He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)

viernes, 21 de noviembre de 2025

Entrevista en la revista Quimera (nº503)

Comparto la entrevista que me ha hecho el gran Miguel Arnas para la revista Quimera. Este número de noviembre (503) incluye, entre otros interesantes contenidos, ensayos sobre Henry Miller, Guillermo Cabrera Infante, Cormac McCarthy y Roberto Juarroz, y entrevistas a Sabina Urraca y Cristina Sánchez-Andrade:

                                                                                

QUIMERA (503-Noviembre 2025)
Cambio de amura. Entrevista a Ángel Olgoso

Miguel Arnas Coronado

La entrevista que le hice hace ya veinte años para la revista Ficciones -y que supuso el inicio de una fértil, profunda y patafísica amistad- la titulé “Ángel Olgoso o el relato poético”. Con esta otra, de algún modo se cierra un ciclo aprovechando que Ángel va por la mitad de la publicación de los seis volúmenes de sus relatos completos, unos setecientos, hazaña que lo emparenta, en cantidad y calidad sostenida, con producciones cuentísticas de la envergadura de Maupassant o Pardo Bazán. Al mismo tiempo, se acaba de editar la primera obra de una nueva etapa híbrida y sin apenas ficción, “Madera de deriva”. El universo olgosiano es un espacio reconocible, de perspectivas insólitas, de relatos simbólicos y medulares por su concentración e intensidad, de mimo en la precisión y coloratura del idioma, de un singular minimalismo barroco, como diría él. Una literatura de quilates aunque venga en pequeños recipientes. Al adentrarse entre sus páginas inquietantes y sorprendentes, el lector no puede sino sentirse abrumado por la potencia imaginativa, la riqueza estilística y la versatilidad de un escritor que trasciende los límites de los géneros breve y fantástico, y del que muchos pensamos que no ocupa el lugar que merece por derecho propio. Cualquier otro autor con este bagaje sería ya hace tiempo un hito insoslayable.

-Estás publicando tus cuentos completos en una serie de seis tomos, donde los seleccionas en función de su temática. Al menos desde fuera, da impresión de proeza ¿Qué sientes al echar la vista atrás?

Es cierto, Miguel, tras abandonar la ficción (unos 700 relatos escritos en 42 años) por otros senderos narrativos más híbridos, los estoy recopilando temáticamente. Ya han aparecido los tres primeros volúmenes en la editorial Eolas: “Bestiario”,  “Sideral” y ”Estigia”. Y están previstos que salgan otros tres más: "Holobionte", "Ánfora" y "Maelstrom". Siento la satisfacción, y un poco la inquietud, del deber cumplido, de dejar organizada la obra de mi vida. 

-Setecientos relatos son un número considerable ¿Cómo lo has hecho, no te has encontrado con la duda de clasificar alguno que podría figurar a la vez en dos o más compendios?

A pulso, vertiéndolos relato a relato en cada uno de sus seis archivos correspondientes, con cuidado de no repetir ninguno. En realidad, sólo el tema del amor y el erotismo tenía entidad para componer otro volumen unitario, pero este asunto recorre transversalmente los otros seis volúmenes, a los que sin duda presta un toque de color y calidez. Más allá de esto, no he tenido dudas con los ejes temáticos de mis relatos completos, que he estabulado mediante agrupaciones de algún modo imperativas. 

-Hace ya muchos años Justo Navarro dijo que posees una capacidad verbal e imaginativa que es una excepción en la literatura que se escribe en España. Desde luego tu estilo inconfundible implica un altísimo tratamiento del lenguaje, un prurito en las enumeraciones, una prosa muy cercana a la poesía, unos finales sorpresivos, una fantasía voladora. ¿El amor por la palabra es tu clave de bóveda?

Como supiste ver muy bien en aquella antigua entrevista, algo de la poesía que cultivé entre los trece y los diecisiete años ha seguido rezumando en todos los relatos que he escrito, como las gotitas de un cántaro poroso. Supongo que porque soy un apasionado de las palabras vivas o muertas: me parecen claves de acceso a otro mundo, polizones que desenmascaran o interrogan la realidad, caballos de Troya de la mente. Me sirvo y sirvo a las palabras: no sólo cuentan la historia, son la historia. Encuentro extremadamente vigorizante el embeleso verbal y tangible que procuran. Siento una clara simpatía por autores que tratan el lenguaje como un material totalmente artístico (‘prosa comestible’ la llamo), Azorín, Cunqueiro, Gabriel Miró, Pla, Aldecoa, García Pavón, Dieste o Caballero Bonald. Creo que la belleza formal ejerce de contrapunto de los delirios un tanto sombríos que conforman la mayor parte de mi obra. Ese gusto por la orgía perpetua del lenguaje proviene de mi querencia adolescente por el barroco de Carpentier o Lezama Lima, y de la herencia formal de la Andalucía barroca, que se superpone a la herencia familiar gallega, de aliento céltico y neblinoso. No considero las frases tornasoladas como un simple adorno, sino como una condición esencial de la literatura, la de su capacidad para crear belleza a través de las palabras, que es también el más fundamental de los placeres. Tal vez después de todo, como dijo D. H. Lawrence, al comienzo no era el Verbo sino un gorjeo.

-Es evidente que los cuentos han sido la médula de tu obra.

Por supuesto. Los cuentos son como las perlas, decía Karen Blixen, enfermedad transformada en belleza. Pescar esas perlas ha sido la pasión de mi vida. Creo que de joven padecía un estado interior ígneo, eran veinticuatro horas de erupción imaginativa. Aunque ese magma se haya ido enfriando, sigo pensando que la imaginación puede entender el mundo lo mismo o mejor que la razón: el escritor como visionario, como domesticador de relámpagos. Y que esas ‘islas de orden’, esas medidas estructuras, esos diminutos cedazos, esos precisos mecanismos narrativos son un género destinado a autores que no necesitan escribir largo para decir mucho. Por su brevedad, el relato permite la estética del todo, la armonía del conjunto cerrado, autoconclusivo, algo imposible en una novela, que se cifra en algunos fragmentos satisfactorios, y donde es muy difícil que todo esté a su misma altura. Mi estética, además, ha intentado traducir el sentimiento de extrañeza que produce el mundo. Historias contadas con brevedad, intensidad y trascendencia. Mis relatos son como esas gárgolas y bajorrelieves de monstruos en los capiteles del Románico, proyecciones del inconsciente, del lado oculto de la naturaleza humana, de sus pesadillas, de lo que no se puede expresar. 

-¿Podemos afirmar entonces que eres de los que consideran que la obra de arte, en lugar de ser un espejo en el camino, debe transportar al lector o al espectador a un mundo en el que no ha estado?

Clarísimamente. Poco hay más estimulante que cuando se diluyen los límites entre lo real y lo soñado, cuando arrancas al lector de la costumbre. Al arte le pido una especie de cautivación. Esta es la función del creador artístico: dar comida de lo que no existe para que la gente se alimente. Pienso, con Gonzalo Suárez, que si partes de la realidad sólo puedes falsificarla, pero si partes de la ficción paradójicamente no te escapas de la realidad. Porque la realidad (categoría, por cierto, que a estas alturas se ha pulverizado hasta límites cuánticos) no es sólo lo que vemos, también lo que imaginamos y soñamos. Siempre he creído en la primacía de la imaginación (desbordante y filistea en mi caso y jugadora a veces de malas pasadas), en su capacidad para transfigurar y subvertir la realidad, para abrir puertas, para ‘asombrar desde la sombra’. 

-Te he visto como inoculado siempre por ese insobornable fervor imaginativo, que es también el gusto por el misterio y la excepción.

Así es, el vínculo con el misterio está en la base no sólo de la creación artística sino de la conciencia humana. Lo imaginativo, lo insólito, todo lo que tiene la relación adecuada con lo Extraño, es como una lente a través de la cual examinar la realidad. Mis relatos se propusieron cautivar, hechizar al lector, que viajara al encuentro con lo sorprendente, a otros estados de conciencia, mediante visiones singulares, de una intensidad exacerbada, y mediante atmósferas inmersivas. El misterio fragua estéticamente. En cuanto a la excepción, creo que el estudio de la realidad reside menos en las leyes que en las excepciones, y que el interés del artista debe dirigirse a lo excepcional, en un esfuerzo por superar los hechos genéricos; algo que -como sabemos, dada nuestra condición de Sátrapas del Institutum Pataphysicum Granatensis- que está en el centro mismo del corazón espiral de la Patafísica.

-Corre la leyenda de que Ángel Olgoso es en realidad un combinado, un escritor conformado en calibrada proporción por tres partes perfectamente prorrateadas, Poe, Kafka y Borges.

Es una visión muy plástica, y desde luego halagüeña e hiperbólica hasta más no poder. Para completar tan milagroso compuesto, yo añadiría algunos excipientes imprescindibles -Schwob, Azorín, Buzzati, Arreola o Cunqueiro, por citar los principales- que dan consistencia a aquellos principios activos.

-De pronto, nos anuncias que has dejado de escribir ficción. Pero, por lo que sabemos, no implica abandono de la escritura. Tus cuentos nos han seducido durante décadas. ¿A qué se debe este golpe de timón? ¿A qué te vas a dedicar, o quizá ya te estás dedicando?

Sigo siendo defensor a ultranza de la imaginación como recurso creativo primordial pero deseaba zafarme de las bridas y convenciones de la narración tradicional. Es decir, subyace un deseo de libertad. Aunque antes ya había experimentado con los relatos y jugado con los límites de su territorio, la hibridación (lo que Ginés Cutillas denomina con acierto el ensayo-ficción) me ha ido pareciendo cada vez más sugestiva. Me ha permitido diversificar mi atención, levantar el tingladillo de una teoría peregrina, dar rienda suelta a la jugosidad interior sin una necesidad constante de fabulación. Quizá me influyó esa fatiga reciente de las formas literarias, ese magnetismo actual de lo fragmentario, ese hambre circundante de realidad. Las piezas de los dos primeros libros de esta nueva época, “Madera de deriva” (Libros del Innombrable) y “Mirabilia”, suceden entre la epigrafía, el ensayo, la poesía y otros géneros. Prosas apátridas en el sentido que le dio Ribeyro, textos alérgicos a la trama. Tal vez, a medida que uno envejece, descubre que la meditación es un país incomparablemente más vasto que el de la ficción.

-Acabas de publicar tu primer libro de la nueva manera, “Madera de deriva”. ¿Qué puedes decirnos de él? Por lo que comentas, va a ser afín al ensayo. ¿Te satisface tanto tu nueva tarea como la que has abandonado? Te pregunto esto porque de tu narrativa anterior se deducía un goce íntimo, no solo del lector, del que doy fe, sino también un goce grande del propio autor.

“Madera de deriva” es una obra miscelánea de textos fronterizo, un ‘collage’ literario donde hago acopio de apostillas libérrimas, de elementos marginales de la cultura, entradas de diccionario, evocaciones, viñetas, teorías extravagantes, guiones, marcapáginas de la Historia y algún texto discretamente confesional. Aunque aquí el grado de ficción se haya reducido, sigue habiendo esa capacidad del arte de dilatar la realidad. Y en todo está presente cierta pulsión poética, reflexiva o incluso erudita. Un libro lleno de fervor por la literatura. Pero a pesar del título estos escritos no son restos de naufragio sino piezas forjadas con toda premeditación y hasta sus últimas consecuencias, con respeto por la inteligencia del lector y por la lengua, y sin miedo a la exigencia ni al culturalismo.

-Me consta que tienes cuentos largos como El síndrome de Lugrís, Los palafitos, Villa Diodati, Dybbuk o Las Montañas de los Gigantes a la caída de la tarde para los que has necesitado muchísimo tiempo. Estos textos híbridos, o como quieras llamarlos, ¿te son igual de costosos?

Ahora que lo dices, soy consciente de pronto de lo brutal del contraste: si “Madera de deriva”, el libro entero, me llevó tres intensos meses -los del confinamiento-, el esfuerzo y el tiempo que requirieron relatos como El síndrome de Lugrís (ocho meses), Los palafitos (cinco años), y Las Montañas de los Gigantes a la caída de la tarde (veinte años de acopio de documentación) pueden suponer una desproporción bárbara e incomprensible, pero creo que no sólo son indicadores de mi lentitud sino también de la implicación absoluta, de una dedicación enfermiza a la búsqueda de la excelencia literaria. Recordemos que, si no hay precisión, la pasión creativa se convierte en caos.



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