He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)

domingo, 18 de marzo de 2018

Breviario negro en El Fescambre


Jimy Ruiz Vega publicó en su interesante bitácora El Fescambre esta breve pero precisa reseña de Breviario negro. Ruiz Vega es un lector siempre atento, que no deja escapar ninguna novedad editorial que merezca la atención, sin distinción de género, y que define su blog como "un dietario de lecturas de un letraherido, aquejado de libropesía".
Y añado un relato de Breviario negro que no habíamos compartido, Dramaturgia, con su audio correspondiente, gentileza de Roberto Martínez Mancebo.



Ángeles Santos ("Un mundo")


REVERBERACIONES
Jimy Ruiz Vega


Decía Lichtenberg que hay que tratar de ver en cada cosa lo que no se ha visto todavía, lo que no se ha pensado nunca. Escribir es algo muy simple y, al mismo tiempo, una tarea muy compleja y personal que consiste en amoldar minuciosamente cada palabra a las necesidades de la narración para crear un mensaje que tenga el peso justo y las dimensiones apropiadas. En ese objetivo sucinto, descrito por el maestro aforista alemán, se encaminan, como sus anteriores cuentos, los últimos relatos publicados por el escritor Ángel Olgoso (Cúllar Vega, Granada, 1961).

Georg Christoph Lichtenberg

En Breviario negro (Menoscuarto, 2015), el narrador granadino retorna a lo asombroso e inquietante, un terreno tan propio de su universo literario, que deambula entre el microrrelato y el relato corto, para contarnos historias fantásticas en ese formato que domina magistralmente. Olgoso se maneja con bastante soltura y precisión cuando recurre a este minimalismo barroco por el que camina a sus anchas. Sabe que en lo fantástico todo se puede evocar, ya que su territorio parece el más vasto, pues incluye lo aparentemente real, su reflejo, lo probable, lo imaginado, lo soñado e incluso la urdimbre de sorprendentes vidas paralelas. Podemos decir que las cuarenta y una piezas reunidas en esta obra son una rotunda afirmación de los sueños y de la imaginación, un conjunto de cuentos adscritos al género fantástico en el que hay ejemplos de todas sus modalidades: van desde el cuento gótico, el relato fantástico romántico, el surrealista, el metaliterario, hasta el terror cósmico y ominoso. Además, en esta nueva entrega se reproducen y desarrollan al máximo las características esenciales de su narrativa: la condensación y la exactitud del texto narrativo, una fantasía onírica próxima a la alucinación, el lirismo reinante en su prosa y el factor sorpresa de sus desenlaces.

La dama y el unicornio: À mon seul désir (tapiz flamenco, siglo XV)

Ángel Olgoso es un escritor que se encuentra cómodo con lo extraño y que no le gusta el camino fácil para reinterpretar la realidad, sino que prefiere suplantarla por lo asombroso e inquietante. Breviario negro renueva la extraordinaria riqueza imaginativa de su autor en historias de particular intensidad y belleza expresiva, donde lo insólito, esa frontera que separa el mundo del trasmundo, no deja indiferente al lector, y consigue, con plenitud, la resonancia sombría, según destaca José María Merino en su brillante prólogo del libro. Hay en estos relatos, además de ese horror confitado y fúnebre, una reverberación misteriosa al fondo, una especie de rescoldo de esperanza en superar las desventuras de este mundo, a la vez maravilloso y detestable. En Cartografía, por ejemplo, la protagonista es una metáfora geográfica de la vida; sin embargo, en La técnica de soñar monstruos, estos seres proponen vivir la pesadilla para no sentirse solos; en La muerte desordena, un microrrelato de infancia, se advierte que aunque se selle una promesa, el destino no la tendrá en cuenta; en Carta al hijo, un guiño y homenaje a su admirado Kafka, en el que Olgoso pone voz a un padre aquejado de desamparo filial; en Novedades en el cortejo, estará presente la Semana Santa con un rito expiatorio ejemplar y en Últimas voluntades, uno de los relatos más extensos del libro, aparecerá el vizconde de Chateaubriand, todo un testimonio de supervivencia ante la adversidad y lo imprevisto del devenir.

Franz Ludwig Catel ("Storm Scene from Chateaubriand's René")

En la mayoría de los cuentos reunidos en Breviario negro hay una sensación de que los personajes que deambulan por el texto están presos en el tiempo, como insectos fosilizados en ámbar, y todos aspiran a escapar por un instante del mundo real. Aun así, los relatos de Ángel Olgoso parten de una obsesiva búsqueda de lo excepcional e inusitado, de la extravagancia, para trastocar la anodina realidad y, de paso, atormentar el alma del lector mediante sus temas recurrentes: el espacio, el tiempo, el horror y lo sorpresivo.

Leonora Carrington ("Entonces vimos a la hija del Minotauro") 

En suma, Breviario negro es un libro sorprendente de relatos fantásticos, donde lo monstruoso y lo mágico se conjugan adobado con una prosa pulida y esmerada, con una trama capaz de generar dudas e inquietudes al lector más exigente, en un mundo insólito por donde transitan historias inquietantes a base de intensidad, concentración y belleza.





DRAMATURGIA 


A Víctor Erice 


La compañía de los Admiral's Men da hoy cumplimiento a una nueva obra de su repertorio. En el escenario, una polvorienta redoma de cristal traslada al público con presteza al estudio del doctor Faustus. Como nigromante, tiene apetito de maravillas y conocimientos prohibidos. Como teólogo, su anhelo de inmortalidad lo lleva a vanagloriarse ante Dios con insolencia. Mefistófeles le ha entregado libros en los que se explica cómo conseguir oro, desencadenar tempestades, reunir ejércitos, invocar espíritus y conocer los atributos de las plantas y las fulminaciones de las estrellas. Proclamándose último responsable de su destino, Faustus ha realizado conjuros en elaborados círculos de tiza y surcado los cielos sobre un carro tirado por dragones para contemplar las nubes y los planetas. Ahora, tras lograr que el sabio firme en un contrato con su sangre la venta de su alma, Mefistófeles hace salir a tablas a un grupo de demonios: las trampillas en el suelo se abren como bocas del Tártaro. Visten negras membranas de murciélago y los vapores de sus antorchas sahúman, con flores de azufre, los círculos de la platea. Bailan una alocada giga alrededor de Faustus, como los convidados a la holganza de una partida de placer. Gañendo y blasfemando entre jadeantes convulsiones, se libran a una danza macabra de homúnculos, de buhoneros, de hamadríades, de bestias con el cuerpo lleno de humores estancados. El público de las galerías superiores zapatea al son de la fanfarria y la paja del techo se desprende sobre el patio. La gente que está de pie estira de asombro sus cuellos y los que han pagado un penique por el cojín se levantan para seguir, boquiabiertos, el cuadro que se les ofrece, los saltos, las muecas y visajes de los espíritus enviados por Lucifer, poseídos por un delirio coribántico. Aquel abominable coro de diablos ha venido a cubrir al doctor Fausto con una corona de pámpanos y una rica vestidura purpúrea. Éste, testarudo, arrogante, hueco, se muestra poderosamente encantado por las atenciones que le ha dispuesto el conjurador. Pero los actores, a medida que la guardia de honor infernal gira y retoza en torno al erudito interpretado por el mismísimo histrión Edward Alleyn, comienzan a dudar, a llevar consigo el desconcierto, a perder el paso, a temblar espeluznados. Incluso el apoderado de la compañía, cuando reconoce el estrago, se santigua en la sala de atuendos: todos ellos saben que el hijo del carpintero John Marlowe, el gentil Kit, muerto en una pelea de taberna en Deptford, al escribir aquella tragedia que obtuvo licencia del Consejo Real pese a su impiedad, estableció que el número de demonios que debían aparecer en escena era de cuatro y no de cinco, como hoy aquí en esta función llena de un público afecto, a plena luz del día. 


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