Comparto mi reseña de la primera y magnífica novela de Begoña Callejón, “La era de los últimos propósitos” (Loto Azul Editorial). En la revista CaoCultura.
EUTHANASIA COASTER
Hace falta un acto de valentía para crear algo y Begoña Callejón arriesga en su último libro, la novela ”La era de los últimos propósitos”, una obra cosmopolita, variada, compleja y escrita con pulso, un estudio necrópsico rico en referencias y perspectivas, un caleidoscopio de personajes que tejen su tapiz de recuerdos, de presencias y ausencias. La premisa es potente y basada en un concepto real: una montaña rusa de acero, la más gran grande jamás vista, diseñada para el suicidio de veinticuatro personas por viaje. Euthanasia Coaster. Un nuevo amanecer, como reza el folleto. Altura de 510 metros, velocidad de 360 km/h., y aceleración de 8 a 10 G. La autora hace catas en distintas geografías del mundo, sondea el cerebro de veinticuatro personajes (por algo es especialista en neuropsicología), en el rencor, el odio, la desesperación, la fatalidad, las separaciones, las enfermedades, el vacío. Personajes que ansían la aniquilación del yo, colgarse de sus propias ramas, personajes que ansían ser tierra, que piensan en cómo será su muerte: “Ella había admirado siempre a todas aquellas personas que eran capaces de sobreponerse a la adversidad, al sufrimiento”.
El lector se topará con travesuras escalofriantes de la IA, con cambios de parámetros, con ‘chatbots’, con traumas y excitaciones brillantes como las escamas de una serpiente, con un estilo limpio y sincopado, rico en registros expresivos, punteado de tecnología, de emails, sueños, diálogos o de la viveza de monólogos como el soliloquio descoyuntado de Ian Curtis o del intensísimo episodio en el Gran Bazar. El lector asistirá a la representación del mundo como una ‘performance’ siniestra, como una búsqueda de consuelo, un mundo de una actualidad asoladora, de crueldad, soledades y miedos, de noticias atropelladas, “un caos organizado, instaurado por algún tipo de dios”. La novela va dedicada a los que ya no están, pero se podría extrapolar perfectamente a los que no estarán y, en definitiva, a todos nosotros. Porque a la montaña rusa de la muerte todos hemos subido ya: será el último viaje, del que los pasajeros no regresaremos vivos, pero donde nos sentiremos al fin libres. Será el último momento, el último aliento. Euthanasia Coaster realizará ‘loopers’ cada vez más pequeños, con un efecto devastador para el organismo humano mediante una hipoxia cerebral prolongada, que pasaría primero por una visión túnel hasta un síncope causado por visión negra. “En algo más de tres minutos habrá acabado todo”. Es cierto que quizá la voz narrativa de los veinticuatro personajes debería haber tenido discursos más diferenciados; en cualquier caso, resulta toda una proeza manejar a la vez tantos y tan dispares hilos, como lo hace la autora sobre todo en la reunión final en Hill Station Resort (cuyos capítulos demuestran la buena mano de la autora para los títulos). Begoña imagina, da vida, penetra omnisciente en la identidad de esos veinticuatro personajes, levanta una máquina monstruosa y sin embargo verosímil, un lugar que no existía: “Me di cuenta, tiempo después que, al igual que los pasajeros, los lugares también mueren”.
Es curioso cómo a veces se coagula en el aire una especie de interés común, una concreción temática, cómo coinciden en una misma cuestión diversos creadores aunque se realice a través de lenguajes diferentes: sin salir de España, “La habitación de al lado” de Pedro Almodóvar y “Polvo serán” de Carlos Marqués-Marcet, son acercamientos cinematográficos a la muerte deseada, del mismo modo que esta novela de Begoña Callejón, “La era de los últimos propósitos”, interesantísima, insólita, contrapuntística, heterógenea y coherente al mismo tiempo. Una obra que de alguna forma conecta con esa hermosa idea del ‘cielo oblicuo’ de Clarice Lispector, donde sólo pueden entrar los que se han ido torciendo de tanto sentir, de tanto sufrir, de tanto vivir, de tanto llevar el peso del mundo en su espalda. Una obra que es, a su vez, una enérgica montaña rusa, un columpio mortal de pasajeros que devienen más que un número, una obra que se cifra en un axioma irrefutable: “Toda esperanza tiene un final”.