En estos ajetreados días de la Feria del Libro, os traigo un relato de Ángel que es una preciosa declaración de amor a los cuentos, al arte de narrar historias. Ojalá, junto con el audio del mismo grabado por Roberto Martínez Mancebo, hubiera podido acompañar esta entrada con el emocionante video en el que su querida amiga Giorgia Pordenoni -a la que va dedicado el relato- lo recita durante la presentación granadina de Breviario negro en la Biblioteca de Andalucía, pero por desgracia excede el tamaño permitido en el blog.
Victor Delhez
Erik Johansson
LOS CABALLOS PENSANTES
DE ELBERFELD
Me pidió un cuento y le conté la historia del gigante Pan Gu, que creó el mundo dividiendo el cielo y la tierra de un hachazo, y que tras aquel tajo descomunal permaneció entre ellos durante dieciocho mil años, empujando a la vez hacia arriba y hacia abajo en la tarea de mantenerlos separados. Esa noche la fiebre desapareció.
Me pidió un cuento y le conté la historia del niño glotón que tras la papilla se comió el plato, tras la mesa se comió la casa, tras la ciudad se comió los terrones de azúcar moreno de las montañas, tras beberse los océanos se tragó de un bocado el panecillo del planeta con su copete de helado, tras la macedonia del Sistema Solar engulló la ensaimada de las galaxias y el tazón de leche con canela de las nebulosas, tras los cascabillos garrapiñados de los meteoros se zampó el almíbar ardiente de las estrellas, tras la materia oscura con su punto de picante rebañó los restos ya fríos del universo, pero ni todo ese glorioso festín bastó para saciarlo. Esa noche no quiso otro biberón.
Me pidió un cuento y le conté la historia del viejo que trata de desprenderse de sus babuchas desgastadas, que harto de no conseguirlo porque alguien se las devuelve siempre, las arroja desde la azotea y golpea al emir de la provincia, que ordena su inmediata decapitación. Esa noche me sonrió como a un perro fiel tendido a su lado.
Me pidió un cuento y le conté dos historias, la del caballero inglés que sufría de melancolía y se quejaba de los términos de su vida, al que un amigo, para escarmentarlo, lo introdujo durante cinco minutos en el ataúd que usaba para guardar sus licores en el comedor de su casa, de donde el taciturno caballero salió contento y renacido, y la del poeta que se creyó hecho de mantequilla, por lo que eludía cualquier fuente de calor temiendo derretirse, hasta que una mañana muy calurosa, asustado, se arrojó de cabeza a un pozo y murió ahogado. Es noche le dejé la lucecita encendida.
Me pidió un cuento y le conté la historia de un posadero de Ática, un tal Procusto, que estiraba o cortaba las extremidades de sus huéspedes para que se ajustaran al tamaño de los lechos. Esa noche se mantuvo bien arropado.
Me pidió un cuento y le conté la historia del rey que decretó que fueran sacrificadas todas las personas mayores de treinta años, para estar rodeado sólo de belleza y juventud, pero que al cumplir él mismo esa edad cambió la ley y ordenó que fueran ejecutados los menores de treinta, para estar rodeado sólo de gente sensata y experimentada. Esa noche durmió a cuerpo de rey.
Me pidió un cuento y le conté la historia del indio coruba que, tras apuntar con una flecha hacia el avión que sobrevuela su poblado en el Amazonas, consigue derribarlo. Esa noche lloró añorando a su madre.
Me pidió un cuento y le conté la historia de los cuatro caballos pensantes de Elberfeld que, antes de morir en la Primera Guerra Mundial, sabían leer marcando sobre el pupitre las letras del abecedario y, para resolver raíces cuadradas y problemas matemáticos, contaban las decenas con una pata y las unidades con la otra. Esa noche no tuvo pesadillas con el colegio.
Un buen día, el tiempo que no transcurría ni hacia adelante ni hacia detrás al fin se decidió, y él creció y creció y, en razón a las circunstancias, ahora es él quien me lava y me viste, quien me peina y me arropa, quien me besa en la mejilla, y yo el que balbuceando, contemplándolo con aire de súplica y fervorosa gratitud, le pide un cuento, que me sorprenda cada noche con la fascinación que procura el asombro.
Erik Johansson
Una verdadera obra maestra este relato
ResponderEliminarRoberto, muchas gracias por pasarte por aquí y, sobre todo, por la impagable labor que has hecho grabando en audio tantos relatos de Ángel, por esmerarte en su recitado así como en la elección de la música y los efectos sonoros.
EliminarAngel, no sé si te he dicho alguna vez que me quito el sombrero ante ti, y no lo he hecho lo hago ahora, pero lo que he experimentado con estos cuentos ha sido algo especial, me has hecho retroceder a mi infancia y regresada de ella, me has puesto ante mi padre cuando él necesitó no de mis cuentos pero sí de mis cuidados y creo que una sonrisa mía era para él un cuento. No te rías si te digo que los he leído con lagrimas en los ojos. Gracias, Angel.
ResponderEliminarTú también me has emocionado a mí con tus palabras: si uno escribe supongo que es para poder vivir momentos como éste, en que un lector agradecido te constata que has logrado tocar su corazón. Mi gratitud por tu gesto de confianza. Un fuerte y emocionado abrazo.
ResponderEliminarGracias siempre a ti Angel.
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