He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)

jueves, 3 de noviembre de 2016

De Buenas Letras (2)



Artículo en la sección "De Buenas Letras" 

del diario Ideal.











ACERCA DE LO FANTÁSTICO


Suele decirse que en toda realidad hay algo más de lo que llamamos realidad, que lo fantástico es la intromisión violenta de un suceso extraño en el mundo real, la irrupción de lo inadmisible en el seno de la inalterable legalidad cotidiana o, según Cortázar, el momento inesperado en que la puerta que da al zaguán se entorna lentamente para dejarnos ver el prado donde relincha el unicornio. Suele decirse que el autor debe hacer verosímil lo inverosímil, conseguir que la narración vacile entre una explicación natural y otra sobrenatural, sin decidirse por ninguna, creando así la inquietud en el lector. A pesar del actual desprestigio de la ficción, aún hay quien cree que sólo lo excepcional es digno de ser contado; que la búsqueda de lo insólito, de lo extraordinario, de lo misterioso, de lo irracional, de lo portentoso, de lo que los griegos llamaban tháumata, los romanos mirabilia y Freud Unheimlich, va unida desde la Antigüedad a la creación literaria, siendo de hecho su matriz misma; que el fantástico es el lugar natural de la escritura, la fascinante posibilidad de inventar mundos diversos, alternativos, imposibles. Aún hay quien suscribe las palabras de Walter Scott y prefiere los momentos de delirio, los vagabundeos de la imaginación a todos los tediosos hechos de la existencia, aclarando que no se trata de un plan de evasión, de una modesta magia contra la opresión de una realidad vulgar, asfixiante o aterradora, sino más bien de revelación, de iluminación (Félix Grande habló de esos fogonazos a cuya luz vemos, de pronto y por primera vez, un rincón apartado que había permanecido entre sombras), de la facultad de jugar, de agregar algo a la Creación, de suplantarla, de reinterpretarla mediante enfoques audaces y saltos impensados que sitúen al lector sobre la cuerda floja del espacio y el tiempo, impidiéndole una aceptación sumisa de la realidad. 

Es cierto que España nunca se ha distinguido por su predisposición a los fantástico. Se culpa de esta fatalidad al clima, a las circunstancias históricas, religiosas y sociales, a una atávica visión a ras de tierra, a un inusitado pudor. Acerca de este defecto de nacimiento del país, Álvaro Cunqueiro tenía la impresión de que durante demasiado tiempo ha prevalecido entre los escritores españoles un miedo paralizante a abordar lo fantástico, y el lector se ha ido desacostumbrando a que los acontecimientos fabulosos pudieran ocurrir. Esos lectores olvidan que, según Martin Amis, la realidad está sobrevalorada; que, según Lord Dunsany, la existencia es una noche llena de prodigios; y que, según Murakami, todavía nos aguardan grandes extensiones desconocidas y fértiles que esperan que las cultivemos. Puede que esa escasez de la tradición fantástica española se deba además al erróneo, desafortunado juicio que han tenido hasta hace poco de ella los lectores, los editores, los críticos e incluso los mismos escritores. Quizá también suceda que la noción de fantástico, al filtrarse paulatinamente a otros géneros según la tendencia actual, ha ido debilitando su radicalidad. 

Lo fantástico nos permite escapar de lo consabido, lo mostrenco, del repertorio tan limitado que tiene lo que Eça de Queirós llamaba “la impertinente tiranía de la realidad”; acercarnos al envés de la ilusoria superficie de las cosas, a un mundo que se enfrenta al mundo real y, al hacerlo, puede producir una enorme colisión o un simple contraste, pero de ese choque siempre se desprende una lluvia de chispas que ilumina nuestras pobres vidas. Es el alimento de los que prefieren un sabroso toque de extrañeza a la insipidez de una explicación racional; sorber la emoción del misterio y la incertidumbre; saciar la cosquilleante necesidad de habitar otras dimensiones, otros territorios perdidos en el ensueño y la lejanía, en la bruma de maravilla que flota sobre las delgadas fronteras que separan lo real de lo irreal. 


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