He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)

viernes, 27 de octubre de 2017

Antonio Muñoz Molina, Académico de Buenas Letras


El pasado lunes 23 de octubre, en la Sala Máxima de la antigua Facultad de Medicina, Antonio Muñoz Molina fue investido Académico Honorario de la Academia de Buenas Letras de Granada, a la que también pertenece Ángel Olgoso desde el 6 de octubre de 2014, ingreso que se hizo efectivo con la lectura de su deliciosamente evocador discurso Las luciérnagas de lo breve, lo extraño y lo imaginativo



Allí, en el Espacio V Centenario de la Universidad de Granada (que es como se llama ahora el edificio), el escritor ubetense pronunció su discurso de ingreso -literalmente magistral como todos los suyos- Una novela de Granada, del que extraigo algunos párrafos, acerca del proyecto siempre aplazado e inconcluso de un libro sobre una parte decisiva de su educación vital, civil, literaria y estética en nuestra ciudad.



(...) Está la posibilidad de los libros sin escribir o de los libros malogrados que yacen no en un cajón ni en un disco duro sino en el interior de otros libros que sí se escribieron. Una novela puede ser el mausoleo de una novela mucho mejor que podía haberse escrito con los mismos materiales, si el autor hubiera estado a la altura de las primeras intuiciones, si hubiera tenido la paciencia necesaria o el talento necesario, si no se hubiera perdido por caminos laterales.




(...) Los mejores libros, como los encuentros decisivos en la vida, están siempre a punto de suceder, y corren a cada momento el peligro de malograrse, o de ser de otro modo, de llegar a ser mejores o peores. Apollinaire dice que la poesía es un étincelle qui dure. Lo propio de los chispazos es la fugacidad. La duración exige un plan, un esfuerzo sostenido. La luciérnaga ha de persistir al menos como un cometa que se queda varios meses en el cielo nocturno y deja un recuerdo que se mantiene vivo en las generaciones hasta su próximo regreso. Sin la espoleta de la étincelle la duración no estalla. Hay que cuidarla, como ese rescoldo de fuego primitivo que servirá para alimentar una nueva hoguera. Hay una llamarada, un relámpago primitivo, pero una novela o un libro largo necesita algo más: varios relámpagos repartidos a lo largo del tiempo que ocupa la tarea.




(...) Yo vi, con esa claridad con que se ven las cosas que todavía no existen, un libro que fuera el relato de mi devenir, y con el mío el de los tiempos que había vivido, porque el arco vital de la generación a la que pertenezco se corresponde muy estrechamente con el tránsito histórico de nuestro país. Pasamos de la adolescencia a la madurez al mismo tiempo que nuestro país pasaba de la dictadura a la democracia, y una gran parte de las cosas que nos han sucedido y de las que hemos logrado o no hemos llegado a alcanzar o a mantener son inseparables de las circunstancias históricas que las acompañaron. En los últimos años 70 la exaltación de la libertad recién sobrevenida se parecía mucho a la del descubrimiento de formas innovadoras y experimentales de la literatura y de las artes. En Granada, igual que en todas partes, despertábamos al mismo tiempo a la ciudadanía y a la conciencia estética.



(...) Creía haber encontrado esas dos cosas que uno necesita al principio aún más que un título: un buen arranque y un tono, esa música que aparece sin que uno sepa bien de dónde llega y que si tiene suerte va a guiarlo a lo largo de toda la escritura. Escribir es una continua oscilación entre el fervor y el desaliento. Un libro es un empeño que ha de prolongarse durante cierto tiempo. El proceso de la escritura va creando su propia disciplina, reclamando las fuerzas intelectuales, morales e incluso físicas necesarias. Pero esas fuerzas, como en cualquier otra tarea que no sea del todo mecánica, sufren altibajos, y a veces pueden desaparecer del todo, y lo que es más grave todavía, desaparecer antes de tiempo. Juan Gris decía que la última pincelada era para él "la pincelada de la muerte".


(...) Hay algo de acto de fe ciega y de encabezonamiento en el trabajo de escribir un libro, sin la menor garantía de nada, ni de su calidad verdadera ni del ánimo con que será recibido. Y no hablo ya de quien escribe sin que lo conozca nadie y con una esperanza escasa o nula de publicación. Un remedio privado que yo me aplico contra el desaliento es acordarme de cuando escribía en esta ciudad, hace treinta y tantos años, mi primera novela, desconocido y obstinado, prohibiéndome el pensamiento de qué haría cuando la hubiera terminado.


(...) No tengo ninguna queja. Lo perdido, perdido está. Donde seguía de verdad el libro, su parte valiosa para mí, era en la imaginación, o en esa zona de penumbra donde está la frontera muy porosa entre la imaginación y la memoria. Un verso de García Lorca es la contraseña que desata siempre un caudal de imágenes que unas veces forman parte de una novela y otras no, que vuelven al cabo de meses o años pero no se van nunca. El verso es como un principio que me anima siempre a su continuación: 

"Granada era una corza rosa por las veletas".



(...) Desde un cigarral cerca de Toledo vi la ciudad al fondo bajo un atardecer cárdeno y recobré de pronto la imagen de Granada, y la intuición de mi novela no escrita, aplazada siempre. Quizás un día, cuando menos lo espere, llegará de verdad un arranque decisivo, una música a la que o pueda resistirme, que me guíe hacia adelante en ese estado de sonambulismo parcial y aguda lucidez impersonal que hace posible la escritura.


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