Ángel Olgoso

He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)

miércoles, 1 de octubre de 2025

Reseña de "Madera de deriva" por Alejandro Molina, en Todoliteratura.

Muy agradecido al escritor Alejandro Molina por esta excelente reseña de "Madera de deriva" (Libros del innombrable", publicada en Todoliteratura.




El lienzo con que nos topamos: "Madera de deriva", de Ángel Olgoso

Alejandro Molina


Winslow Homer realizó en 1909 el que dicen fue su último óleo: Driftwood (‘madera de deriva’) en el que vemos un mar embravecido, gris y tormentoso que se confunde con el cielo. En la base del cuadro, un hombre trata de hacerse con un enorme tronco. Pero es solo un hombre: resulta, frente a las olas, insignificante, y junto al tronco, impotente. Tres décadas después, Marsden Harley pinta una pila de troncos varados en la orilla del río Bagaduce (Maine).

En esta ocasión, el óleo se centra en la madera, un montón de leños blancos, retorcidos y combados, pulidos y lisos que forman una suerte de escultura de Henry Moore. Si el óleo de Homer representa el abanico inagotable de dificultades, en ocasiones insalvables, que la creatividad, ese enorme tronco que queremos rescatar de las aguas, nos pone por delante, la pintura de Harley nos devuelve la calma tras la tormenta, poniendo esta vez el foco en las mercedes de la paciencia, en las virtudes de la decantación, en ese torno de alfarero que es el tiempo, en esas expertas manos que son la erosión, conscientes, como todo buen autor, de que a escribir se aprende borrando. Ambas obras abarcan la esencia de los textos contenidos en “Madera de deriva”, de Ángel Olgoso: textos que llegan a la orilla de nuestras vidas a través de las mareas de los años, tras haber servido de amparo a las aves que sobrevuelan el ancho océano que tejen los cajones de su escritorio, después de haber sido el asidero del náufrago en el que más tarde o más temprano se convierte todo escritor ante la temible vastedad de los papeles que pueblan la mesa de su despacho. Microrrelatos, metaliteratura, erudición, hondas reflexiones y fragmentos de diarios constituyen el resultado del nervio y la pujanza con que la borrasca literaria embate contra la mente de su autor, al tiempo que, merced al mudo hacer de los decenios, han formado un muestrario de hermosos bustos, estatuas y monumentos naturales a los que tenemos oportunidad de adorar, pues considero que Ángel es uno de esos escritores-templo a los que uno acude para rendir tributo cuando no se acoge a sagrado entre sus páginas, perseguido por el dogmático tedio de una vida impuesta. Este es un libro que emparento con la obra de Plutarco o de Montaigne, un libro que abordamos por el llano placer de leer, no solo por lo bien armado que está su estilo, sino porque nos permite revolcarnos entre sus frases hasta acabar ahítos y empapados de conocimiento, excitados como buscadores de tesoros al excavar la tierra y escuchar el golpe seco de nuestro descubrimiento, en ese trance que solo la beatitud de un afortunadísimo hallazgo puede proporcionarnos.

Un puñado de leños

De los treinta y cinco troncos que componen “Madera de deriva”, el primero de ellos, “Papel sonoro”, es arrancado directamente de entre los robles, cerezos, majuelos y quejigos del “Bosque encantado” de Lugros, y aborda, en tono crepuscular, ese amparo que es capaz de proporcionarnos un texto. Leemos:

«Un libro cualquiera —al igual que la hoja de la Dehesa del Camarate— rescatado de la mezquindad del mundo, absuelto por ahora de la devolución, el deterioro o el olvido, salvado de una desaparición quizá inminente por este préstamo de un fugaz soplo de inmortalidad que será también (sí, como para todos nosotros) un fuego que apenas caliente».

Si bien es innegable lo efímero del fuego respecto a la partitura en la que descansa la sinfonía del universo —y aun a riesgo de contradecir al autor—, en lo que atañe a la escala humana, en base a la cual a una vida pueden sobrarle muchos años, no es en absoluto desdeñable el calor capaz de proporcionar a quien, atrapado en una existencia que no es sino un páramo helado, tiene la fortuna de toparse con la hoguera que es este libro que tenemos entre manos.

En “Espuela vana”, como en “Árbol candelabro”, Ángel aborda una cuestión que encuentro fundamental en su producción: la lucha eterna entre una realidad vana y alienante, y esa otra parte donde lo fantástico y lo extraño se encargan de establecer los códigos, las técnicas y las reglas del juego. Esta hermosa imagen servirá para ilustrarnos:

«me considero una de esas personas a las que les gustaría ser hombre que bebiera agua de lluvia de la huella de un oso y, a la vez, una de esas personas que no quiere vivir en la realidad diaria y objetiva sino en el lugar en que ocurren los prodigios».

Esta poderosa estampa del hombre que bebe agua de lluvia de la huella de un oso es, quizá, la clave del pulso que el autor mantiene con un día a día ruin e insípido. Se trata de una visión nostálgica del mundo desde el idealismo romántico, que reivindica ese tiempo en el que los prodigios eran moneda de cambio, antes de que Newton redujera el arcoíris a un truco y le arrebatara la magia. Sin embargo, a lo largo de esta recopilación de textos, el filtro ‘olgosiano’, su enfoque arqueológico, que desentierra con maestría la estratificación completa de las constelaciones más viejas, es capaz de devolver a lo aparentemente cotidiano el misterio que da forma al milagro de la existencia y sus infinitas manifestaciones y coyunturas.

Después de “La pocilga de la facilidad”, un reivindicativo análisis que mira de frente a ese espejo que es la creación literaria y que devuelve dos irreconciliables reflejos: uno que aspira a «la dulce piltrafa del reconocimiento», y otro que requiere «el coraje de ser odioso»; después de “Las montañas de Plutón”, un fascinante relato de ciencia ficción que, como los grandes exponentes del género, es capaz de llegar allí donde el realismo fracasa, desnudando la realidad misma y poniendo en jaque la visión de la Historia como ciencia natural; después de “Cruzar la estepa a lomos de un oso a medianoche”, que transforma en sábanas las páginas y hace de la pronunciación y el ritmo de sus palabras un inigualable y encendido acto de amor carnal en prosa; después de todo eso, llegamos a la que para mí es el fulcro de este volumen: “Los secundarios”.

El encuentro fortuito del autor con Bioy Casares propicia uno de los mejores ejemplos de cómo escribir un libro sobre uno mismo que no trate de uno mismo, al modo en el que por ejemplo escribe Gospodínov sobre la muerte de su padre, o a la manera en la que Kapuściński nos hace participar de una panorámica actual a través del telescopio de los tiempos en “Viajes con Heródoto”. En solo tres páginas, Ángel se agiganta en su sincera humildad hasta erigirse como estandarte de cuanto nos hace humanos. Cuando el hecho vital que escogemos narrar en primera persona cruza el umbral de nuestra rutina, florece, en manos de escritores tan dotados como Olgoso, la narración de historias en tanto que una forma de conocimiento humano, tal y como María Zambrano o Iris Murdoch defendían. Esta pieza aglutina todas las virtudes de Ángel, y condensa una fuerza que ojalá eclosione algún día y nos regale ese universo tan increíblemente propio que no obstante solo puede hablar de todos nosotros, de lo increíblemente extraño que es todo lo que creemos comprender, mientras nos cuenta, como si nada, lo que le ocurrió un día cualquiera.

Querría destacar, por último, “Caminando sobre el mar de Tethys” y “Los cigarrillos mentolados de Julio Ramón Ribeyro”. El primero de ellos nos invita a meditar acerca de la necesidad que tiene la belleza de ser contemplada, a lo que añadiría la fundamental contribución de escritores de la talla de Ángel, capaces de redactar elocuentes párrafos ante aquello que al resto de los mortales nos deja sin palabras, poniendo de manifiesto el crucial papel que los grandes escritores desempeñan en la sociedad, dado que son los traductores de nuestra propia experiencia (en este caso, de la belleza), haciéndola completa y dotándola así de su más profundo significado. Y esto es algo que el texto sobre Ribeyro reconoce de algún modo, gracias a un sentido homenaje al escritor limeño, en el que se humaniza la tarea literaria, las manchas que deja, la factura que pasa y el espíritu que la encara, con un enfoque exquisito que nos muestra la verdadera majestuosidad de los dioses al desvestirlos, en uno de los textos más hermosos que he leído sobre un escritor (uno de los que «se niega a convertir el milagro en profesión») y su oficio:

«piensa que ni las novelitas, ni el centenar de cuentos ni otras cosas menores le permitirán durar, que serán pues curiosidad y puro anacronismo, que la obra vasta y sinfónica está fuera de sus posibilidades, que -jugador de tercera división- algunos lo vieron alguna vez hacer una jugada maestra y que otros lo olvidarán».

Al calor del fuego

Como no podía ser de otro modo, las corrientes oceánicas de Olgoso nos regalan una madera mágica, que arde sin consumirse y proporciona el combustible necesario con el que inspirar a nuevas generaciones, que ilumina la oscuridad del hastío y templa el espíritu de todo aquel que desea pertrecharse como merece para afrontar la batalla contra el hábito. Es una madera, qué duda cabe, a la agarrarnos cuando naufraguemos, pero que en ocasiones más benignas, después de uno de esos paseos como los de la Dehesa del Camarate, nos llevaremos a casa, enamorados de sus formas y de las huellas grabadas en sus fibras de celulosa.

lunes, 15 de septiembre de 2025

Reseña de "Algunos días felices", de Juan Hódar



    Una verdadera delicia este librito de Juan Hódar, “Algunos días felices” (Círculo Rojo). Lástima que se trate, nada más y nada menos, que del hermoso gesto por parte de Juan de una autoedición para regalar a los amigos, porque hacía tiempo que uno no disfrutaba tanto con la lectura de cuentos eróticos; supongo que esta época de infame corrección política no ayuda precisamente a un cultivo regular del género. Juan, que ya en los años noventa creó con otros compinches Espuma, el primer fanzine erótico de Granada (en el que un servidor llegó a colaborar en varias ocasiones), y publicó relatos y artículos en las revistas Ficciones o Kiss Comix, sabe de lo que habla, conoce el paño y crea y recrea un mundo elegantemente carnal de enardecimiento, sueños lujuriosos y esperanzas enceladas, un imaginario saludablemente franco, nada empalagoso, donde los fuegos fatuos del deseo brotan de lo cotidiano.

    Situados en una reconocible ciudad sin nombre, los relatos se abren de manera inmejorable con el motivo clásico de la lectora y la persona que la contrata, que a partir del introito contiene las demás piezas hasta cerrarse el arco narrativo a la perfección, como si del mismo volumen físico se tratara. Pronto se encuentra uno con gustosos ecos que cree reconocer: André Pieyre de Mandiargues en “Tras la pared blanca” y “Arriba y abajo”, o Pierre Louÿs en “Correspondencia” y en “Aurora”, encantador ‘Bildungsroman’ desdoblado temporal y emocionalmente en el siguiente relato, “Los tiempos del confinamiento”. El libro entero podía situarse bajo la advocación de todas las apropiadísimas citas que contiene, de José Saramago, de Oscar Wilde, de Jeanette Winterson, de Roberto Cantoral, de Andrés Trapiello, de Iselín C. Hermann, de Vladimir Nabokov o de esta de Irene Vallejo : “Si alguien lee para ti, desea tu placer”. Todos los relatos resultan gratos en su sabrosa pugna con la piel -incluso con la inserción de alguna fatalidad adversa-, todos son delicados y contundentes a la vez, un atributo sólo al alcance de los buenos escritores (aunque este sea el primer libro de Juan, que ha tardado en decidirse en saltar al ruedo de la publicación, y confiemos que no el último), y ninguno destaca sobre otro: a los ya citados, se unen el original, y quizá más personal, “Teresa y los mártires”; la ironía y el humor negro de “La soledad del verdugo”; el requiebro macabro de “La escalera de agua” (premisa argumental que también se permitió uno en “Mujeres desnudas bajo impermeables mojados”); el espontáneo desparpajo de la protagonista de “Cuento de Navidad”; o el impresionante dramatismo del monólogo lésbico y su amor absoluto más allá de la muerte en “Las manos vacías”. Es imposible sustraerse a muchas de las poderosa imágenes eróticas (¡ese yogur!, la gracia de esa micción infantil compartida, la audacia final de esas cartas anónimas, esas azotainas exigidas) que salen al encuentro del lector, grabándose a fuego en su paladar como prietas golosinas y jugosos confites, o relovoteando alrededor de su cabeza como mariposas monarca del ardor. Es imposible no suscribir que todos los amantes tienen algunos días felices, que para no caerte al vacío debes abrazar a una mujer como si en ello te fuera la vida, que no hay más lugares en el mundo que los que se descubren en el cuerpo de un amante, que quizá en el futuro los libros eróticos vuelvan a la clandestinidad, sin dirección de editorial ni de imprenta.

    Juan Hódar, que no es un mero resonador verbal, despliega una eficacia cabal del lenguaje, sencillo y contenido al tiempo que vigorosamente plástico y sugerente, y una envidiable maestría a la hora de dosificar la tensión creciente del deseo. El erotismo del autor granadino no es limitado, ni falso, ni instantáneo, como lo ha sido siempre el erotismo de baratillo. Y encima Juan sabe rematar magníficamente todos los textos, un verdadero arte: “Nunca vi su rostro y nunca conocí su nombre. Sólo compartí su placer”, “El Estado ha entrado en la cama, concluí, aunque siempre lo ha hecho, si lo piensas”, “Eso dicen. Los poetas tenemos palabras y apenas nada más”, “Soy yo el que está muerto sin ti”, “Una palabra quedó suspendida en el aire, un nombre, como queda el vaho que ha salido de una boca en invierno, hasta que la nada se la llevó lentamente”.

    Por otra parte, entre las dedicatorias de las narraciones aparecen viejos y numerosos amigos de Juan (entre los que me cuento, junto con José Vicente Pascual, Juanjo, Gustavo o Ángela Vallvey), así como Hernán Migoya e, ‘in memoriam’, Rafael Azcona y otro ‘connaisseur’, Luis García-Berlanga, erotómano legendario.

    ¿Merece la pena un libro erótico que no sea incómodo y sucio?, se preguntaba Woody Allen. La respuesta también aparece en estas páginas excitantes, de una finura tangible, de una sensualidad lúbrica, rotundamente física en muchas ocasiones, de la mano de Rilke: “La experiencia artística y el sexo son manifestaciones de un mismo anhelo”. “Algunos días felices”, con su fantasía recorrida por la diafanidad del realismo, es un libro que se hace corto, y no sólo por su brevedad, tal es el goce con el que se lee y con el que uno seguiría leyendo más relatos como los que aquí comparecen. Literatura en definitiva de la buena, que puede ser leída además con una sola mano -como solía decirse- y que era el mejor piropo posible para una gavilla de cuentos eróticos.

jueves, 11 de septiembre de 2025

Reseña de "Estigia", por Marina Tapia, en Masticadores

Todo un privilegio contar con la mirada entusiasta y cómplice de Marina Tapia acerca de “Estigia” (Eolas Ediciones) en esta reseña publicada en la revista Masticadores:



UN CARONTE GRANADINO

Marina Tapia


<< “Estigia”, el tercer volumen de la compilación de los cuentos completos de Ángel Olgoso, y que con un cuidado al mínimo detalle, publicado por Eolas, dentro de su colección “Las puertas de lo posible” (2025), viene una vez más a confirmarnos que nos encontramos con un verdadero maestro de la literatura.

Aunque la muerte pueda parecer un tema sombrío o un eje vertebrador complejo y del que muchas veces nuestra sensibilidad desea huir, la manera magistral de abordarla, el abanico variado de historias y situaciones diversas (un centenar de relatos de calidad sostenida), nos ayuda a superar nuestra posible percepción estrecha de la muerte abriendo galaxias de posibilidades y nuevos ángulos de enfoque.

Qué estimulante resulta adentrarse en las páginas de un libro con buenas citas. Las seleccionadas por Ángel, son todas lúcidas y precisas, y nos ayudan a entender más profundamente algunas ideas contenidas en sus relatos. Por ejemplo, el enfoque de Jules Renard, concluyendo que lo dulce de la muerte nos libera del pensamiento de la muerte, es genial. También la de Giuseppe Mazzini apuntando que no existe la muerte, sino el olvido. Como siempre, Olgoso escogerá para nosotros interesantes frases desbrozadas de sus numerosas lecturas y las entrelazará −con el nudo de su reflexión siempre en guardia− en los encabezamientos de su obra. Él siempre tendrá sus píldoras aromáticas de pensamientos para regalárnoslas en el momento justo, cuando empieza la tos.

Los relatos que inician el conjunto abren inmejorablemente el apetito del lector. Textos como “Designaciones” o “Relámpagos” son piezas magistrales (uno se pregunta, de manera inevitable, por qué tras más de cuatro décadas de trabajo silencioso y de múltiples premios y traducciones, un autor de tan probada excelencia, todo un referente del relato en español, no brilla con la fuerza que merece en el lugar que le corresponde).

Esta colección olgosiana en Eolas es un verdadero festín para sus lectores, a los que nos gusta tener en nuestra biblioteca, bien recopilados y a nuestro alcance, toda su creación −desde los textos breves a los más extensos−. Hoy en día, disfrutar la obra completa de alguien que ha participado en numerosas antologías y cuyo material se encuentra disperso o descatalogado, es un milagro. Cuántas veces he buscado en Internet un escritor o una poeta que me interesaba, y sólo he encontrado fragmentos, paja y neblina. Son muy de celebrar este tipo de compilaciones realizadas con elegancia y rigurosidad, que ponen a nuestro alcance las versiones definitivas, escogidas y agrupadas por el propio autor. También es una suerte este tipo de volúmenes temáticos que nos ayudará a localizar más fácilmente un relato en cuestión. Gracias a este trabajo editorial, podemos hacer una inmersión en el universo olgosiano sin ninguna cortapisa.

Volveremos a llorar con “La muerte desordena” porque, aunque se haya leído y se conozca su planteamiento, es un tejido de emociones palpitantes tan bien hilado que vuelve a conmover. Impresionante asimismo “La ciénaga”, descarnada visión del hermano que vuelve de la muerte con otra percepción: una narración inquietante, lóbrega, de sorprendente final, una acertada reescritura bíblica. Sentiremos la voz desalentada de la naturaleza en “Días felices”. El mundo rural nos acogerá en su fértil territorio para lo atávico con “Las huellas de los pájaros en el aire”, “Jueces del Valle de Josefat” o “Estorninos en la higuera”. Lo poético vendrá de la mano de “Los simunes del deseo”, “El papel” o “Armonía de las esferas”. El simbolismo trascendente de “Umbrales” o “Los despeñaderos” nos deslumbrará. El mundo de los afectos familiares palpita bellamente en “Suero” o en “Vínculos”. Nos extasiaremos con la belleza de “El pigmento de la creación”, “La piel en el rompiente”, “Mujeres desnudas bajo impermeables mojados” o “Diadema en tu cabello”. La presencia del cuerpo, con sus huesos, jugos y descomposiciones, con su deseos pujando más allá de la muerte, erizarán nuestra piel: el autor nos trae aquí por ejemplo “Manos que ven”, De masticatione mortuorum” o “Un introito para arpa de tendones humanos”. Y, como es habitual, Ángel nos transportará a la cultura del Japón que tanto ama y que no puede faltar en cada libro, esta vez con “Fantasmas de las Cuatro Suertes”. Hay espacio para lo oscuro, para la ironía, para lo metafísico, para lo imaginativo, para lo mítico, para lo erudito y lo fantástico. Este verano, acompañados de “Estigia”, se nos hará mucho más fresco y más corto gozando con esta colección tan heterogénea y excelsa.

Navegad, marineros en la laguna de sus letras, llegad a horizontes velados e infinitos. Porque, como dice Ana María Shua en el prólogo, nada es tan simple cuando nuestro Virgilio se llama Ángel Olgoso, que nos hace viajar en el tiempo y en el espacio, atormentándonos dulcemente mientras leemos y nadamos, con la cabeza apenas sobresaliendo de las negras aguas.

Y, para terminar, y a modo de invitación, quiero dejaros con “El purgatorio”, relato con el que finaliza el libro:

“En la última página de su última obra, el autor escribió la palabra «Fin». Los empleados de la funeraria −que mostraban ya una cortés impaciencia− pudieron entonces asegurar la tapa del ataúd.”>>


miércoles, 10 de septiembre de 2025

Reseña de "Y tú durante", de Alejandro Molina, en Suburbano

Mi reseña de la magnífica novela de Alejandro Molina "Y tú durante" (Oblicuas Ediciones) en la revista Suburbano.


    Hay una línea directa que va desde Faulkner a Benet, pasando por Carson McCullers, Rulfo, Onetti, Martín Santos, Cormac McCarthy, Nic Pizzolatto, David Vann o Chuck Palahniuk, hasta Alejandro Molina (Granada, 1984): la inclusión de múltiples narradores o puntos de vista, los saltos en el tiempo en la narración, el flujo de conciencia, la tensión del fraseo, los recursos retóricos más propios de la poesía que de la prosa en las descripciones, el poder para descifrar ciertos rasgos de la conducta humana que, al estar tan cercanos a nosotros, no vemos con la suficiente claridad. Como sabemos, las obras de Faulkner y de Benet no explican la vida, tratan de reflejarla en su desordenado amasijo. Según María Elena Bravo, al leerlos “no actuamos como testigos de otras vivencias, sino que la novela, subrogado de la vida y vida misma, nos hace conocer mejor el enigma de nuestra naturaleza, nos enfrenta con el problema de la lengua, de la memoria, de las creencias y del conocimiento por vía artística”. Hay naturalmente cuantiosas diferencias, y la esencia malvada del ser humano no cruje tanto en la última y formidable obra de Alejandro, Y tú durante (Oblicuas Ediciones), como ocurría en el escritor sureño -no sólo por lo distinto de la premisa y de la geografía, sino porque más que el resultado de una influencia cardinal se trata quizá de una deconstrucción consciente, posmoderna, de Faulkner-, pero ambos nos arrojan con sus asombrosas aptitudes al caos que es el tiempo. Y la vivaz porosidad que los diálogos sin guiones prestan a la narración juega a favor del granadino.

A Magda, una joven ensayista amiga de la familia, el célebre poeta Anselmo Espadas le ha encargado abordar una biografía suya que no sea al uso. Pero los incoherentes y deslavazados circunloquios de este la obligan a recurrir a un investigador privado, Melquiades Castillo. Sin embargo, el pasado del detective al parecer corre paralelo al de Valeria, la mujer del poeta: la biografía y las existencias de los implicados y de sus secretos tejen entonces un enmarañado tapiz anímico y afectivo.

    Y tú durante es una novela mayúscula, un fértil territorio que manifiesta la evolución constante de Alejandro Molina desde los libros de relatos Mañana no habrá ayerEl glaciarLuces prestadas y las novelas Defunctos Ploro Elección y sacrificio. Hay ahora, si cabe, una mayor complejidad estilística y conceptual (“nada escapa a los ojos de un poeta”). La obra es medidamente torrencial, sinuosa y llena de entresijos, de consideraciones sofisticadas y sugestivas (la novela está llena de frases que invitan a subrayar, “En poesía, las palabras son fósiles y el poeta un arqueólogo que interpreta una civilización perdida”, “a veces la vida pone al arte en su lugar”, “el mundo es bello, pero tiene un defecto llamado hombre”, “sólo a través de la tristeza podemos acercarnos a lo que con tanta claridad ven los animales a través de su pureza”, “el ser humano sustituye la vastedad del mundo y la infinitud de la existencia por una jaula bajo una carpa”, etc.). Los detalles y las escenas se dilatan y se expanden orgánicamente. La dicción está soldada de manera impecable con la idea (la oralidad perfectamente remachada de Silvio). Hay diferentes niveles del lenguaje, que cristaliza en cogitaciones e introspecciones profundas. A veces el autor despliega un costumbrismo refinado, un naturalismo enriquecido con referencias culturales, con tablas periódicas de enumeraciones, con sutiles pinceladas poéticas que motean exquisitamente la página (“el atardecer tenía los colores de la canela y la piel de los leones, el oro viejo y el óxido y la arena del desierto”), todo ello alternado con fugas de la memoria y con sus siempre agilísimos diálogos. Con frecuencia parece estar leyendo uno a Faulkner. O se encuentra de pronto con esas excelsas frases que podría haber escrito Benet, “flirteando con las trazas hedentinas de agua sucia”, “decantando la savia que alimenta el revestimiento y la apariencia de lo que llamamos experiencia”, “anhelando destellos de genialidad, vibrantes escenas de adolescencia, pasadizos, vericuetos, laberintos y ordalías de los que salir airoso”.

Para los personajes de Alejandro Molina, no se puede estar solo, el amor no es más que una dioptría y la memoria una prisión: “Anselmo envidia lo que llama la capacidad más hermosa de entre todas las que algunos animales nos pueden brindar, la de recordar algo durante apenas veintisiete segundos”. Este libro, que “es un espejo en el que una vez Anselmo se miró”, arrastra al lector “por cálidas mareas y frenéticas corrientes”, y muestra al ser humano como esa libélula -con su “majestuoso y brillante abdomen lapislázuli, el delicado mosaico que formaban las venas y las celdillas de sus alas, perpendiculares a su alargado y fino cuerpo”- que abre y cierra la novela, yaciendo inerme en la acera frente a la que avanza el estruendo de una máquina barredora, con sus implacables  cepillos, que son para nosotros -tan vulnerables como ella- el paso del tiempo, el dolor, el sinsentido de la vida o la crueldad de nuestros semejantes.

    Y tú durante emerge como una obra mucho más sensorial que las anteriores (esos olores y enumeraciones de las páginas 25 y 26), esas “fragancias de cosméticos antediluvianos como el yeso y la harina de habas, los cominos y los posos del vino y el azúcar de saturno y el sudor purificado del carnero y el estiércol de cocodrilo” (¡glorioso!). Está también la ‘pasmosa belleza’ de sus poéticas descripciones del planeta y del cosmos. Y los recuerdos como animales bien vivos, aunque haya muchos animales muertos, sobre todo insectos. Y las vidas de los personajes parecen inmersas en “una corriente oceánica”, se cruzan como “colisionan las galaxias” o confluyen como engranajes: “Padecemos una ceguera de la que sólo somos conscientes cuando personas como Anselmo alumbran las tinieblas en las que sin saberlo nos movemos, con esa linterna que son sus versos”.  Qué gran idea esa de suicidarse cortándose el cuello con el canto de una hoja de un relato de la Lispector; o la invocación del espíritu de Bécquer en un molino en ruinas; o la evidencia de que hay hombres que son más árbol que persona, más río que individuo, que no esperan réplicas sino comprensión muda. Qué buenos títulos los de los poemarios de Anselmo (Las lágrimas del astronautaOpus CaementiciumOsamentas Mientras se sostenga el aire). Hubiera estado bien alguno de ellos en lugar del de un tanto melifluo Y tú durante. U otro más rotundo, más salvaje, lleno de palmeras, santuarios, agonías, ruido y furia, un título digno de esta proeza narrativa que delata el mucho conocimiento del ser humano que tiene Alejandro a pesar de su juventud, cuyo natural talento literario da aquí un salto cualitativo y cuantitativo.

    Con su obra, Alejandro Molina revela una vez más que la mejor forma de la espada -además del pensamiento, la ironía y la imaginación- es la palabra. Por no hablar de que él sabe que “de dónde venimos es mero testamento; adonde llegamos es lo que somos”.

 

lunes, 8 de septiembre de 2025

Entrevista en Horizonte Garnata

Agradecido a la revista Horizonte Garnata por esta entrevista a propósito de la publicación de "Estigia" (Eolas Ediciones).


Referente del relato en español, traducido a numerosos idiomas, con más de una treintena de premios, el granadino Ángel Olgoso es académico de Buenas Letras de Granada y rector del Institutum Pataphysicum Granatensis.


ENTREVISTA A ÁNGEL OLGOSO

Entre otras muchas obras (casi imposible citarlas todas) es autor de «Los días subterráneos», «La hélice entre los sargazos», «Nubes de piedra», «Granada año 2039 y otros relatos», «Cuentos de otro mundo», «El vuelo del pájaro elefante», «Los demonios del lugar», «Astrolabio», «La máquina de languidecer». «Los líquenes del sueño», «Cuando fui jaguar», «Racconti abissali», «Las frutas de la luna», «Almanaque de asombros», «Breviario negro», «Nocturnario», “Devoraluces”, «Bestiario», «Sideral»… Hemos hablado con él con motivo de una de sus últimas obras, «Estigia».


-Según indica Ana María Shua en el prólogo, “Estigia” es un libro que gira en torno a la muerte, pero ¿cómo lo define usted? ¿Qué puede esperar el lector de esta antología?

“Estigia” es, tras “Bestiario” y “Sideral”, el tercer volumen temático de un total de seis de mis relatos completos, que está publicando la editorial leonesa Eolas en su colección Las Puertas de lo Posible. Podría definirlo como mi personal y modesto Oficio de Tinieblas: por su número de páginas se demuestra que la muerte ha sido, sin duda, uno de los temas más recurrentes en mis relatos.
Aquí están agavilladas, de entre las setecientas que escribí en más de cuarenta años, todas las ficciones que encajan en ese escenario sombrío, desde lo más mítico y simbólico a lo más físico, pasando por el humor negro, la sorpresa, la sátira, la melancolía, la fabulación o la ironía.
En este libro el lector podrá encontrar una larga serie de ‘mementos mori’ protagonizados por suicidas, resucitados, fantasmas, vivos dados por muertos, vivos que ignoran que están muertos, muertos tímidos, muertos que se niegan a serlo o que dan testimonio de su estado, podrá hallar velatorios y rituales singulares, muertes sorprendentes y miedos cervales, asesinatos bíblicos y cementerios planetarios, reencarnaciones y organizaciones de posteridad, enterramientos erróneos y escenas bélicas extremas, despojos y reliquias, un barbero de difuntos y un mar de los muertos, el eterno retorno, etc.

-En una entrevista calificó de ‘lorquiana’ su obsesión con la muerte…

Casi lorquiana, es cierto. Pero todos los escritores están obsesionados de una forma u otra con la Gran Oscuridad. Tengo, de hecho, un larguísimo listado que recoge apreciaciones de distintos creadores sobre la muerte. Y es que la muerte es el Tema, con mayúscula, el verdadero argumento de la obra, el gran acontecimiento, el misterio más sobrecogedor, la única certeza, el lugar del que procedemos y al que vamos.
Dentro de cien años ninguno de nosotros andará por aquí, todos estaremos en otro sitio, y nuestra posición y nuestra textura serán, como mínimo, muy distintas. La muerte, que nos acompaña como una sombra es, paradójicamente, el centro de la vida. Podrá ser un insulto a nuestro ego, sin embargo también da sentido a nuestra existencia.
Escribir estos relatos me permitió hacerme preguntas, reflexionar sobre esa angustiosa incertidumbre de no saber qué vendrá después. También sobre las infinitas formas en que el ser humano va al encuentro de la muerte.


¿Se puede considerar la literatura una defensa contra la muerte?

En efecto, quizá el arte y el amor sean sus únicos contrapesos. El humor también ayuda, y la memoria por supuesto: no hay muerte si no hay olvido. Ya se sabe que, mientras alguien lo recuerde, un muerto no se extingue. O, lo que es lo mismo, mientras se cuenta y se narra, la muerte no tiene todo ganado.
La creación artística, literaria, es una defensa -relativa, claro- contra ese degradante biológico que es el tiempo, contra “el espanto seguro de estar muerto” según el verso de Rubén Darío. Puede que la eternidad que encontramos en los libros sea ficticia, pero al menos permite protegernos de lo que nos da miedo, de la proximidad y de la idea misma de la muerte.
Habría que repetir como un mantra esa máxima de Leonardo da Vinci, «la belleza perece en la vida pero es inmortal en el arte».


-En «Estigia», y quizá también en el conjunto de su obra, ¿diría que la tradición clásica grecolatina y judeocristiana ha tenido un peso destacado?

Naturalmente, ha sido inevitable por educación forzosa (la segunda) y por educación y elección (la primera). Son estructuras culturales en las que te ves encuadrado por el simple motivo de nacer y vivir en un lugar concreto. De hecho, hay cinco textos míos en la antología “Después de Troya. Microrrelatos hispánicos tradición clásica”.
Pero la versatilidad es una de las características de mi obra, y siempre he sentido curiosidad por otras tradiciones más lejanas, budista, judía, ortodoxa, china, vikinga, etc. que he explorado en diversos relatos (“ Las manos de Akiburo”, “El vaso”, “La diligencia del abismo”, “La torre de Hunan” o “Águila de sangre”, entre otros muchos).
Volviendo al tema de la muerte, para otras culturas, la vida y la muerte dibujan un círculo y no una línea que se interrumpe bruscamente. Para esas culturas somos como las flores de diente de león, una flor insignificante que crece entre la maleza y que se deshace en el viento, pero su dispersión no significa un ocaso irremediable.
No puede uno sino envidiar a los etruscos, aquel pueblo secreto que precedió a Roma, para quienes ese terrorífico drama sólo era una agradable continuación de la vida, un momento sensual que se celebraba con una naturalidad y una sensualidad profundos, con joyas, con sonrisas, con banquetes fúnebres donde corría el vino, al son de flautas que invitaban a la danza y al amor.


¿Qué balance hace Ángel Olgoso de su obra a día de hoy?

Miro hacia atrás con la satisfacción, y un poco con la inquietud, del deber cumplido. He escrito mucho, demasiado tal vez para alguien tan poco dicharachero, alguien al que de ordinario hay que arrancarle las palabras con tenazas de sacamuelas: una veintena de libros de relatos, varias misceláneas de textos diversos (prólogos, artículos, conferencias, reseñas), un libro de haikus, a los que habría que añadir varias compilaciones de material patafísico y un centenar de collages artesanales.


-Por lo general, usted trabaja en varios proyectos a la vez. ¿En este caso también?

Así es. Cuando se presentaba “Estigia” estaba en imprenta, por fin, “Madera de deriva”, un libro que escribí hace cinco años y que es el inicio de una nueva época creativa, alejada de la ficción, liberada de su corsé un tanto restrictivo. Se trata de libro híbrido, de un collage literario donde conviven crónicas viajeras, apuntes ensayísticos, especulaciones sociales y metaliterarias, evocaciones, entradas de diccionario, apólogos, epitafios, viñetas de perplejidad sensorial y metafísica.
Quizá ya no haya aquí una necesidad constante de fabulación, pero sigue habiendo como siempre respeto por la inteligencia del lector y por la lengua. “Madera de deriva” lo publica una de las editoriales españolas más interesantes, hogar de la heterodoxia, Libros del Innombrable. Le estoy muy agradecido a Raúl Herrero por apostar por esta obra singular y arriesgada, a la que califica de “textos libres, irónicos y profundamente literarios”.