He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)

sábado, 10 de febrero de 2018

Disecando colibríes



Os dejo con la lectura muy personal de Breviario negro que nos hace llegar Joaquín Medina Ferrer, amigo de Ángel y profesor del IES Luis Bueno Crespo. En ella realiza un pormenorizado repaso del libro, lleno de evocaciones, referencias y sensaciones desplegadas literalmente sobre la marcha durante un largo paseo. Se podría decir que estamos ante un nuevo género: la reseña running. Las ilustraciones de la entrada pertenecen a Alberto Savinio, original escritor, pintor y músico italiano, hermano de Giorgio de Chirico. Que la disfrutéis.





DISECANDO COLIBRÍES

Joaquín Medina Ferrer


“Los terrores, qué lujo para la imaginación” 
“Horacio ahí en ese rincón, como un indio” 
(Julio Cortázar, Rayuela)


…Y sin embargo algunas veces El Indio abandona su cueva, e inicia recorridos en los cuales se enfrenta de manera decidida a sus miedos y fobias. Se calza unas viejas deportivas, se viste de manera un tanto estrambótica y se lanza durante horas a recorrer calles y avenidas, campos y montañas, paseos marítimos, parques ajardinados… En estas caminatas ha adquirido una rara habilidad, es capaz de andar y leer a la vez sin acortar el paso, él dice que para que haga dos cosas a la vez una de ellas ha de ser leer. 

Echa una mirada a lo lejos, analiza y sitúa obstáculos en el espacio a recorrer…y avanza, cuenta con que si se cruza con otros de su especie éstos se apartarían intimidados por un libro… ¡que viene un libro!, ¡que viene un libro!... 

Esta mañana de domingo, ha elegido para sus andanzas un libro de un autor a quien aprecia y estima, “Breviario negro” es su título y con unción casi religiosa se dispone a leerlo. En esta ocasión sus pasos le llevan al borde del mar, al borde de unas aguas que casi podría tocar con sus manos y el reto es sencillo, serán sólo veinte o veintidós kilómetros por superficie no demasiado complicada. 

Abre el libro, todo un universo de sensaciones, recuerdos, sueños, vivencias… van a ir apareciendo, de manera manifiesta o sugerida.


Intenta con torpeza desplegar el mapa de ese universo llamado Sara para comprobar si es cierto que en sus meridianos se dibujara su destino e intenta entender el incendio de auroras boreales que su gozo provoca para acto seguido huir en vano a través de las líneas administrativas que la entrecruzan.

Debe a continuación enfrentarse con el monstruo al que también le convenía no vivir en soledad, el monstruo que aparece, en ocasiones, y ocupa el puesto preferente en la mesa del comedor. Si pone el suficiente empeño, ¡es cuestión de interés y de técnica!, él también será capaz de crear su propio monstruo y de ponerle por nombre Padre. Luego, pasado un rato, recibirá la carta que su Padre le enviaba, aunque él no se llamaba Franz, pero se sonrió cuando recordó que Kafka también sintió el deseo de ser un piel roja.

Recordará nostálgico que en su infancia hubo una Clara-Ardilla que olía a lápices de colores y cómo, en los troncos de los árboles, grababa su nombre en el interior de apasionados corazones. Luego, más tarde, llegaron las lágrimas, gordas como espejos de mano quebrados contra el suelo.

Bebió aguardiente de durazno, aunque sé que prefiere el de bagaceira, con Stobbud, mientras éste recordaba los diez días pasados en el mar ensogado a un tonel antes de arribar a Palaos, sintiéndose, como él, condenado a que su vida fuese un ciclo infernal en el que un naufragio era sólo el anticipo del siguiente.

Como penitente maltrecho acompañó al peregrino que ansiaba sin conseguirlo llegar a Santiago. En la vieja Asturica, donde la osatura del caminante jacobeo se descabezó, ¡fin de trayecto!, intuyó que tal vez sus restos fuesen también consumidos en una hoguera que nadie puede ver.

Imaginó la laguna de Vacares cubierta por el hielo invernal y preguntóse qué habría sido de la ondina que en ella habitaba y pensó con alivio que quizás fuesen ciertas las leyendas que anunciaban que había sumideros ocultos que unían las lagunas con el mar.



Viajó hacia atrás en el tiempo, mas no a Versalles, Wilstshire o Neuchatel. Los sucesivos tránsitos vividos le acercaron no a batallas pasadas ni a representaciones teatrales. En Rávena, en París, en Lisboa… revivió momentos sentidos, como Borges creyó que con la única fuerza del deseo podía lograr “en aquel preciso momento estar junto a ella en Islandia”. 

Acompañó en su ronda al Animero oscilando la campanilla y acallándola después, para terminar cantando a dúo, como si fuese un bolero, “mira que te mira Dios, mira que te está mirando, mira que vas a morir, mira que no sabes cuándo”. 

Retornó a su infancia, leyendo cómo los perros asediaban posiciones humanas. 

Oyó como el viento silbaba entre los bambúes cuando el ladrón desharrapado y famélico huía abandonando el botín al contemplar aterrorizado los cadáveres enamorados de aquellos a quienes había robado años atrás, Tokubei y Hanako, en una casa de las afueras de Okitsu. 

En hamletiano dilema se sumió viendo como un ángel era sacrificado en tiempos de hambruna, ¡qué no haría una madre por dar de comer a sus hijos!, y como uno de ellos, salvado por el consumo de ese alimento celestial, conservaba su cráneo, seráfico, singular, esponjoso…mientras esperaba la hora de morir. 

Asintió con un leve gesto luego de meditar largamente convencido de que la codicia humana fuera, a costa de cualquier ley física, indestructible y que su rastro permaneciera indeleble cuando el planeta ya dejara de existir. 



Comprobó que su vieja teoría de que, en asuntos de linajes era muy difícil el engaño, era acertada, tanto pobres como ricos, siervos como nobles, pobres, ricos, siervos y nobles han de ser por siempre y que las epidemias, sean cuales sean, no se dejan engañar, sólo embisten a la pobreza, con rigor determinista, aun cuando, míseros pobres crédulos, intenten evitarlas marcando las puertas de su casa con cruces de ceniza y óleo bendecido. 

Y es que la experiencia desaconseja aferrarse a supersticiones y juicios descabalados incluso cuando sean promisorios; lo evidente es así de despiadado, se acerca el momento de caer a tierra y convertirnos en aquello que incubamos generación tras generación, en lo que siempre anhelamos ser, simples y rastreros reptiles. 

Salió de pensamientos tan agoreros y por un tiempo visitó La Rosa Azul, allí vivió la experiencia de goces insólitos, placeres infinitos y desconocidos… para sus adentros pensó qué sencillo y fácil parecía llegar a un estado de gloriosa excitación si se sabían buscar las palabras adecuadas y qué necedad mostraban , por el contrario, quienes necesitasen perderse entre las sombras, fuesen éstas cincuenta o más, para obtener recompensa sensiblemente inferior. 



Se perdió a continuación, ya reconfortado, por las salas de un lugar inexistente, el Palacio de las Imaginaciones, donde todos hemos estado alguna vez. Y allí, entre Quijotes, Ulises y Montecristos se detuvo para hacer entrega de un pañuelo con el que Emma pudiera enjugar las lágrimas de rabia de una casada de provincias que sueña con pasiones voluptuosas y espléndidos días de gala. 

Empezaba a notarse algo cansado pero, afortunadamente, pudo detenerse con la tranquilidad suficiente a tomar unas pastas de té acompañando a unas dulces ancianitas que vivían en un caserón de las antípodas. 

Aquella parada reconstituyente bien le vino para intentar entender las tesis, para su inteligencia ardua tarea, que el insigne filólogo y lingüista, muy famoso en su tiempo y hombre de erudición apabullante Jerónimo de Chaves defendía acerca de la importancia de las casualidades en el creativo estudio del origen de las palabras. Qué fue antes, ¿la nada o la caverna?, ¿Platón o Saramago? 

De nuevo regresó a su niñez, recordó cómo una Semana Santa, muchos años atrás, unos hombres que portaban la imagen de una virgen, al detenerse el cortejo, corrieron buscando un bar cercano en el que enjuagarse la garganta, enjuagarse es puro eufemismo, al imperativo grito de ¡Vamos!, ¡Me cago en Dios!, ¡Que no tenemos tiempo!...al menos los cofrades de la Hermandad del Silencio serán en el futuro mucho más respetuosos.



Creyó escuchar entre los estampidos de una batalla en Asbach, ¡buen brandy el de Asbach! , los ecos de antiguas estrofas manriqueñas, “milicias que marchan sin remedio hacia las aguas negras del olvido”, aunque dudó de que la muerte realmente igualara, una simple ojeada a cualquier cementerio lo demuestra, un recorrido por las cunetas de un país en guerra lo confirma. 

Imaginó un mundo poblado por cientos, miles, millones de Nimrods, almas libres nunca sujetas por las arenas del tiempo, jamás humillados por decepciones ni falsedades, con corazón humano liberado de sus esclavitudes, imaginó, imaginó…y se preguntó para qué valdría un corazón manumitido…deseó entonces seguir siendo fieramente humano. 

El estruendo de una moto le distrajo, era una Benelli de gran cilindrada, color rojo pasión. Una mujer se abrazaba al hombre que la conducía. ¿Cuándo podremos por el campo recoger tú y yo lirios de marimonte? , ¿Cuánto tardaré en llegar hasta ti?… pero algunas veces, demasiadas veces, el consuelo no llegaba. Segado como hierba, se doblaba su corazón. 

Sintió la perentoria necesidad de tomar papel y lápiz para hacer comparecer sus horas pasadas, para recomponer su peregrinaje…miles de páginas serían su memorias…pero yo sé que nunca escribirá nada, él no sabe que es sólo una sombra a solas con su quimera. 

Se detuvo un momento, la eternidad en un instante, para observar si en su ropa también hubiese alguna hilacha suelta de la que tirar. Cada hilo del que tiraba le dirigía a distintos lugares. Rávena, de nuevo Rávena se hizo presente, pero él apenas prestó atención a Dante, no le importaba cómo le había ido en su paseo por el Infierno, ni su barba chamuscada…sus pasos le llevaban a San Vital; contraviniendo al poeta volvía al lugar donde fue feliz. Tan solo necesitaba abrir otra puerta, ganar lo perdido… 


Tiró del último hilo y pensó que hasta las crisálidas pasan su vida esperando la muerte. Nosotros lo hacemos con clase y delicadeza, salimos del paso como podemos, cumplimos la ley, acudimos al trabajo con premura, sonreímos con naturalidad…pero, secretamente, esperamos la palada de tierra en la cara y entonces… 

...Y entonces descubrió que tal vez no morimos. Como Dafne perseguida por Apolo creyó convertirse en árbol, pero pidió poder elegir, no quiso ser acacia; si alguna vez había previsto que sus cenizas se esparciesen al pie de algún árbol, ahora deseó ser el árbol mismo, soñó ser un humilde pino entre macizos salvajes de jaramagos amarillos, un pino que aguantara solazos y tormentas, que se combara mecido por el viento, que se alzara luego enhiesto afirmando su posesión sobre un brevísimo espacio de terreno, su terreno, el lugar donde, siendo aún humano, fue feliz.



De una cosa pasó a otra, ahora se preguntaba quién sería el quinto demonio llegado como de tapadillo para la representación con los Admiral`s Men en el estudio del doctor Faustus. ¿En quién podría haber pensado Marlowe para este papel si lo hubiera previsto?, ¿tal vez quiso vengarse de ese Shakespeare fantasmal que se aparecía en sus peores pesadillas? 

Una nueva duda le asaltó, si daba por cierto que el color rojo tan límpido, ese pigmento de la creación que Mezel utilizaba en sus pinturas provenía de la sangre de las doncellas que asesinaba… ¿de dónde obtendría Klein su azul?... tal vez fuera cierto que la sangre de la realeza tuviera esa tonalidad ... pero entonces… la gama de grises que Picasso empleó en su Guernica… ¿la pudo obtener triturando metódicamente, a la manera de los artesanos medievales, piedras calcinadas por los bombardeos?.. ¿aprovecharía Rothko para el blanco de sus composiciones el polvillo que caía suavemente, con tanta delicadeza, de las alas del ángel sacrificado?... ¿dónde buscaría su amarillo Mondrian?... ¿habría acaso en la fría Holanda lirios de marimonte de cuyos pistilos y estambres lo extrajera ?...mas… ¿de dónde obtendría su carmesí El Greco?… ¿y esos bellísimos azules marinos y celestes Patinir y Chagall?…


Estos temas, por así llamarlos artísticos y casi académicos, le llevaron a otro de los cuentos…Bajo las dos alas de un colosal edificio, penetraban a diario hileras interminables de personas. Pese al frío se alinean por millares, silenciosa y pacientemente. Todos caminan con docilidad hacia las pesadas puertas de hierro de aquel baluarte, atraviesan los largos corredores y antesalas. Avanzan sin desmayo empujándose quedamente sobre el pavimento, pulido por millones de pasos y décadas de perfecta subyugación. Todos a merced de un temor reverencial… La escuela imparte su consigna. ¡Si no estudiáis no seréis nadie en la vida!... pero mientras leían silenciosos los libros o esbozaban caligráficas palabras, algunos, los más sabios, notaban cómo las minúsculas pero eficientes larvas domésticas que anidaban en sus huesos, huesos tiernos de párvulos estudiantes, comenzaban también su jornada laboral.

Aún no se había repuesto de la impresión que le había producido la imagen de las larvas devorando la osamenta humana cuando reapareció en su pensamiento la imagen bella, fascinante, enigmática de la triple escalera en espiral que en el monasterio de Santo Domingo de Bonaval unía, y separaba también, las celdas de los monjes. Imaginó a su arquitecto, Domingo Andrade, subiendo y bajando incesantemente por una de ellas, enloquecido por la magia de su creación, cargando, no con una pesada piedra, sino con una letanía, “no te afanes, alma mía, por una vida inmortal”. En otra de las escaleras, Sísifo, con la cabeza gacha, se resignaba a bajar de nuevo la escalera pensando para sí que era feliz, que su lucha para llegar de nuevo a las alturas era suficiente para colmar su corazón de dicha. En la tercera escalera Benedeck, el escritor, se detenía en todos los peldaños a probarse una nueva máscara, sin saber que el secreto que ocultaba habría de acompañarlo por siempre como un halo de melancolía, como una abultada carga.


Un agudo dolor le atenazó, de nuevo la serpiente que habitaba su interior se retorcía. Quizás le avisara de que era hora de irse, de perderse de vista de sí mismo, de arrojar las llaves. Se dice que cuando un solipsista muere se lo lleva todo consigo, escupió fuera de él a la serpiente y se sintió de nuevo ligero, solus ipse. 

El Indio seguía leyendo, ahora andaba a paso acelerado, tenía prisa en terminar el libro, quería que el tiempo de lectura se acomodara al de su caminata….ya estaba cerca. 

Recordó ahora que hace años en una entrevista radiofónica escuchó al escritor peruano Bryce Echenique contar que cuando el barbero le preguntaba cómo quería que le cortara el cabello, él siempre contestaba, “péleme en silencio, péleme en silencio”. ¿Cuál habría sido la venganza del barbero si el escritor después de esa desconsideración, aunque hubieran transcurrido treinta años desde el primer corte de pelo, hubiera dicho como de pasada, ¡va a apretar el calor!? 

Sin ninguna razón aparente Hitler y Stalin aparecieron en escena, en el relato que leía ahora ambos, tras ordenar fusilar a los testigos de sus conversaciones, se decían palabras de amor, uno lo hacía en ruso, el otro en alemán…pero todas sonaban igual, tan extrañas… 

Tanta lectura le dejaba sin aliento, ahogado por la ansiedad por un momento creyó que el suelo desaparecía bajo sus pies, como si el mundo se hubiera vuelto cóncavo… 

De esa obstinación vertical le sacó la voz de hechicera de Georgia Pordenoni que en un susurro le relataba al oído lo que le había sucedido a los caballos pensantes de Elberfeld, aquellos que con movimientos rápidos de sus patas delanteras resolvían todo tipo de problemas matemáticos, “me pidió un cuento y le conté la historia de…” 

Se acercaba el final. 

-“Viajero, te lo ruego, no regreses sobre tus pasos”, decía un Hombre Vehemente.


Sabía, que al lugar donde se ha sido feliz no se debe tratar de volver, pero dónde estaba su Comala, ¿existía siquiera esa ciudad?, ¿todo era sueño? , ¿utopía o distopía ? …ojalá anduviera cerca el tal Jerónimo de Chaves, tal vez pudiese aclararle algunas de sus muchas dudas. 

Cerró el libro, había acompasado de manera tan perfecta sus pasos a la lectura que libro y caminata finalizaban al tiempo. 

Suspiró y miró fijamente las aguas del mar. A lo lejos, en la línea del horizonte, le pareció distinguir los mástiles de un barco que se hundía, aseguraría que pudo leer en el casco, inevitablemente inclinado, en bellas letras doradas el nombre de Stella Splendens. 

En un instante repasó su vida, mi amigo el Indio solía decir que la había vivido “disecando colibríes”, no sé muy bien qué quería decir con aquello, no siempre son necesarias las aclaraciones… creo que finalmente acabé entendiéndolo… 

Disecando colibríes….

Joaquín con Ángel en la Casa de la Cultura de Cúllar Vega, durante el homenaje a los escritores granadinos distinguidos con el Premio Andalucía de la Crítica
Foto: Ángel Cabrera Fernández

1 comentario:

  1. Me alegro por los escritores de Granada.
    Les felicito por vivir y compartir las agradables aventuras de su pequeño Paraíso personal.

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