Estoy comenzando a ilustrar el libro Astrolabio, con vistas a su reedición: mi intención es retratar la experiencia de entrar en ese universo denso y particular de Ángel Olgoso; más que destacar elementos sueltos o imágenes que describen su obra, quisiera poder llevar al lector-espectador hacia el mismo punto en el cual yo me sumergí al leer sus libros, cuando logré salir de la plana realidad, cuando su literatura me mostró otras combinaciones de sueño y vigilia, y me dejó la deliciosa inquietud de seguir buceando en las fronteras. Aquí os dejo con el dibujo para el relato El espejo. También se acompañará cada entrada con los audios correspondientes que ha grabado para la ocasión Roberto Martínez Mancebo.
M. Tapia
EL ESPEJO
El barbero tijereteaba sin descanso. El barbero afilaba una y otra vez la navaja en el asentador. Clientes de toda laya acudían al local, abarrotándolo. El barbero manejaba las tijeras, el peine y la navaja con velocísimos movimientos tentaculares. Ser barbero precisa de unas cualidades extremas, formidables, exige la briosa celeridad del esquilador y el tacto sutil del pianista. Sin transición, el barbero despojaba a la nutrida clientela de sus largos mechones, de sus desparejas pelambres, señalizaba lindes en el blanco cuero cabelludo, se internaba en sus orejas y en sus fosas nasales, sonreía, pronunciaba las palabras justas, apreciaciones que sabía no serían respondidas, mientras los clientes miraban sin mirar el progreso de su corte en el espejo, coronillas, nucas, barbas cerradas, sotabarbas, patillas de distinta magnitud, luchanas, cabellos que planeaban incesantemente en el aire antes de caer formando ingrávidas montañas: el barbero nunca imaginó que el pelo de los cadáveres pudiera crecer con tanta rapidez bajo tierra.
Por lo menos el cliente no es molesto y se le puede apurar tanto como uno quiera.
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