He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)

domingo, 28 de octubre de 2018

Astrolabio ilustrado (12)

Los bajíos es uno de mis relatos preferidos de Ángel, en el que se presenta la mitología desde una óptica más realista, más corpórea, con mayor detalle, y en el que el destino -del que las sirenas ansían huir- se fusiona con la rutina, más que con la tragedia, como era habitual en el mundo griego. En esta ilustración también decidí cambiar la perspectiva y que no apareciera el tradicional marinero. 
Se acompaña la entrada con el audio del texto leído por Roberto Martínez Mancebo.





LOS BAJÍOS 


Se untan con pomadas para cicatrizar las terribles grietas que deja en su piel la humedad constante y reblandecedora. Frotan sin piedad sus uñas con estropajos y perfuman su cuerpo con artemisa y lavanda para enmascarar el hedor a pescado. Toman infusiones con miel para suavizar sus destrozadas cuerdas vocales. Pero el efecto es poco duradero: ningún emplasto las libra del dolor de garganta, de las profundas estrías, del sabor submarino a algas que prevalece sobre cualquier empeño. Y, rendidas, vuelven disciplinadamente a su ocupación, como bestias uncidas al yugo, como esos niños con las orejas clavadas al banco de trabajo en la fábrica, regresan a su puesto en esta isla rocosa sin discutir la índole de su tarea, doce horas con el agua hasta la cintura, absortas entre las piedras infestadas de minúsculos cangrejos, percebes y pulgas de mar, en compañía de los cormoranes, de las flagelaciones de espuma, de la rutinaria pesadilla de las tormentas, del gemido agónico de los ahogados, siempre ojo avizor tras cualquier barco que cabotea cerca o hace ondear las velas, las grímpolas y las flámulas, llorando en silencio, soñando con subir a bordo y escapar lejos de estos bajíos, surcar las aguas crestadas de blanco hacia no importa qué país, perderse tierra adentro en un bosque de hayas, en un desierto quemado por el sol salvaje, en una atronadora ciudad, en las herbosas laderas de una montaña. Mientras tanto, la sombría marea baja les absorbe la vitalidad y sienten que su piel se va apagando como la de un lagarto que acabase de morir, ya no es más que un manchón de plata, con largos cabellos apresados en salitre y esa pronunciación de escamas abajo. Sin embargo, a pesar de todo, aún cantan con exquisita dulzura, quizá lo hagan al dictado de arcaicas servidumbres, pero cantan sin parar, aún cautivan, aún entonan promesas que atraerán irresistiblemente a marinos incautos.



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