquinaria especializada.

Nótese aquí que he hecho un pequeño truco de mago; una prestidigitación grosera, pero no por eso sin sus razones. Me tomé la molestia, a medio camino del párrafo anterior, de cambiar el sustantivo «cuento», por el más cómodo «relato», en lugar de agregar la coletilla «para adultos», que me parece excesiva, por no decir vulgar. Es una manía que a algunos nos asola, y viene de la muy común experiencia de que se nos pregunte, una vez que hemos hablado de nuestros pequeños logros, si nuestros cuentos pueden ser leídos por niños de tal o cual edad. Nada en contra de la literatura infantil, pero es cierto que, en un mundo en el que la novela es vista como «el género» al que se dedican los escritores serios y de éxito, el cuento es supuesto por muchos como un dominio exclusivo para el deleite de los más jóvenes. Algo así como lo que ocurre con lo fantástico y lo insólito que, se supone, tampoco deberían entrometerse en la buena conversación literaria. Tonterías que de tanto en tanto nuestra cultura asegura.

Estas observaciones no son originales; ya muchos las han hecho antes y mejor. Se encuentran, incluso, en las primeras páginas del prólogo escrito por Jorge Fernández Bustos para celebrar Bestiario (Eolas, 2022), la más reciente publicación de Ángel Olgoso (Granada, 1961), un libro que a muchos de quienes le admiramos nos vino como un regalo, luego de que se anunciara, tras la aparición de Devoraluces (Reino de Cordelia, 2021), que quien es considerado uno de los mejores cuentistas contemporáneos de nuestra lengua se despedía para siempre de este pequeño gran género. Un sentimiento fugaz, ya que Bestiario es una colección de 59 relatos tomados de las muchas publicaciones a nombre de Olgoso.

Sobre él se puede afirmar lo que se encuentra en los canales comunes de investigación. Nació a finales de febrero de 1961, en la pequeña Cúllar Vega. Se educó entre los lasallistas, de cuyas bibliotecas extrajo el gusto por las palabras, y fue mientras estudiaba con ellos que logró su primer premio literario en 1974. Por aquel entonces se inclinaba por la poesía, y fue la clásica Antología de la literatura fantástica, editada por Borges, Casares y Ocampo, el encuentro afortunado que lo enmarcó en su vertiente cuentista. Estudió filología hispánica en la Universidad de Granada, y, tras varios años de escritura, publicó en 1991 su primer libro, Los días subterráneos, un logro al que le siguieron más de otros quince títulos, además de artículos y crítica literaria en la prensa, por no hablar de los muchos premios y reconocimientos. Su nombre figura también como fundador y director del Institutum Pataphysicum Granatensis, donde se estudia y practica la patafísica de Alfred Jarry. Un sitio de naturaleza no del todo divorciada del resto de su obra escrita, esa en la que lo extraño y lo fantasmagórico existen como parte de una dimensión más poética del buen y el mal vivir, aquí abajo en «este sueño». Pues, escribe Olgoso en su introducción:

Según Chesterton, hay dos movimientos hacia lo imaginativo, hacia lo fantástico, uno centrípeto y otro centrífugo: una espiral marcha hacia dentro, hacia los secretos sueños del hombre, y otra hacia los poderes o verdades que están más allá de su alcance.

Cada una de las pequeñas bestias que duermen y sueñan dentro de este Bestiario fueron extraídas del grueso de su catálogo, que es otra manera de decir que han sido seleccionadas de entre los casi setecientos textos que, a lo largo de cuarenta y cuatro años, han fluido de los bolígrafos de Olgoso. Moscas, tigres, perros, narvales, ñus y zopilotes, cocodrilos, cucarachas, luciérnagas, dinosaurios, camaleones y algunos otros de extracción más mítica, como el buey negro guardador de la «nada». Aquí se cumple el cometido de todo buen bestiario, como los viejos del medievo, en cuanto a su función de muestrario de animales que viven más allá de la experiencia ordinaria, distorsionados todos por la fugacidad de la memoria, la licencia artística del dibujante, o la exageración del testigo. Pero no se trata de un bestiario cualquiera, ya que no se molesta con los animales de nuestro mundo ordinario, cuantificado y catalogado, sino en los que habitan los bosques, las montañas y las vastas llanuras de la imaginación.

Leerlo me recuerda un poco a la manera en la que Maurice Maeterlinck solía escribir sobre las hormigas, las abejas, y las termitas. También trae recuerdos de El libro de los seres imaginarios, si al menos en espíritu, ya que sus propiedades son otras. Mientras que aquel libro de Borges es un compendio de las fieras literarias y míticas del mundo, el de Olgoso reúne a las que acechan las cavernas de su mente. Cuentos de animales o sobre animales en los que estos pueden ser su centro o el conducto a otras dimensiones de la experiencia humana, como la crueldad en Águila de sangre, las pretensiones de clase en Aristocracia, la locura repentina (la más hermosa) en El perro verde, o el lamento por las oportunidades perdidas en Cálculo de probabilidades. Ya de antiguo nos viene la tradición de utilizar a los animales como símbolo para expresar lo que la lengua, por sus limitaciones y contradicciones, es incapaz de decir, o para dar color a lo que deseamos comunicar. Se es sabio como un búho o astuto como un zorro, calenturiento como un conejo y necio como un burro, siniestro como el cuervo o anticuado como el dinosaurio. Los santos hablan el idioma de las aves, pues están cerca del cielo, y el verdadero Señor de este mundo se aparece en el cruce de los caminos como un gran chivo negro. Para Ana de Bretaña, reina consorte de los franceses, el armiño representaba la pureza de su legado. Para Schopenhauer, su perrita Atma fue toda la dulzura a la que la humanidad, sucia, cruel e inmunda, jamás podrá llegar.

Bestiario no es una colección en la que las narraciones compartan una única atmósfera, una estética, o una fijación temática a la manera en la que los cuentos de Aickman o Ballard, por ejemplo, comparten las mismas atmósferas, estéticas y fijaciones. Hay una variedad de técnicas narrativas, puntos de vista, incluso humores, que las diferencian bien unas de otras, aunque están todas hermanadas por la riqueza de su vocabulario, la precisión de relojero con las que fueron escritas, su erudición y barroquismo. Esta última cualidad, en especial, muy apreciada por algunos de nosotros, a pesar de ser considerada por otros tantos como una reliquia literaria que no tiene sitio en un mundo en el que la atención y la paciencia lectora descienden sin piedad. Un barroquismo, sin embargo, que se integra sin costuras a la brevísima extensión con la que Olgoso trata muchas de sus ficciones, haciéndolas ver en ocasiones como el trabajo de un miniaturista rococó.

En alguna otra parte he comparado sus cuentos con los paisajes de Brueghel el Viejo y El Bosco, y es una comparativa que no me canso de hacer. Como ocurre en la obra de los neerlandeses, la oscuridad y la comedia aquí también son muy buenas comadres. Al igual que con los dos pintores, hay una rica abundancia en personajes y detalles. No deja de sorprenderme la facilidad con la que bestias y hombres, dioses y monstruos, científicos y exploradores, personajes de la literatura y héroes de la mitología, llegan y salen sin problema de entre las líneas mínimas en las que transcurren muchos de sus cuentos. Deidades de varios panteones se asoman y hacen estragos en Un melange mitológico, de apenas 115 palabras, y el curso de las civilizaciones y sus tragicomedias se deslizan sin problemas por las diecinueve líneas en De coleópteros y firmamentos. Cuando lo complejo nos parece sencillo sabemos que estamos ante la presencia de un talento que ha logrado la maestría de lo artesano e intelectual.

Varios de los textos reunidos aquí, como en el resto de su obra, son menos narraciones y más estampas: paisajes o retratos en los que lo importante es la composición verbal de la imagen, la transmisión de una idea, una sensación o reflexión. La presencia de los animales, así, hace de Bestiario algo parecido a pasar una tarde solitaria en un parque en el que lo que impera son los pensamientos de uno mismo y el canto de los pájaros.

Que Olgoso haya hecho del cuento fantástico —y del microcuento—el eje de casi toda su obra, y cultivado con este un listado de reconocimientos y premios, debería ser reflexión para una industria (y un público) en la que la novela es vista como garantía del pedigrí de quien escribe. Incluso mejor aún si su realismo social es de lo más rancio. «Nadie te leerá hasta que no tengas una novela», me dijo alguien hace tiempo, y es esta la situación en la que nos encontramos. Pero hay que recordar que la literatura no es lo mismo que la industria del libro; la primera existe bajo reglas muy distintas a las de la segunda, por lo que uno puede estar bien asentado en una de ellas sin necesariamente tener un pie en la otra. Desde luego, y por fortuna, existen aún sellos y casas editoriales como Eolas que no le hacen el feo al cuento y lo reciben con ediciones bien cuidadas como la de este Bestiario.

Aunque la narrativa ya ha llegado a su fin en la carrera de Olgoso, sigo esperando que esto no signifique el término de su obra. No dejo de recordar el caso del compositor estadounidense Harold Budd, quien en dos ocasiones dijo haber terminado su carrera musical solo para resucitarla dos veces más. ¿Tal vez ahora Ángel Olgoso se dedicará al micro ensayo? Habrá que preguntárselo al oráculo, aunque, como bien ocurre casi siempre, estas sorpresas solo pueden disfrutarse más adelante en el tiempo.

miércoles, 21 de septiembre de 2022

Reseña de "Devoraluces" por Inma Gutiérrez López

Es la marca de una persona verdaderamente educada saber qué no leer. Por fortuna, Inma Gutiérrez desoyó el célebre pensamiento de Ezra Taft Benson y, con el generoso y a la vez riguroso fervor literario del que siempre hace gala, escribió este maravilloso documento sobre su lectura de “Devoraluces”.



DEVORALUCES, POR INMA GUTIÉRREZ LÓPEZ


“Es ‘Devoraluces’ un objeto precioso, un libro cuidadosamente editado que anticipa, desde el tacto de sus hojas y la belleza de la sobrecubierta y la cubierta, el placer de su lectura. Placer, en mi caso, largamente demorado no tanto por las circunstancias del tiempo y de mi oficio, como por la necesidad de disponer de mis cinco sentidos para adentrarme en sus luminosos recovecos sin sobresaltos ni interrupciones. 

Mucho se ha escrito ya de este joyero de palabras y no me creo capaz de añadir nada diferente a lo que el propio autor y sus hermeneutas, incluida la propia Marina Tapia, han escrito antes que yo. Es ‘Devoraluces’ un libro que es muchos libros. Y no solo por las historias que entreteje.

¿Quién o qué es el ‘Devoraluces’ (¿o es un devoraluces?: el sustantivo huérfano del título, no nos permite aventurar si se trata de una criatura con nombre propio o de un concepto ignorado)? Su autor promete la salida de la sombra, la victoria sobre la atracción que el misterio ejerce sobre nosotros, el agotamiento de la fuerza centrípeta que nos hace girar en torno al vacío. Y, sin embargo… ¿qué queda si se devora la luz? No es Blake tampoco un pintor luminoso: la conciencia religiosa está demasiado presente en su obra como para que el aire en sus pinturas y las criaturas que lo pueblan sean definitivamente brillantes. 

‘Aún así’, dice Van Gogh, ‘A veces’, aventura Kafka ...Y faltan, y los pide Marina Tapia, ‘corpúsculos de luz,/ racimos de color en la desdicha/ nobleza de cristal en la mirada’, todo ello en alguna de las bellísimas citas que Ángel ha espigado (le robo el concepto que él utiliza en redes para hablar de sus siempre interesantes calas de algunos de los libros que va leyendo) para sus  lectores y que jalonan la entrada a ese mundo presuntamente luminoso. Me permito ir comentando cada uno de los textos que arman este artefacto, sin llegar a demostrar lo que arriba apunto.

¿Qué sonrisas no pintará en nuestra cara de adultos, a menudo desencantados, un relato que incluye los verbos piruetear, culebrear, pajarear, policromar? ‘Las luciérnagas’ es el primer texto y, sin embargo, bien podría cerrar el libro, si no fuera por la apuesta del autor por esa esperanza luminosa que va mucho más allá de los recuerdos de la infancia: ‘el fuego de la soledad, la amargura y la saña no han conseguido evaporar el fresco misterio de aquellas luminarias en las remotas noches de verano.’

‘Hajdú’ sueña tan lúcido que recuerda los nombres remotos de lugares como La Alquibla o Cenascuras (que hubiera sido mucho más poético con una ‘o’ intercalada), pero se tropieza con la propiedad cuando desea compartir la palabra (¿por qué aquí la palabra?¿hablamos en los sueños?) y sabe frustrado su anhelo cuando descubre que precisamente el sueño definitivo, ¡ay!, no es suyo.

La historia de Matteo Uccellino, también cuaja en el fulgor de su título y en el regalo de palabras como pipirigallo, cascabeleo, algarabía. Pero se detiene en un final que no lo es: esperamos un desenlace como el de ‘Las Ménades’ de Cortázar, un final como el de Jean Baptiste Grenouille en la obra de Patrik Süskind. Parece que el fogonazo de un flash de magnesio hubiera detenido la escena justo antes de la catástrofe. Hay una grieta en todo, así es como entra la luz, decía Cohen. Quizás hay una grieta en todo y así es como entra la oscuridad.

 ‘La Rosa de los Vientos’ es una de las razones que permiten hablar de ‘Devoraluces’ como de un libro de libros, un homenaje a las lecturas que nos han hecho amar las palabras y la aventura. Es un pequeño y vanidoso placer más saberse capaz de recuperar las historias a donde nos llevan las peripecias de ese Ulises que vive una nueva odisea con los protagonistas de ‘La isla misteriosa’, ‘Moby Dick’, ‘Por el camino de Swann’, ‘Canción de Navidad’, ‘Bajo el volcán’, ‘Quo vadis?’,’La Cartuja de Parma’, ‘Peter Pan’, ‘Alicia en el País de las Maravillas’, ‘El retrato de Dorian Gray’, ‘Las aventuras de de Huckleberry Finn’, ‘Madame Bovary’, ‘El tambor de hojalata’, no sé qué aventura de Sherlock Holmes, ‘El gatopardo’, ‘Los tres mosqueteros’, ‘Lázaro de Tormes’, ‘Don Quijote’, ‘El biombo del infierno’, ‘Hamlet’… En un dieciséis de junio. 

En ‘Pelikan’, la esperanza es azul. Si para otro poeta el azul era ‘el color del ensueño, el color del arte, un color helénico y homérico, un color oceánico y firmamental’, para el narrador de su propio milagro el color que menos pesa “se escapa alegremente por los agujeros de los zapatos” de la muerte. Si pronunciamos en voz alta las palabras que aliteran cuando el protagonista descubre que va a vivir (teñir, sabañones, tiña, araña, roña, saña) nos sale la burla (ñeñeñeñe) con la que consigue escapar de la muerte en el lugar donde comienza el azul. 

‘Villa Diodati’ es otro secreter en el que guardar y redescubrir historias: las  que rodearon un momento único, siempre sugerente y diversamente recreado de la historia de la literatura. La casa que vio nacer al monstruo que perseguiría a su padre se enamora del poeta sufriente de perfil angélico y agradece a sus moradores haberla hecho temblar y vivir.

‘La ilusión del horizonte’ es un perfecto artefacto lingüístico al servicio de una historia, de nuevo, no tan luminosa a pesar de la cegadora luz fluorescente que indica el final del viaje. 

‘Okitsu’, el tradicional tributo olgosiano al cuento japonés, es un canto a la palabra creadora. Hay algo de ‘Big Fish’, la película de Tim Burton, en esta historia de un fabulador sin cuento y de su hijo desengañado, como todos los hijos. El jardinero descubre que el silencio es más elocuente que la palabra y su padre, el carretero, vuelve en el jardín para seguir contando historias.

Y, de nuevo, la palabra tejiendo ficciones y criando sentimientos en el inesperado giro a la historia de Scherezade. 

El artilugio sobre el que versa ‘El calendario quimérico de lo que podría haber sido’ se nombra como la biblia nombra al aliento de vida o a la persona. El néfesh, ese instrumento borgeano nos ubica ante la vertiginosa certeza de que toda persona contiene en sí misma el conjunto infinito de sus posibles vidas, de que cada elección o mínimo azar cercena infinitas posibilidades y se abre a ramificaciones también sinnúmero. Magnífica la explicación con los fractales, absorbente el inicio del relato y excelente su casi final (la  última oración, casi cabalística, desconcierta).

‘Medio real’ es uno de esos mecanismos de relojería a los que Olgoso nos tiene acostumbrados. Imposible no sonreír tan bondadosamente como el, al fin, afortunado paseante de la Alcaná y dar gracias porque sus pasos lo condujeran a la puerta del sedero de la calle Cordonerías justo en el momento en que Estebanillo llegaba.

‘Émula de la llama’ es un libro independiente que, por razones no sé si inexplicadas, se incluye (¿se diluye?) en el ente ‘Devoraluces’ explicando el cambio de signo de las criaturas olgosianas sí, pero perdiendo, quizás parte de su sentido. Unánimemente ensalzado su carácter de canto al amor y al sexo, extraña por momentos lo inmediato de lo contado en un maestro en la alquimia de lo real, en alguien tan exquisito en la transustanciación de lo existente en literatura. Como otro libro que es, quizás debiera dejarlo fuera de este comentario. 

‘Odres nuevos’ es una suerte de historia bíblica, carnalmente esperanzada, que tiene un algo de vanitas tras la celebración del sexo y de los pechos de Marina.

La Coda, esa maravillosa ‘Nomenclatura Borghini para los dedos de los pies’, es mucho más que una coda. Sobradamente merecería también ser un libro independiente esta espléndida indagación en las posibilidades de una ficción no necesariamente narrativa. Una verdadera delicia para paladear despacio, uno y mil hallazgos en la que el autor se aventura ya por el territorio que parece querer explorar en adelante. Bienvenido sea ese deambular por las palabras y las sugerencias”.

martes, 30 de agosto de 2022

Reseña de "Devoraluces" por Francisco Morales Lomas

Reseña de “Devoraluces” por Francisco Morales Lomas, publicada en Todoliteratura.es.




LA LUZ DE OLGOSO EN DEVORALUCES. UN HOMENAJE A LA LITERATURA Y LAS LECTURAS.

Francisco Morales Lomas


Lo conforman trece historias y una coda. Un conjunto de historias diferenciadas en las que hay mucho de ejercicio literario, momentos de autoficción y hacia el final una introducción en el ámbito de la metaficción y la metaliteratura que se está adueñando de muchos libros en la actualidad. Se ha puesto de moda y se practica con cierta asiduidad por muchos autores contemporáneos. Siempre hay que destacar la importancia del significante en su obra, la especial pulcritud con el que trata la lengua española y la facilidad para recrearse en ella con una extraordinaria calidad en la dicción aunque esto puede impedir que las historias avancen más raudas. Sin duda que es una voluntad de estilo y él es consciente de ello y se recrea por momentos como el que se queda extasiado contemplándose ante su espejo vital.

Se inicia con la expresión de sensaciones ante la luz del verano y la dura realidad que lo conmueve para adentrarse en procesos de alegorización (los sueños de Hajdú) que acaban en realidad en un sueño de la mujer creando una sugerente antítesis. Ama las retahílas, la adjetivación y el uso de un léxico muy literaturizado para mostrar ya asuntos tratados en literatura que él recrea, como la historia del cíclope y Ulises en La rosa de los vientos, con la mezcla de personajes diversos, en realidad un homenaje a lecturas, la exaltación alegórica del azul, en muchos casos síntesis de lo artístico en terrenos de lo humano como en Villa Diodati, y la rememoración de aquellas jornadas con Lord Byron, el doctor Polidori, Mary Shelly… que nos indica su maestría para la escritura y la creación de mundos originales.

En ocasiones con gran lirismo, en otras preciosista hasta la exhaustividad ralentizando las historias, aunque no es lo que le preocupa sino la recreación en un lenguaje de gran fortaleza que opera como esa metáfora de los diamantes para una anciana “la adornan, pero no pueden embellecerla”. Con su lenguaje adorna el texto y lo embellece como pocos en el panorama actual pues sabe que el instrumento que maneja es la historia de la palabra, y trata de cuidarla y darle esplendor.

Le gusta la experimentación, el uso sintagmático como en La ilusión del horizonte o la oda al padre en Okitsu, que forma parte de ese gusto de Olgoso por Japón y su tradición cultural y literaria. Pero aquí en un ejercicio de autoficción nos habla de su relación con “el padre”, definiéndose en relación a él y su mundo, que no dejaría de ser tampoco una ficción interesante e interesada, como el mismo autor aclaró en un diálogo con él: “No soy más que mi propia, nimia y atolondrada creación floral. No soy más que la flor que brotó, para apartarse, del tronco seco de mi padre”. Lo considero uno de los más interesantes del libro y lo es porque se despoja de cierta retórica y juega con la ficción de la sinceridad, algo que ya había denunciado sistemáticamente en su Paradoja del comediante Denis Diderot.

Lo oriental se haya presente en La arena de las historias en su recreación de Las mil y una noches o en su propio aleph borgiano en ese néfesch que ocupa la historia de El calendario quimérico de lo que podía haber sido. Ese néfesch que significa vida (sangre), ese “mecanismo universal, que este tapiz de sucesos, que este calendario quimérico de los que podía haber sido se construyó según los ejes maestros de la constelación de Eridanus”.

También hayamos un homenaje a Cervantes en Medio real. Y este libro, Devoraluces, lo es en general por ese devorar la luz que lo ha guiado. Como la exaltación del erotismo y el amor en Émula de la llama, todo un ejercicio de retórica sexual que haría las delicias de Bukowski, Burroughs, Anaïs Nin o Pierre Louÿs. Y por supuesto a nuestro querido Gregorio Morales. Enumeraciones hiperbólicas y escenas sexuales mezcladas con poemas, en una pasión exorbitante. Desde luego que es un maestro en sus descripciones y en el uso del lirismo, así como en la precisión lingüística y en el uso de la adjetivación y su léxico de gran altura, nada habitual en comparación con la forma de escribir presente. Para finalmente centrarse en la metaficción y realizar opiniones sobre el arte de escribir y que este es su último libro de relatos. Existe en esta como cierta entrega: “Una invención realmente nueva nunca va a salir de nuestros viejos cerebros, donde todo ya está condicionado y resabido. Solo el azar de una maquinación ajena a nosotros nos dará eso nuevo”.


lunes, 29 de agosto de 2022

Video íntegro del coloquio en el Festival Palabra de León

Video completo en Youtube de la Mesa de narrativa en el Festival Palabra y las VIII Jornadas de la RIUL de la Universidad de León. Intervienen Valeria Correa Fiz y Ángel Olgoso para hablar sobre sus últimas obras: "Hubo un jardín" y "Bestiario". Modera Natalia Álvarez Méndez, profesora de Teoría de la Literatura de la ULE.




miércoles, 24 de agosto de 2022

Entrevista sobre "Bestiario" en Ideal

Entrevista de hoy martes, 23 de agosto, en el diario Ideal sobre "Bestiario" a cargo del periodista José Antonio Muñoz.


Ángel Olgoso (Granada, 1961), uno de los maestros del relato en español y Premio de la Crítica con "Devoraluces", vuelve con “Bestiario” (Eolas Ediciones), una aproximación literaria al complejo mundo de los seres que no existen, o que no vemos. El volumen cuenta con un prólogo de Jorge Fernández Bustos.

1. ¿Quizá nos llama tanto la atención lo entomológico porque los humanos no somos conscientes de nuestra pequeñez?

Exacto, tenemos un problema de perspectiva, nos cuesta vernos como un simple formicario de hormigas. Los tímidos estamos más acostumbrados a ese recogimiento del ego. Aunque si eres un tímido miope, es inevitable que te veas a ti menos borroso que a los demás. En realidad todos somos Gregor Samsa, el protagonista de “La metamorfosis” de Kafka. Este “Bestiario” podría considerarse un terrario de cristal, un termitero, un bosque animado en miniatura, donde sopla a placer la brisa de la imaginación. Aquí los animales son protagonistas pero también testigos y vehículo de reflexión sobre la identidad y sobre los límites entre especies y géneros. Más que apólogos, fábulas o alegorías, la fauna que acompaña desde sus inicios a la humanidad se materializa, entre estas páginas, en una estética del extrañamiento que es, por otra parte, sobre la que casi siempre he trabajado. Según Cortázar, las criaturas zoológicas permiten introducir la extrañeza en el discurso y desvelar las grietas fantásticas que se esconden bajo la superficie de la cotidianeidad. 

2. La muerte forma parte de la vida, dicen. Y hay quien sueña con la reencarnación, sin pensar en que la vida cansa, y determinadas vidas, más…
Me fascina el atroz hecho de que, de todas las formas de vida conocidas, sólo queden vivas un magro diez por ciento. Las demás, muchas de ellas extrañas o inimaginables, han desaparecido para siempre (aunque quedan pequeñas muestras como ornitorrincos, pangolines, capibaras, ajolotes, hormigas terciopelo, ranas de cristal, etc.). Me apasiona esa exuberancia de formas, esa energía desenfrenada, como si la naturaleza se hubiera ido alegremente por las ramas una vez tras otra. Te refieres al protagonista de “Samsara”, quien sufre la rueda de las reencarnaciones hasta acabar como un animal disecado. Sabemos que lo único que nos diferencia de los animales (que viven en estado de pureza, eternos, con el ritmo elemental de la tierra misma) es la conciencia de nuestra mortalidad. De hecho, si los miramos a los ojos nos parece intuir exactamente lo que sienten. Sin embargo nadie puede saber qué es un animal, en parte porque nadie puede saber lo que es cualquier cosa, y además porque es imposible considerar a un animal sin superponerse antropomórficamente a él.

3. ¿Qué tipo de cuentos de los protagonizados por animales le gusta más?
Todos, pues disfruto contemplando la realidad desde otras perspectivas, borrando la tenue silueta de la identidad entre las especies, agotando las posibilidades narrativas, cruzando puentes que conducen a otros estados de la materia, viva o incluso inerte. No podría elegir sólo algunos de entre todo este recorrido exhaustivo por la totalidad de mis libros (700 relatos), incluido el primero e inencontrable “Nubes de piedra”. Gocé por igual al escribir cada uno de ellos. En “Bestiario” hay lugar para la inquietud, la erudición y la extravagancia, para lo tierno y lo monstruoso, para el prodigio y la pesadilla, para la interpretación simbólica del cosmos o del imaginario colectivo, para la aproximación mitológica y arqueológica. Por suerte, en la literatura los pájaros pueden nadar y los peces volar, y los seres humanos cambiar de forma y de ser, metamorfosearse unos en otros de forma ovidiana, mendeliana o kafkiana: de la poderosa imaginación de los creadores siguen saliendo a enfrentar el mundo el cuervo de Poe, la cucaracha de Kafka, el dinosaurio de Monterroso, los pavos presuntuosos de Shakespeare, la ballena de Melville, los animales selváticos de Kipling,  el burrito de Juan Ramón y la “flor y espejo de los caballos” de Cervantes, los toros degollados de Esquilo o la tortuga que lo mató cuando un quebrantahuesos la dejó caer sobre su cabeza.

4. En uno de sus cuentos, plantea una subversión de las relaciones perro-amo. ¿Una parábola sobre las relaciones consideradas 'canónicas' y que se están subvirtiendo también?
He escrito mucho sobre perros, me di cuenta a posteriori: un perro que habla en “Bárbaro solo”, un hombre que se cree convertido en perro en “El perro verde”, un hombre que se promete con una perra callejera en “Grandes esperanzas”, un perro que contiene el espíritu y los recuerdos del hermano del protagonista en “Lamedores de cielo”. El relato “El asedio” es no obstante la rebelión del mejor amigo de hombre, la ofensiva de un ejército sin disciplina, una desviación del orden natural, de la falaz intimación de miles de años entre nuestras especies. En esta historia, los perros han escapado a su ciega servidumbre, han roto el pacto de fidelidad. Y es que, más que un compendio de animales parlantes, fabulosos o legendarios (también presentes algunos en este volumen) encontramos en “Bestiario” historias naturales y nada ejemplarizantes, retratos poco benevolentes de la condición humana. El campo de acción de las historias es siempre el ser humano, sus comportamientos, sus temores, su memoria, su crueldad, sus dudas, sus proyecciones mentales. Hay que recordar que los bestiarios medievales no sólo ayudaban a la gente a conocer animales exóticos y monstruosos, sino que servían para hablar de las virtudes y defectos, para hablar de personas y animales que ganaban o perdían su libertad.

5. Usted juega con frecuencia con las paradojas del espacio y el tiempo. Lo que para unos es un instante, para otros es una eternidad. ¿Se siente pulga o cocodrilo?

Sabemos que lo pasajero es eterno, las más grandes y solemnes verdades mentira y la poesía (la creación de belleza) la única prueba concreta de la existencia del hombre. “Bestiario” responde a mi apetito por lo maravilloso, lo distorsionado, lo fuera de lo común; a una cierta predisposición por mi parte a animalizar la realidad, mediante metáforas o literalmente. Quizá disfruto liberando a los animales de las jaulas de la convención, a través del juego, la broma y la sorpresa, desautomatizando el pelaje verbal de su naturaleza, que es la nuestra. Respondiendo a tu pregunta, a estas alturas debo haberme encarnado ya -siempre con gusto- en un buen número de animales, desde camaleón (“El pisapapeles”), cucaracha (“Edén Exprés”), tigre (“El demonio de Bengala”), burro bíblico (“Caída de cuerpos siderales”), tiburones (“Naufragio”), zorro (“Almohada de hierba dulce”), abeja (“Las barbas del cielo”), pulga (Merodeadora), cocodrilo (Samsara) hasta dinosaurios o perros. Además recuerdo animalizaciones literales en “Parte meteorológico” (revisión del mito del Arca de Noé) o en “Árboles al pie de la cama”.

6. ¿Hasta qué punto le influye la tradición del cuento oriental? ¿Y la mitología clásica?

Es cierto que casi cada libro mío de relatos incluye una historia oriental propia, homenajeando en especial a la fascinante y exquisita tradición japonesa. Y seis textos míos se incluyeron en la antología “Después de Troya. Microrrelatos hispánicos de tradición clásica”. No se trata sólo de una cuestión de gusto, de afinidades o de formas, sino de maneras. Estas tradiciones, por lo general, perduran porque han logrado recoger con sencillez algo esencial humano, una verdad eterna, común al hombre de cualquier tiempo y lugar. Son historias que están sustentadas a la vez en la autenticidad y en el misterio, no en banalidades, conflictos espurios ni ingeniosidades efímeras.

7. ¿Le supone un reto como escritor mezclar el microrrelato con el nanorrelato y los relatos de mayor extensión?

Siempre me he plegado por completo a las exigencias del texto, independientemente de la extensión. La soberanía de la historia es sagrada, no se puede forzar, ni podándola ni hinchándola.
Volvemos a la idea de la perspectiva: un árbol es, como decía Bruno Munari, la lentísima explosión de una semilla. Al tratarse de una recopilación de cuarenta años de escritura (aunque las narraciones no están extraídas en orden cronológico), conviven en “Bestiario” distintos registros, el microrrelato y el relato largo, la evocación poética, el terror, la sátira, la ensoñación, la metamorfosis, el cuento tradicional, la antropomorfización, la fábula, la escena bíblica, las hibridaciones, etc., y se barajan no sólo animales sino diversas atmósferas, técnicas narrativas y la propia extensión de los textos. Pienso que el resultado oscila entre entre el onirismo y la mirada poética, entre el barroquismo y el informe pericial.

8. ¿Qué le sugiere el término "mascota"?

Una simplificación, una pobre expresión un tanto peyorativa hacia quienes nos acompañan y nos ayudan a salvarnos de esta vida que, en palabras de Lezama, “se agazapa como una bestia de interminable lomo para la caricia”. Confieso que sería capaz de dar una oreja por haber escrito la historia del decano Spanley, de Lord Dunsany, una de las más hermosas relaciones jamás narradas entre humanos y animales. Mientras tanto, me conformo con este modesto crisol de “Bestiario”, donde he reunido vínculos amistosos y crudamente terribles, donde espero haber dibujado una batalla de centauros cuyas dos mitades se acompañan familiarmente o luchan instintivamente una contra otra. A fin de cuentas, somos los únicos animales que fabulan. 

9. Dijo que se retiraba del relato con 'Devoraluces', Premio de la Crítica. ¿Se lo ha pensado mejor?

Me temo que ya he dado por concluida mi obra de ficción. “Devoraluces” ha sido el punto final, la bisagra de una nueva puerta. En otros libros anteriores habían comenzado ya a infiltrarse algunas piezas de un universo fragmentario entre lo metafísico, lo ensayístico y lo confesional, pero ya tengo listo el primer volumen de esta nueva etapa más libérrima, titulado “Madera de deriva”. La verdad es que siento cierto hartazgo del corsé constreñidor de la ficción y, al mismo tiempo, mucha curiosidad y ganas de explorar -mediante otros registros- este territorio fronterizo. Pero no dejaré totalmente de lado los mundos sumergidos y fascinantes de la imaginación, los seguiré recorriendo a través de la lectura de otros autores.

domingo, 21 de agosto de 2022

En el Festival Palabra de León

El viernes 26 de agosto estaré en el Festival Palabra, en León. Conversaré con Valeria Correa-Fiz y Natalia Álvarez sobre “La palabra perturbadora” (Palacio del Conde Luna, 18’30). Y Marina Tapia leerá poemas junto a Xoán Abeleira y Raúl Quinto (Salón de Actos del Ayto., 20’00). Durante el festival se entregará el Premio Leteo a Alessandro Baricco. E intervendrán además, dentro de las ‘Jornadas de la Red Internacional de Universidades Lectoras sobre Literatura Actual’, Marta Sanz, Isaac Rosa, Clara Obligado, Nuria Barrios, Luis Artigue y Marta Robles.











"Ulises" en El hacedor de sueños

 Mi relato “Ulises” en el blog El hacedor de sueños:



ULISES


Yo, el paciente y sagaz Ulises, famoso por su lanza, urdidor de engaños, nunca abandoné Troya. Por nada del mundo hubiese regresado a Ítaca. Mis hombres hicieron causa común y ayudamos a reconstruir las anchas calles y las dobles murallas hasta que aquella ciudad arrasada, nuevamente populosa y próspera, volvió a dominar la entrada del Helesponto. Y en las largas noches imaginábamos viajes en una cóncava nave, hazañas, peligros, naufragios, seres fabulosos, pruebas de lealtad, sangrientas venganzas que la Aurora de rosáceos dedos dispersaba después. Cuando el bardo ciego de Quíos, un tal Homero, cantó aquellas aventuras con el énfasis adecuado, en hexámetros dáctilos, persuadió al mundo de la supuesta veracidad de nuestros cuentos. Su versión, por así decirlo, es hoy sobradamente conocida. Pero las cosas no sucedieron de tal modo. Remiso a volver junto a mi familia, sin nostalgia alguna tras tantos años de asedio, me entregué a las dulzuras de las troyanas de níveos brazos, ustedes entienden, y mi descendencia actual supera a la del rey Príamo. Con seguridad tildarán mi proceder de cobarde, deshonesto e inhumano: no conocen a Penélope.


(De La máquina de languidecer, Páginas de Espuma, 2009)

viernes, 29 de julio de 2022

"Sed de cuentos" ("Pequeficciones") en Youtube

Mi texto sincrético "Sed de cuentos", compilado por José Manuel Ortiz Soto y Chris Morales para Pequeficciones. Piñata de historias mínimas, llega a Youtube adaptado encantadoramente en la voz e imagen de Arturo Campos.





domingo, 26 de junio de 2022

Reseña de "Devoraluces" por Lilian Haydée Cheruse

Tras sus exhaustivas reseñas de otros libros míos (Las frutas de la luna, Los demonios del lugar, Breviario negro, Astrolabio y La máquina de languidecer), la escritora argentina y querida amiga Lilian H. Cheruse aplica a Devoraluces su enriquecedora mirada, conceptual y sensorial a la vez, siempre minuciosa. Acompañan esta entrada algunas obras del pintor simbolista francés Edgar Maxence.




RESEÑA DE "DEVORALUCES" 
POR LILIAN HAYDÉE CHERUSE


Ha sido un verdadero placer volver sobre Devoraluces. Sin duda hay en este último libro de Ángel Olgoso un uso caudaloso de sus recursos estilísticos, pero con una elevada percepción como escritor porque suma su visión enamorada y la luz todo lo vuelve incandescente. Para interpretar el  sentido  de este libro deben incluirse la lectura de los diferentes epígrafes que ofician como subtítulos reveladores al comienzo del libro. Cada uno de ellos expresa luminiscencia. La claridad invade todas las perspectivas. El hombre y el escritor se integran y Ángel renueva su visión personal y su mirada como escritor. El hombre homenajea a su mujer y le cuenta al mundo que “la belleza, el amor y la literatura se aúnan”. Donde hubo sombras hay llamas y la dedicatoria a Marina lo confiesa, en ella converge la razón de tanta claridad. Esa marea de luz puede manifestarse como metáfora, como don, como belleza natural, como apropiación, como novel mirada, como resplandor interior, como palabra, como mandato del amor y la alegría. Esa marea interior lúcida y pura se expande en todo el prisma de Devoraluces. Invade los recursos estéticos, las abundantes reflexiones, los temas. Se adueña de las metáforas, las descripciones, las típicas enumeraciones, las elucubraciones, los títulos y subtítulos, los textos-cuentos, el diario amoroso, el narrador- objeto  de  Villa Diodati, la coda. Nuestro autor realiza un giro direccional que lo sitúa fuera de la sombra y perfila un estilo sin trabas, más libre, sin ataduras estructurales. No es casual la cita final de Jesús Cotta que convida a Ángel a escribir desde el resplandor. 

No es casual  tampoco que Las luciérnagas inicie este libro. Ellas, diminutos faroles, permanecen encendidas en el mundo interno de Ángel. Representan el faro del hombre que languidece. El texto es una pantalla estrellada de imaginación y fosforescencia. Los vocablos titilan  convertidos en  recursos visuales. La vega y el secano agigantan su vitalidad  con verbos inscriptos en la aventura inocente, en el juego, la risa y la magia de la "libertad del verano". Avanzan  las conjugaciones: pirueteábamos, perseguíamos, vigilábamos, destapábamos, picoteábamos, atrincherábamos, partíamos, saltábamos, arrancábamos... Fue la era de los niños sin asfalto, la niñez de libertad callejera. La atmósfera se vuelve paisaje, "eriazos del secano… lomas… almendros y olivos, el atardecer devenido en noche...". El artesano ha logrado el clima perfecto para la llegada de las luciérnagas y la riqueza sensorial se despliega en originales, fantásticas metáforas, sinónimos impensados del enjambre. La estética destella en cada vocablo y el movimiento ilumina nuestro propio espacio. El lector se ha queda absorto, inmerso en este baile de espejos, en esa "patina fosfórica" que se ha transformado en Devoraluces.  


He disfrutado con Hajdú, el  soñador, el nadador de las aguas fantásticas, con el pasajero de "un lago  nocturno" que transita como si fuera real. Hajdú solo necesita  un abrir y cerrar de párpados para pasar de un mundo a otro. La noche es propicia para alucinar y las anáforas nos convocan a  sus originales historias. Las comparaciones se suceden. Las descripciones bañan ese estado de vigilia, de alegría imperecedera porque allí convergen las fantasías de todo hombre. Sueños extraños, iluminados, sorprendentes que nos arropan como infantes. Los párrafos  nos sumergen en una estética mágica. Puede que  encontremos  un niño pez o descubramos  la región helada donde el sol de primavera repondrá la  voz de los vocablos. Estaremos  presentes en ese baile de disfraces del Castillo Púrpura donde las virtudes y los defectos revestidos de pompas  y ricas telas se enfrentarán. El texto se mece  en el mundo imposible que Olgoso teje con hilos de orfebre. El soñador encarnará  personajes y también viajará por antiguas islas… hasta llegar al último sueño, donde la pasión arrebatadora le dará  al final  otro final.    

Braceo en ese oleaje de luz que encarna Fulgor, el resplandor que todo lo invade, que se cuela en las palabras y contagia los sentidos.  Matteo es la  representación de una humanidad  mejor:  el  hombre  pobre y sencillo que canta la dicha de estar vivo, que vive en estado de "alborozo". La  luminiscencia  se expande por todo el texto con  fino cincelado y la trama  aumenta su intensidad de "alas de gasa" mientras transita la historia. La  marea humana crece, quiere  acercarse al hombre con alma de sol y las "alabanzas" se alzan por el aire. La luz de este tercer relato es aún más poderosa que los faroles de Las luciérnagas y que los rayos de sueños de Hajdú porque deviene de la pureza. El cántico de alegría se expande por "los puntos cardinales" del relato, aumenta como una ola abastecedora de hombres sedientos de bonanza. El mensaje no nace de la oscuridad que tiende a la claridad sino que su fuente es  la misma entraña de la llama. Las bondades de Matteo conforman un haz de metáforas de la dulzura. Las comparaciones dan cuenta de la grandeza de su virtud. Su fama corre por toda la tierra con forma de sinestesia. La multitud  dispuesta a conocerlo compone  largas enumeraciones descriptivas, calificativas, frases adjetivas, vocablos de significaciones diferentes  que convergen en un punto estético, comparaciones y acciones, anáforas iniciando párrafos. En forma progresiva, el escritor unifica el clima y la atmósfera para dar paso al paraíso terreno. El "desfile de pisadas", el aluvión humano quiere ser parte de ese maravilloso cielo terreno, el mundo que Olgoso transmite desde su propio interior. Angel Olgoso se muestra aquí pleno y eso se plasma en su talento. Los recursos estéticos de este engranaje narrativo poseen tal magnitud creativa, tal  pureza que lo sitúan en la perfección. Bendecido es el escritor granadino y merecido es su logro.


La Rosa de los Vientos es un  texto donde la imaginación entra en acción de modo tan poderoso que revive la figura del Ulises  como personaje de las páginas de otras obras señeras de la literatura. El héroe griego es el punto central de esa rosa mágica que señala  todas las  direcciones porque además de extraño y sorprendente, el relato tampoco es lineal. Una aventura puede estar incluida en otra que a su vez se conecta con la siguiente y los personajes de los diferentes clásicos interactúan en un nuevo espacio o tiempo. Un relato-juego donde deben reconocerse las piezas de ese todo intertextual que revive escenas y protagonistas. Olgoso genera un remolino de sorpresas y de párrafos escenográficos. Describe, conecta personajes de diferentes obras, recrea climas y atmósferas para deleite del lector que vuelve a recordar tanta literatura emblemática aunada por el mito griego. Olgoso testimonia y recrea con un gran conocimiento una asombrosa cantidad de libros reconocidos universalmente. Algunos nombres de este mosaico: el Jonas bíblico que  brinda el primer escenario y de allí parte la dinámica envolvente. Descubrimos entre otros: Veinte mil leguas de viaje submarino, La isla del tesoro, Moby Dick, Tom Sawyer, Canción de Navidad, Peter Pan,  Alicia en el país de las maravillas… y siguen los nombres hasta el cierre del telón con una reflexión donde el escritor concluye este homenaje reivindicando los sueños “por siempre jamás”. 

Pelikan toma la luz de Las luciérnagas, los rayos de Fulgor, la claridad de Hajdú y los funde extrañamente en azul, índigo o cobalto... El holocausto es ese espacio donde “comienza el azul”, dice el escritor que, con destreza, describe y contrapone el color del horror con el color de esa tinta que graba números e identifica a quienes han perdido la dignidad de personas. Una emblemática metáfora de un “mundo extraño y misterioso” donde “los inocentes estaban condenados, los sanos enfermos, los cuerdos locos”. Párrafos ambientando  ese límite extremo de la vida. El holocausto de hambre y  tortura, locura y muerte reconvertido en  imágenes de azules. Ellos  llegaban en trenes, “arrancados de cuajo” de sus seres amados, de sus pertenencias, de sus vidas. Son los recuerdos de un abuelo sobreviviente que con imaginación y deseo pintó la realidad de ilusión para salvarse. Pelikan es un estremecedor sueño azul que, cuanto más tiñe la escenografía del horror, más belleza destila en sí mismo.


Villa Diodati es una joya. Aunque todo Devoraluces lo es. Se dice que "las paredes oyen" y en Villa Diodati la morada piensa, observa a los allí reunidos, conoce sus debilidades, sus gustos, su obra, sus debates y hasta disfruta su presencia. Esa  personificación se constituye en la anfitriona de Lord Byron, Mary Shelley, Percy Shelley, Polidori y Claire Clairmont. La ficción es patrimonio de  Olgoso que ha investigado sobre los "ilustres iguales"  y  afianza su narración y su vuelo literario en el relato  que  los mismos escritores  hicieron de aquella  brevísima estadía a orillas del lago Leman. Un grupo de literatos "departiendo juntos en un lenguaje solo comprensible entre ellos". Villa Diodati es una semblanza  de lo que pudo haber sido la  convivencia  de estos famosos que pernoctaron, se amaron, tomaron opio, navegaron, pasearon e inmortalizaron a sus monstruos de horror gótico. Así nacieron Frankenstein  y el Vampiro, en el corazón de  la mansión suiza.  Olgoso narra con maestría, trae a la luz sus perfiles, sus debilidades, la genialidad  del grupo como si hubiera visto  el hacer de estos huéspedes y desarrolla el texto  con toda la fascinación que provoca una  pintura detallada. Crea imágenes y  ambientaciones descriptivas del interior y exterior de la casona. Es un acontecer con quince subtítulos, quince aristas de aquellas reuniones y la vida de sus actores donde relata, imagina con un nivel estético superlativo. Cada arista es un espaciotiempo donde  se explaya sobre el quehacer, las particularidades de estos hombres y las personalidades que representan "un regalo sin precio". La primera historia es una especie de presentación del escenario. Luego vendrán  el volcán que supuestamente ha provocado esta tempestad. La escenografía conjuga los elementos de aquella "tormenta de rayos" y la asociación con esos huéspedes.  La percepción es omnisciente y conoce el interior de sus inquilinos mientras en el afuera expone un lugar paradisíaco. La vegetación: " las ondas serpentean entre islas de hierbas, de gladiolos y sauces". Surge la invitación de Lord B: escribir una historia de fantasmas. Aparecen los notables que guareció Villa Diodati antes de ese presente memorable. Están los vecinos de "abolengo", los "invitados ginebrinos y  extranjeros, holgazanes, las mujeres campana y mariposas muertas" que han "franqueado las columnatas de mi entrada". Complementa con  costumbres de época, sus ropas, sus identidades. En "Este ser quimérico" Lord Byron vive en la textura olgosiana. Sucede también con el doctor Polidori y los demás en los escenarios siguientes. En "Los hombres solo distinguen..."  compartimos  una navegación por el lago donde la prosa lírica exalta “un martín pescador que incendia de brillantes colores…". Los rasgos siguen mostrándose en los cuadros  que restan, párrafos para cada uno de los huéspedes que a su vez se  entrelazan con los otros integrantes: la señorita M. W. Godwin y la señorita C. Clairmont.   "La voz es la flor de la belleza" es un monólogo de la mansión que  "con su corazón de cuarzo" y los sentidos -que no son otros que las dependencias  y objetos que la componen- escucha y siente a sus visitas. Un escenario sensitivo y lírico, una página memorable. En síntesis: con Villa Diodati  hemos participado, hemos compartido aquellos días de oro que el escritor ha inmortalizado. 


La ilusión del horizonte es la del ser humano. Esa percepción de nuestro camino rutinario que Olgoso ha definido con la construcción sintáctica desde el principio al fin del relato. La repetición del sintagma "Tendido eléctrico" hace a este esquema. Uno como lector se suma a este viaje de carretera de "ocasionales simetrías y perspectivas de fuga", y la descripción constante de ese paisaje carretero, de ese andar  lento y acompasado que nos invade y aletarga.  Sus menciones son cuadros móviles porque uno los ve pasar y quedar atrás. Diferentes escenarios que ofician desde los espacios que miran al exterior de ese vehículo. Pude sentirlo  como un mandala por el ritmo constante y por la "velocidad"  de ese transporte que son  las palabras de  Olgoso desarrollando el tema en una ruta simbólica. Los pasajeros y nosotros vamos desandando la "calzada de dos carriles" que es la vida, creyendo que existe un límite, un mejor destino. Los invitados a este viaje seguimos con expectativa, con nuestra vista ese pasar por delante de objetos, construcciones, personas que aparecen y luego quedarán a retaguardia. Es interminable esa enumeración que nos alcanza hasta que llegamos a un final que nos sorprenderá.

Okitsu es un bellísimo relato que transita lo emocional. Un texto basado en la relación de un padre con su hijo desde la niñez a hombre adulto. Vemos el curso del pensamiento y los sentimientos  con que ese hijo siente a su progenitor según pasan los años. Una pintura al estilo oriental.  Ambos están en una isla del Japón cuyo color verde había sido dado por los “ojos verdes” de su madre cuando niña. Esa connotación y los apuntes en los otros párrafos generan ternura y frescor. Escenas casi rurales, sencillas, puras, naturales. Sensaciones que impregnan los dichos, las descripciones.  Las  imágenes se ciñen a las acciones dando vida a una puesta costumbrista y aleccionadora. “Pera salvaje de la provincia de Shumano”. Okitsu ha pasado “sesenta años labrando ruedas”. Un carretero descripto en cuerpo y alma con delicadeza y tersura. Un artesano como el mismo Olgoso pero cada uno en lo suyo. El clima encantador  impregna la estructura. Los hechos se suceden entre historias mágicas, aprendizaje y esa naturaleza que crece libre. Aparecen juncos, melocotones de oro, musgo, bosque, ciervos, bambú, cerezos, pinos rojos y demás elementos entramados en el relato. El final conmueve con  el reconocimiento tardío al padre que ya no está: “…valiosa esencia del jardín…comienza a aflorar, y vuelve para enseñar…”.


La arena de las historias es un texto intertextual que con la magia de las palabras evoca  antiquísimas historias, las que según Olgoso "se convertían en cuentos maravillosos, en talismanes". Nos  referimos a la cadena de "estrellas" de las Mil y una noches, las que el escritor  como la matriz de un ajuste, de un broche-cuento, de un engarce antiguo amarra entre sí con su propio relato. La arena de las historias es una especie de cuento de los cuentos para que esa antiquísima recopilación  se mantenga iluminada. Su recreación encierra los antiguos decires, las arenas del desierto, los recuerdos de las noches de luna "en tiempos de los reyes Sasánidas". La narrativa es hipnótica por el clima oriental que le imprime, por la trama de ensueño donde cada frase derrama "miel y leche", remotos siglos y perfumada oscuridad, goteo de astros que revive la historia que da sentido al compendio fantástico. Olgoso trae al sultán Schariar victimario de sus esposas y a la hermosa Schahrasad que con un ardid vence la muerte. La mujer que con sus cuentos  derrite el corazón del mandatario. El desarrollo estético nos sumerge en las aguas del antiguo Oriente vestidos con galas de sultanes y protagonistas de un cuento de hadas.

El calendario quimérico de lo que podía haber sido. Ese extraño calendario, que ninguno posee, se hace objeto y espíritu porque su nombre, néfesch, en la tradición religiosa judeo cristiana representa al alma, esa denominación de origen hebreo y griego posee la significación primera del movimiento, del estar vivo. Es en realidad la demostración de la libertad del hombre porque “cobija todas las vidas de la persona… alternativas que fueron volatizadas por cada decisión, por cada golpe de azar…”. Todo el texto es un caleidoscopio de imágenes de luz y reflexiones, de pensamientos abstractos y existenciales. No hay aquí tiempos paralelos. Sino un “trompo”, una ruleta con el juego de elección de cada uno. Cada oración es una descripción perfecta de ese “instrumento” de la vida, que podemos barajar en la “hiedra del instante”. Este relato representa al unívoco tiempo y espacio aunque es múltiple y exponencial su giro con caras posibles, con direcciones que revelan la concreción  de los hechos no realizados. Como un Aleph máquina olgosiana: “todo sucede a la vez en una polarización interminable, en una dispersión de arabescos, de estelas, de retoños nuevos que se superponen…”, como si fuera un visor que llevamos dentro. Cada párrafo es un lujo estético, un alumbramiento. Según sus palabras, “es el regalo gratuito del presente…la fragua de los dioses”. Así lo creo porque aunque no sea posible, en  realidad somos quienes decidimos nuestros instantes de “este molino de calendas”. Un texto singular que se extiende con enumeraciones atrapantes que todo lo unen, con referencias líricas que no se agotan, que desbordan los renglones y que nos trasladan a ese otro estar diferente, mágico, extraño y tan deseado.


Medio real. Toledo, El Quijote de La Mancha y una minuciosa pintura local que nos coloca dentro de aquel famoso libro. El capítulo IX de la primera parte se ha extendido por arte de Olgoso, quien le ha adosado a la historia de los cartapacios de “un tal  arábigo llamado Cide Hamete Berengeli” el encanto de su propio relato. Nada es artificioso, ni forzado. El texto podría estar inserto en las páginas originales sumando detalles y dando proximidad a la historia. Está el barbero Torrearias  “y su casa rebosada de cal”, su mujer y sus hijos. Una descripción visual del descubrimiento de los documentos antiguos en la pared. Seguimos el camino para llegar a los documentos: ensanchar un boquete pero con clave de luz y con sus nombres identificatorios: “…alumbrar con un velón…ensancharon la grieta …como un postiguillo… después subió al camarachón y, a la luz pobre…”. Ellos aparecen en una alacena tapiada. No hay diferencias con el costumbrismo del libro cervantino. El diseño urbano, las calles, la descripción del barbero y médico Torrearias.  Su persona, su vida, las partes de su casa (la reja del ventano, estera de esparto del soportal, espigas colgadas en el muro de entrada, zaguán ancho, tejado terreno), los hábitos de la familia y la razón de la venta de esas viejas carpetas. No se aparta de la dimensión  de aquella época. El barbero pensó en conseguir por “el hallazgo medio real o una fanega de harina”. Allí va su hijo hasta el sedero que tenía el puesto en la calle Cordonerías. Olgoso complementa el cuento sin desvirtuar la narración original. Participamos del bullicio del pueblo, sus  lugares y su nomenclatura, el  movimiento cotidiano. Por fin aparece un hombre que por su descripción sico-física y sus modos no es otro que Cervantes. Intertextualidad  y  riquísima pintura como homenaje al creador que nos permite entrar en otro tiempo y espacio.


Émula de la llama. Dos epígrafes señeros  al comienzo de esta representación de la llama, del ardor que no puede expresarse en su total dimensión. Sí, una aproximación de su reflejo por la belleza y la palabra. La llama es luz y por lo tanto es visión, conocimiento, sabiduría. Para el hombre que es escritor, Marina es quien genera  y Ángel homenajea a esa mujer que lo ha provisto de nuevos ojos. Canto de nueve páginas con títulos abriendo alfabéticamente breves textos que incluyen introducción y epílogo. Un prisma con las facetas que acercan al narrador-hombre al cuerpo  y al alma de su mujer, pertenencia que se expresa por la vía de los poros y los sentidos. Fluye el sexo, el erotismo, el cariño con formato de alabanzas y aleluyas íntimos. Ella puede ser también concepto o noción significante del mundo intelectual o afectivo de Angel. Aljibe es  deslumbramiento y primer encuentro “a cielo abierto”, detalles temporales, personales, “colisión planetaria”, vínculo propiciatorio que como toda corriente humana es única en cada encastre de dos personas. Olgoso  ha dejado impreso su encuentro con el amor en la memoria lineal de Devoraluces. Los textos que  siguen dentro de esta especie de diario íntimo se abren para el  deleite vivencial de sus lectores. Aspiración es el deseo de penetrar en ella por cada célula, órgano, “cavidades y flancos”. Las enumeraciones se derraman por este rapto  de conjunción con el otro. Bocajarro: volcán de roles para  detallar ese apasionamiento: “seré beso a bocajarro en tus labios al rojo vivo”. Calendario: esas dos horas-siglos” del encuentro sexual, “esos dos siglos de caminos por tu piel”. Diapasón: sinónimos, frases, comparaciones, metáforas de los glúteos, uno de los símbolo eróticos femeninos. Espacio “sacro” donde siempre va “luna blanca”, “vasos paganos”, “pulpa, esmalte, palanquín”, “tórtolas saladas”, “coto incógnito”.  Estrellamar: un poema y un nuevo nombre para titularla  y apostrofarla. Vocablos y frases en sus versos  como modos de devorarse. Gusto: el deseo que se expande desde labios y boca y se disuelve en la literatura. Lactar: amamantarse con sus pechos y el deleite. Lamer:la sensualidad del tacto lingual. Literatura: Marina como sinónimo de “beso y escritura”. Maravilla: la palabra que responde a milagro, portento, prodigio es  anáfora  y exaltación del rubor y los suspiros, más besos, lunares, vulva, sudor, tristeza, complacencia, imaginación y maravilla de maravillas… Nupcias: una escena de sexo y erotismo salvajemente poético. Acercamiento y acoplamiento. Oído: una explosión del sonido de los cuerpos, del roce y del orgasmo. Olfato: imágenes inéditas y sinestésicas, imágenes que se desprenden del fuego sexual. Orbes: ese espacio de pertenencia, de abstracta electricidad, de encuentro y correspondencia, de instinto, el todo en la piel que desata el deseo y conjuga “lo sagrado y lo profano, lo cóncavo y lo convexo, los cúmulos y los nimbos”. Uno con el otro en el placer. Parque: el amor en arpegios del afuera de ese parque público donde el deseo aumenta aunque no desvista. Patria: la noción del suelo personal, de la contención, del espacio conocido, “hermandad inextinguible”, un pueblo de sentimientos cómplices y felices”, eso es esa pareja expuesta en la trama de Émula de la llama. También es Puerta: “abismo celestial, nido secreto, gruta ojival, aljibe” íntimo, sin límite. Sigue con Sudor: así dice el poema y todo se desenvuelve en movimiento que “fluctúa” a modo de “cascada”, “hijo natural de sacudidas gimnásticas” y todos los versos responden a ese juego de hacer sobre ella y transpirar. Luego titula Tacto: el recorrido de las yemas de los dedos por la piel. Vista: “el mirador del alma” y del cuerpo con  una invocación final. Epílogo: un derrame de apelativos tiernos, líricos, cercanos, lejanos, viscerales, literarios, cotidianos para Marina como un círculo que los guarda del afuera.


Odres nuevos: La luz como expresión del amor se nutre de muchas fuentes porque es vida. En Odres... se alimenta de  misericordia y derrama su caudal mientras la guerra desviste los  "montes pelados y resecos", mientras el calor asfixia con el "color de la cal". Las  imágenes  nos llevan por ese clima de fuga y de hambre, de dolor y de sed. El ambiente físico y el ámbito espiritual  aceleran el drama  en forma paulatina. El escenario es un camino  sofocante  que gravita en torno de ese hijo desertor que agoniza. La escenografía rural  destella en los nombres de los personajes, la mención de plantas, objetos y costumbres de aquellas  primeras décadas del siglo XX. Amador se está muriendo y la generosidad de Águeda cambia las reglas biológicas para auxilio de ese hombre hambriento y la sorpresa nos gana. Esos pechos destilarán leche para salvar al ex soldado.  Todo es posible al amparo de la luz y del deseo.

Nomenclatura Borghini para los dedos de los pies. Esta Coda es un epilogo colorido, una reflexión sobre el valor  creativo, sobre el juego de la  imaginación en la conformación de una historia,  sobre el rol del escritor en su relación con el lector.  Un desarrollo narrativo, una especie de ensayo donde los títulos recrean las hojas "en blanco", que el escritor nos descubre como modo óptimo de recrear un relato. Olgoso testimonia con extraños titulares, extensos, sugerentes, algunos de apariencia incongruente, el poder creativo y libre de los lectores. Desde el título general avanza con relatos subtitulados donde desarrolla su pensamiento sobre el tema. Su modo de "vaciar" los textos con que culmina este libro es elucubrar sobre el don de la palabra y los vastos horizontes "que dicen" sin emitir sonido. Estos "dedos" hablan, se extienden sobre ese papel blanco… El "azar" como intervención. Es la búsqueda del equilibrio, del lector activo que complete la historia en su cabeza. Es el título como "tomatillo deshidratado que contiene en sí todo su rotundo sabor." Es la libertad del gran escritor, la decantación que está construyendo nuevos caminos. Ángel Olgoso escribe con la intencionalidad de quien domina los recursos estilísticos, el don de la palabra, del conocimiento amplio, de las citas literarias, del análisis y la síntesis, del meduloso hombre-escritor.

Ya no "devora" sino que expande su luz propia, pura, nacida desde el interior que no deviene de la sombra sino que se hidrata de sí misma. Ha comenzado una nueva etapa donde se permite mil modos para sus próximas obras.



LILIAN HAYDEE CHERUSE

Profesora en Letras, escritora y gestora cultural. Posgrado Internacional en Cultura y Comunicación (FLACSO). Ex Directora General de la Comisión de Cultura y Educación Concejo Municipal Rosario. Participación en programas radiales, televisivos y en forma digital por medio de revistas, entrevistas y Canal TV +, en eventos literarios como AEN, SADE San Pedro-Baradero, otros. Colaboró en Programa “El Concejo + la gente”, CableHogar, Canal 4 de Rosario. 2007 Diploma por labor cultural otorgó Movimiento Cultural Rosarino. 2010 Diploma de Honor por labor Cultural e Interés Municipal del libro “Lilian Escribe”, otorgó Concejo Municipal Rosario. 2019 Premio Madre Selva otorgó Medios TV+ como escritora y aporte cultural. 2019 Interés Municipal por “Vueltas Locas”, narrativa y “El cometa tiene un secreto”, infantil. Autora de reseñas y prólogos. Participó en Antologías, entre las que se cuenta Hispanoamericana de Microficción En Pequeño Formato (julio 2021). Ganadora 1 Concurso Infantil “Felices porque sí” con el libro Infantil “El avión Celeste” (julio 2021). Próxima publicación digital de Eos editorial del libro “Bitácora de Cielos (Seis Narradoras del Norte Bonaerense)”.