Referente del relato en español, traducido a numerosos idiomas, con más de una treintena de premios, el granadino Ángel Olgoso es académico de Buenas Letras de Granada y rector del Institutum Pataphysicum Granatensis.
ENTREVISTA A ÁNGEL OLGOSO
Entre otras muchas obras (casi imposible citarlas todas) es autor de «Los días subterráneos», «La hélice entre los sargazos», «Nubes de piedra», «Granada año 2039 y otros relatos», «Cuentos de otro mundo», «El vuelo del pájaro elefante», «Los demonios del lugar», «Astrolabio», «La máquina de languidecer». «Los líquenes del sueño», «Cuando fui jaguar», «Racconti abissali», «Las frutas de la luna», «Almanaque de asombros», «Breviario negro», «Nocturnario», “Devoraluces”, «Bestiario», «Sideral»… Hemos hablado con él con motivo de una de sus últimas obras, «Estigia».
-Según indica Ana María Shua en el prólogo, “Estigia” es un libro que gira en torno a la muerte, pero ¿cómo lo define usted? ¿Qué puede esperar el lector de esta antología?
“Estigia” es, tras “Bestiario” y “Sideral”, el tercer volumen temático de un total de seis de mis relatos completos, que está publicando la editorial leonesa Eolas en su colección Las Puertas de lo Posible. Podría definirlo como mi personal y modesto Oficio de Tinieblas: por su número de páginas se demuestra que la muerte ha sido, sin duda, uno de los temas más recurrentes en mis relatos.
Aquí están agavilladas, de entre las setecientas que escribí en más de cuarenta años, todas las ficciones que encajan en ese escenario sombrío, desde lo más mítico y simbólico a lo más físico, pasando por el humor negro, la sorpresa, la sátira, la melancolía, la fabulación o la ironía.
En este libro el lector podrá encontrar una larga serie de ‘mementos mori’ protagonizados por suicidas, resucitados, fantasmas, vivos dados por muertos, vivos que ignoran que están muertos, muertos tímidos, muertos que se niegan a serlo o que dan testimonio de su estado, podrá hallar velatorios y rituales singulares, muertes sorprendentes y miedos cervales, asesinatos bíblicos y cementerios planetarios, reencarnaciones y organizaciones de posteridad, enterramientos erróneos y escenas bélicas extremas, despojos y reliquias, un barbero de difuntos y un mar de los muertos, el eterno retorno, etc.
-En una entrevista calificó de ‘lorquiana’ su obsesión con la muerte…
Casi lorquiana, es cierto. Pero todos los escritores están obsesionados de una forma u otra con la Gran Oscuridad. Tengo, de hecho, un larguísimo listado que recoge apreciaciones de distintos creadores sobre la muerte. Y es que la muerte es el Tema, con mayúscula, el verdadero argumento de la obra, el gran acontecimiento, el misterio más sobrecogedor, la única certeza, el lugar del que procedemos y al que vamos.
Dentro de cien años ninguno de nosotros andará por aquí, todos estaremos en otro sitio, y nuestra posición y nuestra textura serán, como mínimo, muy distintas. La muerte, que nos acompaña como una sombra es, paradójicamente, el centro de la vida. Podrá ser un insulto a nuestro ego, sin embargo también da sentido a nuestra existencia.
Escribir estos relatos me permitió hacerme preguntas, reflexionar sobre esa angustiosa incertidumbre de no saber qué vendrá después. También sobre las infinitas formas en que el ser humano va al encuentro de la muerte.
¿Se puede considerar la literatura una defensa contra la muerte?
En efecto, quizá el arte y el amor sean sus únicos contrapesos. El humor también ayuda, y la memoria por supuesto: no hay muerte si no hay olvido. Ya se sabe que, mientras alguien lo recuerde, un muerto no se extingue. O, lo que es lo mismo, mientras se cuenta y se narra, la muerte no tiene todo ganado.
La creación artística, literaria, es una defensa -relativa, claro- contra ese degradante biológico que es el tiempo, contra “el espanto seguro de estar muerto” según el verso de Rubén Darío. Puede que la eternidad que encontramos en los libros sea ficticia, pero al menos permite protegernos de lo que nos da miedo, de la proximidad y de la idea misma de la muerte.
Habría que repetir como un mantra esa máxima de Leonardo da Vinci, «la belleza perece en la vida pero es inmortal en el arte».
-En «Estigia», y quizá también en el conjunto de su obra, ¿diría que la tradición clásica grecolatina y judeocristiana ha tenido un peso destacado?
Naturalmente, ha sido inevitable por educación forzosa (la segunda) y por educación y elección (la primera). Son estructuras culturales en las que te ves encuadrado por el simple motivo de nacer y vivir en un lugar concreto. De hecho, hay cinco textos míos en la antología “Después de Troya. Microrrelatos hispánicos tradición clásica”.
Pero la versatilidad es una de las características de mi obra, y siempre he sentido curiosidad por otras tradiciones más lejanas, budista, judía, ortodoxa, china, vikinga, etc. que he explorado en diversos relatos (“ Las manos de Akiburo”, “El vaso”, “La diligencia del abismo”, “La torre de Hunan” o “Águila de sangre”, entre otros muchos).
Volviendo al tema de la muerte, para otras culturas, la vida y la muerte dibujan un círculo y no una línea que se interrumpe bruscamente. Para esas culturas somos como las flores de diente de león, una flor insignificante que crece entre la maleza y que se deshace en el viento, pero su dispersión no significa un ocaso irremediable.
No puede uno sino envidiar a los etruscos, aquel pueblo secreto que precedió a Roma, para quienes ese terrorífico drama sólo era una agradable continuación de la vida, un momento sensual que se celebraba con una naturalidad y una sensualidad profundos, con joyas, con sonrisas, con banquetes fúnebres donde corría el vino, al son de flautas que invitaban a la danza y al amor.
¿Qué balance hace Ángel Olgoso de su obra a día de hoy?
Miro hacia atrás con la satisfacción, y un poco con la inquietud, del deber cumplido. He escrito mucho, demasiado tal vez para alguien tan poco dicharachero, alguien al que de ordinario hay que arrancarle las palabras con tenazas de sacamuelas: una veintena de libros de relatos, varias misceláneas de textos diversos (prólogos, artículos, conferencias, reseñas), un libro de haikus, a los que habría que añadir varias compilaciones de material patafísico y un centenar de collages artesanales.
-Por lo general, usted trabaja en varios proyectos a la vez. ¿En este caso también?
Así es. Cuando se presentaba “Estigia” estaba en imprenta, por fin, “Madera de deriva”, un libro que escribí hace cinco años y que es el inicio de una nueva época creativa, alejada de la ficción, liberada de su corsé un tanto restrictivo. Se trata de libro híbrido, de un collage literario donde conviven crónicas viajeras, apuntes ensayísticos, especulaciones sociales y metaliterarias, evocaciones, entradas de diccionario, apólogos, epitafios, viñetas de perplejidad sensorial y metafísica.
Quizá ya no haya aquí una necesidad constante de fabulación, pero sigue habiendo como siempre respeto por la inteligencia del lector y por la lengua. “Madera de deriva” lo publica una de las editoriales españolas más interesantes, hogar de la heterodoxia, Libros del Innombrable. Le estoy muy agradecido a Raúl Herrero por apostar por esta obra singular y arriesgada, a la que califica de “textos libres, irónicos y profundamente literarios”.
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