Estoy disfrutando con el proceso de ilustrar los relatos de Astrolabio, más de lo que pensaba, ya que llevaba mucho tiempo sin dibujar. Cada historia es un reto que agudiza los sentidos, una búsqueda que me obliga a plasmar de forma sutil elementos del texto que no saltan en una primera lectura. Espero que saboreéis los cuentos de Ángel tanto como yo lo estoy haciendo.
M. Tapia
LOS DESPEÑADEROS
Es sabido que cuando nuestra población crece de forma desmesurada, un acto reflejo nos lleva periódicamente a los despeñaderos cortados a pico. Tras el anuncio de los heraldos, abandonamos las ciudades amuralladas y subimos a miles de trenes cremallera que día y noche salvan lo angosto de los escarpes para trasladarnos, en distintos puntos del globo, a los más altos tajos, acantilados, desfiladeros, cañones o gargantas. La multitud, ordenada en fila india, avanza entonces apresuradamente sobre el camino trazado, pisando las pisadas de los que nos precedieron. Se ven charreteras, uniformes y abrigos rescatados del almidón, alfileres de corbata, zapatos y bastones relucientes, mujeres de labios pintados portando todas sus joyas, obreros con monos limpios, enfermos sobre angarillas con pijamas bien planchados. Pese al silencio, no hay aire de duelo, prevalece en general nuestro sentido de la responsabilidad cuando llegamos al borde desde el que, sin detenernos, sin pensar, apretados unos contra otros, nos precipitamos al vacío. Sólo se escucha una incesante serie de crujidos blandos y lejanos, breves retumbos que pugnan por subir de las profundidades. Y cuando la polvareda se disipa, únicamente quedan sobre la tierra las manchas de aceite de castor de las lámparas y, en el cielo, el púrpura diáfano de un mundo más clareado y vasto, más sereno, menos incierto, delicadamente ingrávido, como recién creado.
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