Me complace compartir dos ilustraciones inéditas que el artista Claudio Sánchez Viveros creó a partir de los relatos "El vaso" ("Los demonios del lugar") e "Il giardino segreto" ("La máquina de languidecer"), acompañadas por sus textos respectivos y un audio de Roberto Martínez Mancebo.
Hace tiempo que Claudio colabora estrechamente con Ángel Olgoso. Prueba de ello son estas dos láminas, los simpáticos retratos "cervantinos" y, sobre todo, "Almanaque de asombros", un delicioso librito escrito, ilustrado y editado en 2103 al modo medieval, del que daré más extensa cuenta en la próxima entrada.
IL GIARDINO SEGRETO
Bajo la breve tarde de invierno todo mueve al silencio en el patio del convento de clausura. Arriates entre blancos muros, el verdor del huerto y, al fondo, la antigua cripta rodeada de plantas medicinales. Huele a incienso olíbano y ciprés. Dos gatos se pasean despreocupadamente sobre las enormes losas pulidas. En esto, las monjas salen de sus celdas, van desnudas a excepción de la toca que cubre sus cabezas, y en un rincón del patio, cerca de la galería porticada, atrapan a los gatos, que maúllan y chillan enloquecidos durante un corto tiempo. Como ménades de un rito siniestro, degradado, los desentrañan y comienzan a devorarlos. Oscurece. Los lienzos blancos de sus tocas y de sus carnes refulgen con la luna. La glicinia trepa por el muro.
EL VASO
Cuando el ángel Dumah se acerque a tu tumba con la vara de fuego y pregunte tu nombre, te creerás a salvo de nos, los demonios. Conforme a canon, reclamarás el derecho a reposar en paz porque recitaste a diario la Bendición antes de comer, porque acudiste a los rezos de la sinagoga con tu libro de súplicas, porque ordenaste que purificasen tu cuerpo tras la agonía y pagasen cinco mil guldens a la Comisión de Entierros. Te imaginarás en compañía de justos y piadosos entre las columnas de diamantes de Paraíso, abrazado a las almas de tus antepasados ante el Trono de Gloria. Estimarás que tus acciones han sido lavadas y redimidas por el kaddish de tu virtuosa familia. El hedor de tu cadáver se te antojará perfume de violeta, rosa y ciclamen, el olor de la santidad. Pensarás vadear el sueño de los muertos en una calesa con anillos de luz por ruedas, invulnerable a nos, patihendidos demonios. Cuidado, lleva tiempo lograr esquivarnos, un tiempo infinito como las tinieblas. No bastarían miles de generaciones. Es un problema insoluble, al igual que la esposa de vuestro rabino, la contabilidad de tu negocio y los secretos de la Torá. Algunos pueblos creen poder librarse de nos llevando un clavo en el bolsillo, o taponando las rendijas de su hogar con ramas de enebro, o al pesar una cierta cantidad de su sangre en una balanza de platero, o con sutras cocidos en la arcilla de las tejas, o incluso disparando sus espingardas contra cuevas subterráneas. Infelices, si vosotros mismos no sois más que la forma visible de los excrementos de Belcebú. Ningún maestro de Talmud, ningún mes de luto ni ablución os impedirá contemplar eternamente los terrores del Gehena. Todos los desdichados os laváis a diario en sus aguas sombrías y os secáis después con la memoria de los días felices. Aún permanece encendida una vela en la habitación donde has muerto y, junto a ella, el vaso de agua con el trozo de lino dentro, dispuesto para que tu espíritu se limpie a sí mismo de sus pecados. Nos, la serpiente nocturna que se desliza entre oquedades para hurtarle la leche a la dormida madre amamantadora, beberemos tu vaso con recogimiento, con delectación, apurando hasta el fondo esa esencia líquida que supones sagrada. Nos te anunciamos, nos te participamos, nos te revelamos que nada iguala el sabor de un alma.
Hola Ángel,
ResponderEliminarMuchas gracias por este siniestro regalito! Lo acojo con un delicioso escalofrío tenebroso, sobre todo El Vaso, en la magnifica lectura de Roberto Martínez. La música es muy adecuada también; me he bajado el álbum de iTunes. Un buen contrapunto a la clara luz del día que suele habitar mi cerebro.
Espero con gustosa anticipación las noticias del Almanaque de asombros.
Muchos besos, querido Ángel cervantino, tan joven y risueño en el retrato.
Margarita