He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)

sábado, 4 de marzo de 2023

Bicéfalo


A veces lo inexorable malogra proyectos preciosos. Es el caso de BICÉFALO, el libro que en 2005 un servidor iba a publicar a cuatro manos junto a Antonio Fernández Molina, histórico de las vanguardias, sabio iconoclasta, poeta, narrador, pintor, grabador, crítico de arte. A los 77 años, desde el hospital zaragozano que ya no pudo abandonar, dio su consentimiento y me cedió -a través de su hija, Ester Fernández Echeverría- el dibujo para la portada y los textos: “Los cuatro dedos”, compuesto por 25 personalísimos textículos surrealistas, y la nouvelle “La hoja de la alcachofa es una lechuza (Homenaje a Arshile Gorky)”.

A. F. Molina fundó en 1951 la revista y colección de poesía Doña Endrina, frecuentó a los postistas y al Collège de Pataphysique, fue secretario personal de Camilo José Cela y secretario de redacción de Papeles de son Armadans. Creador incansable, escribió alrededor de cien libros entre narrativa, poesía, cuentos infantiles, ensayos y monografías sobre artistas plásticos. Arrabal lo consideraba uno de sus maestros y uno de los autores ‘pánicos’ de España. Fue también candidato al premio Principe de Asturias de las Letras.

Mi colaboración consistía en una selección de relatos breves y la introducción de “Bicéfalo”. Os dejo con ella:

“Las obras de Antonio Fernández Molina (como en su día las de Poe, Kafka o Borges) inutilizan, arrasan, pulverizan millares de anaqueles que contienen todas las páginas pomposas, solemnes, convencionales y rutinarias de sus contemporáneos. Sólo la condición marginal de este creador, provocada por la ceguera de críticos, voceros y lectores, ha impedido que lo anterior sea algo comúnmente aceptado. Artista proteico, arúspice socarrón, iconoclasta y sorprendente, A. F. Molina no guarda compostura, escribe sobre el reverso de papeles ya usados, dibuja tendido en la cama o encima del manillar de una bicicleta, lleva al lector en volandas, tiene el don de la ubicuidad pese a que las setas que han crecido a su alrededor no le dejan andar, es un fecundísimo árbol del que cuelgan relatos, novelas, poemas, pinturas, dibujos, ensayos, críticas de arte, traducciones, antologías y revistas. Sus piezas literarias se ramifican hasta confundir las fronteras entre géneros, fortalecidas además por la nutritiva savia de las vanguardias: el postismo, el absurdo, el expresionismo, lo onírico, la Patafísica, el surrealismo, lo naif, el irracionalismo.

Cuando en los años setenta leí por primera vez algunos textos suyos (y los de Ferrer Lerín y Manuel Pacheco, otros grandes olvidados), supe que me había inoculado para siempre su insobornable fervor imaginativo, su deseo de subversión de la realidad, y deseé con cierto ímpetu que sus pasos me llevaran en la dirección correcta, esa que aleja de la mercadería pedestre y de la prosa embalsamada. Compartir el espacio de este libro con A. F. Molina es un honor bastante impresionante que acepto gustoso, pues no existe mejor compañía que la inventiva y la originalidad verdaderas”.

(Ángel Olgoso)

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