He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)
jueves, 11 de septiembre de 2025
Reseña de "Estigia", por Marina Tapia, en Masticadores
miércoles, 10 de septiembre de 2025
Reseña de "Y tú durante", de Alejandro Molina, en Suburbano
Hay una línea directa que va desde Faulkner a Benet, pasando por Carson McCullers, Rulfo, Onetti, Martín Santos, Cormac McCarthy, Nic Pizzolatto, David Vann o Chuck Palahniuk, hasta Alejandro Molina (Granada, 1984): la inclusión de múltiples narradores o puntos de vista, los saltos en el tiempo en la narración, el flujo de conciencia, la tensión del fraseo, los recursos retóricos más propios de la poesía que de la prosa en las descripciones, el poder para descifrar ciertos rasgos de la conducta humana que, al estar tan cercanos a nosotros, no vemos con la suficiente claridad. Como sabemos, las obras de Faulkner y de Benet no explican la vida, tratan de reflejarla en su desordenado amasijo. Según María Elena Bravo, al leerlos “no actuamos como testigos de otras vivencias, sino que la novela, subrogado de la vida y vida misma, nos hace conocer mejor el enigma de nuestra naturaleza, nos enfrenta con el problema de la lengua, de la memoria, de las creencias y del conocimiento por vía artística”. Hay naturalmente cuantiosas diferencias, y la esencia malvada del ser humano no cruje tanto en la última y formidable obra de Alejandro, Y tú durante (Oblicuas Ediciones), como ocurría en el escritor sureño -no sólo por lo distinto de la premisa y de la geografía, sino porque más que el resultado de una influencia cardinal se trata quizá de una deconstrucción consciente, posmoderna, de Faulkner-, pero ambos nos arrojan con sus asombrosas aptitudes al caos que es el tiempo. Y la vivaz porosidad que los diálogos sin guiones prestan a la narración juega a favor del granadino.
A Magda, una joven ensayista amiga de la familia, el célebre poeta Anselmo Espadas le ha encargado abordar una biografía suya que no sea al uso. Pero los incoherentes y deslavazados circunloquios de este la obligan a recurrir a un investigador privado, Melquiades Castillo. Sin embargo, el pasado del detective al parecer corre paralelo al de Valeria, la mujer del poeta: la biografía y las existencias de los implicados y de sus secretos tejen entonces un enmarañado tapiz anímico y afectivo.
Y tú durante es una novela mayúscula, un fértil territorio que manifiesta la evolución constante de Alejandro Molina desde los libros de relatos Mañana no habrá ayer, El glaciar, Luces prestadas y las novelas Defunctos Ploro y Elección y sacrificio. Hay ahora, si cabe, una mayor complejidad estilística y conceptual (“nada escapa a los ojos de un poeta”). La obra es medidamente torrencial, sinuosa y llena de entresijos, de consideraciones sofisticadas y sugestivas (la novela está llena de frases que invitan a subrayar, “En poesía, las palabras son fósiles y el poeta un arqueólogo que interpreta una civilización perdida”, “a veces la vida pone al arte en su lugar”, “el mundo es bello, pero tiene un defecto llamado hombre”, “sólo a través de la tristeza podemos acercarnos a lo que con tanta claridad ven los animales a través de su pureza”, “el ser humano sustituye la vastedad del mundo y la infinitud de la existencia por una jaula bajo una carpa”, etc.). Los detalles y las escenas se dilatan y se expanden orgánicamente. La dicción está soldada de manera impecable con la idea (la oralidad perfectamente remachada de Silvio). Hay diferentes niveles del lenguaje, que cristaliza en cogitaciones e introspecciones profundas. A veces el autor despliega un costumbrismo refinado, un naturalismo enriquecido con referencias culturales, con tablas periódicas de enumeraciones, con sutiles pinceladas poéticas que motean exquisitamente la página (“el atardecer tenía los colores de la canela y la piel de los leones, el oro viejo y el óxido y la arena del desierto”), todo ello alternado con fugas de la memoria y con sus siempre agilísimos diálogos. Con frecuencia parece estar leyendo uno a Faulkner. O se encuentra de pronto con esas excelsas frases que podría haber escrito Benet, “flirteando con las trazas hedentinas de agua sucia”, “decantando la savia que alimenta el revestimiento y la apariencia de lo que llamamos experiencia”, “anhelando destellos de genialidad, vibrantes escenas de adolescencia, pasadizos, vericuetos, laberintos y ordalías de los que salir airoso”.
Para los personajes de Alejandro Molina, no se puede estar solo, el amor no es más que una dioptría y la memoria una prisión: “Anselmo envidia lo que llama la capacidad más hermosa de entre todas las que algunos animales nos pueden brindar, la de recordar algo durante apenas veintisiete segundos”. Este libro, que “es un espejo en el que una vez Anselmo se miró”, arrastra al lector “por cálidas mareas y frenéticas corrientes”, y muestra al ser humano como esa libélula -con su “majestuoso y brillante abdomen lapislázuli, el delicado mosaico que formaban las venas y las celdillas de sus alas, perpendiculares a su alargado y fino cuerpo”- que abre y cierra la novela, yaciendo inerme en la acera frente a la que avanza el estruendo de una máquina barredora, con sus implacables cepillos, que son para nosotros -tan vulnerables como ella- el paso del tiempo, el dolor, el sinsentido de la vida o la crueldad de nuestros semejantes.
Y tú durante emerge como una obra mucho más sensorial que las anteriores (esos olores y enumeraciones de las páginas 25 y 26), esas “fragancias de cosméticos antediluvianos como el yeso y la harina de habas, los cominos y los posos del vino y el azúcar de saturno y el sudor purificado del carnero y el estiércol de cocodrilo” (¡glorioso!). Está también la ‘pasmosa belleza’ de sus poéticas descripciones del planeta y del cosmos. Y los recuerdos como animales bien vivos, aunque haya muchos animales muertos, sobre todo insectos. Y las vidas de los personajes parecen inmersas en “una corriente oceánica”, se cruzan como “colisionan las galaxias” o confluyen como engranajes: “Padecemos una ceguera de la que sólo somos conscientes cuando personas como Anselmo alumbran las tinieblas en las que sin saberlo nos movemos, con esa linterna que son sus versos”. Qué gran idea esa de suicidarse cortándose el cuello con el canto de una hoja de un relato de la Lispector; o la invocación del espíritu de Bécquer en un molino en ruinas; o la evidencia de que hay hombres que son más árbol que persona, más río que individuo, que no esperan réplicas sino comprensión muda. Qué buenos títulos los de los poemarios de Anselmo (Las lágrimas del astronauta, Opus Caementicium, Osamentas o Mientras se sostenga el aire). Hubiera estado bien alguno de ellos en lugar del de un tanto melifluo Y tú durante. U otro más rotundo, más salvaje, lleno de palmeras, santuarios, agonías, ruido y furia, un título digno de esta proeza narrativa que delata el mucho conocimiento del ser humano que tiene Alejandro a pesar de su juventud, cuyo natural talento literario da aquí un salto cualitativo y cuantitativo.
Con su obra, Alejandro Molina revela una vez más que la mejor forma de la espada -además del pensamiento, la ironía y la imaginación- es la palabra. Por no hablar de que él sabe que “de dónde venimos es mero testamento; adonde llegamos es lo que somos”.
lunes, 8 de septiembre de 2025
Entrevista en Horizonte Garnata
miércoles, 27 de agosto de 2025
Reseña de "Asterismos de la constelación de la Osa Mayor" en Brevilla, por Lilian Cheruse
domingo, 24 de agosto de 2025
Entrevista en Granada Hoy acerca de "Estigia", por Andrés Cárdenas
El gran Andrés Cárdenas me entrevista en Granada Hoy a propósito de al publicación de "Estigia" (Eolas Ediciones).
lunes, 18 de agosto de 2025
"Madera de deriva" en Aragón Cultura
viernes, 15 de agosto de 2025
Reseña de "Madera de deriva" por Marina Tapia en Culturamas
martes, 12 de agosto de 2025
Reseña de "Madera de deriva" en Zenda por Joaquín Fabrellas
domingo, 10 de agosto de 2025
Acerca de "La gloria del mundo", de Francisco Silvera
viernes, 8 de agosto de 2025
Reseña de "Madera de deriva" por Santos Domínguez
Llegado el caso, concebir un pensamiento cuya simple formulación pudiera hacer añicos el universo, como esa idea gnóstica de que el mundo fue echado a suertes entre los ángeles. O que en realidad es nuestra sombra la que nos proyecta a nosotros: imaginarnos títeres bullidores de la propia sombra, marionetas sin voluntad, al albur de esas cenefas oscuras a ras de tierra, de esos filetes de fieltro, de esos ribetes perpendiculares, de esas siluetas galoneadas, de esas misteriosas veladuras, de esas huellas delebles, de esos papeles vitela, de esos diosecillos recoletos, arrastrándonos con ellos por las esquinas del mundo, sincronizados, bien batidos de acá para allá, como las bordadas de un barco, como torres de peaje en medio de un río, como árboles ahorquillados, huyendo del peligro de los soles de agosto, dando realce acordadamente a nuestra sombra como un traje de lanilla ligera, creyéndonos aún en el congreso de los vivos, echando las cuentas de la lechera de lo que pudimos hacer por nosotros mismos, añorando los vasos de la sangre y el libre albedrío, espolvoreado sobre el cuero de nuestra piel el polvo de caminos no elegidos, llevando en el mirar -heridos de ala- una levadura de melancolía.
Con ese texto, “Dóciles huestes”, se cierra un volumen agenérico, lo que los clásicos hubieran llamado un jardín de flores curiosas o una silva de varia lección. Una colección caleidoscópica de textos que tiene algo de enciclopedia deslumbrante recorrida por el amazónico estallido de la vegetación imaginativa y por la constante celebración de la palabra.
Textos que mantienen una evidente relación con el resto de la obra de Ángel Olgoso: la excelencia de la prosa, la persistencia del impulso lírico y del pulso narrativo, la presencia de lo mágico, lo misterioso y lo fantástico, tan presentes en los magníficos “Asterismos de la constelación de la Osa Mayor”. Este es uno de ellos:
ALIOTH
La cantiga 103 de Alfonso el Sabio cuenta la historia de un monje que ruega a Nuestra Señora para que le permita probar, en vida, las delicias del paraíso. Una tarde paseando por el jardín del monasterio, ve una fuente de agua cristalina y oye el canto de un pajarillo que le deleita. Al retornar al monasterio, creyendo que era la hora de la cena, se encuentra todo cambiado; le dicen que han transcurrido trescientos años desde su paseo.
Textos fronterizos que transitan desde el ensayo narrativo heredero de Borges (‘Hápax’) a la especulación histórica de “Tulpas”, desde la crónica viajera y sentimental de “Chile en el corazón” a los epitafios de “Enterradme en una nube” y a las entradas de diccionario de “Glosario”, desde los microrrelatos de “Gaveta de miniaturas” al homenaje a dos de sus referentes literarios: Ribeyro (“Los cigarrillos mentolados de Julio Ramón Ribeyro”) y Adolfo Bioy Casares (“Los secundarios”).
A ese carácter caleidoscópico de “Madera de deriva” se refiere Óscar Esquivias cuando escribe en el “Prologuillo hecho con astillas” que abre la edición: “Ángel Olgoso ha escrito un libro al estilo de los que tanto le gusta leer: variopinto, raro, sabio, misterioso, lleno de fervor por la literatura, en el que relata historias reales que parecen fábulas y cuentecillos con aspecto de noticias o crónicas. El lector puede recorrer las páginas de “Madera de deriva” como quien visita una ciudad medieval, se deja llevar por la intuición y camina al azar, escogiendo los callejones más bellos y pintorescos. No es tanto un libro como un zoco oriental, el bosque frondoso de una leyenda romántica, un laberinto de palabras donde es un placer perderse.”
Los espléndidos textos híbridos de “Madera de deriva” culminan un proceso continuo y creciente de escritura en libertad que indaga, más allá de la ficción de su etapa anterior, en lo autobiográfico y en lo confesional, en la mirada al espejo que dibuja el rostro del que escribe y refleja el entorno personal y literario del autor, como el intenso “Los fuegos fatuos”, un párrafo compacto al que pertenecen estas líneas:
Me conozco pero no me conozco. A hurtadillas, veo mi lado Tonio Kröger, alguien pudoroso en exceso рего temerario en ocasiones, lacónico pero parlanchín cuando consigue confianza, no meditativo pero residente en las nubes, domesticado hasta la médula pero insobornable, noble pero puntualmente mezquino, desprendido pero rencoroso como el asno del papa que guardaba su coz durante ocho años, instintivo pero calculador, entusiasta pero desesperado, perezoso pero infatigable trabajador, amable con todos pero fiel con ninguno, y escindido entre su cuerpo real y las páginas de escribiente que ha ido segregando, meros reflejos de ilusiones; como uno de esos seres idealistas -pienso en Jules Laforgue- que pasan por la vida soñando despiertos sin apenas hacer ruido, más por circunstancias inherentes a su propia naturaleza que por deseo íntimo, ajenos a las estridencias de la sociedad o al hervor del guiso literario, y buscando sin premura las felicidades pequeñas. Me conozco рего по me conozco. Vida en la sombra. Más aún, el sueño de una sombra. Extraña disgregación. Identidad, estados, humores, sentimientos desleídos, neutralizados en una especie de disolvente. La apariencia como una fosforescencia, como una huella de caracol. Sólo sé algunas cosas. Que probablemente nunca seré de los que dicen «no, que me conozco». Que todos somos iguales en el hecho de ser únicos. Que el mundo está lleno de colmillos. Que de Granada me gusta la jaula, no el pájaro: Que lo que deseo no suele realizarse jamás, mientras lo que temo se cumple siempre. Que cualquier detalle de afecto me conmueve, por la falta de costumbre. Que, sin embargo, un individualismo feroz me lleva a no desear depender de nadie. Que prefiero viajar por valles amables y no por riscos y montañas, al contrario de como definía Blake su destino. Que estoy desarmado ante el lado externo y utilitario de la realidad, inepto para la menor gestión práctica. Que si no tuviera familia, o si no hubiese atravesado la zarza ardiente del amor, acabaría mis días dedicado al silencio: un monje jerónimo en el monasterio segoviano de Santa María del Parral. Que carezco del énfasis y la convicción de un Szukalski y su arte barbárico («Meto a Rodin en un bolsillo y a Miguel Ángel en el otro, y camino hacia el sol»). Que un escritor corre peligro de malograrse si -por su infortunio, su timidez, su entorpecimiento, su desinterés, su disidencia o su soledad radical- pasa desapercibido. Que profeso la pasión por el atajo; es decir, por la brevedad. Y una culpable afición a sabotearme a mí mismo, sin la infinita capacidad de Kafka para ello. Que añoro sobre todo ese contento puro de los niños cuando nieva. Que me horroriza lo primario a la vez que me tienta. Que este hijo de un tendero -como también lo fue Hitchcock- abomina del suspense en la existencia, ese doloroso desconocer si a otro instante seguirá una dicha o una catástrofe. Que, contradictorio, sin ninguna pretensión, en cambio no me resisto de manera absoluta al impulso de dejar alguna huella.>>