Comparto esta entrevista en todoliteratura.es a propósito de “Estigia”.
-¿Qué es “Estigia”?
Estigia es el tercer volumen temático, de un total de seis, de mis relatos completos. Como los anteriores, ha sido publicado por la editorial leonesa Eolas en su colección Las Puertas de lo Posible. Lleva una portada de Jaime Lechuga Rodríguez del Castillo y un prólogo de la maestra del microrrelato en español, la argentina Ana María Shua. En este libro el lector podrá encontrar una larga serie de mementos mori protagonizados por suicidas, resucitados, fantasmas, vivos dados por muertos, vivos que ignoran que están muertos, muertos tímidos, muertos que se niegan a serlo o que dan testimonio de su estado; asistirá a velatorios y rituales singulares, muertes sorprendentes y miedos cervales, asesinatos bíblicos y cementerios planetarios, reencarnaciones y organizaciones de posteridad, enterramientos erróneos y escenas bélicas extremas; se topará con despojos y reliquias, un barbero de difuntos y un mar de los muertos, el eterno retorno, etc. Aquí están agavilladas, de entre las setecientas que escribí en cuarenta años, todas las ficciones que se acomodaron a ese escenario sombrío, desde lo más metafísico a lo más físico, desde la ironía a la sátira, desde lo macabro a lo mítico y simbólico. “Estigia” es mi personal y modesto Oficio de Tinieblas, que demuestra que la muerte ha sido, sin duda, uno de los temas más recurrentes en mis relatos. Tal vez, en torno a este asunto primordial, estén los mejores logros, o al menos creo que es ahí donde pude esclarecer un poquito más la condición humana, su trascendente fugacidad.
-El gusto por lo sombrío parece haber sido una marca de la casa...
Es cierto, hasta mi último libro de relatos, “Devoraluces”, siempre ha predominado una querencia y un respeto por lo extraño y lo insólito, por la morbosidad del ‘Romanticismo negro’, por la oscuridad luminosa, y el tema de la muerte es el más sombrío de todos, el mayor misterio, el último acto y a la vez el único argumento de la obra. Este es el humus de “Estigia”, el terrible problema de una creación cuya vida se asienta sobre la muerte. Todos los escritores están obsesionados, de una forma u otra, con la Gran Oscuridad, con La que Acecha, seguramente porque es un elemento irracional en un cosmos racional, como decía Gödel. Con el tiempo -y sobre todo a la hora de reunir y espigar estos relatos- me he dado cuenta de que la muerte es un tema que me provoca, que me incita, que me obsesiona de una manera casi lorquiana, porque siempre está ahí como una sombra, rodeándote sin que te des cuenta, una presencia en sordina y, cuando de pronto se repara en ella con un escalofrío, uno se siente como perdiendo pie, como tanteando en lo oscuro. Pero también los lectores tienen en vida relación con lo fantasmagórico, están como los autores en contacto con espectros impalpables: los personajes de ficción. Además, al igual que los arquitectos de la antigüedad grecorromana al diseñar un edificio, mi objetivo siempre ha sido el estupor; como aquellos, yo también he querido asombrar, sorprender e involucrar a los que entran, transmitir emociones fuertes poniendo una gran atención y cuidado en la creación de todos los detalles.
-Como ha señalado antes, en el libro asoma el humor. ¿Reírse de la muerte ayuda a relativizarla?
Cómo soportar la vida si no. Es imprescindible para poder ir tirando. Nuestro cerebro nos protege de la locura con la imposibilidad de pensar cada día en la proximidad de la muerte, ya que la extinción, al ser paradójicamente el centro de la vida, nos acompaña como una sombra. El arte en mi caso proviene de los sueños y de las visiones, pero también de las fricciones con la realidad, de donde saltan las chispas del absurdo, del escalofrío o del humor. Soy un escritor tanto microscópico como telescópico: adecúo la lente a cada historia, a veces los detalles dominan la narración y otras el fondo, la visión de conjunto. Es decir, intento contar historias que nos representen a cada uno de nosotros, a la humanidad en singular, pero también a todos como especie. Y el humor -negro en este caso- es una herramienta poderosa, fresca y empática de la que me valgo con frecuencia (en especial en los textos escritos durante los ochenta y noventa).
-¿Son quizá el arte y el amor los únicos contrapesos de la muerte?
Lo tengo clarísimo. Quien no goza de ningún tipo de creencia religiosa (la fe se nutre de la desesperación, del dolor y, como principal activo, del miedo a la muerte), toma conciencia más aguzada de lo azaroso, de lo efímero, de que seamos una casualidad pasajera, una máquina de languidecer (metáfora que creé para titular mi libro de cien microrrelatos en el año 2000). Por eso soy más de la opinión de Leonardo da Vinci, "la belleza perece en la vida pero es inmortal en el arte", y de contemplar a la creación artística o la dulzura de los afectos humanos como sustitutos viables de la eternidad. La muerte es exponerse al vacío; y cada uno entretiene la espera a su modo: trabajos, familia, solidaridad, consumo, codicia, aficiones varias, los viajes, las pantallas o la algarabía ensordecedora de las redes sociales. Yo tengo la suerte de convivir con Marina Tapia y de progresar en la propia poética, aunque eso conlleve el peligro de encerrarse en un mundo demasiado personal.
-¿La realidad es lo único que mata?
Básicamente. Ya sabemos que todo muere aquí, incluso las estrellas. Y ya lo aclaró inmejorablemente Cicerón, “la vida entera es una preparación para la muerte”. Escribir estos relatos me permitió hacerme preguntas, reflexionar sobre esa carga: la angustiosa incertidumbre de no saber qué vendrá después. También sobre las infinitas formas en que el ser humano (única especie consciente de su finitud) va al encuentro de la muerte. Benjamin decía de manera preciosa y emocionante que, en la literatura, el lector puede calentar su vida helada al calor de otras muertes. Tal vez el narrador sea el único que puede bajar hasta el Hades como Orfeo y sacar de allí a todos los demás, relatando la memoria passionis humana, su alegría o su sufrimiento, su respirar en el mundo. Creo, en definitiva, que las historias combaten con fiereza la muerte, la postergan de algún modo al escuchar la voz singular de cada hombre, al hacer que por las palabras circule la sangre. Incluso las historias que tienen calidad de ganga apuntalan nuestros pies en la vida. Aunque, claro, no conviene olvidar que el arte es revelación y conocimiento, transfiguración de la realidad, y no sólo estética y sentimientos.
-¿Tiene sentido la vida sin la muerte?
La atroz indiferencia de la muerte y el sinsentido de la vida parecen estar unidos indisolublemente. Supongo que hay que aceptar los retos de la vida dentro de los límites de la muerte, el hecho de que nuestros cuerpos no sean más que castillos de arena. Pero, al igual que Elías Canetti alzó su puño contra la cosa que verdaderamente más odiaba, su enemigo la muerte, y hasta intentó escribir un libro titulado “El libro contra la muerte”, a mí personalmente también me hiere la imagen del hombre como estrella fugaz, que brilla apenas un instante y se desliza enseguida hacia lo oscuro. Me subleva la imagen de esa dama democrática que a todos iguala -ideal barroco del justicia y venganza simbolizado en el género de la vanitas-, de esa Gran Señora que calumnia a la vida y se lo lleva todo, me indigna que se nos imbuya la muerte como un hecho natural, como el fin de un ciclo individual. ¿Para qué hacer entonces cosas hermosas?, podríamos preguntarnos.
-¿No será la muerte simplemente el otro lado?
Esa explicación supone una verdadera tentación, un faro inesquivable que me ha atraído durante décadas: la muerte no es nada. Sencillamente, un lugar donde recostar la cabeza y descansar, una rutina metódica e inexorable, el eslabón de una cadena sin comienzo ni fin. O, todo lo más, un simulacro de misterio, como sostenía Cioran. Pero tampoco es que un servidor sea médico, eclesiástico o documentalista, sólo un pobre escritor al que le gusta adobar artísticamente la realidad en crudo con la que nos tenemos que enfrentar. Sí, prefiero creer que el arte penetra mucho más allá que la teología o la ciencia especulativa, conseguir una intensidad exacerbada mediante el artificio, sentir que la realidad no se agota en aquello que el ojo no puede ver. Lo único claro es que la muerte parece ser lo único que le baja los humos a una humanidad arrogante, y la otra certeza es que nuestro mundo contemporáneo no sabe qué diablos hacer con la Parca. Ya ni siquiera se oye doblar a las campanas. Ni tanto ni tan calvo: en el siglo XIV aparecieron manuales para bien morir, y el amortajamiento y la conducción del cadáver se convirtieron en ‘la gran gran obra de arte’ del siglo para concluir en el XV en el culto a lo macabro. Supongo que, más allá de su burocracia y escenificación, del maquillaje superficial del luto y los ritos funerarios, sigue habiendo ahora una angustia ante la muerte propia e intransferible, un remordimiento por la crueldad infligida o por los gestos de amor omitidos, y una culpabilidad de dejar solo al cadáver del ser querido con su muerte fría y perenne.
-¡Qué lugar ocupa “Estigia” entre los libros que esperan turno?
Tras “Estigia”, confío en que se vayan publicando con regularidad los tres siguientes volúmenes temáticos de mis cuentos completos: “Holobionte”, relatos sobre el prójimo y la sociedad, que ya atesora un prólogo de Raúl Brasca; “Ánfora”, relatos de ambientación histórica; y “Maelstrom”, relatos acerca de lo fantástico y las manifestaciones culturales. Espero, además, que pronto se edite por fin “La sombra de la sombra. Microrrelatos completos (2020-1978)”, libro que recopila absolutamente todos los micros, incluyendo algunos inéditos, y que cuenta con un prólogo de Manuel Moyano, situándolos en su contexto, y con un desopilante y original epílogo de Carlos de la Fé. Pero me hace especial ilusión la inminente publicación -por parte de la exquisita y heterodoxa editorial Libros del Innombrable- del primer volumen de una nueva etapa híbrida, miscelánea y fronteriza, “Madera de deriva”, liberado ya del corsé de la ficción.
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