He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)

sábado, 24 de octubre de 2020

Presentación granadina de Astrolabio ilustrado

Os dejamos con el texto completo que Ángel Olgoso leyó durante la presentación de la reedición ilustrada de Astrolabio (Reino de Cordelia) en el Cuarto Real de Santo Domingo el pasado 16 de octubre, en compañía de Andrés Cárdenas y de la ilustradora del volumen, Marina Tapia, así como algunas imágenes del acto.

 



PRESENTACIÓN DE “ASTROLABIO”
 
(Ángel Olgoso) 


Opina Lobo Antunes que esperar que un escritor diga cosas interesantes es lo mismo que esperar de un acróbata que, en su vida diaria, vaya dando saltos mortales por la calle. Me temo que, aunque quisiera, no podría desmentirlo. Y los únicos saltos mortales que podrían darse hoy aquí -a no ser que Marina o Andrés nos sorprendan gimnásticamente- se encuentran en los relatos que componen este libro, saltos detenidos en el aire y en el tiempo mientras aguardan a un lector. Precisamente siempre me ha fascinado ese símil de Merino que contempla las novelas como grandes planetas que se mueven pesadamente, planetas de distintos tamaños y diferente color, aunque todos se caracterizan por acarrear en su masa muchos elementos óseos y musculares y desplazarse con cierta lentitud, por muy majestuosa que llegue a ser. Alrededor de ellos están los asteroides de los cuentos, un sistema rico donde bullen cuentos de todas las formas y colores, cuentos voladores, saltarines, que se asoman y desaparecen enseguida, dejándonos una poderosa impresión de vida. Lo sorprendente es la solidez que, utilizando muy pocos recursos, consiguen alcanzar esos cuerpecillos nerviosos y versátiles. 

 


Los relatos que componen este Astrolabio son textos estéticamente autosustentados, textos independientes sin común denominador, cada uno de ellos cristaliza según la necesidad interna que gobierna su extensión, su estructura, su voz narrativa, su ritmo, de lo cual resulta -por debajo de su planteamiento poético y concentrado- una abundante variedad formal. Podrían emparentarse tal vez estos textos con los “grutescos”; término etimológicamente afín al de “grotesco”, pero que remite más bien a una curiosa moda artística del siglo XVI, surgida a partir de los apuntes tomados por los artistas, a la luz de las velas, de los frescos romanos que cubrían los muros y las grutas de la Domus Aurea de Nerón. Montaigne definió los grutescos como “pinturas fantásticas, cuyo encanto radica en lo variado y lo extraño”, y los enlaza con sus escritos, pues -dice- “¿qué son, en verdad, éstos sino grutescos y cuerpos monstruosos formados con miembros diferentes, sin ningún rostro, no teniendo más orden, lógica ni proporción que las del azar?”. En Astrolabio he optado por una libertad total de enfoques; es un libro poliédrico, versátil, un pequeño caleidoscopio hecho de sueños disparatados, un puñado de miniaturas un tanto desaforadas sorprendidas en esta deliciosa edición de belleza casi artesanal a cargo de la editorial Reino de Cordelia, donde brotan libros hechos para la fruición de los sentidos, con un papel, unos detalles gráficos y una tipografía que son toda una tentación para los lectores ávidos de belleza. Ha sido un privilegio que -una vez agotada la primera edición de Astrolabio de 2007- se me haya permitido el paso a esa cueva de maravillas que es el catálogo del sello madrileño, repleto de joyas clásicas y modernas. Por no hablar del milagro añadido de las fascinantes y sugerentes ilustraciones de Marina Tapia, que no sólo potencian el minimalismo a la vez barroco y abocetado de los textos sino que los iluminan con otra luz y con otras sombras, vitaminizándolos con el soplo de poesía y gracia propio de su arte y su persona, lo que como resulta obvio ha supuesto un privilegio y un placer. Marina es esencialmente poeta -yo diría que de nacimiento- pero las palabras no son su única habitación, como para Emily Dickinson. Las palabras son la estancia principal de la casa creativa de Marina, que contiene sin embargo otras piezas más coloristas y comunitarias, la de la pintura y la ilustración, la de los títeres, la de la transmisión poética oral, o la del contagio por la belleza y el conocimiento.

 


Volviendo a Astrolabio, sus bebedizos han sido destilados tras zarandear un poco el cuento bien construido, apelando a otros registros y texturas más lúdicos, cuestionando sus límites, no por desamor o por pura experimentación, sino para ayudar dentro de mis modestas posibilidades a que no se apague su llama primigenia. Es la obra de alguien a quien no le interesa reproducir la calderilla de lo cotidiano o lo que Eça de Queirós llamaba “la impertinente tiranía de la realidad”, sí gusta en cambio reinterpretarla o suplantarla, sí le deleitan esos disparos a la luz de cuyos fogonazos se pueden ver de pronto y quizá por primera vez rincones escondidos; en definitiva, una literatura de imaginación, de torsión de lo real, pero más acicateada aquí por los retos narrativos y por una experimentación con géneros y subgéneros. 

 


El añorado Álvaro Cunqueiro, respondiendo a supuestas similitudes de su obra con otros autores fantásticos, aclaró en un ocasión que Italo Calvino solía engarzar sus narraciones con algún aspecto didáctico; que Borges intentaba darle un sentido cientifista para que su narración se correspondiera con un orden cuasi matemático; que Perucho hacía surgir su erudición como algo serio, lo cual corta bastante la narración y da la sensación de que tiene miedo de dejarse llevar por lo fantástico de su historia; y que a Bioy Casares le sucedía algo semejante. La mía, sin embargo -dice Cunqueiro-, parece como una pura broma, un divertimento, un contar por contar, y el primer distraído y divertido soy yo. Pues bien, una buena forma de describir este libro sería decir que en él se pueden encontrar -salvando las lógicas y abismales distancias- ejemplos de muchos de estos aspectos. Otra forma sería citar unos versos muy pertinentes de Carlos Edmundo de Ory: “No hay más que sima y cimas/ espanto y maravilla/ dicha y ruinas/ mieles y males/ bajo y alto/ nubes y lotos/ no hay más que angustia y fiesta”.

 


El título, Astrolabio, designa el instrumento de navegación (etimológicamente “el que busca estrellas”) y apunta, también, a la unión de dos magnitudes distintas, el astro y el labio, lo colosal y lo diminuto, la explosión y la implosión, lo ardiente y lo tibio, lo lejano y lo cercano. Tal vez este Astrolabio guíe al lector hacia algún lugar desconocido o imposible, hacia diversas latitudes geográficas y temporales. O, al menos, lo extraiga por un rato de las garras de lo real mediante una sacudida o un bálsamo, atendiendo a la opinión que expuso Dickens en El grillo del hogar acerca de los libros de cuentos, "cuyas benéficas narraciones habréis bendecido cien veces, por lo bien que saben disipar la monotonía de este mundo prosaico".

 


Si un libro mío anterior como Los demonios del lugar era un descenso concéntrico y alucinado a los infiernos, y Las frutas de la luna una perspectiva cósmica de la especie, Astrolabio -aun con algunos delirantes jirones de lo anterior- tiene una atmósfera menos oscura y metafísica, un aura menos fatalista, su caligrafía se presenta menos enrarecida, casi frívola en ocasiones. Con este instrumento entre las manos, el lector podrá navegar a través del infinito mar de las posibilidades y toparse con revisitaciones históricas, con relecturas mitológicas, con piezas policíacas y metaliterarias, con bibelots orientales, paradojas científicas, epifanías, juegos temporales, universos autocontenidos, personificaciones de objetos y animalizaciones de personas, experiencias místicas, placeres inefables, percepciones extrasensoriales, metamorfosis, bilocaciones… Uno de los primeros lectores de Astrolabio me comentó que había experimentado algo semejante a un menú de Ferrán Adriá, muy variado, de sabores audaces y texturas sorprendentes que iban de lo dulce a lo salado, de lo crujiente a lo gelatinoso, de lo ácido a lo agrio, de lo esponjoso a lo quebradizo. Y es cierto que ese ideal de depuración, de mezcla de magia, emoción y laboratorio ha estado siempre presente en mi obra. Stephen Spender decía que en un poema la palabra tiene un peso específico y que, en prosa, las palabras deben llevar una señal que diga “no me mires, la historia sigue en esa dirección”. Sin embargo, yo no quiero renunciar a ninguna de esas cualidades. Creo que se puede contar una historia con palabras que tengan peso específico, con una prosa cuidada, exigente, depurada. Creo que se pueden conseguir resultados de una aterradora economía y, a la vez, de una mágica fulguración. Y este libro ecléctico es fruto de ello y de una mirada hecha de inocencia y extrañeza. Sin embargo, al igual que muchos otros de mis relatos en los que he intentado aunar la precisión y belleza del lenguaje con la singularidad de la historia, al ser visiones entre lo real y lo onírico y tener un contenido simbólico, los de Astrolabio pueden prestarse también a distintas interpretaciones. Me gustaría pensar, además, que Astrolabio es un libro para la lectura y la relectura, meta más que deseable para cualquier obra, junto con la de lograr emocionar, inquietar o interrogar al lector.

 

 

Para finalizar, voy a reproducir la célebre conversación levantada por Maupassant en esa rareza que es su novelita El doctor Heraclius Closs, entre el Ilustre Decano que lo esperaba todo del eclecticismo y el Doctor que lo esperaba todo de la revelación:

“-Amigo mío -decía el Decano-, hay que ser ecléctico. La filosofía es un amplio jardín que se extiende por todo el planeta. Recoja las flores resplandecientes del oriente, las floraciones pálidas del Norte, las violetas de los campos y las rosas de los jardines, haga un ramo con todas ellas y huélalo. Aunque su perfume no sea el más exquisito que se pueda soñar, al menos será muy agradable, y mil veces más suave que la esencia de una sola flor, aunque fuera la más fragante del mundo.

-Sin duda alguna, será más variado -dijo el Doctor-, pero no más suave si se consigue encontrar la flor que reúne y concentra en sí todos los perfumes de los demás.”

 

 

Ojalá en este variado ramo encuentren ustedes numerosos perfumes y, también, alguna esencia. Y confío en que, en esta nueva edición de Astrolabio hermoseada por el arte de Marina, sus relatos aún mantengan esa saludable inquietud, esa cuidadosa concentración de detalles, esa rítmica emoción y esa chispa sensual sin las cuales cualquier texto está muerto.

 


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