He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)

domingo, 7 de abril de 2019

Los pescadores de perlas

Ángel Olgoso participa en Los pescadores de perlas. Los microrrelatos de Quimera con tres textos que escapan en cierta medida a los límites del género: Nebulosa Rho OphDe masticatione mortuorumEspléndida teoría física que nos explica la aurora boreal por el reflejo de los arenques, todos pertenecientes a su libro Breviario negro. La antología, coordinada por Ginés S. Cutillas y publicada por Montesinos, recoge los relatos publicados en dicha sección de la revista Quimera: ochenta autores, españoles e hispanoamericanos, consagrados y emergentes, que ofrecen un completo muestrario del texto breve actual. Reproducimos a continuación dos de los relatos de Ángel.





NEBULOSA RHO OPH 


Una boca queda a la espera de un beso, los trenes no logran ganar sus estaciones, los andenes retroceden, los salmones que con desesperación remontan el río nunca llegarán a desovar en el lugar donde nacieron, las nubes escapan de la pecera de aire que las retenía, la luna deja atrás la órbita terrestre, empequeñeciéndose en la distancia. Todas las piezas, puestas en movimiento, se abandonan a la vertiginosa morosidad de la fuerza centrífuga. Como obedeciendo a un desalojo general, desertan irremisiblemente los rojizos encajes de polvo estelar, las columnatas blancas y azules, los festones gaseosos, la lechaza de las galaxias, los llameantes tabernáculos de las constelaciones. Cada denso convólvulo de estrellas, que antes se arracimaban como abejas en torno a su reina, se escinde sin remedio, se aleja uno de otro a velocidad constante, sobrepasa las últimas balizas en un errabundo viaje a los desvanes del universo. Cada corpúsculo de materia se añade a la deriva. Cada remanente de flujo o radiación se extravía progresivamente en la profundidad del espacio, donde las distancias suceden a otras distancias. Las colisiones entre mundos se hacen más improbables. Las partículas de luz se van desapretando y los rincones de este teatro, abandonado para toda la eternidad, apenas son alcanzados por el reverbero de un fulgor distante. Nada colma ya los huecos insalvables. En las lejanías de este desierto cavernoso e inhóspito, la soberanía de la oscuridad impone el más formidable de los silencios, el de la tumba universal. La Tierra, con su fresca y restallante belleza, hace mucho tiempo que que se deshizo como envoltorio de momia. Tras expandirse indefinidamente, todo parece ahora apagado, conclusivo, en el cosmos. Nada surca sus aguas negras. Ningún germen de energía puede arraigar en su creciente vacío, ningún eco vibrar sobre su nada. Sin embargo, en el lugar que antes ocupaba ese antiguo criadero de estrellas de la nebulosa Rho Oph, permanece aún, apenas perceptible bajo una forma reconcentrada y primitiva, un residuo del que las leyes físicas no han podido desprenderse, una ínfima esquirla, una mota indestructible, imperecedera, de codicia humana.



ESPLÉNDIDA TEORÍA FÍSICA QUE NOS EXPLICA LA AURORA BOREAL POR EL REFLEJO DE LOS ARENQUES 


Muchos hombres se han dejado convencer de que el cólera no es más que una nubecilla de insectos que nos tragamos inadvertidamente y, luego, van devorándonos por dentro con lenta masticación; que unas matas de romero colgadas en puertas y ventanas niegan el paso a los malos espíritus; que si el moribundo acaba sucumbiendo a su final es porque se distrae o, agotado, se abandona, y que si vigilara al enemigo con suma atención, siguiendo cada uno de sus ladinos gestos, de sus premiosos movimientos, si se resistiera con ahínco, el moribundo no expiraría; que las uvas vendimiadas al paso de un cometa dan el vino con el mejor buqué, un malvasía sutilísimo, con relámpagos de claridad lunar deliciosamente difuminados; que si uno se pone una lengua de hiena entre la planta del pie y la suela del calzado no le ladran los perros; que, introducidas en la nariz y absorbidas por ella, las bolas aromáticas de anacardina devuelven o agrandan la memoria; que las gotas que caen de los árboles después de una lluvia primaveral son la más incomparable de las caricias de toda nuestra existencia; que en el solsticio de verano se opera cierta metamorfosis en las serpientes y, mientras están encendidas las hogueras de San Juan, muestran una conducta clemente y no muerden a nadie; que, de resucitar algún día, lo haremos en forma de esfera, el más perfecto de los cuerpos geométricos; que el líquido de mares y océanos es azul porque los dioses que lo crearon lo habían mirado con sus ojos color celeste; que cualquiera puede incendiar el Cielo con una antorcha o apagar el Infierno con un cubo de agua, hasta donde sea posible arrasar semejantes corrales, siempre que no se tenga temor del Infierno ni esperanza del Cielo; muchos hombres, como digo, se han dejado convencer por esos y otros juicios ilusorios pero la experiencia me ha desaconsejado tales supersticiones, por mucho que ofrezcan acaso los únicos cabos de salvamento a la errática y frágil barquichuela de la humanidad. En cualquier caso, nada importa ya, llegado ahora el momento en que se está acrecentando, de manera indubitable, la fuerza de gravedad y el hombre se dispone a caer a tierra y convertirse en reptil.


Fernando Clemot, Javier Morales, Ginés Cutillas, Ángel Olgoso y Miguel A. Zapata

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