Retomando el hilo de los textos irónicos e ingeniosos de Ángel, os dejo con otra muestra, en este caso de fino y a la vez hiperbólico humor británico: la presentación del libro de relatos de Celia Correa Góngora (presidenta del Centro Artístico de Granada, patafísica y buena amiga del escritor) el 21 de noviembre de 2013 en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Granada.
Presentación de Mil años después
Si hay algo que me agrada es la vida tranquila, sin sobresaltos. La vida nunca es lo bastante plácida para mí. Denme sosiego, denme rutina, y seré feliz. No pido más. Pero hete aquí que el pasado 3 de noviembre, a las ocho de la tarde, hora del meridiano de Greenwich, recibo un correo de la amiga Celia. Los que la conocen ya saben que se trata de una persona notoria por su persuasión, que no es de las que se pueden tener a raya con un bastón y, peor aún, que está a favor de no dejar que se ponga el sol sin haber iniciado una actividad artística o literaria calculada para hacer temblar a la humanidad. En el correo en cuestión, Celia me pedía que la acompañara en la presentación de su primer libro de relatos, ignorante del peligro mortal al que acababa de exponer a su viejo amigo. Tras leer aquellas líneas envenenadas, mis sentimientos eran, a la sazón, como los de quien, buscando margaritas entre los raíles del ferrocarril, se da cuenta de que tiene un expreso a pocos milímetros de la espalda. Es bien sabido que, sea cual fuere la provocación, un caballero no debe perder la compostura, pero aquella inaudita petición de Celia me hizo retemblar de proa a popa, provocándome una considerable pérdida de sangre fría, convirtiéndome en una joven mancha en las baldosas, en un plato de serrín, en un pedacito de tostada que cae atónita al suelo. Muy cerca del colapso, sin saber cómo echar a rodar la bola, le expliqué a mi temeraria amiga del alma que apenas si podía sobrevivir al compromiso de mis propias presentaciones, que incluso había conseguido no asistir a una de ellas, y que estas terribles experiencias habían encanecido los largos y lustrosos bucles de mis cabellos, desde el cuello hacia arriba. Celia contraatacó entonces asegurando que no iba a estar sólo en el envite, que mi presencia sería meramente testimonial, que el libro iba a ser presentado en sociedad comandita con José Luis Gärtner, Fernando de Villena y un cuarteto de cuerda. Acerté a exclamar: ¡Madre del amor hermoso! Y en ese instante comprendí que los presentadores no éramos más que unos escuálidos números, unos solitarios comparsas, un mero esbozo del multitudinario presentador con el que Celia soñaba: ella en realidad quería que su presentación la hicieran los Coros del Ejército Ruso. Poniendo a prueba mi capacidad de autodominio, intenté declinar educadamente el ofrecimiento. Ella insistió armada con un poderoso argumento: sólo te pido media cuartilla leída. Yo me defendí heroicamente ofreciéndole marfil, pavos reales y una primera edición autografiada del primer libro publicado por Francisco Gil Craviotto en los años cincuenta, pero fue inútil. Celia quiso rematarme dejando claro que deseaba que estuviera en esta mesa aunque no abriera la boca, aunque sólo fuera para decir “Ahí le has dao”. Mi fortaleza comenzó a tambalearse peligrosamente. Celia añadió, remedando un enternecedor puchero, “Porfa, Ángel de mis entretelas”. A pesar de que ese “porfa” -traicionero a más no poder- me había desarmado por completo, me conduje con una irreprochable contención, con una impasibilidad proverbial, pero mentalmente ya había sometido a Celia a toda una serie entera de exquisitas torturas. Una de las primeras lecciones que la vida nos enseña es que los amigos son los amigos, de modo que, fingiendo de forma maestra, le di plenas seguridades de que hablaría en la presentación. Para colmo, Celia, ajena a los locos latidos de mi corazón, se permitió citarme la máxima de un escritor jovenzuelo y prometedor, Alonso de Ercilla y Zúñiga, “el miedo es natural en el prudente y el saberlo vencer es ser valiente”. Aquella humillación fue decisiva: en modo alguno estaba dispuesto a glosar su magnífico libro de relatos, a alabar su impresionante versatilidad, que le permite moverse con idéntica eficacia en registros poéticos, realistas e históricos; manejar con delicadeza tanto lo exquisito como lo sórdido o lo macabro; usar una caligrafía tradicional en los cuentos más largos -pespunteada por imágenes y símiles insólitos pero muy bien traídos- y una caligrafía depurada e impactante en los microrrelatos; situar las historias en los momentos álgidos de una vida; lograr que otras épocas reverberen en el lector con gran lujo de detalles, arrancarle todo su color a las desvaídas arenas del tiempo. Después de haberme puesto en peligro de muerte, Celia se iba a quedar con las ganas de que presentara su libro formalmente. Cuando llegue la hora de mi intervención, y antes de que la protagonista refunfuñe como si una mano invisible la empujara al abismo, sólo pronunciaré “Ahí le has dao”, y el resultado, ocioso es decirlo, saltará a la vista. Esto debería bastar para enseñarle a mi querida amiga Celia, debería bastar para enseñarnos a todos que un hombre puede ser calvo y tener cejas pobladas.
Miguel Arnas y Gärt leyeron algunos textos de Celia
Fernando de Villena, Celia y Ángel
a uno le gustaría escribir algo, aunque fuera una receta, con tal de que Ángel le escribiera una presentación...
ResponderEliminarGracias, amigo, por dejar tu comentario, estoy totalmente de acuerdo contigo, Ángel se toma muy en serio la literatura y cada texto que escribe nos deslumbra. Yo he tenido la suerte de contar con varios prólogos suyos (aunque solo uno de ellos está publicado) que iré subiendo a este blog. Un gran abrazo.
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