Una delicia el nuevo libro de José Luis Gärt, “La dama de Amberes” (Entorno Gráfico Ediciones), y no sólo para melómanos. Comparto el prólogo que tuve el privilegio de escribirle:
<<Monterroso pensaba que la buena narrativa tiende por lo general a la sátira, que en el fondo de todo buen novelista o cuentista hay alguien con un látigo. Es la misma idea de Gorki de que el escritor debe estar siempre contra la sociedad. La obra de José Luis Gärt -autor de novelas, de relatos, de heterofactos y de obras de teatro estrenadas o publicadas- es también la de un hombre en desacuerdo absoluto con su época, y sus textos suelen derivar casi siempre en reflexiones que trascienden el marco argumental, en formatos que transgreden las convenciones académicas. Sin embargo, ”La Dama de Amberes” posee la engañosa apariencia de una novelita histórica, el narcótico encanto del folletín bien temperado. Pero la conmovedora historia de amor entre Andreas y Eunice, de su lucha contra el demonio del opio y contra la crueldad del prójimo, va más allá de la vida y viajes del pelirrojo suizo Andreas Vogel; del milagroso talento musical de aquel joven pastor que abandonó las montañas -donde sólo había improvisado cancioncillas en una flauta- en busca de la instrucción del maestro veneciano Girolamo Kapsberger; que nunca conocería los secretos del pentagrama pero era capaz de improvisar composiciones de un encanto magnético sin igual, de arrancar a la tiorba con funda de pieles de conejo que le fabricara el luthier Zacarías Gaillard, gitano errante, arpegios inconcebibles, melodías que detenían el tiempo y la respiración, “belleza a raudales, belleza sin palabras, belleza indiscutible y objetiva”. Va más allá del ‘Descensus ad Inferos’ de la jovencísima expósita y mulata Eunice Lemaitre, de cristalina voz.
La música es una experiencia que elude el lenguaje y se resiste a la comunicación. Para Gärt, ”aunque las palabras puedan caber en la música, ésta no puede ser albergada en el interior de las palabras”. No obstante, quizá lo mejor, lo más extraordinario de esta ‘nouvelle’ -aparte de su final descolocador, dinamitador- sean las sensuales descripciones que nuestro autor logra de los efectos de la música en los afortunados oyentes, cómo se apodera de ellos desde el primero al último compás, cómo les sobrecoge, cómo les hace levitar, cómo les deja sin aliento, el estado de abandono en que los suma el contrapunto de ‘aquella cascada de hermosura’, de aquellos requiebros de amor, de aquellas palabras que no existían, de aquello que deja en su alma la última nota, “la nostalgia de los paraísos perdidos”, “un vuelo de ensueños, un turbión de aguas que me arrastraban hacia abismos infinitos, hacia lo más profundo de mi interior. Aquellos sonidos eran puro opio”. Evidentemente, el arte sin una relación con lo invisible, con el misterio, es letra muerta. Y la música, ese arte invisible, inmaterial, que “nace para morir, para evaporarse en el instante”, es un arte efímero y misterioso, como nosotros y nuestra memoria.
Mención aparte merece Pieter Hofmannsthal, el Holandés, ‘deus ex machina’ de esta novela, comerciante naval inmensamente rico y dueño de La Dama de Amberes, “uno de los mejores navíos que surcaban el océano Índico, cuyas bodegas transportaban a Europa el opio más refinado que circulaba en los mejores fumaderos”. Un personaje descreído, incapaz de conmoverse o llorar, sentado en su trono capitoné, alguien que parece hecho de la misma sustancia que el tiempo, capaz sin embargo de valorar el singular portento de Vogel, la excelsitud de aquellas notas sin partitura, de aquella tiorba dotada de magia. La música como moneda de cambio. El oro del arte por el barro del comercio, un lujo inefable por otro mostrenco. Durante una semana, cada noche, a oscuras según las instrucciones del Holandés, exclusivamente para él, el suizo se propondrá arrebatarle los sentidos con una música que sólo está en su cabeza, una música que nadie hasta ahora había escuchado, una música que poseía sabor, una música adictiva capaz de extraer gemas de alegría y tempestades de dolor. “El valor de lo improvisado debe quedar en el instante”.
Apunté antes que José Luis está en desacuerdo absoluto con su época, que abomina de unos tiempos depauperados y resecos como la piel de Eunice tras su paso forzoso por los burdeles, unos tiempos zafios y desangelados que malversan la imaginación y la belleza. Y lo deja bien claro en el sorprendente cambio de punto de vista de un final desatado, un final que revienta a placer la premisa y las costuras de la trama, un final donde la idea se vuelve carne y viceversa, donde se desarraiga literalmente al lector. Así como en el listado final de dedicatorias a lo más fino de la civilización, representantes todos del arte musical en los siglos XX y XXI. Ya lo dijo Tennessee Williams, el artista es el pájaro en la mina.
Resulta curioso -pero no extraño- constatar la coincidencia en las librerías de dos cartas de amor a la música, de dos apasionadas declaraciones por parte de dos melómanos, entrañables e ingeniosos amigos y enormes escritores: una reciente, “La novena” de Miguel Arnas Coronado, y esta ”La Dama de Amberes” de José Luis Gärt. Ambas novelas son ”una suerte de reflexión sobre el misterio de la existencia, la grandeza de la creación o simplemente la espiritualidad en sí misma”.
Suba el lector sin demora a bordo de La Dama de Amberes, navegue sobre el hálito invisible hacia la Arcadia, vibre con las armoniosas notas que destiló aquel prodigio de Vogel (chaconas, madrigales, lamentos, sonatas, tarantelas o motetes), “sobrecogido ante la enorme grandeza de aquella pequeñísima música”, testigo privilegiado y completamente ausente de este mundo, “como si la última nota dejara en el aire una pregunta sin respuesta”>>.