Reseña de "Madera de deriva" (Libros del Innombrable) por Carlos Manzano:
<<Aunque tengo mala memoria, de mi viaje a la India recuerdo especialmente la primera vez puse los pies en Jaisalmer. En pocos sitios me he sentido tan abducido por la belleza de todo lo que me rodeaba como allí. Jaisalmer es especialmente famosa por la impresionante factura de sus edificios, por las deslumbrantes filigranas que decoran fachadas y ventanas, por la extraordinaria ejecución de sus frisos, es decir, por la desbordante perfección estética de los havelis y los palacios que dan forma a su estructura urbana. Cada uno de sus miles, tal vez millones de detalles son el resultado de un trabajo de orfebre, de la aplicación de un estilete minuciosamente afilado que con exacta precisión estilística lleva la arquitectura popular hasta el límite de las posibilidades humanas. Y era todo eso en su conjunto, sin la menor duda, lo que contribuía a generar al mismo tiempo una atmósfera irreal, fantástica, maravillosa, sublime e imperecedera, capaz de transportarme a otro mundo y a otras épocas, y que convertía la mirada humana (mi mirada, al menos) en algo inequívocamente sensorial, hermoso, profundo y pleno de significado.
Viene esto a cuento porque, salvando las obvias diferencias de todo tipo (espacio, tiempo, lugar…), cuando ha caído en mis manos el libro “Madera de deriva”, de Ángel Olgoso, que acaba de publicar la editorial Libros del Innombrable, me ha venido a la cabeza ese recuerdo, ese instante de absoluto deslumbramiento que viví en Jaisalmer. Y no es casualidad, porque la prosa de Olgoso tiene mucho de hipnótica, de seductora, tanto como las deslumbrantes filigranas rajasthaníes, como si en el fondo se tratara de una invitación a sumergirnos en un peculiar universo sensorial donde la única dosis de realidad que vamos a obtener reside en la palabra, en la deriva semántica de cada frase. Olgoso maneja como nadie (como nadie que yo haya leído hasta ahora, matizo) el idioma, sabe apurar sus posibilidades hasta conferirle un lustro comparable a las piezas de los más reputados orfebres orientales. Y esa búsqueda de la palabra exacta, insustituible, necesaria (porque utilizar un sinónimo rompería ese hechizo imposible de definir para mí) es lo que convierte sus relatos en auténticas joyas de artesanía lingüística.
Pero las obras de Ángel Olgoso no solo se quedan en su exquisita construcción formal (que no es poco). Hay también una búsqueda constante de ese misterio permanente que trasciende lo vivido, la suma de los saberes ya conocidos, que bucea sin oxígeno en las entrañas de lo ignoto y nos invita a trascender los límites materiales que condicionan nuestras capacidades sensoriales. Y hay también reflexión, cuestionamiento, duda, todo ello alentado por una mirada abierta que no se conforma con observar, sino que reconstruye, reelabora lo observado, lo moldea de nuevo y a continuación lo resitúa dentro de nuestro ordenamiento lógico del mundo. Cada relato de Olgoso es un viaje a un territorio sin fronteras que probablemente no llegaremos a conocer jamás, pero cuya mera proximidad basta para excitar nuestro apetito de sueños perpetuos e imágenes inaprensibles.
Hace bastantes años, en una entrevista para El Periódico de Aragón, como última pregunta me invitaron a dar un nombre, cualquier nombre, el que fuera, sin necesidad de explicar el porqué. Yo acababa de leer un libro de Ángel Olgoso (no recuerdo cuál, “Los demonios del lugar” probablemente, o “La máquina de languidecer”, hay tantos…), y todavía andaba saboreando la exquisita grandiosidad de sus textos, de modo que no dudé. Hoy, casi 15 años después, si me hicieran la misma pregunta, la respuesta tendría que ser necesariamente la misma: Ángel Olgoso. El motivo podría ser, aunque no se me exija justificación, este libro: “Madera de deriva”. Bueno, este y todos los que lo han precedido>>.
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