He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)

jueves, 1 de septiembre de 2016

De Buenas Letras (3)

Artículo en la sección "De Buenas Letras" 
del diario Ideal.








LAUDATIO DE RAMÓN SABATÉS


Ramón Sabatés, prolífico factótum del profesor Franz de Copenhage, aquel inmortal anfitrión de la sección Los grandes inventos de TBO, fue uno de esos creadores incansables que alegró a varias generaciones de españoles con sus inventos disparatados y sus soluciones imaginarias. Nació en Barcelona en 1915, estudió en La Salle y, además de autor de numerosísimos trabajos en la historieta y en el campo de la ilustración infantil, era perito mecánico y diplomado en Botánica Medicinal. “Todos los inventos que dibujé -dijo en más de una ocasión- eran trasladables a la realidad, calculados para funcionar como indicaba mi dibujo, si alguien hubiera querido fabricarlos”. Cosa que él mismo hizo en su taller con varios de sus inventos, emulando sin saberlo al Trascendente Sátrapa Boris Vian, ingeniero, creador y patentador de la rueda elástica, de la cama-biblioteca o de las Grandes Carreteras Graves.
Hay dos maneras de hacer las cosas: la sencilla y la difícil. Y, además de los patafísicos, existe al parecer un número sorprendente de personas que prefiere esta última. Aunque, en un primer momento, pueda pensarse en Los grandes inventos de TBO como un simple sinónimo de complicación gratuita e innecesaria, que seguían caminos abstrusos para alcanzar resultados obvios o que sus diseños mostraban la capacidad humana para desplegar el máximo esfuerzo en pos de mínimos resultados, los más de mil inventos de Ramón Sabatés desde los años sesenta a los años ochenta, y de sus predecesores -incluyendo al dibujante norteamericano Rube Goldberg-, representan toda una reacción creativa contra las utilidades mostrencas y a favor de la vida infinita de los objetos, de su silenciosa algarabía, de sus simbiosis o lo que es lo mismo, de la excepción patafísica. Como la Patafísica, el profesor Franz de Copenhage, de la mano de sus creadores, vinculaba sus descubrimientos a la singularidad creando así un universo suplementario al nuestro: nunca a las palancas, a las levas, a las poleas, a los muelles y a los resortes se les había prodigado un uso tan estricto y, por tanto, tan amorosamente patafísico. Los epifenoménicos inventos de Ramón Sabatés se mofaban de la línea recta como camino más corto entre dos puntos, apostaban siempre por el camino más largo y alambicado entre un propósito y un objetivo. Baste recordar ejemplos como el sistema limpio para que los barbudos tomemos sopa, la plataforma que permite encaramar los coches a las farolas cuando hay problemas de tráfico, el paraguas con supletorio para resguardar a la vez a un hombre alto y a otro bajito, las monedas cuadradas para evitar que rueden y se pierdan, el procedimiento para descargar mercancías con jirafa, el instrumento para dar la vuelta a las tortillas, el túnel de lavado de niños, el artilugio para evitar que las gallinas pierdan los huevos y el que sirve para cortar el melón en partes iguales, el porrón que permite beber sin dejar de trabajar o el andén móvil -su favorito-. “Al llegar el tren a la estación no necesitaba detenerse, porque engranaba el suelo del andén (una especie de cinta transportadora), que avanzaba a la misma velocidad que el tren, para que la gente subiese y bajase sobre la marcha. Y cuando el tren ya había pasado, la cinta se detenía”. 


Cuando en el Institutum Pataphysicum Granatensis le otorgamos en 2008, a título póstumo, el Primer Premio Internacional A. F. Molina al Espíritu Patafísico por haber contribuido de forma sobresaliente -con su fértil trayectoria tebeística y espectacular capacidad creativa en el ámbito de la ingeniería especulativa- a la expansión de la Ciencia Patafísica, su ausencia física no se interpretó como signo de desconfianza hacia aquella celebración de su inventiva, sino simplemente como evidencia de que la máquina resucitadora en la que con seguridad trabaja, aún no está todo lo perfeccionada que sería de desear.



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