Comparto esta entrevista en Todoliteratura.es acerca de "Madera de deriva" (Libros del Innombrable), donde explico en profundidad mi última obra, la primera de una nueva etapa creativa tras más de cuarenta años escribiendo relatos.
1.¿Qué es “Madera de deriva”?
Es una obra híbrida, una miscelánea donde conviven la crónica de viajes, el ensayo literario o el apunte memorialista, una gavilla de especulaciones sociales e históricas, de evocaciones, de entradas de diccionario, de epitafios, de viñetas, de semblanzas, de elementos marginales de la cultura. Es, por tanto, una ‘marginalia’, un ‘collage’ literario. Es un libro donde hay un yo de vibración discreta, una experiencia de pensamiento, una pulsión poética; un volumen para leer poco a poco, desentendiéndose del camino, parándose de vez en cuando a coger alguna flor extraña, a meditar sobre un proyecto inacabado, a oler el aroma de remotos incendios o a escuchar a lo lejos el rugido de alguna fiera. En resumen, es un libro de textos fronterizos lleno de fervor por la literatura. He de aclarar que -a pesar del título- estos escritos no son restos de naufragio sino piezas forjadas con toda premeditación, con la intención de elucubrar libremente y hasta sus últimas consecuencias, con respeto por la inteligencia del lector y por la lengua y sin miedo al culturalismo.
2.-¿Por qué Libros del Innombrable?
Lo creo el lugar natural para esta obra. Es un placer y un privilegio formar parte de la exquisita heterodoxia de su catálogo editorial, que acoge -entre otros muchos escritores singulares y creadores únicos- gran parte de la producción de Arrabal o de Antonio Fernández Molina. No puedo sino sentir una gratitud infinita hacia el admirable Raúl Herrero por su valentía al seguir apostando tenazmente por la exigencia literaria, con el riesgo que eso supone en momentos tan desalentadores como los actuales. Por cierto, el nombre de la editorial puede interpretarse como una referencia a la función de la poesía de «nombrar lo innombrable».
3.-Tengo entendido que fue escrito en un momento peculiar.
En efecto, este libro fue escrito en una cárcel, o al menos durante un encierro forzoso, el mismo que sufrió toda la humanidad en aquellos extraños meses de 2020. Pero incluso de una pandemia letal pueden extraerse -si se es afortunado- vivencias inefables y deliciosas; para empezar, la de tener la suerte de estar encerrado durante noventa días con una criatura milagrosa como Marina Tapia, que no sólo hacía de contrapeso de una realidad horrorífica, que no sólo era capaz de disolverla con su ternura, sino que lograba acondicionar una atmósfera y un espacio creativos, un terreno fértil donde seguía floreciendo la vida. Marina, las casi mil páginas de los Cuadernos de Cioran y la redacción de este libro, ‘Madera de deriva’, fueron el trípode de aquel insólito tiempo de reclusión, de aquella moderna danza macabra.
4.-Cuál es la conexión entre esta obra y sus numerosos libros de relatos?
“Devoraluces”, mi literalmente último libro de relatos, es la bisagra que separa los setecientos relatos de una primera época de cuarenta años de escritura de ficción, de imaginación, de esta segunda más heterogénea, fragmentaria, malabarista y caleidoscópica. Llegó un momento en que me volví perezoso ante la dura labor de convertir un fulgor que cruza por tu cabeza en una historia perfectamente amueblada, en que me empezó a aburrir el esfuerzo de pico y pala que requiere fabular, en que me apetecía experimentar, combinar géneros colándome en sus intersticios, usando todos los mimbres y formatos posibles, exponer las ideas con menos trabas. Y seguir haciéndolo con la exigencia estética de siempre, con un amor incondicional por el lenguaje y su armónico rumor. Llegó un momento, como digo, en que ansiaba quitarme por fin el corsé, sentirme más libre, borrar la frontera entre realidad y ficción, amalgamar elementos muy diversos que normalmente no deberían estar juntos, abrirme a una hibridación que me iba pareciendo cada vez más sugestiva, explorar esa tensión entre el yo y el mundo exterior, en definitiva, componer volúmenes de difícil clasificación.
5.-¿Qué autores le han contagiado ese gusto por una literatura yuxtapuesta o de naturaleza híbrida?
Existe una genealogía cada vez más nutrida: cuando escribí el libro no había tantos, ahora son legión. Por citar unos pocos ejemplos incontestables, Italo Calvino (“Colección de arena”), Julio Ramón Ribeyro (“Prosas apátridas”), Sergio Pitol (“El arte de la fuga”), Cristóbal Serra (“Péndulo y otros papeles”), Julio Cortázar (“La vuelta al día en ochenta mundos” y “Último round”), Felipe Benítez Reyes (“El intruso honorífico”), Emilio Gavilanes (“Bazar”) o muchas de las obras de Vila-Matas y, sobre todo, de Cees Nooteboom. Pero que la supervivencia de la literatura como arte pase por la hibridación de géneros no es nuevo: ya en 1929 Gómez de la Serna hablaba de la “condición destramada y destrizada de la novela actual”. En los años sesenta Georges Perec sostenía que la literatura se encaminaba hacia un arte de las citas (muy presentes por cierto en “Madera de deriva”, pues soy un entusiasta, un idólatra de la epigrafía). Y Juan Bonilla ha reconocido creer cada vez menos en los géneros, y no hace distingos: “Me gustan las novelas inyectadas de poesía, los poemas que cuentan historias, los ensayos que se atreven a hacer narración”.
6.-¿Cómo combinan vida y literatura en “Madera de deriva”? ¿Son indisociables ya en la literatura actual?
Estamos en un mundo muy heterodoxo donde los géneros literarios -e incluso sexuales- son más mestizos, donde ha cambiado el paradigma, donde hay una fatiga de las formas literarias, un magnetismo hacia lo fragmentario y lo disperso, también un hambre de realidad con la que los lectores buscan quizá saldar la complejidad de los interrogantes que suscita el mundo actual, o simplemente verse reconocidos. Estamos en plena crisis de la imaginación como recurso creativo. Para nuestra sensibilidad de hoy, ya no parece que haya demarcaciones entre lo que uno vive y lo que uno lee, escucha, contempla o piensa: nunca antes de esta era de exhibición desaforada de la intimidad (en la que la ficción y la narrativa pura se consumen en formato audiovisual), nuestra experiencia de vida se había visto tan nutrida por la literatura y la vida de otros. Nora Ephron no lograba “entender que alguien pueda escribir ficción cuando lo que ocurre en la vida real es tan asombroso”.
Por mi parte, al ser de una independencia un tanto feroz, tímido y falto de ímpetu social, siempre me he mostrado muy pudoroso a la hora de verter mis experiencias en los textos, a la hora de fraguar esas dos dimensiones, la escritura y la vida. Obviamente, entre las coordenadas más informales y personales de “Madera de deriva”, uno ha levantando inevitablemente una especie de autorretrato más o menos directo pero creo que justificado, y siempre con marcado acento literario, con la misma dedicación estilística que en mis relatos. No porque los textos de “Madera de deriva” sean objetos provistos de formas y texturas distintas significa que no tengan un núcleo común, lo tiene: el lenguaje intentando apresar la magia de los libros, el placer de los pensamientos y el misterio de la existencia.
7.-¿Cree en el artificio, lo reivindica incluso en esta nueva etapa?
Juan Benet decía que creía sobre todo en el bicarbonato. Bromas aparte, yo creo que a través del artificio también se puede encontrar la verdad. Como no soy documentalista ni periodista, intento conseguir una intensidad exacerbada que sólo es posible mediante el artificio. No entendido como un mecanismo superficial sino como una forma de capturar la magia, de ir más allá de la representación de las experiencias cotidianas, de comunicar de manera singular lo que hay de profundo y extraño en nuestras vidas. A una obra de arte debe exigírsele la emoción estética, esa sacudida que nos contagie asombro ante el misterio del mundo, y una cierta y estimulante dificultad. Y para ello es preciso el artificio bien entendido, el que nos acerca a la inventiva y originalidad verdaderas y nos aleja de la mercadería pedestre y de la prosa plana y funcional. Como dice Benjamín Labatut, la mente se enciende cuando no entiende.
7.-Entonces ¿se sigue sintiendo con ganas de experimentar literariamente aunque haya abandonado la ficción?
De hecho, esporádicamente y a lo largo de cuatro décadas, ya había experimentado nuevos registros en mis relatos, ya había intentado ensanchar los límites narrativos, ya había sentido la necesidad de contar de manera diferente. Quizá lo que ocurre realmente es que, con la edad, tal vez se va perdiendo el vigor, el poder fundador de la narración, además del de la curiosidad. No obstante, en “Madera de deriva” aún quedan abundantes ascuas de ambos, en forma de perplejidad intelectual, social o literaria, de teorías extravagantes, de viejos proyectos reformulados, de negativos de relatos posibles o que nunca fueron escritos, de apostillas audaces, de callejones sin salida y también de puntos de vista que conectan insospechadas avenidas nuevas. Ya Baudelaire propugnó que ”no está lejos el tiempo en que toda literatura que rehúse andar fraternalmente entre ciencia y filosofía será una literatura homicida y suicida”. Un relato es como una gota de rocío que puede reflejar todo el paisaje; pero, sin duda, un texto sin género se aviene mejor a una época de incertidumbre como la nuestra, donde parece que la múltiple y dispersa y cuántica realidad es fantástica y la ficción real.
8.-Considera que, variando en este libro el foco de atención, ha podido apreciar la complejidad de lo real mejor que con la ficción?
Creo que la hibridación y la no ficción se van convirtiendo en formas de arte en sí mismas, en campos en que los que encontrar noticias del mundo o descubrir nuevas fórmulas para verlo, incluso rastreando percepciones extravagantes o voces contradictorias; como un bonus para el lector inquieto, como acicates para seguir mostrando curiosidad y mantener las mentes abiertas. “Madera de deriva” es, creo, una despensa prometedora para los que gustan de la literatura que sabe a literatura; es una apuesta por la cultura, por cualidades adormecidas en nuestro presente: la lentitud, el recogimiento, la reflexión arriesgada, la sutileza, la perplejidad metafísica, la crítica social, el amor por las pavesas del pasado y su persistencia y, sobre todo, la fascinación por las palabras. Espero que el lector se solace un poquito con este primer fruto de una nueva época creativa mía sin ataduras, con este golpe de timón literario, con este agregado de materias y de prosas ensayísticas y algo más vivenciales, con este diorama multiforme.
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