Carlos de la Fé, amigo, narrador y especialista en relato breve, ha escrito este fresco y directo acercamiento al libro La máquina de languidecer. Con el siguiente texto inauguramos un nuevo año del blog y deseamos, de corazón, a todos sus lectores un feliz 2018, lleno de estimulantes lecturas, gratas conversaciones, momentos de reflexión, de belleza y, en fin, de todo aquello que es capaz de darnos la literatura.
Escriban: lo hace cualquiera, lo hace todo el mundo. Además, ahí está Planeta para publicar lo que sea. Serán felices, serán artistas, serán besélers, serán todo lo que quieran ser, pero jamás serán escritores ni escritoras; nunca, pero nunca nunca nunca, serán Ángel Olgoso ni Ana María Shua. Que lo sepan. Desde que empecé el libro —los libros, y que Ani me perdone porque pienso comerme todos los bombones hasta el empacho— tengo en el escritorio una carpeta, de esas amarillas del güindous, con el nombre “OLGOSO”, así, en mayúsculas, porque yo también estoy a punto de empezar a leer el nuevo (y antiguos) libro de Ángel Olgoso La máquina de languidecer. Me relajo. Me concentro. Alejo de mí cualquier otra idea. Dejo que el mundo que me rodea se esfume en lo indistinto. La puerta, claro; mejor la cierro; al otro lado siempre está la televisión encendida. Alzo la voz porque seguro que no me oirán: «¡Estoy leyendo! ¡No quiero que me molesten!». Quizá no me han oído, con todo ese estruendo; lo digo más fuerte, grito: «¡Estoy empezando a leer el nuevo libro de Ángel Olgoso!».
Eleonora Carrington
Una líneas atrás alguien habrá soltado un exabrupto poniendo cara de quien firma anteponiendo a su nombre un título universitario. Un exabrupto, en tales casos, suele ser un juicio de valor. Habrá dicho: «Pero, ¿quién es este donnadie que ni siquiera sabe que ese no es el último libro de Ángel Olgoso, sino uno de sus primeros títulos? Tú, como buen lector, sabes que no era más que un ardid literario, una manera de decir que cada libro, cada relato, cada frase de Olgoso es siempre nueva, que esa es una de sus virtudes, como la de los grandes cuentos a los que se puede volver, a los que se tiene la necesidad de volver, lo que te vienen a la memoria porque todo se relaciona, esa genialidad que sólo alcanzan muy pocas novelas donde cabe tan poco y tantos cuentos donde poco es tanto. Las autoridades literarias advierten que leer a Ángel Olgoso puede ser perjudicial para su ignorancia. Ángel Olgoso: maldito vicio. Otro más. Entre el mezcal, el tabaco y los “normales” no doy abasto.
Victor Delhez
¿Tienen los libros de cuentos una estructura premeditada? Hay disparidad de opiniones. A quien se plantea un volumen como una mera recopilación que, no por azar, termina por tener una especie de relación interna. Algunas veces es algo perseguido, incluso el germen de ese conjunto de relatos. En La máquina de languidecer se percibe ese plan. El orden establecido no parece ser casual. Aquí la propiedad conmutativa podría acarrear efectos secundarios no especificados en el prospecto. Aquí sí que deberíamos contar con una advertencia de las autoridades literarias. Pero a ti, atento lector, avispada lectora, no se te habrá escapado que las citas al inicio del libro tampoco son casuales. Tú, querido lector, instruida lectora sabes que sólo alguien que carece de estilo puede creer que se va a ver afectado por estilos ajenos. Con la literatura de Olgoso, no corres ese peligro; ni tú ni nadie, porque el estilo de Ángel no es imitable, porque en cada frase exacta, premeditada, estudiada, perfectamente escogida están todos los estilos, todos los movimientos, todas las épocas, todos los giros, juegos, malabarismos, artes, mañas, técnicas, trucos, recursos, párrafos, frases, palabras, letras, fonemas.
Victor Hugo
El libro se abre con el relato Empirismo. Olgoso nos da la primera en la frente, en la experiencia, utilizando un recurso que podríamos denominar, incluso, infantil porque casi todo el mundo ha “jugado” a cerrar y abrir los ojos rápidamente y vislumbrar sombras como en una vigilia instantánea y repetitiva.
Ulises es un relato que irremisiblemente nos lleva al libro del maestro Denevi. Aquí Olgoso utiliza un recurso ya clásico (je) del micro-relato, que diría Lolita Koch, acudir a la mitología como fuente y reescribir, reinterpretar los mitos, cosa, por lo demás, perfectamente válida si alguien es capaz de creerse los originales, o que se puede andar sobre las aguas. Es un suponer.
En Perspectiva, nos pide de nuevo sacar los bártulos de nuestra mochila cultural, a un sentimiento antropológico que cualquiera que haya tenido la fortuna —el accidente— o la desgracia (se pueden elegir ambas opciones) de ser padre o madre (aquí elegir sólo una: su bebé, gracias) reconocerá como propio. Es un relato que debería incluirse como en las instrucciones de uso de los preservativos y en las clases de catequesis. En las de preparación al parto ya no vale la pena.
Gérôme
Con Los rivales, a mitad del cuento, cuando con la maestría que lo caracteriza, Olgoso deja caer las palabras que para ti, lector, para usted, lectora, significan la comunión entre autor y público, tienes que sonreír inevitablemente. Hay quien suelta un improperio, desde el respeto y el cariño. El título ya debió hacernos pensar en que los protagonistas eran “alguien”, pero nos dejamos ganar por la trama. ¿Sobran los nombres propios? Yo creo que sí; tú tendrás que leerlo.
En esta parte del libro nos encontramos con un cuento que se titula Última cena. Ya llevamos leídos unos cuantos, así pues, sabemos que vamos a disfrutar. Es un placer: «Hay un cuento de Ángel Olgoso que se titula Última cena», le dices a alguien que lo conoce, y sonríe, no lo recuerda, está deseando llegar a casa y gritar: «¡Estoy empezando a leer cuento de Ángel Olgoso!». Si no lo conoce irá corriendo a la librería —a una de adeveras— donde sólo hay literatura, pura tura.
Dino Valls
Si lees Los ojos sabrás que hay miradas que matan. Si lees Los ojos tal vez no te haga falta leer Perspectiva, pero tampoco volverás a besar y, si lo haces, en contra de lo que opine Amenábar, cierra los ojos, a pesar de que tengan una delicada forma almendrada, casi bizantina. O, directamente, no mires a los ojos de la gente —ni siquiera o sobre todo a los de tu esposa, aunque te pierdas contemplar el centelleo de sus pupilas de color oporto, que dan ganas de bebérselos.
¿Quién no lo ha visto, alguna vez, escondiéndose por las callejuelas, descendiendo y ascendiendo entre el cálido infierno y el muelle de las nubes celestes; subiendo por las atascadas cañerías desde las pestilentes cloacas? Dicen que te chupa la sangre, que se te lleva el alma. Es el innominado y el de los mil nombres; es El viejo lobo de las desgracias, desnudas, de nada. Es el cuento enciclopédico, el Necronomicón de los microrrelatos. Leerlo puede ser causa de una risa mortal.
Tesoros es como si estuvieras leyendo todas las versiones juntas de Indiana Jones. Es un viaje en el tiempo, a los tiempos, a destiempo. Es un libro de Geografía e Historia. Es muy triste. Es una enumeración nada caótica, exclusivamente occidental, de deseos.
Giorgio De Chirico
En Naufragio asistimos a la solución de un tema recurrente en la literatura universal. Es un cuento de esos inolvidables que nos traen otros textos, otros naufragios a la memoria, como el de Shua intitulado así por Zavala, como las sirenas del maestro Valadés. Un cuento, en suma, que echa por tierra los estudios más avanzados en psicolingüística y neurología sobre que los delfines son tanto o más listos que los seres humanos (¿hace falta estudiar para llegar a tamaña conclusión). Un naufragio sin Viernes. Se recomienda leer a diario.
El otro Borges, diría que lo podía haber escrito el propio Borges. De hecho, hay un tal Borges que a veces sueña con ser un tal Olgoso, pero sinceramente, sobre todo cuando Bioy le enseña una edición de la Enciclopedia... Esto, como decían los filósofos Les Luthiers, no sólo es verídico sino que es verdad.
Alberto Savinio
La pesca está oportunamente dedicado a otro genio de brevedades: Miguel Ángel Zapata. Poco más que decir, excepto que hay que malcomer mucho y mirar el cielo raso (por cierto, al techo no le iría nada mal una mano de pintura) para pescar, manque sea con bichero, a la insoportable y escurridiza musa.
El golpe maestro del leñador mágico es un cuento pre y post ecologista. Es un homenaje a Gaia a pesar de que sea un Homenaje a Richard Dadd. Es Tlon, Uqbar tertius... Es el eterno retorno de Nietzche, es la vida y la muerte, y es, sobre todo una ligera, soslayada alusión a uno de los libros que marcaron este dislate taxonómico y temporal, esta estúpida manera pensar en lugar de escribir sobre quién la tiene más grande y la vio primero que es la crítica (en España) sobre la minificción; es Borges y Bioy, again y su antología primigenia y Aldrich y una mujer o un hombre que se saben el último eslabón de una especie con afán de hacerse desaparecer, ligera, estúpidamente. El último espécimen de o que vive en una máquina de languidecer. Un tajo mientras te afeitas el complejo de dios. Para la crítica especializada diremos que utiliza la enumeración cuasi caótica donde el narrador elíptico se dirige a un narratorio apostado en un más allá que lo atrae hacia un abismo homodiegético consustancial con la transmutación semiótica de los símbolos. Lo que en granaíno viene siendo pollas.
Un día de campo, irónico título que precede una batalla imposible, como todas.
En La larga digestión del dragón de Komodo, ese ser por demás repugnante, asistimos a un clásico de la literatura fantástica. Atravesar una puerta, esa puerta, tiene consecuencias que Einstein no pudo prever. El personaje principal ejerce un oficio que parece ser una venganza.
Kay Sage
El misántropo tiene una localización y un ambiente que nos retrotrae a épocas pretéritas que, sin embargo, creemos —tal vez con razón— aún siguen existiendo. Entre el comienzo, donde se le pone nombre al personaje, y la repetición de las palabras finales se esconde una novela de De Torrente Ballester, de Pardo Bazán, de Cela. Otra prueba más de que se puede —pueden quienes pueden como Olgoso y pocos más— escribir una novela en un solo folio.
Il Giardino Segreto. Titular un cuento en otro idioma es un recurso muy útil, tanto en el relato breve como en el de mayor extensión. De entrada despierta la curiosidad, hace que nos preguntemos el porqué de esa decisión y sospechamos que, como en todo gran cuento, las palabras no han sido elegidas al azar. En Il Giardino Segreto el misterio no está en el título sino que se va desgajando, metódica y premeditadamente, frase tras frase. No hay rastro de mandrágoras ni de belladona, pero casi se intuyen.
Samsara... (disculpen los puntos suspensivos, inútiles como casi siempre); nombres así hacen que se me dispare la (poca) imaginación geográfica: Zanzíbar, Fidji, Quintanilla de Abajo, de Arriba... Samsara es un cuento evocador de épocas y lugares, un tour vacacional all include. Algo así como el National Geographic condensado.
Danza de espadas. Como ya habrás adivinado, astuto lector, sabia lectora, Julio Cortázar tenía una furgoneta marca WV, de esas que fueron símbolo de hippies sesenteros, que bautizó con el nombre de Fafner, en honor al famoso dragón, con la que, junto a su Osita y fantástica fotógrafa Carol Dunlop hizo de un prosaico viaje por las carreteras francesas una experiencia que contaron en Los Autonautas de la Cosmopista, la última gran obra maestra del maestro. También podrás comprobar, una vez leído Danza de espadas que todo esto que acabo de decir no tiene nada que ver con el relato. De hecho el texto es un acopio de espadas que te sonarán más o menos y de sus posibles historias, que no sucedieron pero.
Alfonso Ponce de León
Irremediable. Hay autores que son una biblioteca en sí: Ángel Olgoso es, además, un diccionario de términos exactos, precisos y preciosos; palabras que, de inmediato, nos hacen sospechar que, descontando la genialidad genética, no aparecen como cucarachas espantadas al encender la luz de la cocina de la casa infestada de insectos o de perras negras. Es ya un lugar común en la crítica literaria de la brevedad destacar que la mínima extensión de los relatos contribuye a que una pléyade de aficionados que nos regalan sin pudor miles de textos —por llamarlos de alguna manera— nacidos de la ignorancia; aprendices de todo que nunca llegarán a comprender cómo el gran público (esto es un oxímoron hablando de minificción) no cae rendido ante su talento.
La Atlántida. La Historia también puede ser considerada una máquina fabricada por la humanidad para languidecer, un paradigma con el que recordar que no somos nada, que hasta las civilizaciones ficticias, legendarias o no como La Atlántida, polvo serán, más polvo anquilosado. ¿No habíamos quedado en que uno de los recursos para lograr la brevedad es la alusión a la mitología? Otra prueba.
Melancolía de los gigantes. Hay títulos tan fantásticos, tan geniales, tan evocadores, tan poéticos... (Obsérvese el inútil amén que... inútil uso de los puntos suspensivos). En Melancolía de los gigantes asistimos a uno de los ya clásicos empleos del título como una herramienta fundamental en un microrrelato, esa necesidad de volver atrás, al inicio, al antes del inicio para sonreír con una mueca de medio lao.
Hablando de finales, y en contraposición al relato anterior, en En una Exposición se pone de manifiesto el recurso del final sorpresivo. Sin embargo, eso es algo que intuimos desde las primeras líneas, y ahí Olgoso hace gala de otro recurso casi Hitchcok..giano?, esperando, a cada palabra, la estocada anunciada. Está dedicado a Manuel Gómez Rivero, nadie desconocido, por otra parte, pero después de leer este relato no sé si quiero conocerlo; porsiaca.
Alfred Kubin
La caja de los truenos. Durante aquel brevísimo instante deja de ser, aquí, un lugar común para convertirse en el eje sobre el que girará La caja de los truenos. De nuevo, tendremos que volver al título (incluso al inicio porque no entenderemos el porqué los padres de...) para entender: una vez en el final del cuento despertaremos del embrujo de las palabras, sabiendo que hemos vuelto a caer en la trampa de las palabras.
Pueblo chico, infierno grande. No nos cansaremos de repetirlo: las palabras no caen del árbol de la sabiduría como efecto secundario de la gravedad del tema, para eso es necesario genio, arte y oficio. En Pueblo chico, infierno grande hay una novela, enterita. Eso sí, no sirve para llevársela a la playa con la tortilla en la fiambrera. La masa estúpida que puebla esos lares no entenderá sus gestos de aprobación, ni que la relea, una y otra vez, repito, una y otra vez, una y otra vez... Relato perfecto, para variar.
Juicio. El otro día conseguí en México una edición espléndida sobre la inquisición española. Doscientas y cacho páginas donde se explicaba detallada y bastante objetivamente la infamia que supuso esa desviación de una filosofía, de una forma de ver y entender la vida y la muerte. Olgoso, en Juicio, en un párrafo, describe al detalle el apartado en el que los dominicos relajaban al brazo secular a las pobres personas que tenían la costumbre de no comulgar con su fanatismo.
El narval. Nuevamente, el recurso de la elipsis que propicia la mitología como mecanismo para lograr la brevedad, en El narval se convierte en un viaje extraordinario sin salir de su habitación ni de su paranoia particular.
Escher
Carlos de la Fé fue quien me (nos) acercó a Ángel Olgoso por primera vez. Escuché su entusiasmo con escepticismo y la idea de microrrelatos con un gesto de indiferencia. Mucho ha cambiado mi mundo desde entonces. Mi confianza en Carlos abonó el terreno, la amistad de Marina lo regó de calor y la admiración por Ángel germinó bajo su mirada azul. La plántala ha crecido y la tierra se ha poblado de seres fantásticos, evolucionados y digeribles por una mente adulta. De nuevo soy una niña ignorante que ve abrirse ante ella un mundo que incita a la exploración, así que me propongo seguir los puntos suspensivos de esta aventura con decisión. Gracias, amigos.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu emocionante comentario, querida amiga. Es muy gráfica la transición que describes en tus gustos lectores, y muy bien escrita. Estoy segura que disfrutarás esta aventura a través de los mundos que Ángel nos regala con tanta entrega. Me alegra tu visita al blog. Un gran abrazo. Marina.
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