Ángel Olgoso es uno de los veinte autores de las dos orillas que, con sus opiniones sobre el futuro de la narrativa hispánica, ponen un broche de oro a este volumen que la Universidad de Alicante ha publicado en su Colección Cuadernos de América sin Nombre, coordinado por los especialistas Robin Lefere, Lidia Morales Benito y Fernando Díaz Ruiz, y cuya génesis se encuentra en el Congreso organizado por la Universidad Libre de Bruselas.
A lo largo de este volumen de referencia, los críticos reflexionan sobre las orientaciones más significativas de la literatura hispánica contemporánea e intentan dilucidar las tendencias literarias portadoras de futuro. En estos quince ensayos, los hispanistas pertenecientes a diversas universidades europeas se preguntan por las continuidades y por las rupturas, por los valores perennes y los nuevos valores.
La parte final del libro recoge la mirada de veinte destacados narradores de habla hispana (entre otros, Marta Sanz, Jorge Carrión, Cecilia Eudave, Fernando Iwasaki, Alberto Chimal, Elvira Navarro, Isaac Rosa, Pola Oloixarac, Alejandro Parisi, Doménico Chiappe o Juan Carlos Méndez Guédez) sobre su propia producción, sobre las tendencias y libertades que el sistema ofrece o coarta, acercando la lupa a las tensiones creativas del futuro.
Respuesta de Ángel Olgoso a la pregunta doble planteada:
*En sus "Norton Lectures" de 1985 Italo Calvino propugnó seis propuestas para la literatura del nuevo milenio. En 2019, desde su propia perspectiva, ¿qué valores literarios reivindicaría, y, por otra parte, independientemente de sus preferencias estéticas, qué tipos de escritura o de prácticas cree que privilegiará la narrativa hispánica del futuro?
Huelga decir que ni siquiera mi imaginación enfermiza y filistea se había planteado nunca esta cuestión que, en principio, no nos compete: depende de cómo los escritores transformen en palabras los cambios y nuevos paradigmas. Por deducción e instinto, imagino que uno de los más concurridos cauces literarios del futuro será lo que Sergio Pitol bautizó como fuga de géneros: una literatura promiscua, híbrida, miscelánea, transversal, fragmentaria, mezcla de ensayo, autoficción, crónica de viajes, dietario, prosa poética, mensajes instantáneos, divagaciones. Imagino también que, en medio del griterío de las novedades y la veloz e incesante invasión de la chatarrería de los subproductos, seguirá habiendo lo que Nabokov llamaba babuinos de la escuela naturalista; tanto microrrelatos como aforismos mostrarán signos avanzados de arteriosclerosis, pasando del fulgor palpitante de las ascuas al basural infinito, de la fascinación de lo mínimo a su banalización; se seguirán publicando libros que sean errores tan absurdos como una persona hipnotizada haciéndole el amor a una silla; se habrá multiplicado hasta el paroxismo la imagen del escritor convertido en un yo-marca, en el abominable hombre anuncio; pero confío en que seguirá existiendo una minoría (la punta de ariete que abra paso literario al futuro) compuesta por un puñado de autores exigentes e imaginativos, para los que escribir sea un fin y no un medio, para los que una coma constituya una cuestión de honor, capaces de producir una sacudida medular en el lector, de adentrarse en el país desconocido de la conciencia, de dejar una estela de misterio, de ofrecer el hechizo del arte en texturas verbales complejas y estilizadas que contengan, además, una verdad que inspire, ilumine y dé sentido al mundo, como los clásicos, en textos que -según rezaban las cláusulas del premio Goncourt- potencien tentativas nuevas y arriesgadas de forma y pensamiento.
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