Muy agradecido al escritor, docente y crítico Jesús Cárdenas por su extraordinaria reseña de “Estigia” (Eolas Ediciones) en la revista Culturamas. Pocas veces he leído unas apreciaciones tan certeras sobre mis relatos.
CULTURAMAS
«Estigia», de Ángel Olgoso
Nov 29, 2025
Por Jesús Cárdenas.
“Estigia”, el nuevo libro de relatos de Ángel Olgoso, el tercer volumen temático de sus relatos completos, publicado por Eolas Ediciones y acompañado por un sugerente prólogo de Ana María Shua, reúne en sus 256 páginas una constelación de mundos que desafían la lógica y la serenidad del lector. No es casual que Shua advierta, desde las primeras líneas, que «la categoría de fantástico es insuficiente para definir sus cuentos antirrealistas»; y es que el escritor granadino, maestro indiscutible del relato breve en lengua castellana, practica un arte narrativo que no busca únicamente el asombro, sino una suerte de desestabilización íntima, un estremecimiento que obliga a releer y repensar cada pieza. Su literatura funciona como una máquina de metamorfosis, una articulación precisa entre la extrañeza, la lucidez y la oscuridad, sostenida por una imaginación minuciosa que nunca se repite.
Autor de una obra prolífica que incluye un poemario (“Ukiguno”), un libro ilustrado (“Nocturnario”) y dos compilaciones de textos de no ficción (“Tenue armamento” y “Un unicornio fuera de su tapiz”), Olgoso ha edificado, a lo largo de títulos como “Breviario negro”, “Bestiario”, “Cuentos de otro mundo”, “Astrolabio”, “Devoraluces”, “Almanaque de asombros”, “Las frutas de la luna” o “Los líquenes del sueño”, entre otros, un territorio literario inconfundible: una cartografía donde lo insólito emerge con naturalidad y donde lo sublime convive con lo ominoso. En él confluyen, como ríos subterráneos, diversas influencias literarias: Borges y su metafísica del asombro; Cortázar, capaz de quebrar lo cotidiano para abrir paso a lo insólito; Bioy Casares, por su imaginación especulativa y la elegancia de sus tramas, Lovecraft, por esa vibración ominosa que a veces se insinúa desde los márgenes del relato; entre otras. Todas estas huellas, algunas citadas en la primera página, se disuelven sin embargo en una voz enteramente Olgoso. “Estigia” se integra en esta tradición, que también amplía, confirmando la madurez de un escritor capaz de combinar precisión artesanal e imaginación desbordante.
En “Estigia” hallamos piezas narrativas, microrrelatos como «Diadema en tu cabello», «Suicida», «Persistencia», «El purgatorio» o «La planicie», de concentrado minimalismo lírico, y otros más extensos, como «La primera muerte de Kafka» o «Últimas voluntades», que se despliega hasta seis páginas con un desarrollo emocional progresivo y envolvente.
La lectura del volumen conduce, efectivamente, a lo que Shua llama un «viaje en el tiempo y en el espacio», una deriva que a menudo no conduce a ningún lugar reconocible, como si el lector fuese arrastrado a una tierra de nadie donde la orientación resulta a menudo ilusoria. Hay cuentos, como en Comala, que parecen situarse en una región suspendida entre mundos, pero también otros que hunden sus raíces en escenarios reconocibles. En «Reliquias», por ejemplo, nos traslada a Parma, acompañando a una pareja de recién casados que descubre la ciudad entre la belleza turística y una inquietud latente, haciendo vibrar secretamente lo extraordinario. En «Eternidad», en cambio, nos invita a adentrarnos en el sur profundo de los Estados Unidos, donde un escritor en declive mastica tocino, bebe whisky y redacta un testamento de despedida que brilla por su ironía melancólica.
En esa transmigración, también paseamos, junto a él, por las personas gramaticales, «Todos los trucos son válidos si se trata de provocar el desasosiego del lector», afirma Shua. Ni siquiera el narrador testigo en segunda persona le es ajeno, como ocurre en «Idolatría», donde la enumeración borgiana es un rasgo de esta prosa, revelador por el tinte oscuro y perturbador, propio del estilo de nuestro escritor. Hacia la mitad de «Océanos de ceniza» el narrador se hace, y con él participamos, preguntas inquietantes, de algo que parece un inocente catálogo de especies vegetales:
«¿Será por eso que ahora contemplo, espantado, esos frutos […] como creaciones imperfectas y caprichosas exudadas de las esencias sacras de nuestros antepasados? ¿Será por eso que crecen con tanta reciedumbre, como si buscasen una perduración plena, ayudados por la sangre que vuelve?»
Uno de los mayores logros de Olgoso radica en su capacidad para alternar registros y sorprender al lector–viajero, mostrando un escritor de relatos poliédrico. Su prosa puede volverse barroca, con frases largas, léxico insólito y un ritmo casi ceremonial y onírico, que favorece el recogimiento, como en «El confeti de nuestras cenizas» o «La pequeña y arrogante oligarquía de los vivos»; pero también sabe hacerse sobria, afilada y luminosa cuando la historia exige claridad sin adornos, poseyendo un sesgo de rapidez periodística, así en «La muerte desordena» o «Autopsias prematuras». Más aún: su escritura posee una textura verbal vibrante, saturada de imágenes táctiles, murmullos ancestrales, fulgores cromáticos, ecos animales, registros sonoros, brillos casi palpables y múltiples guiños intertextuales, lo que convierte cada relato en una experiencia sensorial además de intelectual.
Ese equilibrio entre lo exuberante y lo austero se aprecia con especial nitidez en el relato «El valle», donde la delicadeza del lenguaje convive con la rudeza del entorno, en una estampa que resuena con ecos del barroco más visceral:
«Con el estómago vacío, retorciéndose de hambre, Amuleto de Hueso proseguía su terca batida de caza, en busca del valle que, más allá de las montañas, discurría en una larga y fértil hondonada entre dos laderas verdes, donde pastaban manadas de Cuernos Curvos y los cornejos estaban cuajados de bayas».
En conjunto, “Estigia” confirma confirma a Ángel Olgoso como un alquimista de la narración breve: un escritor capaz de transformar cada cuento en un umbral hacia lo desconocido y, al mismo tiempo, en un espejo donde el lector contempla su propio desconcierto. Al cabo, el arco dramático se completa, en una ambientación que va de lo sombrío a lo luminoso. Ese es el arte de deslumbrar lo incierto.


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