He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)

domingo, 3 de octubre de 2021

Texto de la presentación de "Devoraluces"

 

Gerardo Rodríguez-Salas, Ángel Olgoso y José Luis Gärtner

 en el Espacio Central de la Feria del Libro de Granada



PRESENTACIÓN  DE  DEVORALUCES

Ángel Olgoso


Confieso que mi gusto por el Romanticismo negro embridó durante años mi gusto por la vida, que fui seducido con placer por el prestigio del abismo, por lo que Poe denominaba “el demonio de la perversidad”, reconozco que creía en la elegancia de habitar las sombras. Por eso, en general, en mis libros anteriores interpretaba el mundo a través de una mirada inquietante y sombría, potenciada por la imaginación y el estilismo, y prefería la extrañeza, la intensidad, la sorpresa, las quimeras, lo que Valéry llamaba "todos los valores de choque". Es cierto que se dice que la felicidad no es literaria. Es cierto que los momentos espléndidos de cualquier existencia son raros como luciérnagas, que las ocasiones de amargura y odio son mayores que las del goce y la serenidad, que las miserias y pequeñeces parecen oscurecer la aventura humana, una aventura que sin duda debería desplegarse en formas infinitamente más ricas y exultantes. Es cierto que Valente aconsejó no separar la sombra de la luz que ella ha engendrado. Es cierto que el dolor tiene un prestigio inmerecido y que la oscuridad es parte de la vida. Pero también es cierto que la desesperación no es más hermosa ni más inteligente que la esperanza, y que toda biografía -por muy terrible que sea si se mira con detalle- tiene sus instantes luminosos; que al igual que el sol se abre paso tras la tiniebla nocturna, es preciso atravesar la oscuridad para llegar a la luz y devorarla (como sugiere el título de este libro) y celebrar su condición efímera y sus múltiples dulzuras, como intentan celebrar cada uno de los relatos de Devoraluces la bondad, la gratitud, la dicha, la fuerza arrasadora de la pasión -ya sea amorosa o creativa-, los sueños, la solidaridad, la imaginación sin límites, el consuelo que procura el arte, la ardorosa afirmación de sentirse vivo frente a la amenaza del paso del tiempo o de la muerte. La literatura, según Cunqueiro, nace de la necesidad de luz, verdad y libertad, de la necesidad de evasión llamada "icarismo", que se enfrenta al laberinto de desdichas de la condición humana. Vivir la alegría del presente es, probablemente, una forma de sentirnos inmortales. Además, aunque la vida sea casi siempre hostil y siempre provisional, ningún hombre -tal y como sensatamente formula un proverbio chino- puede impedir que el pájaro oscuro de la tristeza vuele sobre su cabeza, pero lo que sí puede impedir es que anide en su cabellera.

Si con Breviario negro (escrito a resultas del Gran Saqueo de 2008) puse un crespón a mi narrativa, si escribí durante décadas en la estela nocturna de los alucinados Poe, Hoffmann, Bécquer, Andreiev, Quiroga o Kafka, si con aquellos relatos y con cientos de textos anteriores hacía resonar en los oídos del lector el cóncavo son de la tierra amazacotada sobre la tumba, en Devoraluces (escrito tras conocer a Marina) remite el pesimismo, hay una reconciliación con el aquí y el ahora, con las mil y un facetas que cada día ofrece la realidad; se comunica la sencillez y gentileza de todo lo vivo, la poderosa y delicada finura que irradia todo lo que simplemente es, todo lo que tiende a la luz; se insufla un ánimo benigno y positivo; se siente el rompeolas de la vida de los otros; se contempla a los demás seres con ternura, como unos niños ejerciendo su libertad alrededor de una fuente. Devoraluces es, como digo, una toma de partido por la alegría en el arte y la vida, por un suave estado de exaltación. Como cuando el mundo parece inédito de nuevo, cuando te guían impulsos positivos, cuando de pronto suceden inesperadamente lo que Vila-Matas llama “pequeñas fiestas sigilosas del espíritu”.

La escuela Shingon y el fundador de ese templo, el monje erudito Myoe que vivió entre los siglos XII y XIII, enseña que somos seres iluminados aunque no lo sepamos. Basta con observar suficiente tiempo el misterio del orbe para que uno se deslumbre. Devoraluces es -en este sentido- una iluminación creativa, profana; un diálogo con la esporádica alegría vital; un libro abierto a los sentidos y que ha reconciliado al autor con la capacidad de maravillarse, de cantar la belleza que otorga la existencia, de extraer lo que tiene de fantástico; con los bienes más elementales de la materia en la que nos consumimos; un ungüento para su alma y ojalá también para la del lector. Traer una medida de luz a un área que estaba oscura cambia obviamente la forma en que vemos el mundo. Para llegar a la celebración de éste, se parte incluso del miedo o de la melancolía en algunos relatos de Devoraluces. Para potenciar por contraste el lado luminoso, permanece cierta oscuridad velada, quizá como resabio lógico, como fuerza centrífuga de mis anteriores libros. Etty Hillesum (asesinada en Auschwitz en 1943) escribió en su diario: "Quiero estar en medio de todo aquello que la gente llama 'atrocidades' y aún así decir luego: la vida es hermosa. Quisiera ser un bálsamo derramado sobre tantas heridas". Pero todos sabemos que la vida en bruto no basta y que solo adquiere algún sentido cuando es pasada por el tamiz del arte y la reflexión.

El título de Devoraluces es una sola palabra, una palabra que no existía hasta que la puse en la portada, y no se trata en modo alguno de un gesto gratuito sino propio de a quien le preocupa la estética y la calidad estilística tanto o más que el tema, aunque ello reclame al lector un ejercicio de atención, le oponga un cierto grado de resistencia. Cualquier escritura esencializada, cualquier declaración de amor por el lenguaje, requieren un estado propicio de calma para su lectura. En todos los relatos de Devoraluces imprimí un tratamiento poético a la materia narrativa, dotándola de una sensorialidad que espero haya resultado sugerente. Llegando incluso -en el texto Émula de la llama- a un desnudo integral con el que intenté contar la verdadera e indecible embriaguez del amor, del milagro de un amor verdadero, con su sincronización absoluta en todos los campos de la existencia, un amor huracanado como lo llamaría Manuel Vilas. Llegando también, en el texto titulado Nomenclatura Borghini para los dedos de los pies, a poner un broche último, vitalicio, a una producción ficcional de cuarenta años. Lo bello es un anhelo, un estado, no una meta alcanzada, sino un misterio huidizo y profundo. Los relatos de Devoraluces caminan morosamente en pos de esa belleza, encarnada no en el muslo de una Dánae pintada por Tiziano sino en una intensificación de las sensaciones, en la magia de la infancia representada por las luciérnagas, en el sortilegio de la esperanza, de los sueños, de la solidaridad, de los arrebatados viajes por los libros, de la inocencia, de los afectos, del color como salvación y del erotismo como delirio.

Como dije antes, Devoraluces nació -o al menos se potenció- tras mi encuentro con Marina Tapia, un bien inesperado. Escribí casi todos los relatos “tendido a toda luz” bajo el influjo de ese tornado personal, de esa dulcísima y enriquecedora colisión en cuyas órbitas increíblemente sincrónicas aún estamos (y seguiremos por siempre) orbitando. Para Blanchot, la literatura era una forma de la muerte, mientras que para Thoreau era parte del impulso de la vida. Puede que ambos tengan razón pero, aunque todos vivamos realmente en la plenitud de la nada, la opinión más certera me parece la de Carlos Marzal: "Cuando se deja atrás la 'inmortal' juventud y el lujo del catastrofismo y la negatividad, uno se da cuenta de lo frágil y fugaz que es todo y tiende a desarrollar como defensa el vitalismo".

Creo que con Devoraluces no sólo asumí esa defensa lógica que impone el paso del tiempo, pienso que con Devoraluces no sólo brotó una especie de Cantar de los Cantares bajo el benéfico y risueño auspicio de Marina, sino que quise escribir un libro que diera gusto leer e hiciera soñar, que buscara los momentos de felicidad entre los pliegues tenebrosos de los días y entre los amenazadores desfiladeros del mundo. Un libro que fuera una grata ola de palabras fluyendo sobre el lector como el sol sobre un campo. Ya sabemos que las palabras nos salvan; que, sin el lenguaje, el amor no existe; que la literatura es la experiencia de ver la naturaleza, el cosmos, la materia misma, como un milagro.

Hago votos para que este libro ponga siquiera una gota de luz, una filigrana de luz, una voluta de luz en la vida de alguno de sus lectores. Y para que les recuerde que cada acto de la vida puede ser un acontecimiento extraordinario. Como escribió Cioran en sus Cuadernos: "Un alma cantarina... Pese a lo ridículo de la expresión, ¿hay algo más bello, más elevado?".

2 comentarios:

  1. Qué decir, Angel, de tu magnifica presentación, no tengo palabras. He disfrutado leyéndola, y ahora, disfrutaré con el libro. Solo se me ocurre decirte una expresión muy andaluza: ¡Olé, tú!

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    1. Jajaja, ¡olé tu comentario aunque me saque los colores! ¡Muchas gracias!

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