José Salobreña García es mucho más que un pintor, es la memoria viva de Fuente Vaqueros, de la Vega del Genil y de la familia Lorca, a la que pertenece. Artista insobornable y hospitalario, dinamizador cultural independiente, acaba de dar a luz una admirable iniciativa, la colección El Baúl de Federico, un proyecto de libros de artista cuya primera obra es un libro reversible en tapa dura, un libro único y doble formado por “La tierra de García Lorca” y “La Fuente de Federico”, publicado por Entorno Gráfico con el apoyo de Ona Hotels. La edición se presentó la semana pasada en el Colegio Mayor Bartolmé y Santiago, donde los amigos rodearon a una persona comprometida con su legado, con las raíces, las historias, las costumbres y las gentes de esta tierra, y recordaron la larga dedicación al arte de José Salobreña, así como su amor por ese privilegiado enclave natural que es el Real Sitio del Soto de Roma, conjunto patrimonial colmado de belleza e historia.
“La Fuente de Federico”, que lleva un poético prólogo de Antonio Enrique, es un recorrido por la obra pictórica de José Salobreña, óleos de colores vivos, aguadas, grabados, acuarelas, estampas, acompañado por letrillas en romance popular. “La tierra de García Lorca”, también profusamente ilustrado y que cuenta con prefacios del gran Mauricio Wiesenthal y de Carlos Barrau, es una versión rica, impecable y maravillosamente realizada por el escritor Pedro Ruiz-Cabello Fernández a partir de “Molino de Tiempo”, del propio José Salobreña. Ambos han tenido la gentileza de incluir en este volumen las humildes palabras que escribí acerca de la primera publicación de Pepe, la artesanal “Pequeña historia de mi pueblo: Fuente Vaqueros, cuna de García Lorca”.
Dos sentimientos le embargan a uno ante hermosas e impagables iniciativas como esta: el agradecimiento a la labor y al empeño de un testigo privilegiado por preservar el alma de un lugar y de una época, por rescatar para futuras generaciones el sustrato auténtico que nutrió a Federico, la simiente de su imaginario. Y, por otro lado, la nostalgia por todo lo que trituró “el molino del tiempo”. Quizá habría que añadir el dolor, porque a José Salobreña -ajeno a los “sahumerios del politiqueo”, a los “ratones coloraos” y a la “enlorquecida paranoia”- le duelen los atropellos, las mentiras y los intereses espúreos creados en torno a su tierra, a su pueblo y a su poeta.
Larga vida a la colección El Baúl de Federico y a personas como Pepe Salobreña.