Estas tres impresionantes ilustraciones de Santiago Caruso forman parte de un viejo y anhelado proyecto conjunto: la reedición de Los demonios del lugar. Son las relativas a los relatos El vaso, Gabinete de maravillas y Viaje.
Acompañamos la entrada con el texto de Viaje y con un pequeño fragmento de Gabinete de maravillas.
Y aprovechamos para recordar que Santiago regresa a Granada una década después para presentar -junto a su amigo Ángel- MATERIA OSCURA, un imprescindible artbook con todo lo mejor de su obra (viernes, 29 marzo, 18'00 h. librería Picasso).
Acompañamos la entrada con el texto de Viaje y con un pequeño fragmento de Gabinete de maravillas.
Y aprovechamos para recordar que Santiago regresa a Granada una década después para presentar -junto a su amigo Ángel- MATERIA OSCURA, un imprescindible artbook con todo lo mejor de su obra (viernes, 29 marzo, 18'00 h. librería Picasso).
VIAJE
Llego a la estación. No hay nadie. Voy a emprender, pese a mis pocos años, un viaje largo y colmado de expectativas. Espero de pie en el andén con la impaciencia propia de alguien joven y enérgico. El tren, que ha aparecido de pronto a toda velocidad, sin trepidación de rieles ni chirrido de ruedas, se detiene por completo a mi lado, disimulando su prisa a la perfección. Cuando intento levantar la maleta, esta se ha vuelto pesada en extremo. Noto con estupor que no me acompañan las fuerzas, que mi ímpetu decrece. Comienza a llover. Hace frío. Me dirijo hacia los peldaños de metal dificultosamente y, sobre todo, con una inconsolable sensación de haber olvidado algo o de haber dejado atrás a alguien que no recuerdo. Mis manos ateridas logran empujar la maleta hasta el piso del coche cama. Encorvado, la arrastro luego por el pasillo mientras jadeo y oigo crujir los huesos. Una lucecita borrosa, al fondo, me permite tener un atisbo del estrecho y oscuro compartimento, el que suele asignarse a los pasajeros más viejos. A duras penas abro la puerta corredera y abandono mi maleta, como una carga inútil, al pie del portaequipajes. Me tiendo por fin en la litera, extenuado, vencido, buscando ese aire que reclaman con la boca abierta los moribundos. El tren parte en la noche y me lleva consigo.
GABINETE DE MARAVILLAS
... "La vida de Jan van Bilderdijk fue más triste que cualquier otra. A pocos hombres les es dado conocer una existencia de mayor infortunio y un destino tras la muerte más ignominioso que los suyos, en la medida en que padeció una gravísima, una monstruosa hidrocefalia y vivió, además, a finales del siglo XVII, cuando florecían por toda Europa los gabinetes de maravillas o Wunderkammern, colecciones de raros objetos naturales, de curiosidades, reliquias y fenómenos. Con un pie en las extravagancias de la superstición y otro en la ciencia positivista, en aquellos años se deseaba encerrar la naturaleza en una habitación, reconciliar a la gente con lo prodigioso exponiendo las maravillas de Dios junto a las maravillas del hombre: un caballito de mar y una punta de lanza sumeria; el cuerno de Mary Davis, comadrona de Cheshire, y pelo de la barba de Noé; manos de sirena y esqueletos de centauro; minúsculos carruajes tirados por pulgas y espinas de la pasión de Cristo; un hueso de cereza con las caras de ochenta y ocho emperadores talladas en su superficie y un ganso disecado que creció en el interior de una piedra en Escocia; un telar que podía tejer una tela de araña y un eidofusikon, ingenio que mostraba películas primitivas.
Por entonces, en su casita de la Oudestraat, en Amsterdam, hermoseada con canteros de rosales y visillos blancos bordados, donde vivía modestamente con Anna Hengsten, su esposa desde los dieciséis años y a la que amaba tanto como se puede amar sobre la tierra a una mujer, Jan van Bilderdijk jamás oyó hablar de las colecciones de Swammerdam, del doctor Maty, del Museo Wormiano de Copenhague, del Museo Tradescantino -conocido como El Arca- en la orilla sur de Londres, ni de Calceolari en Verona, Imperato en Nápoles, Settala en Milán o Athanasius Kircher en Roma. No obstante, en una ocasión tuvo en sus manos un pliego proveniente de un burgo cercano y que más tarde arrojaría al fuego tras leerlo, que rezaba: 'Catálogo de todas las principales rarezas en el teatro público y sala de anatomía de la Universidad de Leyden'. En su Theatrum Anatomicum, los especímenes no sólo habían sido agrupados según los defectos, como gatos de dos cabezas, gemelos siameses unidos por el tronco o lagartos con dos colas, sino que algunos esqueletos posaban reorganizados en distintas acciones, con inscripciones moralizantes en su base, y alertaban sobre el peligro de desafiar las leyes divinas y naturales, de modo que el esqueleto de un ladrón de ganado montaba a horcajadas sobre el de un buey y los huesos desfibrados de una mujer se exponían ofreciendo una manzana a la osamenta de un hombre bajo el Árbol del Bien y del Mal"...
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