He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)

domingo, 5 de agosto de 2018

Sucesos en la infancia: análisis comparativo

Como prometí en una entrada anterior, os traigo el trabajo de literatura comparada que ha realizado el escritor Francisco Bravo (autor de Visiones inefables y profesor de escritura creativa) entre el cuento Felicidad clandestina de Clarice Lispector y Perlas de Indra de Ángel Olgoso.


Las imágenes son obra del artista austríaco Christian Schloe, que combina pintura, ilustración, fotografía y edición digital para crear un universo onírico, surrealista y repleto de simbología. Como él mismo dice, “cualquier cosa puede suceder en un mundo que contiene tanta belleza.”




FRANCISCO BRAVO


Resumen preliminar 

Podríamos acotar el marco para la comparativa entre ambos cuentos en la siguiente consigna: narración de un suceso acontecido en la infancia de dos niñas en ambos casos desde la perspectiva adulta, cada cual con su consecuente descubrimiento a colación del suceso. Pese a la cercanía de edad, diferentes sucesos y contextos con distintos impactos y por tanto desemejantes 
descubrimientos.


La felicidad clandestina

En este relato, Clarice nos presenta a una niña que por diversas circunstancias bien podría tratarse de ella misma y, por tanto, ser considerado este texto una ficcionalización de una anécdota acaecida en su infancia dado que su familia se mudó a Recife y allí vivió ella entre los cinco años y los catorce. No obstante, no figura constancia de que se trate de un relato autobiográfico, por lo que a tal respecto nos moveremos únicamente en el campo de la especulación. 

El cuento nos sitúa en torno a la experiencia de una niña que, incipiente enamorada de la literatura, visita día tras día la casa de una compañera con la promesa de obtener el préstamo de un libro que nunca llega. La situación se prolonga con el paso de los días hasta que la madre de la zafia compañera se percata del asunto. Finalmente, la protagonista se hace con su libro Las travesuras de Naricita, de Monteiro Lobato.


En la particular y apacible poética personal de la autora, podemos encontrar interesantes recursos antitéticos como: «qué talento tenía para la crueldad», «serena ferocidad», «sereno y diabólico», «horrorizado descubrimiento» o «potencia de perversidad». Cabe comentar a colación de esto, que la tercera y última aparición de la palabra «serena» se sucede como «firme y serena» una vez todo el entuerto ha sido resuelto (de hecho, esto parece aplicable al resto de las fórmulas pues tras la escena con la madre no vuelven a observarse oxímorons en el resto de la narración), como si por primera vez en el texto la palabra serena por fin estuviera en el marco que le corresponde en lugar de enfrentada a otros términos desasosegantes, como de igual forma sería hasta ese momento para la protagonista enfrentarse a la insistente ausencia del libro.

Dada la perspectiva adulta de la narración, desde lo que ya se nos muestra como la mujer que mira de nuevo a través de aquellos ojos infantes, encontramos las siguientes muestras de breve reflexión velada pero autobiográfica (para la narradora protagonista, no para Clarice): «los siguientes serían después mi vida entera», «el drama del día siguiente», «para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina». 

Y, al margen de aventurarnos a conjeturar si quizás el propio texto más que una ficción es una traslación de hechos reales sobre papel y averiguar quizás la posible correspondencia real con la propia Clarice, donde sí podemos hablar del descubrimiento para el personaje, es en dos breves pero destacadas consignas tales como: «...era un libro como para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él» y en la frase final que anilla el texto «era una mujer con su amante», pues mediante ellas podríamos buscar la correspondencia metafórica en el libro-amante por su descubrimiento por la literatura, a la que se consagraría como en unión matrimonial. Ya en un breve ejercicio de hermenéutica, quizás, podríamos radicar esta metáfora en su recién iniciada relación con el hecho literario desde la perspectiva de la escritura.


Perlas de Indra


Por su parte, Ángel manifiesta que su relación con el texto consistió en «ejercer una especie de justicia poética, resarcir —siquiera en la ficción— a las víctimas de violencia, a los desamparados, a los vulnerables, a los inocentes, a todos los que alguna vez se han sentido clavos a merced de martillos inclementes»

En el texto del autor la acción nos sitúa en la India en torno a una niña de nueve años que, mientras recoge berros en un río, es brevemente engañada por dos hombres que la violan. Tras el suceso, la niña, al parecer, es adoptada por una familia quizás europea, donde crece y, en retrospectiva, narra el hecho acaecido treinta años antes. 

Comienza su relato con un afilado inserto en la intriga: «tenía nueve años cuando ocurrió». La narración continúa ágil, con una prosa sencilla pero medida, quizás con la velada intención de retrasar la irrupción de la contundente profundidad retórica que es sello indiscutible del autor, dando solo leves muestras de esa pugna por salir de la contención con paso alevoso. 

Ángel sortea con habilidad el momento mismo del ultraje, retrasándolo mediante una digresión en la que pone al lector en contexto, en la que le sitúa gracias a la enumeración de realidades aledañas en la totalidad de un intersticio imbricado de pequeños acontecimientos mundanos que, con su tranquilidad, con su calidad de prosaicos e ininteresantes por tratarse estos de cotidianos, contrastan de golpe con la vuelta al relato: «Tenía nueve años cuando me oriné de puro miedo bajo el peso de aquel hombre alto». 

Llegados a este punto es donde el relato, comedido hasta el momento, despliega el amplio domino de las letras para zambullirnos en una prosa engalanada y sugerente, siempre bordeando los hechos sin mostrarlos de forma directa: «antes de que mi vientre ardiera de repente, como un terrón de alcanfor cuando se ofrenda a un ídolo»; «Mi corazón golpeteaba como el bastidor de un telar, como la lluvia del monzón»; «deseé ocultarme en la torre del silencio...»; «Tenía nueve años cuando los dos hombres, enardecidos, se turnaron sobre mi diminuto cuerpo aplastado». 

El autor nos muestra cómo, impelida por el horror del suceso, la niña busca refugio mental en una fantasía momentánea radicada en una joya, un zarcillo que recuerda de una tienda, que nos introduce en la relación con el nombre del relato y 
que habla sobre esa Red de Indra colmada de pequeñas perlas que se reflejan unas a otras hasta el infinito, como la joya con apariencia de uva pelada que es resorte para su eventual escape de la realidad. 

Para el desenlace se obra una elipsis entre el cruento relato de los hechos y el futuro, que ya desde adulta, puede narrar con la perspectiva de ese doble descubrimiento, por un lado el de una posible vida distinta, y por otro lo que posibilita que ese radical cambio de entorno: la compasión. 

Cabe destacar las repeticiones que más allá de Bela jai y de la símploque inexacta de «Tenía nueve años... Eran las primeras horas de la tarde y yo recogía berros en la orilla del canal», vemos un conjunto de reiteraciones de forma conjunta y por separado de estos dos sintagmas: «tenía nueve años» y «eran las primeras horas de la tarde y yo recogía berros en la orilla del canal», que a modo de pequeños mantras consiguen la percepción de que el texto itera sobre sí mismo, que se encorda en una espiral que relaciona presente y pasado en distintos momentos de manera constante y simultánea. 


Análisis comparativo


Ambos relatos son breves y comienzan con escasas descripciones. Mientras que en el caso de Lispector cuenta con una reducida puesta en situación con la descripción de la niña, la ocupación de su padre y su «talento para la crueldad» para dar paso al conflicto, el de Olgoso transcurre en un lapso de tiempo de tan solo unos minutos, con esta otra niña absorta en su tarea y sin prever la tragedia que a apunto estaba de cernirse sobre ella, mientras nos introduce con una breve descripción autobiográfica.

El relato de Lispector es más directo, más mimético y se detiene solo levemente en divagaciones poéticas, ya que la acción se sostiene más en el tiempo y mantiene una pátina de lo que podría considerarse una nostálgica dulzura en un relato que nos transporta sin excesivos sobresaltos. Entretanto, en el de Ángel vemos algo más de profundidad retórica y algo más de dilatación en algunos concretos momentos, más acorde con la escasa duración del suceso y a la vez la contundencia que nos instala en una narración de contrastes entre pasajes cortos pero afilados y otros, que como remansos para aplacar esa intensidad, contrapesan con su poética lo grotesco de lo narrado.

Desde este mismo inicio se sientan las bases de la divergencia contextual. En un caso tenemos a una niña escolarizada, con familia, que goza de comodidades y seguridad inimaginables para quien desde el inicio se nos declara huérfana y, que tan inmersa en su contexto de precariedad, asume como normal la explicación por otra persona dada de la posible tentativa del envenenamiento por parte de su madre. De un lado tenemos a una niña que no solo goza de relaciones amistosas con otras niñas de su edad sino que incluso puede permitirse rivalidades y desencuentros intrascendentes propios del ambiente de infantes y colegio, mientras que la niña de la India nos aproxima a su soledad y las vicisitudes bien alejadas de las facilidades de la escolaridad, viéndose obligada a trabajar de cualquier cosa para subsistir. Creo que la diferencia de contexto es clave para poder entender la diferencia de impacto que cada desencuentro tiene para cada una de las protagonistas, así como en el devenir de sus respectivas vidas.


En la efimeridad de ambos textos el conflicto o agravio se presenta pronto. Si bien en el relato de Clarice se trata de una tesitura de escaso calado y en el caso de la niña india se trata de un acto brutal, de alguna forma, cada una, dentro de un contexto y con un impacto diferente, hacen frente a un acto de crueldad. En primer término, tenemos una crueldad anecdótica, ese tipo de agravios que en la infancia somos incapaces quizá de asumir como insignificantes porque nuestra certidumbre del mundo y de la gestión relacional es escasa, mientras que en segundo término nos hallamos ante el vil quebrantamiento de una de las más profundas e íntimas posesiones: la del propio cuerpo. Nos encontramos pues ante una crueldad y, si se me permite la clasificación, «primermundista» por encontrarse la niña en un ambiente más protegido, en un contexto en el que por lo general gozamos de mayor garantías y por tanto los agravios sufridos usualmente tienen un calado y trascendencia menos profundos; y en el caso de la niña india, más «tercermundista», por encontrarse ella sumida en un contexto en el que obra una mayor desprotección en general y en particular sobre mujeres y niñas que son objeto de constantes abusos (en 2015 se produjeron más de 32.000 violaciones y una tercera parte de ellas sobre infantes, apuntaba Ángel).

En el plano temporal, mientras que en el texto de la autora nos encontramos con una tesitura que se prolonga durante semanas y días, en el texto del autor nos hallamos ante un suceso que acontece en unos minutos. 

En ambas tesituras el suceso queda atrás y en cada uno de ellos se obra un descubrimiento a colación. En el relato de Clarice, tras esos días de prolongada emoción y sufrimiento por alcanzar el libro y hasta que finalmente lo consigue, se manifiesta el descubrimiento de una dimensión portentosa de lo literario. El libro, pese a ser el objeto del deseo, parece mostrarse más como una excusa para anunciar el éxtasis de concomitar con el hecho literario, de refrendar para siempre una biunívoca relación con la literatura como un ser viviente, un ente indisociable ya de la niña que, si tomamos aquella conjetura hermenéutica de su interpretación autobiográfica, podríamos situar algo más allá, en el plano del descubrimiento de la propia escritura para Clarice. 



Para la protagonista del relato de Ángel, el descubrimiento se obra en dos niveles como ya se mencionó en el análisis individual. Por un lado el del «nuevo mundo» alejado de tanto horror y deshumanización, y por otro lado que este se derivara —sin ser desvelados los pormenores concretos— del encuentro por parte de alguien que tras —posiblemente— hallar a la niña en precario estado, pudiera obrar o articular de forma pertinente su atención y salida de aquel entorno. 

Para finalizar, podríamos encontrar una curiosa relación también concomitante en el uso del título desde lo particular hacia la totalidad. En el caso de La felicidad clandestina, es un título que no solo guarda relación con texto de forma directa por esa alusión a la particular manera de disfrutar el libro al fin, de ese juego autoimpuesto de olvido y descubrimiento artificial que ella dispone, si no que de forma inmediata traza una conexión con una realidad más allá de ese pasado y la anécdota —bien sea dentro de la ficción narrativa o la realidad autobiográfica— momentánea, para urdir un nexo hacia la vida adulta de esa futura niña, convirtiéndose en una constante para la mujer que ya ha visto pasar muchos años desde entonces. 

En el caso de Perlas de Indra también encontramos, aunque de forma distinta, ese doble juego referencial que se halla en la realidad física del relato con esa joya que sirve de escape para la protagonista mientras sucumbe la ominosa vulneración de su voluntad inocente, y que se relaciona con cada una de esas perlas conformadoras de la red que todo lo une con infinitud de hilos de seda y que, usando la propia metáfora contenida en el texto, alude a ese tránsito entre nodos «perlados» de la red y su asombroso viaje de una realidad a otra, tesitura recordada cada vez que se sume en la caricia del zarcillo que la contiene. 


3 comentarios:

  1. En este blog aprendo la diferencia que hay entre la lectura por parte de una aficcionada, que es instintiva, y de una persona que entiende las “tuercas y tornillos” de la escritura, es decir, las técnicas empleadas, y lo que hay de maravilloso en el ensamblaje de las palabras para que lleguen a los rincones más remotos de la mente.

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  2. Se me olvidaba añadir que las imágenes son evocativas y misteriosas, perfectas.

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  3. Hola, Wordmaze. Nos ha encantado tu comentario y tu visita por el blog. También saber que las imágenes que buscamos para acompañar el texto te parecen ideales. Seguro que eres una lectora más perspicaz de lo que quieres hacernos creer;-)
    Un gran abrazo.

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