Hoy traigo el divertido texto que Ángel Olgoso leyó en una velada matinal celebrada en la Biblioteca de Andalucía de Granada el 5 de mayo de 2012 (en plena efervescencia del Gran Saqueo, como él llama a esta supuesta crisis económica de la que no se sabe si emergeremos algún día) en torno a la obra y la valoración de Jesús Ortega, y las preguntas con que abordó los libros de éste hasta la fecha, su modus operandi y su opinión sobre el género del relato.
Con Jesús Ortega, J. J. Muñoz Rengel y Miguel Ángel Zapata en la presentación de "La máquina de languidecer" en la librería Tres Rosas Amarillas, de Madrid.
Buenos días a todos. Por lo que veo -y como diría Macedonio Fernández- son tantos los ausentes que si falta uno más no cabe. Conviene aclarar que estaba previsto que la presentación la hiciera El Gran Wyoming o, en su defecto, Andreu Buenafuente, pero Jesús se empecinó en que quería a un presentador verdaderamente gracioso. Y, por lo visto, Juan Carlos Friebe, que organiza de maravilla estos encuentros, entendió -por lo de la rima- que Jesús quería como presentador a Olgoso. Desde entonces los estoy viendo a los dos en mis más selectas pesadillas. Ya en serio: cuando Jesús se acercó a mi inexpugnable torre de marfil y me propuso que presentara su lectura, mi primera reacción ante tal eventualidad fue hacer la maleta y huir a Laponia. Luego estuve varios días con el vello de punta y, haciendo un esfuerzo sobrehumano para serenarme, únicamente perdí diez kilos (he aquí la evidencia) Hasta que comprendí que Jesús no iba a ceder por mucho que le insistiera acerca de mi timidez patológica (debida probablemente a alguna tara en mi débil constitución mental), por mucho que lo alertara de que con toda seguridad mi torpe y extraña presencia estropearía su acto; o por mucho que le repitiera esa sabia máxima del crítico alemán Reich-Ranicki: pedirle a un escritor que entienda de literatura es como pedirle a un pájaro que entienda de ornitología. Hasta que comprendí, además, que no podía rechazar el privilegio de presentar a uno de los más interesantes homme de lettres que tenemos en Granada y, de paso, aprovechar para airearme un poco la cabeza de la pesadilla, del genocidio socioeconómico, de la absoluta perplejidad, del Mare Tenebrarum en el que los nuevos y desbocados señores feudales nos sumergen a diario, en un momento en que -para decirlo al modo del actor y borrachín W. C. Fields- la situación está preñada de notable peligro, en un momento en que -para decirlo al modo bíblico- se verifica que no son precisamente los mansos los que van a heredar la tierra. Así que, como estaba claro que no había más remedio, decidí arrastrarme hoy hasta aquí, a la Biblioteca de Andalucía. No obstante, Jesús, demostrando un sadismo desconocido en alguien de su bonhomía, me puso aún más nervioso si cabe al decirme que deseaba un acto informal, sin papeles por medio, como si estuviéramos en la terraza del Café Fútbol, y que presumiría de haber sido el primero en conseguirlo (se siente, Jesús, otra vez será -digo mostrando victoriosamente los folios- esta acotación no tenía que leerla). Sin duda era loable su intención, sin duda quería arrojarme a la piscina para que aprendiera a nadar o me ahogara de una vez, sin duda pretendía ahorrarme un mes de pulimento de los dos folios de la presentación, pero yo no podía dejar de verla en todo momento como una traición artera de Jesús. Ahora que ya ésta ya se ha consumado, aunque sea a medias, ahora que estamos tan cómodos como en la terraza del Café Fútbol, no sé si hacer uso de una retórica proverbial para interrogarlo sobre su obra o para preguntarle si quiere un mojito o un chocolate con churros...
Todos conocéis los múltiples talentos de Jesús Ortega: su labor editorial, tan exigente e impagable como discreta; la finura y profundidad de sus aforismos o esquirlas y, sobre todo, de los comentarios, reseñas y análisis que colgó en su blog (no puedo dejar de llamar la atención sobre una de estas piezas, la llamada Mi Sherwood Anderson, en mi opinión, una de las mejores críticas literarias que se hayan escrito nunca en este país); su interés proteico por cualquier aspecto relacionado con la escritura, su destreza de zahorí para detectar la existencia de flujos magnéticos desconocidos, de vetas literarias subterráneas (véase si no el reciente "Proyecto Escritorio", con el que está consiguiendo dar a conocer una zona de sombra en la labor creadora, la intersección entre el espacio físico y el momento de trabajo del propio escritor); incluso me han llegado rumores -épicos, míticos- de su habilidad como bailarín, y rumores -menos legendarios es cierto- de su destreza futbolística, etc. etc. Pero la faceta en la que brilla con luz propia, y por la que estamos hoy aquí, es la de autor de relatos.
1ª) Para abrir fuego, Jesús, mi impresión es que si tu primer libro, El clavo en la pared, era un magnífico volumen compuesto por relatos potentes, afilados y dolorosos como sugiere el título, pero también melancólicos, el segundo, Calle Aristóteles, supone una reafirmación y un salto cualitativo, y contiene un texto con vocación de clásico,Pájaros. ¿Cuál es la percepción que tiene desde tu obra desde dentro del bosque?
2ª) Yo tengo el gusto viciado por lo fantástico, sin embargo reconozco que me resulta bastante grato el naturalismo de tus cuentos, no sólo por la acuñación eficaz de las palabras, por el juego de piernas que realizas con las distintas voces, sino porque las cosas suceden con fluidez, porque logras transmitir con limpieza las relaciones entre los personajes, sus sensaciones, sus ideas y sus sentimientos.¿Qué importancia le das al sentido de la observación?
Con Jesús Ortega y Miguel Ángel Muñoz en la presentación de "Los líquenes del sueño" en la Casa de los Tiros
3ª) Al releer tus relatos, he visto los textos El zurdo y La segunda vez (de El clavo en la pared) como unos primeros esbozos de Pájaros, en los que el foco se desplaza de los tebeos, la escritura o las redacciones escolares a la vocación ornitológica. ¿Es así o sólo coinciden en que tienen el mismo el marco, el de la infancia?
4ª) Tus finales me parecen muy sugestivos, abiertos, minimalistas, como si resonaran al final del relato con una estruendosa delicadeza. Recordemos algunos: “Le salió una figura extraña, un borrón ilegible”. “Y ahora estoy aquí”. “Y abrió la puerta con todo el cuidado del mundo”. “Estamos en paz”. “Tratando de imaginar lo que se le venía encima”. “Alza un brazo y la llama, y eso es todo”. “Y me dará otra oportunidad”. “Pero no cedió a la tentación”. “No me dejes sola”. “Vámonos, dijo”, etc. ¿Qué importancia le das al remate del texto? ¿Sales de viaje con el final ya en la mochila, te lo encuentras por el camino o lo buscas desesperadamente a última hora?
5ª) En tus relatos no quedan residuos visibles del caudal de lecturas, tu cultura libresca se ha filtrado a la perfección en la malla narrativa hasta pasar desapercibida, no así el lógico cosmopolitismo de tus viajes. ¿Tu máxima aspiración es quizá conmover a través de ese estilo invisible que se señala en la contraportada?
6ª) En el relato Sin querer usas la segunda persona; utilizas los monólogos en esas lecciones de oralidad que son Mal de ojo, Calle Aristóteles y Cara de llamarse Antonio (para el que quiera ver esta técnica llevada al paroxismo puede leer también el relato de Boris Vian Martin me telefoneó); y, En otros espejos te ejercitas en una de esas “progresiones” tan queridas a Dino Buzzati, en las que un texto comienza afirmando categóricamente un supuesto para darle poco a poco la vuelta hasta acabar en el extremo contrario. ¿Te interesa experimentar, forzar los límites de la narración, o te pliegas por entero a las exigencias de cada historia?
7ª) Con frecuencia insistes en sobreentender que no me gustan los tacos en tus relatos, algo que nunca he dicho: sí reconozco que no me gusta demasiado la realidad presentada en crudo. Supongo que si el texto lo precisa, adelante, pero quizá no habría que confundir la autenticidad con el buen gusto, el retrato fiel de lo ordinario con esa elevación sensorial o espiritual que debe procurar el arte. Un ejemplo: en un determinado momento del maravilloso relato Bésame, el protagonista de esta dramática historia de desamor le dice al gato “Soy yo, gilipollas” y le da una patada. A mi parecer, con la patada hubiera sido más que suficiente y el insulto no haría chirriar la perfección formal del relato. Sin embargo, los “joder” de Un clavo en la pared y “esta mierda de ciudad” en Calle Aristóteles sí parecen algo más pertinentes.
8ª) ¿Crees que el relato se va abriendo camino en el corazón de los lectores?
9ª) En la línea de un cuento dices “El destino no es más que el cumplimiento de los temores”: ¿Perteneces a la fraternidad de autores que siempre serán fieles al género (bien por predisposición genética, por cabezonería, por falta de talento para otra cosa como un servidor) o tienes ya planeado algún escarceo libinidoso con una de esas pelanduscas rollizas y acaparadoras a las que llaman novelas?
10ª) Para responder a posibles interpelaciones por parte del presentado:
-Me acojo a la Quinta Enmienda.
-Te contesto si me concedes una semana para preparar la respuesta y pulirla.
-"La esencia es esencial, y la forma es formal, pero la forma es la formalidad de la esencia" (Rémy de Gourmont).
-Pascal dijo del hombre: si se ensalza, lo rebajo, si se rebaja, lo ensalzo.
Con Miguel Ángel Muñoz y Jesús Ortega tras la presentación de "Los líquenes del sueño"
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