"Diodati. La cuna del monstruo", libro colectivo para celebrar el bicentenario de un crisol cultural
PRÓLOGO
Se
le atribuye a Schiller la frase “no
existe la casualidad, y lo que se nos presenta como azar surge de las
fuentes más profundas”.
El destino, siempre a punto de morir y siempre renacido, convierte la
fortuna en un trozo de cielo. No fue casual, por lo tanto, que el
verano de 1816 sufriera las consecuencias de la erupción del monte
Tambora en Indonesia en abril del año anterior, ni que las bajas
temperaturas ocuparan el estío y las cenizas apagaran nuestra
estrella, que la quebraran igual que se quiebra un ídolo de arcilla,
ni que los Shelley, Byron, Polidori, recogieran el hilo de las
sombras para transformarlo en cuentos, ni que los misterios fueran
grandes monumentos funerarios de papel, Frankestein,
El
Vampiro,
dos pasiones alentadas por el terror y el hielo, ni que Ángel Olgoso
y Francisco Javier Guerrero, doscientos años más tarde, conversaran
sobre el paisaje intelectual de aquella época, sus laberintos,
tragedias e intereses, plantando la semilla de un hermoso proyecto,
arropados por la intimidad y el sigilo, qué casualidad que ambos
tuvieran una deuda con Villa Diodati, ¿no?, no lo fue, por supuesto,
ni que las veladas que acogió la magnífica residencia fueran el
lienzo perfecto sobre el que volcar los miedos de otro tiempo, aquel,
este, qué importa, ¿acaso no todas las estaciones son el mismo
hermoso lugar para esperar la nada?
Diodati,
la cuna del monstruo, surge de un
compromiso, de un deber libre y soberano con el encuentro que
propició la aparición, igual que sus quimeras, de dos libros
esenciales para la literatura moderna; también con el lugar, la
villa, un espacio pulsado por el hechizo histórico de las letras; y
con el ideario de insumisión política y vital que, como nos
recuerda Inés Mendoza en su El
Romanticismo: tormenta y rebelión,
eleva a sus autores por encima de la popularidad “terrorífica” y
del anecdotario con el que, a veces, se oculta su irrevocable
rebeldía.
El legado
de aquella reunión que tanto ha influido en todas las disciplinas
artísticas, no solo literarias, también musicales, plásticas,
escénicas y visuales (sobre todo en el cine), reluce como un faro
que ha detenido el tiempo y se ancla en nuestros días, en nuestros
poetas, ilustradores, narradores y cronistas, cargado
a sus espaldas, por decirlo con los
versos de Valente, para ascender de
nuevo hacia la luz. Para seguir
creando, dando vida, alumbrando nuevos mundos y horizontes de los que
da cuenta este volumen. Cada autor pone el foco en una habitación
del mito, de la historia o de la casa, en una de las muchas
cicatrices del monstruo, en un sueño o en una utopía, en lo que
pudo ser o solo en un reflejo, en un análisis certero o en una
interpretación, en un tributo o en un agradecimiento al fin y al
cabo, en la silueta del mismo paisaje que en todas las páginas
revela el punto más claro del eclipse.
Editorial
Adeshoras
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