He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)

miércoles, 27 de octubre de 2021

Audio de "Suicida" en Ivoox

Gracias a Raúl Luna por grabar el audio del microrrelato Suicida (perteneciente a La máquina de languidecer, Ed. Páginas de Espuma) para su blog "Las lecturas del abu" y su difusión a través de Ivoox y Spotify.


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viernes, 22 de octubre de 2021

Reseña de "Devoraluces" por Ramón López Pazos

El escritor madrileño y amigo Ramón López Pazos compone una hermosa taracea en la que ha tallado sus certeras impresiones sobre Devoraluces, sintetizando maravillosamente cada uno de los relatos que lo componen. Muy agradecidos por esta deliciosa destilación literaria.

Ángel Olgoso y Ramón López Pazos

“Hoy quiero reseñar una lectura de obligado cumplimiento para los amantes de la literatura. Se trata de Devoraluces, último libro publicado del extraordinario escritor y amigo Ángel Olgoso.

Sin duda, los lectores de Ángel asistimos a un cambio de registro en la nueva obra. Una epifanía narrativa que, sin conocer los detalles, cabría pensar que es producto de su renovado estado de ánimo.

Dejando las disquisiciones del alma aparte, Devoraluces presenta un resultado soberbio (es lo acostumbrado); aunque, en muchos relatos, sorprendente.

Las luciérnagas, es una evocación emocionante, una pavesa de nostalgia que despide el fuego del olvido. En Hajdú, nos topamos con la perversión de los sueños inalcanzables, o no. Fulgor nos muestra la bonhomía de un hombre convertido en pajarillo alegre que invita a la felicidad. En La rosa de los vientos, recorremos junto a Ulises, un fantástico periplo por las vidas de otros personajes literarios. Hacia una Ítaca imposible de encontrar. Pelikan colorea el exterminio de color azul, la remota esperanza de los condenados que lucen en sus brazos los números del holocausto. Villa Diodati es la fascinante cadencia de un cónclave de celebridades literarias reunidas para forjar monstruos. "Ojos brillantes encendidos por la hoguera interior de la creación". La ilusión del horizonte es un carrusel de instantes ilusorios hasta llegar a un matadero de aves. La esperanza de ser águila sobre tendidos eléctricos. Okitsu es el tributo a un padre. El digno carretero contador de historias al que le tiemblan los labios de alegría. En La arena de las historias, presentas las mil y una noches del amor verdadero. Un sultán benévolo y enamorado. El calendario quimérico de lo que podía haber sido, un cuento para reflexionar. El néfesch, ese ingenio mecánico universal, un artefacto que muestra las historias que la realidad trunca. Nos hace pensar en las múltiples posibilidades que baraja la existencia. Quimeras que transformarían el mundo, convirtiéndolo en un poliedro de infinitas facetas, un piélago de circunstancias guardadas en el archivo de los hechos no acontecidos. En Medio real, hay un guiño a lo cervantino. Un personaje que, extrapolado a la actualidad, nos recuerda el desprecio que han de soportar ciertos manuscritos que no son considerados en lo que valen.

Yendo más allá del grueso de la obra, aparece un bloque de relatos apologéticos que conmemoran la figura de Marina. Émula de la llama es, como él mismo escribe, el particular renacimiento que opera de la mano de su musa. Erotismo, pasión, amor... toda una declaración pública de intenciones narradas desde la sístole y la diástole de tu corazón agradecido. Un ejercicio introspectivo que rasga las veladuras del pudor y excita los sentidos.

En Odres nuevos, nos dibuja otros asombros de la guerra. El moribundo hijo de Társila aupado a los pechos turgentes y prodigiosos de Águeda. Tetas salvíficas dadoras de aliento, de leche confortadora en las postrimerías de la vida. Y, por último, Coda. Un haz de textos que refutan la conveniencia de desarrollar una narración o, por el contrario, considerar que los títulos comunican lo suficiente para que el lector construya la trabazón del relato. La defensa del título como valor de una obra increada. Como bien resalta, el escritor está limitado a su experiencia. Sin embargo, al lector le impulsa el azar.

En resumen, Devoraluces ilumina nuevos horizontes narrativos. Por supuesto, el estilo es reconocible. Pero, como antes apunté, no deja de sorprendernos en algunos pasajes del libro. Una obra para degustar despacio, para masticar a ritmo de balada, para fabular a lomos de su lírica; ora al paso, ora al trote reunido, ora a galope tendido.

En Devoraluces, la literatura de Ángel Olgoso declina de lo turbador a lo bello, parece maravillarse de las bondades del mundo. Es innegable el giro que acusan las ficciones, y, en todo caso, ya sea en la penumbra del horror cotidiano; ya sea en la celebración de la belleza, sus palabras exactas siempre nos regalan el placer de las buenas lecturas. Esas que gustamos de releer al final de una anodina tarde de trabajo, para encontrar la merecida recompensa a la ingratitud de la rutina”.



Ramón López Pazos es un escritor vocacional, su disposición a la escritura vierte su creatividad en diferentes campos literarios.

Como narrador, es autor del libro de relatos Alejado del tiempo, y de la novela El centinela impaciente, ambas obras publicadas en la Editorial Nazarí. Formó parte del libro colectivo Nocturnario.

Ganó el premio de relato Frida Kahlo (Rivas Vaciamadrid, 2016).

Algunos de sus textos teatrales se han representado en diversas salas de Madrid.

jueves, 7 de octubre de 2021

"La bañera" en el programa de radio "En su tinta"

Podcast de ‘La bañera’ (perteneciente al libro de cien microrrelatos ‘La máquina de languidecer’) en el programa mexicano de radio "En su tinta", que se propone ‘contribuir a la construcción de puentes entre los escritores y la sociedad, además de promover a los autores jóvenes y sembrar vocaciones literarias’.

En su tinta




miércoles, 6 de octubre de 2021

Audio de "Las luciérnagas", por José Luis Gärtner

Nuestro agradecimiento al querido amigo, excelente escritor y Sátrapa de nacimiento José Luis Gärtner por el audio con que deleitó al público asistente -el domingo 3 de octubre- a la presentación de Devoraluces en la Feria del Libro de Granada. Las luciérnagas es el relato que abre el libro. La meticulosa laboriosidad de Gärt para con esta poética evocación de los veranos de la infancia es invisible, como él quería, pero el resultado impresiona y emociona. Aquí el enlace:

LAS LUCIÉRNAGAS





domingo, 3 de octubre de 2021

Texto de la presentación de "Devoraluces"

 

Gerardo Rodríguez-Salas, Ángel Olgoso y José Luis Gärtner

 en el Espacio Central de la Feria del Libro de Granada



PRESENTACIÓN  DE  DEVORALUCES

Ángel Olgoso


Confieso que mi gusto por el Romanticismo negro embridó durante años mi gusto por la vida, que fui seducido con placer por el prestigio del abismo, por lo que Poe denominaba “el demonio de la perversidad”, reconozco que creía en la elegancia de habitar las sombras. Por eso, en general, en mis libros anteriores interpretaba el mundo a través de una mirada inquietante y sombría, potenciada por la imaginación y el estilismo, y prefería la extrañeza, la intensidad, la sorpresa, las quimeras, lo que Valéry llamaba "todos los valores de choque". Es cierto que se dice que la felicidad no es literaria. Es cierto que los momentos espléndidos de cualquier existencia son raros como luciérnagas, que las ocasiones de amargura y odio son mayores que las del goce y la serenidad, que las miserias y pequeñeces parecen oscurecer la aventura humana, una aventura que sin duda debería desplegarse en formas infinitamente más ricas y exultantes. Es cierto que Valente aconsejó no separar la sombra de la luz que ella ha engendrado. Es cierto que el dolor tiene un prestigio inmerecido y que la oscuridad es parte de la vida. Pero también es cierto que la desesperación no es más hermosa ni más inteligente que la esperanza, y que toda biografía -por muy terrible que sea si se mira con detalle- tiene sus instantes luminosos; que al igual que el sol se abre paso tras la tiniebla nocturna, es preciso atravesar la oscuridad para llegar a la luz y devorarla (como sugiere el título de este libro) y celebrar su condición efímera y sus múltiples dulzuras, como intentan celebrar cada uno de los relatos de Devoraluces la bondad, la gratitud, la dicha, la fuerza arrasadora de la pasión -ya sea amorosa o creativa-, los sueños, la solidaridad, la imaginación sin límites, el consuelo que procura el arte, la ardorosa afirmación de sentirse vivo frente a la amenaza del paso del tiempo o de la muerte. La literatura, según Cunqueiro, nace de la necesidad de luz, verdad y libertad, de la necesidad de evasión llamada "icarismo", que se enfrenta al laberinto de desdichas de la condición humana. Vivir la alegría del presente es, probablemente, una forma de sentirnos inmortales. Además, aunque la vida sea casi siempre hostil y siempre provisional, ningún hombre -tal y como sensatamente formula un proverbio chino- puede impedir que el pájaro oscuro de la tristeza vuele sobre su cabeza, pero lo que sí puede impedir es que anide en su cabellera.

Si con Breviario negro (escrito a resultas del Gran Saqueo de 2008) puse un crespón a mi narrativa, si escribí durante décadas en la estela nocturna de los alucinados Poe, Hoffmann, Bécquer, Andreiev, Quiroga o Kafka, si con aquellos relatos y con cientos de textos anteriores hacía resonar en los oídos del lector el cóncavo son de la tierra amazacotada sobre la tumba, en Devoraluces (escrito tras conocer a Marina) remite el pesimismo, hay una reconciliación con el aquí y el ahora, con las mil y un facetas que cada día ofrece la realidad; se comunica la sencillez y gentileza de todo lo vivo, la poderosa y delicada finura que irradia todo lo que simplemente es, todo lo que tiende a la luz; se insufla un ánimo benigno y positivo; se siente el rompeolas de la vida de los otros; se contempla a los demás seres con ternura, como unos niños ejerciendo su libertad alrededor de una fuente. Devoraluces es, como digo, una toma de partido por la alegría en el arte y la vida, por un suave estado de exaltación. Como cuando el mundo parece inédito de nuevo, cuando te guían impulsos positivos, cuando de pronto suceden inesperadamente lo que Vila-Matas llama “pequeñas fiestas sigilosas del espíritu”.

La escuela Shingon y el fundador de ese templo, el monje erudito Myoe que vivió entre los siglos XII y XIII, enseña que somos seres iluminados aunque no lo sepamos. Basta con observar suficiente tiempo el misterio del orbe para que uno se deslumbre. Devoraluces es -en este sentido- una iluminación creativa, profana; un diálogo con la esporádica alegría vital; un libro abierto a los sentidos y que ha reconciliado al autor con la capacidad de maravillarse, de cantar la belleza que otorga la existencia, de extraer lo que tiene de fantástico; con los bienes más elementales de la materia en la que nos consumimos; un ungüento para su alma y ojalá también para la del lector. Traer una medida de luz a un área que estaba oscura cambia obviamente la forma en que vemos el mundo. Para llegar a la celebración de éste, se parte incluso del miedo o de la melancolía en algunos relatos de Devoraluces. Para potenciar por contraste el lado luminoso, permanece cierta oscuridad velada, quizá como resabio lógico, como fuerza centrífuga de mis anteriores libros. Etty Hillesum (asesinada en Auschwitz en 1943) escribió en su diario: "Quiero estar en medio de todo aquello que la gente llama 'atrocidades' y aún así decir luego: la vida es hermosa. Quisiera ser un bálsamo derramado sobre tantas heridas". Pero todos sabemos que la vida en bruto no basta y que solo adquiere algún sentido cuando es pasada por el tamiz del arte y la reflexión.

El título de Devoraluces es una sola palabra, una palabra que no existía hasta que la puse en la portada, y no se trata en modo alguno de un gesto gratuito sino propio de a quien le preocupa la estética y la calidad estilística tanto o más que el tema, aunque ello reclame al lector un ejercicio de atención, le oponga un cierto grado de resistencia. Cualquier escritura esencializada, cualquier declaración de amor por el lenguaje, requieren un estado propicio de calma para su lectura. En todos los relatos de Devoraluces imprimí un tratamiento poético a la materia narrativa, dotándola de una sensorialidad que espero haya resultado sugerente. Llegando incluso -en el texto Émula de la llama- a un desnudo integral con el que intenté contar la verdadera e indecible embriaguez del amor, del milagro de un amor verdadero, con su sincronización absoluta en todos los campos de la existencia, un amor huracanado como lo llamaría Manuel Vilas. Llegando también, en el texto titulado Nomenclatura Borghini para los dedos de los pies, a poner un broche último, vitalicio, a una producción ficcional de cuarenta años. Lo bello es un anhelo, un estado, no una meta alcanzada, sino un misterio huidizo y profundo. Los relatos de Devoraluces caminan morosamente en pos de esa belleza, encarnada no en el muslo de una Dánae pintada por Tiziano sino en una intensificación de las sensaciones, en la magia de la infancia representada por las luciérnagas, en el sortilegio de la esperanza, de los sueños, de la solidaridad, de los arrebatados viajes por los libros, de la inocencia, de los afectos, del color como salvación y del erotismo como delirio.

Como dije antes, Devoraluces nació -o al menos se potenció- tras mi encuentro con Marina Tapia, un bien inesperado. Escribí casi todos los relatos “tendido a toda luz” bajo el influjo de ese tornado personal, de esa dulcísima y enriquecedora colisión en cuyas órbitas increíblemente sincrónicas aún estamos (y seguiremos por siempre) orbitando. Para Blanchot, la literatura era una forma de la muerte, mientras que para Thoreau era parte del impulso de la vida. Puede que ambos tengan razón pero, aunque todos vivamos realmente en la plenitud de la nada, la opinión más certera me parece la de Carlos Marzal: "Cuando se deja atrás la 'inmortal' juventud y el lujo del catastrofismo y la negatividad, uno se da cuenta de lo frágil y fugaz que es todo y tiende a desarrollar como defensa el vitalismo".

Creo que con Devoraluces no sólo asumí esa defensa lógica que impone el paso del tiempo, pienso que con Devoraluces no sólo brotó una especie de Cantar de los Cantares bajo el benéfico y risueño auspicio de Marina, sino que quise escribir un libro que diera gusto leer e hiciera soñar, que buscara los momentos de felicidad entre los pliegues tenebrosos de los días y entre los amenazadores desfiladeros del mundo. Un libro que fuera una grata ola de palabras fluyendo sobre el lector como el sol sobre un campo. Ya sabemos que las palabras nos salvan; que, sin el lenguaje, el amor no existe; que la literatura es la experiencia de ver la naturaleza, el cosmos, la materia misma, como un milagro.

Hago votos para que este libro ponga siquiera una gota de luz, una filigrana de luz, una voluta de luz en la vida de alguno de sus lectores. Y para que les recuerde que cada acto de la vida puede ser un acontecimiento extraordinario. Como escribió Cioran en sus Cuadernos: "Un alma cantarina... Pese a lo ridículo de la expresión, ¿hay algo más bello, más elevado?".