He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)

sábado, 6 de noviembre de 2021

Reseña de "Devoraluces" en Cuadernos del Sur

El escritor Francisco Antonio Carrasco, jefe de Cultura del Diario Córdoba y coordina el suplemento cultural Cuadernos del Sur, publica en este último una magnífica reseña sobre Devoraluces.



"¿Alguien dijo que Olgoso era oscuro? ¿Quién se atrevió? Pues para demostrar que tal afirmación no es cierta ha escrito precisamente ´Devoraluces´, una colección de relatos en los que el amor, la bondad, la alegría, la esperanza o los sueños brotan gozosamente a través de un lenguaje plagado de belleza".

HÁGASE LA LUZ

Francisco A. Carrasco

Hay libros en los que su autor desarrolla una idea, defiende una teoría o nos cuenta una historia. Para ejemplarizar, para conmover, para liberarse... O sencillamente para divertirse. Y hay otros en los que se exprime, soltando lo mejor de sí mismo: el amor a la literatura, la pasión por contar, el dominio de la fabulación y la lengua...; descubriendo incluso los entresijos de su propia vida. Uno de esos libros es Devoraluces, en el que Ángel Olgoso se desnuda y nos ofrece su mejor versión. Y que conste que –como lector de su obra– en algún momento he echado en falta la precisión estilística de su literatura más negra, su «predisposición genética a la palabra justa», de la que habla en una reciente entrevista. En Devoraluces se deja arrastrar por el lenguaje, se desata verbalmente en su intento por reflejarlo todo, por incluir el más mínimo matiz, lo que a veces se traduce en un cierto barroquismo. Pero el resultado general es bello. Mágico, tantas veces.

Ángel Olgoso es uno de los más reconocidos cuentistas españoles. Autor de más de una docena de libros desde que en 1991 publicara Los días subterráneos, en su obra destacan títulos como Cuentos de otro mundo (1999), Los demonios del lugar (2007), Astrolabio (2007), La máquina de languidecer (2009), Las frutas de la luna (2013, Premio Andalucía de la Crítica de relato, 2014) o Breviario negro (2015). Ahora publica Devoraluces (Reino de Cordelia, 2021), con el que, anuncia, se despide del relato. Aunque no es esta la única novedad: con Devoraluces, fruto del trabajo narrativo de los últimos cinco años, pone fin a su literatura más sombría y se abre a un territorio más luminoso. Ángel Olgoso había sido hasta ahora un autor oscuro «que creía en la elegancia de habitar las sombras» e «interpretaba el mundo a través de una mirada inquietante y sombría», según confesaba el pasado 3 de octubre en la presentación de Devoraluces en la Feria del Libro de Granada. Una idea que abandona ahora argumentando que «la desesperación no es más hermosa ni más inteligente que la esperanza» y que toda biografía «tiene sus instantes luminosos». Y, así, escribe sobre la bondad, la gratitud, la solidaridad, la fuerza arrolladora de la pasión o los sueños. También de la literatura, que protagoniza algunos de sus cuentos (La Rosa de los Vientos, Villa Diodati, La arena de las historias, Nomenclatura Borghini para los dedos de los pies) o aprovecha cualquier resquicio para introducirse en ellos (Medio real).

El libro se inicia con un cuento ejemplar, especialmente luminoso: Las luciérnagas. Y no solo por la luz que emiten estos pequeños coleópteros al anochecer, sino por la recreación de aquel mundo salvaje y bucólico en el que se desarrollaban los juegos de los niños de la década de los sesenta, por la libertad con que se movían («…alcanzábamos dulzonas brevas pajareando por higueras que, como nosotros, no pertenecían a nadie»), unos recuerdos marcados por la luz de las luciérnagas, que ya no les abandonará nunca. Otros cuentos destacables son Fulgor, sobre un hombre cuya bonhomía arrastra en «cruzada clamorosa» a quienes desean conocerlo; Okitsu, cuyo protagonista es un fantasioso, encantador y mentiroso incorregible del que afloran las palabras «como un cortejo alborozado»; El calendario quimérico de lo que podría haber sido, sobre un dispositivo capaz de condensar la complejidad de todas nuestras posibles existencias; Medio real, en el que se descubre el manuscrito de El Quijote; La arena de las historias, en el que se reinterpretan Las mil y una noches; y Odres nuevos, sobre la supervivencia de un moribundo.

Curiosamente, las historias que guardan una mayor relación con la literatura, como es el caso de La Rosa de los Vientos y Villa Diodati, son las más desconcertantes para el lector, al carecer de una línea argumental. La primera porque, como toda odisea que se precie, Ulises viaja sin rumbo, al albur del destino, que le fija los encuentros con los más variados personajes de la historia de la literatura: el capitán Nemo, John el Largo, Ahab, Tom Sawyer, Madame Bovary, Lázaro de Tormes o Don Quijote; la segunda porque solo nos ofrece detalles de la estancia de Lord Byron, P. B. Shelley, M. Shelley y J. W. Polidori en Villa Diodati, aquel encuentro de 1816 que dio origen a las dos obras más conocidas del género del horror gótico: Frankenstein y El vampiro. Mención especial merece Émula de la llama, historia de una pasión sin reglas (solo las del amor) y sin argumento (solo el de vivir). Un amor apasionado, literariamente explícito, sin censores que lo marquen ni remilgos que lo detengan. Más que un cuento, es un diario de experiencias y sensaciones, un canto al amor gozoso e insaciable.

Y, finalmente, la coda: Nomenclatura Borghini para los dedos de los pies, una serie de consideraciones en torno al cuento en las que reivindica la página en blanco y se muestra deseoso de «escribir un libro de relatos compuesto únicamente por sus títulos», ya que, argumenta, «imaginar es más rico y más bello que contar».

Ángel Olgoso es un autor especialmente dotado para la fábula, creador de unas historias fascinantes, narradas en un lenguaje sensorial que acaba convirtiéndose en el verdadero protagonista. No vayan leyendo ávidamente, disfruten más bien de la forma de contar, porque, como se indica en La arena de las historias, las palabras son todopoderosas y, enlazadas unas con otras, se convierten en cuentos maravillosos.


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