He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)

domingo, 13 de junio de 2021

Reseña de Devoraluces en Quimera

Muy agradecido al escritor César Rodríguez de Sepúlveda por la luminosa y entusiasta reseña que ha engastado maravillosamente con las páginas de "Devoraluces". Su lectura certera y atenta a los detalles es de las que contagian amor por la cultura, de las que confortan y alimentan, de las que logran desvanecer la pesadez del día como una ola que retrocediese con la resaca. Ha aparecido en el número 450 (junio 2021) de la revista Quimera.





DEVORALUCES

César Rodríguez de Sepúlveda

Aunque la ilustración de sobrecubierta sea un grabado de Blake que dice, en el original, "así lloró la voz del ángel", aquí la voz de Ángel (Olgoso) no solo no tiene nada de lacrimosa, sino todo lo contrario: es puro júbilo, pura celebración, puro goce. Se afirma en la contracubierta que con este libro pone su autor "proa a un territorio luminoso", lo cual es absolutamente cierto, sin perjuicio de que se encuentre también en el libro el Ángel Olgoso que conocemos y admiramos desde hace años. Sigue firmemente en pie la apuesta del autor por lo breve, por la insinuación, por lo incompleto. Con más rotundidad si cabe, como atestigua la ensalada de textos con que se cierra el libro, la "Nomenclatura Borghini para los dedos de los pies" (muy olgosiano esto de sembrar misterios con los títulos). La "Nomenclatura", a manera de fragmentaria poética, es la orgullosa declaración de independencia de un escritor que reivindica la libertad de imaginar: "el mejor texto es el perímetro virgen, el que tiene los atributos de la bruma, el espacio de vivir lo imaginario que puede expandirse como el universo, como un puño antes de ser mano abierta". Mejor imaginar que narrar, dice en otro momento, porque el acto de contar acaba por resultar repetitivo, rutinario, perdido ese fulgor inicial del encuentro de un mundo nuevo. Desde luego, sí algo no falta en la obra de Ángel Olgoso (uno, modestamente, ha leído unos cuantos libros suyos) es el ejercicio continuado de una desbordante imaginación. Imaginación que, incluso enjaulada en textos breves o hiperbreves (o quizá precisamente por ello), irradia una capacidad de sugerencia casi infinita.

En los textos que componen este libro encontramos estimulantes viajes por la historia de la literatura ("La Rosa de los Vientos", perfectamente orientada); cuentos que muestran otra perspectiva de los textos canónicos ("Medio real", "La arena de las historias"); una casa que espía a sus románticos habitantes ("Villa Diodati", que me ha recordado una preciosa novela de Mujica Láinez); miradas sarcásticas ("La ilusión del horizonte"); himnos al placer de imaginar ("Fulgor"); y artificios borgianos ("El calendario quimérico de lo que podría haber sido"). De todo hay en este gran bazar, en esta juguetería mágica, en esta selva exuberante de la imaginación. ¿El "modus operandi "? El del demiurgo que se divierte poniendo en marcha mundos fascinantes para abandonarlos en cuanto, muy bien pulidos, empiezan a brillar con luz propia. ¿Para qué seguir caminos ya trazados cuando es posible abrir, una y otra vez, otros nuevos?

El Olgoso inventor de mundos extraordinarios es también el genial orfebre de una prosa cautivadora, por lo precisa tanto como por lo sorprendente, por los hallazgos léxicos y por su fantástica y barroca arquitectura de enumeraciones y paralelismos, torres de Babel sintácticas como castillos de naipes que alcanzan altura sin perder su estabilidad.

Aunque, si todos los textos ofrecen una prosa extremadamente cuidada, hay uno en particular, que no es propiamente narrativa ni propiamente poesía, cuya osadía verbal es deslumbrante. En este texto extraordinario, "Émula de la llama" (título tomado de una silva del renacentista Francisco de Rioja), el tema es el erotismo vivido de forma intensa, exultante, expresado con una prosa tan arrebatadora que difícilmente se le encontrará un paralelo en nuestra literatura (pensaba en algún libro de Umbral, pero nada que ver: aquí la entrega gozosa desconoce los límites y el cálculo). La escritura del placer coincide y se identifica con el placer de la escritura, y es tan íntimo a veces lo que se nos cuenta que el lector puede llegar a sentir cierto reparo y preguntarse si no debería mejor cerrar la puerta y dejar solos a los amantes en su gozoso frenesí...

O sea, que están aquí, en buena compañía, el Ángel de las tinieblas y el Ángel enamorado, orbitando feliz en torno a su estrella, sediento de su luz. Y aquí están también el placer, y el amor, y la vida. Y la literatura. Feliz fiesta.


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