He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)

viernes, 15 de febrero de 2019

Presentación de Las frutas de la luna, por Juan Carlos Friebe


Os dejo con la maravillosa presentación que hizo Juan Carlos Friebe de Las frutas de la luna en la Sala Cultural Nueva Gala. Buen amigo de Ángel y uno de nuestros más excelentes y rigurosos poetas, Juan Carlos Friebe hace hincapié en la apabullante destreza lingüística de Ángel, en la fascinación de sus historias y en el lirismo de sus relatos, capaces de emocionar como si se tratase de poemas.
Las fotos las tomó Ángel Cabrera Fernández.




MOTIVOS PARA ODIAR A ÁNGEL OLGOSO

Juan Carlos Friebe


Buenas noches a todos. Agradezco de corazón a la Sala Cultural Nueva Gala, al público asistente y a Ángel Olgoso por haberme elegido para presentar “Las frutas de la Luna”, una equivocación terrible, que como amigo le honra. Además del autor y de este, su humilde servidor, intervendrán en el acto José Carlos Jiménez (Personas-Libro) que recitará un relato inédito de Ángel Olgoso; Paolo Remorini, autor de la tesis doctoral "Il fantastico nella narrativa breve di Ángel Olgoso" (Universidad de Pisa, 2011) y traductor al italiano de la obra del autor, y Giorgia, su compañera. Ellos nos leerán dos microrrelatos en italiano como colofón del acto.

Desde que Ángel Olgoso me pidió que presentara este libro, lo que consideré un altísimo honor en su día, hasta la fecha de hoy, en la que lo considero un craso error por su parte, trabajé sobre tres líneas de reflexión aparentemente distintas: razones por las que amo el libro que hoy presentamos, como lector entusiasta, razones por las que le considero uno de los escritores más importantes de nuestro tiempo, como presentador, y razones por las que odio a Ángel Olgoso, por las que envidio el conjunto de su obra, y cada uno de sus relatos sin excepción. No hablo de una sana envidia, excuso decir ahora: quiero puntualizar que se trata de una envidia absolutamente cochina. 

Uno de los mayores placeres para un lector es descubrir un libro sin Celestina (ni Cupido) enamorarse de él sin que nadie, previamente, mercadee con sus ventajas (o desnude sus virtudes). Y en el caso de cualquier obra de Ángel Olgoso ese placer alcanza cimas de delicia: cuanto menos sepamos del argumento que nos aguarda en sus relatos mayor será nuestro deleite, aun en el horror, como lectores. Les invitaré, sencillamente, a gozar de Las frutas de la Luna, a paladear el sabor de cada uno de sus veinte suculentos, deliciosos e irrepetibles frutos, en la tranquilidad de sus hogares.


Cuando hace dos años presenté la lectura de Olgoso, enmarcada dentro del ciclo “Encuentros en la biblioteca” que yo coordinaba, elogié vivamente el pulso de sus narraciones, la precisión descriptiva, el fuste intelectual y argumental de su producción y la variedad de registros y recursos de su lenguaje; su exquisita contención expresiva cuando el planteamiento así lo requería, o su feracidad apoteósica para generar pasajes capaces, por sí mismos, de desbordar los sentidos y sobrecoger el corazón como un verso memorable; de su apabullante y singular genio para articular sus prodigiosos relatos con un lirismo envenenado, capaz de helar la sangre o de emocionar con la misma profundidad que un poema; del amor por la palabra exacta y reveladora y veraz que alimenta, contradictoriamente, sus fabulaciones. Y hoy no iré mucho más allá, puesto que cada libro de Ángel Olgoso es un prodigio de milagros narrativos y hallazgos poéticos dispuestos con la misma maestría de un artesano de la taracea al engastar minuciosamente las incrustaciones en el soporte, consciente de que sobre el tablero autor y lector se encontrarán para jugar una partida que solo puede ser única, irrepetible, y bella. 

Entonces Ángel leyó el relato que abre este libro. La gestión de la narración titulada Contraviaje era sublime. Por el tema, me recordó el estremecimiento que sentí al terminar de leer por vez primera el breve cuento de Arthur C. Clarke “Los nueve mil millones de nombres de Dios”: un emocionado asombro. Por la cadencia, una sinfonía. Por su tesitura un inmenso poema.


En la segunda anécdota participé como lector al degustar Dybbuk, otro de los veinte soberbios relatos que componen Las frutas de la Luna. El autor, en primera persona, da cuenta de un hecho aún más enigmático: cómo su intervención, durante una lectura prevista junto a otros narradores a la que finalmente no asistió, fue destacada en un diario local al día siguiente, punto de partida del que Ángel se sirve para elaborar un inquietante relato -e hilarante, en ocasiones- sobre el tema del doble abordándolo desde el género epistolar. Cierta o no esta anécdota, lo que sí es estrictamente verídico es que Ángel Olgoso es el único escritor que conozco que no asistió a la presentación de su propio libro. 

Así las cosas no estoy muy seguro de la identidad de este señor que parece ser Ángel Olgoso, pero que también podría ser su doble, su secreto hermano gemelo, o un actor contratado por él mismo para sustituirle en la presentación habida cuenta de la timidez que le caracteriza y que, no obstante, no le impide ser -además de uno de los narradores en lengua española más extraordinarios de nuestro tiempo- una de las más bellas personas que conozco. 


Juan Carlos Friebe y José Carlos Jiménez


Ángel ha entendido a la perfección el material que trabaja: el lenguaje. Buena parte de la literatura actual, desde mi humildísimo entender, solo es activa por una cara: la impronta creativa y el rango artístico de autor y su capacidad de sorprendernos o conmovernos, de un lado, o la calidad técnica en la ejecución formal y su capacidad de convencernos, por otro. Las narraciones de Ángel Olgoso son ese periódico que con un solo doblez permite apreciar y admirar sus dos caras en todo momento como si solo fueran una en cada micro-relato, maxi-cuento, macro-fábula, mini-novela o narración con total independencia de su extensión y de su contenido. No es raro, pues, que su obra haya sido objeto de tesis doctorales e importantes estudios críticos, ni sorprende que con aún más rara unanimidad cada obra suya sea acogida con entusiasmo por la crítica especializada, por otros autores -cultiven el género que cultiven- y por sus devotos e ilustres lectores. Todos ellos saben que, si fuera posible observar solo una cara del periódico de Ángel Olgoso, si despojásemos su obra de elementos poéticos y la dejáramos lisa y fría como un mármol pulido, misteriosamente se sustentarían sobre sus alas, las ideas. Y que si les cortásemos las alas, si les extirpáramos sus elementos fantásticos, si los emasculáramos, sus relatos se sustentarían merced a la losa de hormigón del lenguaje que los sostiene. Que si pudiéramos cortar con un cuchillo sus relatos, troceándolos en varias partes y separar la técnica, la inteligencia, la sensibilidad material, el conocimiento narrativo, la altura intelectual, y la belleza –en ocasiones cruel- que los imbrica, todas y cada una de las piezas resultantes sería una pieza maestra de la literatura resultado de un ingenio ilimitado y de un talento descomunal. 

Paolo Remorini


En este libro que hoy presentamos el lector, considero, encontrará una colección de joyas engastadas en el metal precioso de un lenguaje exuberante en fulgores intensos, en inolvidables destellos: al mejor Ángel Olgoso de siempre explorando una vez más el corazón de su inmenso bosque narrativo… la fascinación por lo fantástico al percutir en la realidad y la atracción por el improbable que necesariamente sucede; la metódica pasión de fabular sin que nada resulte, en última instancia, extraño; el paciente éxtasis de la enumeración descriptiva de todo lo invisible hasta crear un mundo que solo puede ser cierto a fuerza de tanto detalle; la perplejidad que socava la tierra bajo los pies de los personajes para enterrar al lector bajo una perfecta capa de paradojas; el enigmático criterio que le conduce a convertir los títulos de cada relato en imprescindibles obras de arte paralelas esenciales (Perlas de Indra, Dibujé un pez de polvo, Un cuenco de madera de ciprés con agua para recoger la luz de la Luna, Las Montañas de los Gigantes a la caída de la tarde…); y ese dedo en la llaga dolorosamente sabio, terriblemente bello, inhumanamente humano que su genio pone en nuestras almas, en nuestros horrores, en nuestras esperanzas, sin que jamás lleguemos a comprender del todo por qué sentimos vértigo cuando le leemos, plácidamente, en nuestro escritorio, en nuestra cama, en nuestro sillón.

Paolo Remorini y Giorgia Pordenoni


El libro se abre, ya lo dije, con un soberbio relato llamado “Contraviaje” que le escuché hace más de dos años y que todavía resuena en mí con un eco inextinguible de emoción. Espero no haber ofendido a nadie si durante mi intervención no he citado a Borges, Calvino, Poe, Stevenson, Kipling, Wells, Irving, Conan Doyle, Quiroga, Cortázar, Bradbury, Bioy Casares, Maupasant, Chéjov ni a tantos otros ilustrísimos y dilectos nombres que, en nuestro imaginario común de narradores clásicos indiscutidos, podrían aflorar al referirnos a Ángel Olgoso. Citaré, curiosamente, a Antonio Machado, quien escribió aquello tan certero de que “a las palabras de amor les sienta bien su poquito de exageración”. Sírvame para decirles que no los he citado porque Ángel Olgoso es uno de ellos.

Víctor Erice y Cristina García

Algún día Ángel escribirá su último relato, ojalá dentro de nueve billones de años, como aquel relato de Arthur C. Clarke que traje a colación más o menos al principio, en el que los protagonistas calculan que la computadora que han instalado en el Tíbet para encontrar todas las combinaciones posibles de letras que permitan a los monjes conocer el desconocido nombre de Dios, está a punto de lograr su objetivo. Cuando huyen del monasterio, temiendo que los monjes les ataquen por no haber sucedido lo que esperaban, observan que todas las estrellas del mundo se van, una a una, lentamente, apagando. El día que Ángel Olgoso escriba su último cuento, tal vez, suceda lo mismo: quizá se apaguen todas las estrellas del mundo, una tras otra, porque seguramente no queden ya no queden más historias que contar. 

Solo él es capaz de que una púa de un peine que una desdichada mujer quiebra mientras se peina acabe clavada en el corazón del gobernador que iba a firmar la sentencia de muerte de su amado y que, apenas un segundo después, a diez mil kilómetros de distancia, pasados cientos de años, a este lector suyo esa púa quebrada le atravesara el alma. 

Y le salte una lágrima.

(Foto: Jose)

2 comentarios:

  1. Verdaderamente tuvo que ser una magistral e maravillosa presentación. Merecedora para el más magistral e ingenioso escritor de nuestro tiempo.
    Enhorabuena

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  2. Sí, querida amiga, aunque yo no tuve la suerte de estar, por las fotos, por las palabras de presentación de Juan Carlos y por lo que me ha contado Ángel, tuvo que ser un acto muy especial. Lo bueno es que pronto vendrán otras y en esas sí podremos estar. ;-)

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