En la reseña que Carlos Almira escribió en su momento sobre Las frutas de la luna, nos deleita con su planteamiento al recalcar que -en este libro cardinal suyo- nuestro autor inaugura una nueva etapa, adentrándose en cósmicas y novedosas temáticas. Los textos de este volumen van más allá de lo que se espera del relato: exprime el género para que ofrezca un nuevo sabor, un aroma inusual e incitante, una textura híbrida de registros narrativos y metafísicos, unas emociones porosas, unos frutos -en definitiva- inolvidables.
Las imágenes que acompañan esta entrada son obra del pintor Miguel Mochón de la Torre, viejo amigo y Sátrapa del Institutum Pataphysicum Granatensis.
SOBRE LAS FRUTAS DE LA LUNA,
DE ÁNGEL OLGOSO
Carlos Almira
Ha pasado demasiado tiempo desde el último libro de Ángel Olgoso. Sin embargo, creo que el fruto (muy terrestre y trabajado, me consta) de este período ha justificado de sobra la espera de amigos y lectores, y del mundo del cuento en general. Porque Las frutas de la luna suponen, creo, por las razones que diré enseguida, un giro importante en la producción del autor.
Aparte de contener algunas piezas maestras, como El síndrome de Lugrís (que bordea la extensión e incluso la construcción de la novela corta), o la magnífica Contraviaje, este volumen tiene una importancia singular dentro de la trayectoria literaria de Ángel Olgoso, a mi juicio, por la nueva temática que aborda en algunos de estos cuentos. No se trata sólo, pues, de un salto en la extensión, de las formas de narración más breves al relato largo, con notables excepciones perfectamente integradas en el volumen, sino de la adopción de una nueva temática que sobrepasa con mucho el enfoque meramente fantástico: me refiero al planteamiento de problemas cosmológicos e incluso metafísicos, que constituye la médula de los mejores cuentos de este libro.
Aparte de esto, hay un elemento que se me ha hecho particularmente visible en muchos relatos aquí (y quizás esto sí tiene que ver con la mayor extensión de la mayoría de estos textos), a saber: la incorporación literal del procedimiento del collage a la literatura. Yo no sabía que Ángel Olgoso estuvo durante mucho tiempo, varios años, sin escribir, dedicado exclusivamente a la composición de collages fantásticos, de ensamblaje exquisito, donde animales, monstruos y personajes de todo tipo comparten espacios y tiempos distintos, superpuestos en una misma trama (me viene a la mente la imagen de un salón británico invadido por cocodrilos). Este procedimiento desarrollado desde el cubismo se aprecia en algunos cuentos donde, por ejemplo, un objeto atraviesa incólume largos períodos y espacios de la historia de la humanidad; o una niña es literalmente trasladada de la India a Europa. Si en el papel las junturas de las distintas estampas e imágenes pasa desapercibida merced a la maestría plástica, en los cuentos collage de Ángel Olgoso son las líneas, las palabras, y la destreza literaria (aparte del fino sentido y olfato de lo fantástico) las que desdibujan e integran perfectamente las fronteras de estas escenas, a menudo dentro de un esquema estático que casi se podría dibujar.
En otras ocasiones la nueva temática cosmológica y metafísica se combina con una fina crítica social, ya del orden económico imperante hoy día (el capitalismo atroz de la era global), como en Materia Oscura, ya de la religión tradicional, deísta, desbordada por el progreso de la razón abordada en Dibujé un pez de polvo: así, un apagón universal es justificado, y provocado, por el impago de una factura a cierta Compañía; o Dios es arrinconado por la insignificancia a que lo ha ido relegando la historia de la especie humana, o el desarrollo de la propia racionalidad. Aquí, como es natural y deseable, Ángel Olgoso construye historias que los lectores tendrán que revivir y completar desde distintos, cambiantes e impredecibles marcos de referencia. Son textos pues, incluso los aparentemente más cerrados, vivos y resbaladizos como grandes peces.
Y no obstante todo lo anterior, la temática puramente fantástica de estos textos (salvo en el cuento Suero), y el estilo tan alejado de lo que el último Borges perseguía, de la sencillez y la oralidad, de este Ángel Olgoso renovado de Las frutas de la luna, marcan en mi opinión una línea de continuidad con toda su obra anterior, con todo lo que yo conozco.
He dejado para el final la ilustración de lo que a mi juicio, supone la principal aportación de esta nueva colección de cuentos de Ángel Olgoso: la preocupación por lo absoluto y lo cosmológico; la introducción del trasfondo metafísico del mundo, tan maltratado a veces incluso por la literatura fantástica en nuestra era científico técnica. Esta novedad se desarrolla aquí en las dos obras maestras que hay en mi opinión, en este volumen: Contraviaje, y El síndrome de Lugrís.
Contraviaje es un cuento que narra la labor minuciosa de desmantelamiento del Universo, llevada a cabo por dos inolvidables operarios. Universo no sólo ni principalmente formado por materia y energía sino, en la línea de Wittgenstein, por todos los sucesos (emociones, percepciones, sueños, etcétera) de la humanidad. Que tal obra de desmontaje pueda ser siquiera concebida, narrada, ya es una audacia del pensamiento, que aquí alcanza no la cima chata de la Ciencia sino la nebulosa del Arte.
En El síndrome de Lugrís, uno de los mejores relatos que yo he leído en mucho tiempo, el autor narra el descenso a la locura de un hombre acosado por la pesadilla de la repetición de lo rasgos humanos, en este caso el molde simétrico de los rostros (que alcanza con frecuencia la intensidad trágica de Edgard Allan Poe en El hombre de la multitud). Pero Ángel Olgoso no aborda ni desarrolla este tema desde la Psicología, sino, tal es al menos mi lectura, desde la angustia metafísica: imaginemos que pudiéramos calcular nuestro tamaño en proporción al del Universo, y que esto pudiera trasladarse al plano del abandono y el terror, algo así como lo que sentiría un pececillo que de pronto descubriese que boga a la deriva, por el Océano Pacífico. Ángel Olgoso consigue trasladarnos esta inquietud de una forma progresiva, en el relato más largo de este volumen (que tantos esfuerzos y trabajo me consta que le costó, durante meses de escritura callada) con una maestría que incluso, en él, resulta un logro.
En resumen, Las frutas de la luna descubrirá si cabe a un autor ya conocido, que goza de justo renombre en el mundo del cuento, y del cuento fantástico; pero también, al menos tal ha sido mi experiencia, descubrirá a un Ángel Olgoso nuevo, que ya no se contenta con vulnerar las reglas naturales que supuestamente rigen nuestro mundo, ni con establecer conexiones (al modo de collages imprevistos, impensados) entre micro y macrocosmos, sino que se asoma, con una ironía dolorosa que lo salvaguarda del dogmatismo, al enorme misterio del mundo y lo absoluto.
Angel, te ha privilegiado la naturaleza con todos los ases del arte. Eres es un gran genio en todas las materias, es un honor haberte conocido
ResponderEliminarQuerida amiga, me dejas sin palabras. Un millón de gracias por las tuyas y por tu amistad.
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