Continuando con Almanaque de asombros, os dejo con algunas de las ilustraciones que Claudio Sánchez Viveros realizó para este librito tan peculiar, y con las palabras que el escritor Fernando de Villena leyó durante su presentación en la librería Picasso.
PRESENTACIÓN
Fernando de Villena
A finales de los ochenta, mi hermano José Manuel, que es novelista y trabaja en ocasiones para el ayuntamiento de Cúllar Vega, me contaba que dicho organismo público solía organizar anualmente un concurso de narrativa del cual él era el presidente del jurado e, indefectiblemente, una vez y otra, siempre salía ganador y con diferencia un joven de la localidad que se llamaba Ángel Olgoso. Ponderaba mi hermano su originalidad hasta extremos tales que deseé conocerlo. Y después supe que nuestros padres habían sido amigos y fui leyendo sus ya numerosos libros y confirmando la valoración aquella de mi hermano.
Efectivamente, Ángel Olgoso era un autor con un mundo propio y que había llegado al torbellino literario con una madurez y una consistencia admirables. Toda una trayectoria cuajada de éxitos a la cual se unen los méritos de ser el fundador y rector del Institutum Pataphysicum Granatensis y de haber sido traducido a diversos idiomas. La crítica ha recibido muy bien las obras de Olgoso, y así, por ejemplo, Juan Hódar escribió:
“Ángel Olgoso no enciende grandes hogueras, prende diminutas ascuas avivadas con el atizador de una prosa camaleónica que se adapta a los más variados rumbos, con la que construye decorados vívido y hermosos, lujosos marcos donde brota como un flor espontánea el elemento perturbador e inesperado que precipita los sentimientos humanos primigenios –curiosidad, miedo, deseo- y nos devuelve el sentido primero del cuento: el asombro ante el mundo”.
Fernando, Ángel y Claudio
Hoy hemos venido a presentar su última obra, “Almanaque de asombros” bellamente ilustrada por Claudio Sánchez Viveros. Fueron quizá los “Apotegmas” de Plutarco y las “Noches Áticas” de Aulo Gelio las obras que propiciaron el nacimiento en nuestros siglos dorados de el gusto por los libros misceláneos donde se daban noticias, históricas o fabulosas, de cualquier índole con el denominador común de ser manjares siempre de sabroso ingenio. La “Floresta española” de Melchor de Santa Cruz de Dueñas, la “Miscelánea” de Luis de Zapata o el “Deleite de la discreción y fácil escuela de la agudeza” de Fernández de Velasco y Pimentel son algunos de los títulos que, consultados como verdaderos oráculos en su tiempo, llegaron a engendrar un nuevo género literario.
Ángel Olgoso, en el prefacio de la obra que hoy presentamos hace alusión a otros dos libros de esta índole que acaso fueron los adelantados en dicho género: en primer lugar, el “Jardín de flores curiosas” de Antonio de Torquemada, libro que influiría mucho en la novela última de Cervantes, “Los Trabajos de Persiles y Segismunda”, por cuantas noticias recoge de las zonas del norte de Europa, siempre bajo la influencia de la obra latina del obispo Olao Magno “Historia de gentibus septentrionalibus”. Y después la voluminosa “Silva de varia lección” del cronista del emperador Pedro o Pero de Mexía, que llegó a ser considerada la enciclopedia de su tiempo. Las anécdotas recogidas en estos libros pasarán a ser las citas o incluso los tópicos de otros muchos autores del siglo de Oro. Y lo mejor de estos libros es que en ellos siempre resulta muy difícil deslindar lo real de lo fantasioso. Claro que esa es característica común de la mayor parte de los libros de creación del Renacimiento y del Barroco. Pensemos, por ejemplo, que los cronistas de Indias, que intentan ser historiadores y como tales fieles a la verdad, llenan sus páginas de historias que hoy nos parecen inverosímiles. Claro que América es el territorio del realismo mágico.
Y si todo esto sucedía en América, en la vieja Europa las gentes también creían a pie juntillas deliciosos disparates. Sin embargo, lamentablemente, a partir del siglo XVIII la literatura española siempre ha mirado con recelo y desagrado cualquier atisbo de fantasía. ¡Y bien que la necesitamos en estos tiempos para sobrellevar los horrores de la realidad! Los primeros en atacarla abiertamente fueron Nicolás Antonio con su “Censura de historias fabulosas” y Feijoo con su “Teatro Crítico” y sus “Cartas eruditas y curiosas”. Después llegó la Ilustración, un fugaz Romanticismo y… realismo y más realismo. Desde entonces, a los escritores que cultivaron la literatura fantástica como Bécquer o Rosalía en el siglo XIX se los consideró unos inadaptados y a quienes la practicaron en el siglo XX como Álvaro Cunqueiro o, sobre todo, el sapientísimo Juan Perucho, autor de ese gran libro que fue “Las historias naturales”, se los acusó de raros. Rafael Pérez Estrada en su época final siguió también este camino que en Hispanoamérica, gracias a Borges, sí gozo de aceptación y también la novelista Pilar Pedraza.
Pues bien, he dicho todo esto para situar a Ángel Olgoso dentro de esa línea subterránea de nuestras letras que apuesta abiertamente por la fantasía. La obra que hoy presentamos, “Almanaque de asombros” constituye un magnífico salto en el tiempo hasta el estilo y las temáticas del siglo XVI. Esto se trata de nuevo manierismo, pero ni mucho menos de un pastiche, ya que mientras la mentalidad renacentista creía firmemente en todo aquel catálogo de rarezas y disparates, Ángel Olgoso utiliza todo ello para crear una literatura humorística de primer orden, valiéndose, claro está de la ironía y de la hipérbole o de algunas metáforas y símiles descendentes:
Así, por ejemplo, refiriéndose a las “partes verendas” de un pez-mujer las compara con “un calabazote confitado” y las piernas de la misma “con un requesón”, de tan blancas como eran.
Ángel Olgoso recurre en el prólogo al recurso del manuscrito encontrado, en esta ocasión un manuscrito que aparece en cierta casa de la Alpujarra y se atribuye a un tal Fulgoso, imaginario antepasado suyo. Y es que nuestro escritor, tal como le ocurría a Cervantes, convierte en literatura y concretamente en narración todo cuanto se le pone por delante: los títulos de los capítulos, los prólogos, etc.
En los relatos que componen el libro, unos muy breves y otros de mediana extensión, el léxico resulta torrencial como corresponde a la época que se evoca, y en el mismo abundan los neologismos de sabor quevediano como “ojiprieto” y las paranomasias tales como “puta reputada”. Son frecuentes también las falsas citas latinas y las referencias a autores inventados, recursos que usaron mucho los escritores ingleses de novela gótica de quienes los aprendió Borges, pero que ya habían sido usados con descaro y gracia por nuestro fray Antonio de Guevara, cronista de emperador, varios siglos antes.
Los argumentos de los relatos son muy diversos y todos ellos de gran ingenio e inspiración en antiguas tradiciones españolas o en algunas disparatadas páginas de la “Natural Historia” de Plinio el viejo o de la de Claudio Eliano.
Así ante el cuento titulado “Mixturas de Venus” o remedios para no defraudar en el lecho, debemos considerar que lo que se nos refiere no es tan inverosímil, pues, según se nos dice, nuestro Fernando el Católico falleció por causa de uno de estos brebajes, el cual había tomado con la pretensión de engendrar en la reina doña Germana un varón fuerte.
Y en el relato de la cueva de Tragallena nos parecen llegar los ecos de aquella cueva de Salamanca que inspiró a Cervantes donde, según la tradición, el diablo impartía cátedra y de cada siete de los que allá iban a aprender, el maligno se quedaba con uno.
Y llegando al final, añadiré sólo otras dos consideraciones: la una, que a mi juicio de genealogista el apellido Olgoso o Fulgoso no viene del fulgido, que nuestro autor siempre lo es, ni tampoco del antiguo verbo holgar o folgar, sino que viene a significar: abundante en hojas o boscoso, porque, ¿quién me negará que los libros de este gran relatista son como un delicioso bosque lleno de maravillas, y que muy poco tiene que ver con el aburrido realismo urbano?
La segunda consideración que me ha venido a la cabeza ante este “Almanaque de asombros” es una bella cita latina de Ulrico de Hutten que nuestro común amigo Antonio Enrique puso al frente de uno de sus libros: “¡Oh Literae! iuvat vivere”. “Oh Literatura!, ayudas a vivir".
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