He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)

domingo, 18 de noviembre de 2018

La belleza del abismo

Rescato la estupenda reseña que del libro Los líquenes del sueño publicó en el blog El síndrome Chéjov Manuel Moyano, escritor multidisciplinar y creador del Premio Setenil al mejor libro de cuentos publicado en España que, desde 2004, convoca anualmente el ayuntamiento de Molina de Segura (Murcia). Antes de hablar de Los líquenes del sueño, donde Olgoso reunió los relatos escritos entre 1980 y 1995, Manuel Moyano pone en su contexto la obra de Ángel.




Alfred Kubin




LA BELLEZA DEL ABISMO 

Manuel Moyano 


La publicación en 2007 de Los demonios del lugar hizo que muchos se fijaran en un autor hasta entonces apenas conocido, Ángel Olgoso (Granada, 1961), quien sin embargo llevaba tres decenios confeccionando maravillosos textos breves, casi siempre de contenido fantástico, con la paciencia y la delicadeza de un miniaturista medioeval. Dicho libro, que Miguel Ángel Muñoz ha calificado de “enciclopedia del relato fantástico”, evidenciaba algunas de las mayores virtudes de este escritor andaluz con raíces gallegas y célticas. 

En primer lugar, una prosa brillante, de cualidades sensoriales, que más que leerse se degusta, y en la que cada palabra tiene un peso específico y ha sido elegida con todo cuidado (Olgoso se refiere a su propia labor como “taraceado”). En segundo lugar, una gran profusión de referentes culturales, de vocación cosmopolita, que, lejos de estorbar, enriquecen el texto y forman parte de su misma esencia. En tercer lugar, una imaginación tan fértil como oscura (o perversa), capaz de generar multitud de historias, en diferentes registros, y sobre la que orbita una visión poco optimista del hombre y del universo, aunque todo ello bajo el tamiz del humor. 

Todo ello conduciría a la que, a mi entender, es la principal cualidad de Olgoso, y que respondería a la máxima de Juan Ramón Jiménez: “El verdadero arte no debe mostrar, sino evocar”. En efecto, cada una de sus páginas parece trasladarnos a otro mundo, a viajes realizados o soñados, a lecturas de la adolescencia, a historias escuchadas junto al fuego en una noche de campamento. En sus párrafos puede sentirse el olor de la pólvora, el tacto de un vestido vaporoso, los murmullos de la selva, el sabor de un licor añejo, los destellos del sol sobre la coraza de un guerrero o sobre la carrocería de un viejo automóvil.



Con posterioridad a la publicación de Los demonios del lugar (Almuzara, 2007) han aparecido en poco tiempo dos nuevos volúmenes con la firma de Ángel Olgoso: Astrolabio (Cuadernos del Vigía, 2008) y La máquina de languidecer (Páginas de Espuma, 2010). Su figura no ha dejado de crecer en este último trienio y su obra ha sido objeto de ensayos académicos tanto en España como en Sudamérica (entre ellos, podríamos destacar los textos de Irene Andres-Suárez y de Fernando Valls, o el monográfico que le ha dedicado la revista hispanoamericana de ficción breve ‘Fix 100’, editada en Perú). Cualquier estudio que tratara hoy día sobre narrativa fantástica en nuestra lengua, o sobre microrrelato (género en el que Olgoso se ha alzado como uno de sus practicantes más brillantes), quedaría incompleto si no se citara su nombre. Incluso Jesús Ortega ha llegado a acuñar el término “olgosiano” para referirse al modo en que este autor refleja el mundo a través de su arte. Puede decirse, por tanto, que Ángel Olgoso ha alcanzado un estilo propio y reconocible, lo que constituye la máxima aspiración de todo artista.

En este contexto, resulta significativa la aparición ahora de Los líquenes del sueño (Tropo Editores, 2010), objeto de esta reseña. Si bien es el último libro publicado de Olgoso, en realidad se trata de una reedición del hoy inencontrable Granada, año 2039 y otros relatos (Comares, 2000), una ‘summa’ de sus primeros quince años de escritura de relatos que el autor ha lavado y remozado para la ocasión. Este afortunado rescate permite comprobar que muchas de las características que han venido conformando el estilo olgosiano estaban ya desde el principio, latentes o bien patentes: la belleza de la prosa, los títulos sorprendentes, la riqueza léxica (entresaco algunas palabras como cascabullos, esmegma, basárides, narguiles), el humor, la sátira, la truculencia, la erudición, el delirio surrealista, el sentido de la maravilla, el eco de otros autores y culturas... Sólo achacaría a este libro el efectismo de algunos finales o el cripticismo de algunos textos, aspectos de los que Olgoso ha ido desprendiéndose con el tiempo y que apenas pesan sobre el conjunto, puesto que su poder de evocación lo domina todo.



Léon_Spilliaert

El libro se divide en seis partes. De la primera, Las mixtiones naturales, destacaría un relato largo, El perro verde, protagonizado por un campesino que se cree perro de caza y donde Olgoso adopta un registro propio de Delibes o de García Pavón. También resaltaría Preludio para la siesta de un buzo, en el que dos gemelos intercambian su destino, o Días felices, cuyo narrador es una montaña; la montaña dice así: 

"Enclavado, inmóvil, la cabeza hacia el noroeste, siempre me he considerado un privilegiado. Enriquecido por todas las estaciones del año, perfumado. Mi limo reabsorbe el olor de limo de las turberas y las semillas de bejuco que despereza el viento. Mi abdomen es de carbón. Mi corazón de ónice coloreado. Despliego graciosamente las extremidades hasta las pequeñas poblaciones del valle, de tal manera que los habitantes humanos lo agradecen besando mi musgo fresco y pellizcando el hinojo silvestre que crece en mi frente". 


En la segunda parte, Gabinete victoriano, Olgoso despliega toda la artillería y consigue que recuperemos el placer de la lectura que una vez pudimos sentir ante los libros de Arthur Conan Doyle, de Joseph Conrad o de Rudyard Kipling. Además de El manuscrito de Argyll Moor (una investigación sobre el Más Allá que remite también a Poe), se encuentra en esta parte la que es, sin duda, una de las piezas más ensalzables del libro, El lecho celeste del doctor Graham, un relato holmesiano que termina con un imprevisible giro erótico y del que no me resisto a copiar el siguiente párrafo, pues creo que demuestra hasta qué altura puede llegar la prosa de Olgoso: 

"La tormenta había cesado, la señora Hudson abrillantaba abajo las tulipas flamígeras mientras canturreaba para sí ‘Paddy me está guiñando el ojo’, la tierra giraba, el corazón de lord Byron latía en su urna de la iglesia de Hucknall, ciertos viajeros tomaban asiento en el correo de Edimburgo, el recipiente portapipas de raíz de brezo bostezaba, volvía el dolor a los heridos en la batalla de Balaklava, y la luna extraía reflejos metálicos de los adornos en los arneses de los carruajes y de los ojos de un rastreador de cloaca que asomó de pronto la cabeza sobre los adoquines del Strand". 


Léon Spilliaert


La cuarta parte del libro, Los baobabs, es seguramente la más redonda, pues casi todas sus piezas son especialmente memorables: Wu (un mendigo cuenta sus sucesivas reencarnaciones al estudiante que le ha ayudado), Franz y los ornitorrincos (el protagonista se enfrenta a una realidad subvertida, poblada por seres deformes), Botany Bay Blues (un científico es abandonado en una isla para estudiar su fauna), Los uiji (sobre una tribu que regatea al revés, al alza), Daiquiri (ambientado en los mares del Sur) o Espadas negras (un cuento oriental). 

Sin ánimo de ser exhaustivo, destacaré de la quinta parte (Cuentos del fumadero), las piezas Licor de sombras y Van Utt y el millar de mundos, con su sorprendente e irónico final; y de la sexta parte (Coreografías del guardagujas alegre, eminentemente surrealista) el relato Contratiempos, cuyo protagonista, Fulvio Roldán, acude a su primera entrevista de trabajo con 45 años y ha de enfrentarse a los más delirantes obstáculos. 

Éste es, en cualquier caso, un libro que no admite una lectura despreocupada ni apresurada y que hay que tomar a sorbos: sus páginas son demasiado densas para hacerlo de otro modo. Algunos de sus textos tampoco deben leerse estrictamente como cuentos, ya que no se ajustan al tradicional esquema de principio, nudo y desenlace: hay que disfrutar de forma individual de cada línea, de cada párrafo, de cada página, como fines en sí mismos, no como medios al servicio de un fin. 

Los líquenes del sueño nos permite, en definitiva, acercarnos a la obra primera de un autor de creciente prestigio que, como Borges, no se debe a ninguna tradición sino que las asume todas; un autor que puede adoptar los modos de un escritor inglés del siglo XIX, de un narrador oriental o de un escritor español del siglo XVI, pero conservando siempre ese estilo personal -hermoso, oscuro, irónico, fantástico, evocador- que se ha dado en llamar olgosiano.


Manuel Moyano nació en Córdoba en 1963 y desde 1991 reside en Molina de Segura (Murcia). Es autor de las novelas: "El imperio de Yegorov" (Finalista Premio Herralde), "La coartada del diablo"(Premio Tristana de Novela Fantástica), "La agenda negra", "El abismo verde" y "La hipótesis Saint-Germain" (Premio Carolina Coronado). Como cuentista ha publicado "El amigo de Kafka" (Premio Tigre Juan), "El oro celeste", "El experimento Wolberg" y "Teatro de ceniza". Es también autor del volumen misceláneo "La memoria de la especie" y del libro de viajes "Travesía americana". Los títulos que componen su trilogía antropológica participan de la narrativa y del ensayo y son fruto de trabajos de campo en la Región de Murcia: "Galería de apátridas", "El lobo de Periago" y "Dietario mágico". Licenciado como ingeniero agrónomo por la Universidad de Córdoba, en la actualidad trabaja en la gestión cultural. Es miembro de la Orden del Meteorito de Molina de Segura y sátrapa trascendente por el Institutum Pataphysicum Granatensis. 

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