Continuando con el rescate de reseñas sobre Las frutas de la luna, traigo hoy aquí la que el crítico Ángel Basanta publicó en el suplemento El Cultural de El Mundo, en febrero de 2014.
LAS FRUTAS DE LA LUNA.
ÁNGEL OLGOSO
ÁNGEL BASANTA
Con varios libros de relatos en su haber y el reconocimiento explícito de su presencia en las mejores antologías de narrativa breve, Ángel Olgoso (Granada, 1961) es uno de los mejores autores de cuentos de los últimos años. Así lo confirman los textos reunidos en Las frutas de la luna. En ellos destaca su propensión a lo fantástico en la invención de situaciones inquietantes a partir de visiones extrañas u oníricas impregnadas de lo asombroso y lo irracional. Aunque también hay en la veintena de cuentos abundantes muestras de narraciones realistas, pero no por ello menos cargadas de oscuras inquietudes. La variedad en los temas tratados y las formas empleadas, el cosmopolitismo de sus ambientes, la riqueza imaginativa y una prosa de suma eficacia narrativa y altos valores poéticos son elementos comunes de todos los cuentos.
En “Jueves del Valle de Josafat” se impone el diálogo, salpicado de coloquialismos lingüísticos entre viudos en un velatorio; en forma de carta está compuesto “Dybbuk”, cuyo juego de autoficción del narrador, que se llama como el autor y se relaciona con otros escritores reales, se adentra en lo fantástico por el miedo a que otro se apodere de su personalidad; en “Los túmulos” se adopta el modelo de un informe; y las características de un trabajo académico próximo al ensayo sustentan las reflexiones sobre la naturaleza y el arte en la magia seductora de pintar la luna encarnada por el romántico Friedrich en "Las Montañas Gigantes a la caída de la tarde", uno de los cuentos más extensos (32 paginas), solo sobrepasado por las cuarenta de “El síndrome de Lugrís”, construido como una larga retrospección temporal a partir del internamiento del protagonista en un psiquiátrico de Santiago de Compostela, desde donde se recrea, con bien asimilados galleguismos lingüísticos, su enigmático viaje al abismo conducente a la locura. Y entre los textos más breves merecen especial mención algunos que por su corta extensión, su narratividad y su intensidad, constituyen auténticos microrrelatos. El mejor hallazgo está en los autoengaños con que el ser humano dilapida toda su vida en beneficio de nada en “Designaciones”, excelente microrrelato.
Como suele ocurrir en las mejores obras de literatura fantástica, también las de Olgoso rezuman pesimismo. Así sucede en la fantasía futurista de “Contraviaje” donde el universo queda encerrado en los paneles desmontados por dos menestrales, y en “Materia oscura”, angustiosa parábola de la explotación humana donde un programado apagón planetario programado por la multinacional que monopoliza la energía eléctrica condena a las personas a convertirse en fuente de energía como único remedio para no vivir en perpetua ceguera. Lo fantástico sobrenatural tiene sus mejores manifestaciones en “La promesa”, donde un moribundo cumple su palabra de volver con noticias del más allá, y la humanización de Dios, hecho tiempo y mortal en “Dibujé un pez de polvo”. Dos narraciones más destacan por su cuidadosa elaboración poética en el encanto de la música del afilador ambulante en “Aramundos” y en la milagrosa lucha de la muchacha solitaria por salvar a su enamorado en “Un cuenco de madera de ciprés”.
Este libro ratifica la maestría del autor en el cultivo del relato breve, por su capacidad de inquietar y el arte de sugerir.
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