He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)
lunes, 27 de octubre de 2025
III Festival Internacional de Ficción Insólita "Quimeras"
Reseña de "Madera de deriva" por Francisco Morales Lomas en Cuadernos del Sur
domingo, 19 de octubre de 2025
Presentación de "Madera de deriva" en la librería Picasso
viernes, 10 de octubre de 2025
Ramón López Pazos sobre "Madera de deriva"
<<Querido Ángel, hoy quiero escribir lo que me ha parecido tu última pieza literaria, ‘Madera de deriva’. Lo primero, recalcar que la he disfrutado como un desharrapado invitado a una pitanza. Como bien indicas en Espuela vana, la verdadera obra de arte no tiene prisas. Cómo se disfrutan tus textos, Ángel, ya sean relatos o, como estas que nutren ‘Madera de deriva’, iridiscencias en prosa. Dotas de tu particular color el hecho narrativo. Tu literatura es un tornasol de emociones. En Besos de fantasmas hablas de “óleos obsesivos” (en tus escritos también se atrincheran las miradas de tus lectores), tu obra alambica “textos obsesivos”; en tu caso, claro está, aplicando a esas emociones un sentido beatífico. Tus lectores somos afortunados, hemos estado allí, en la encrucijada necesaria de tus revelaciones. Hemos asistido al resplandor de lejanos incendios; somos, tus lectores, las inquietas pavesas que chisporrotean sobre el fuego de tu literatura. Somos también, un Glosario de mentes que se alimentan de la savia de tu acervo. Fantasmas peligrosos que amamos tu obra. Da igual donde nos traslades, ya sea al corazón de Chile; al Árbol candelabro, eres tú el que siempre creas un cosmos nuevo a partir de las cenizas del anterior; a La pocilga de la facilidad, donde hozamos escepticismo los escritores; a Las montañas flotantes de Plutón, donde la extrañeza de tus mundos ya nos resulta cercana y querida.
Cuando te leemos, Ángel, gozamos de una eternidad sostenida, igual que tú cuando la coyunda de amor y sexo te unce a Marina, chispa de tu luz.
Me conmovió tu encuentro con Bioy Casares. A buen seguro hay muchos Salieris que te envidian, que miran tu obra con la impotencia de un genio menor. Tus textos son momentos oportunos, ‘Kairós’ solapados a la fantasía íntima conque observas la vida; ahora también, pasada la edad terciada, contradiciendo al vizconde de Chateaubriand. Igual de conmovedor ha resultado leer tu quimérica propuesta, Otra modesta proposición, donde nos sitúas frente al espejo, a la humanidad en su todo indivisible, y brindas al sol reclamando fraternidad. Nos pides que jamás vuelva a ser necesario el consuelo entre compañeros de viaje a la tumba. Pides que se plisen bien las telas del alma. Nos invitas a caminar sobre el mar de Tethys. Y la hilatura de tus palabras se vuelve también un mar que exuda misterio, un mar de letras que nos arrulla con resacas de melancolía. Eres, mi querido Ángel, un Hápax sin registro en lengua alguna, una voz que no ha encontrado léxico, una jerga usada en geografías extintas. Tu prosa es una isla de bienaventurados, un texto tuyo serpea sobre mi mente como gota de rocío por el borde de una hoja. Eres capaz de enterrar al lector en una nube, nos muestras el encanto de morir y grabas epitafios sobre muertos ilustres que resucitan en tu prosa. Como resucitas a Cela en un sueño, Alcancía. En ella depositas el lenguaje del de Iria Flavia y lo triscas con el tuyo, porque tuyo es, a pesar del enredo que sueñas y soñamos contigo.
No necesitas tomar ningún bálsamo de Fierabrás, tu talento es el propio bálsamo que alivia las dolencias del alma. Talento creativo que genera Tulpas, entes narrativos que trascienden la imaginación, donde nos ofreces la posibilidad de guardar la memoria sumida en el tiempo escenas tangibles, los hechos tal como fueron. Conservar todos los momentos es todas las épocas del mundo. Alquimia del olvido. Emotiva la semblanza que trazas de tu admirado Julio Ramón Ribeyro, ese reconocimiento fraternal en el que me parece veros a los dos exhalando humaredas de letras mientras consumís cigarrillos de nicotina y prosa. Escritores entecos de vigorosa pluma, reyes del humanismo, cuya majestad trasciende incluso cuando tomáis los hábitos del escritor pordiosero. Y después del encomio, llega el asombro de tus Gavetas de miniaturas. Miniaturas literarias que conviertes en joyas, luego de desbastar las palabras que sobran en el pliego imaginario que contienen las fábulas. De un insecto horrible alumbras formidables dinosaurios.
Tras el asombro guardado en gavetas, se te ocurre desnudarte en Los fuegos fatuos. Te despojas de tu recia timidez y exhibes las partes pudendas del hijo del tendero, tus miedos e incertidumbres. Tu pudor se torna temerario y nos hablas de ti. Abres tu interior y sacas tus pensamientos al retortero, como prendas de una colada que precisa ser lavada y puesta a orear. Confiesas intimidades; entre otras, que aspiras a no ver nunca las cosas como son. Esto, convencido estoy, no sucederá.
Descargas una andanada de improperios contra los Odiadores del silencio. Seres infames a los que, en su justa medida, pones en solfa. Como bien apuntas, esas bestias aulladoras atentan contra el petirrojo del silencio que solía proporcionar la mayor felicidad. Y otras tantas criaturas que habitan en el Tántalo, fauna que sufre el castigo de su soberbia. También recurres al uso epistolar en Carta a Marie De Vichy-Chamrond. Correspondencia con el reverbero de tu obra en sus líneas, tus otras creaciones asomando al texto presente como sello epistolario. En tales líneas aduces que el gusto nunca cansa, como la buena compañía. Qué mejor compañía que la de uno de tus libros.
Con la elegancia que adorna tu voz narrativa, nos llevas a la guerra infinita en El peso específico de la barbarie; a la pereza creativa en La lentitud del meteoro, pieza metaliteraria donde defiendes la creación como la más extrema de las experiencias humanas (desdoblamiento que satisface el hambre de irrealidad). Igual que nos sientas a la mesa del Silencio en Celebración. Una filigrana de lirismo en la que tomas asiento junto a la sombra, la placidez, los deseos, la plenitud o el Tiempo, al que tu particular mirada ve como un armadillo de escamas flexibles que representan, cada una, las edades del mundo.
Como colofón, te despides con un infortunado personaje, Suertesquiva. Un ser cuya mala suerte le volvió fatalista. Suertesquiva considera que lo mejor es apartarse del resto de los hombres porque juzgan que, quien es desdichado, es culpable de su desdicha. Sabía que toda existencia contemplada de cerca es un drama y un sainete vista de lejos. Pero tu libro, apreciado Ángel Olgoso, lo cierras con otra de tus perlas, Dóciles huestes, donde concibes un estragante pensamiento: que en realidad es nuestra sombra la que nos proyecta a nosotros. Nos piensas, al fin, con una levadura de melancolía en la mirada. Esa misma melancolía que se agazapa en un rincón del alma cuando cerramos la tapa de tus libros. Aunque, bien es verdad, tu obra no tiene lápida, porque está escrita a tumba abierta, sin miedo ya a morir ni a que la maten. Tu obra te resuelve eterno, querido Ángel, tu prosa tiene ecos de infinitud>>.
(Ramón López Pazos)
miércoles, 8 de octubre de 2025
"Madera de deriva" por Miguel Sanfeliu
sábado, 4 de octubre de 2025
Reseña de "Breviario negro" por Alejandro Molina
miércoles, 1 de octubre de 2025
Reseña de "Madera de deriva" por Alejandro Molina, en Todoliteratura.
lunes, 15 de septiembre de 2025
Reseña de "Algunos días felices", de Juan Hódar
jueves, 11 de septiembre de 2025
Reseña de "Estigia", por Marina Tapia, en Masticadores
miércoles, 10 de septiembre de 2025
Reseña de "Y tú durante", de Alejandro Molina, en Suburbano
Hay una línea directa que va desde Faulkner a Benet, pasando por Carson McCullers, Rulfo, Onetti, Martín Santos, Cormac McCarthy, Nic Pizzolatto, David Vann o Chuck Palahniuk, hasta Alejandro Molina (Granada, 1984): la inclusión de múltiples narradores o puntos de vista, los saltos en el tiempo en la narración, el flujo de conciencia, la tensión del fraseo, los recursos retóricos más propios de la poesía que de la prosa en las descripciones, el poder para descifrar ciertos rasgos de la conducta humana que, al estar tan cercanos a nosotros, no vemos con la suficiente claridad. Como sabemos, las obras de Faulkner y de Benet no explican la vida, tratan de reflejarla en su desordenado amasijo. Según María Elena Bravo, al leerlos “no actuamos como testigos de otras vivencias, sino que la novela, subrogado de la vida y vida misma, nos hace conocer mejor el enigma de nuestra naturaleza, nos enfrenta con el problema de la lengua, de la memoria, de las creencias y del conocimiento por vía artística”. Hay naturalmente cuantiosas diferencias, y la esencia malvada del ser humano no cruje tanto en la última y formidable obra de Alejandro, Y tú durante (Oblicuas Ediciones), como ocurría en el escritor sureño -no sólo por lo distinto de la premisa y de la geografía, sino porque más que el resultado de una influencia cardinal se trata quizá de una deconstrucción consciente, posmoderna, de Faulkner-, pero ambos nos arrojan con sus asombrosas aptitudes al caos que es el tiempo. Y la vivaz porosidad que los diálogos sin guiones prestan a la narración juega a favor del granadino.
A Magda, una joven ensayista amiga de la familia, el célebre poeta Anselmo Espadas le ha encargado abordar una biografía suya que no sea al uso. Pero los incoherentes y deslavazados circunloquios de este la obligan a recurrir a un investigador privado, Melquiades Castillo. Sin embargo, el pasado del detective al parecer corre paralelo al de Valeria, la mujer del poeta: la biografía y las existencias de los implicados y de sus secretos tejen entonces un enmarañado tapiz anímico y afectivo.
Y tú durante es una novela mayúscula, un fértil territorio que manifiesta la evolución constante de Alejandro Molina desde los libros de relatos Mañana no habrá ayer, El glaciar, Luces prestadas y las novelas Defunctos Ploro y Elección y sacrificio. Hay ahora, si cabe, una mayor complejidad estilística y conceptual (“nada escapa a los ojos de un poeta”). La obra es medidamente torrencial, sinuosa y llena de entresijos, de consideraciones sofisticadas y sugestivas (la novela está llena de frases que invitan a subrayar, “En poesía, las palabras son fósiles y el poeta un arqueólogo que interpreta una civilización perdida”, “a veces la vida pone al arte en su lugar”, “el mundo es bello, pero tiene un defecto llamado hombre”, “sólo a través de la tristeza podemos acercarnos a lo que con tanta claridad ven los animales a través de su pureza”, “el ser humano sustituye la vastedad del mundo y la infinitud de la existencia por una jaula bajo una carpa”, etc.). Los detalles y las escenas se dilatan y se expanden orgánicamente. La dicción está soldada de manera impecable con la idea (la oralidad perfectamente remachada de Silvio). Hay diferentes niveles del lenguaje, que cristaliza en cogitaciones e introspecciones profundas. A veces el autor despliega un costumbrismo refinado, un naturalismo enriquecido con referencias culturales, con tablas periódicas de enumeraciones, con sutiles pinceladas poéticas que motean exquisitamente la página (“el atardecer tenía los colores de la canela y la piel de los leones, el oro viejo y el óxido y la arena del desierto”), todo ello alternado con fugas de la memoria y con sus siempre agilísimos diálogos. Con frecuencia parece estar leyendo uno a Faulkner. O se encuentra de pronto con esas excelsas frases que podría haber escrito Benet, “flirteando con las trazas hedentinas de agua sucia”, “decantando la savia que alimenta el revestimiento y la apariencia de lo que llamamos experiencia”, “anhelando destellos de genialidad, vibrantes escenas de adolescencia, pasadizos, vericuetos, laberintos y ordalías de los que salir airoso”.
Para los personajes de Alejandro Molina, no se puede estar solo, el amor no es más que una dioptría y la memoria una prisión: “Anselmo envidia lo que llama la capacidad más hermosa de entre todas las que algunos animales nos pueden brindar, la de recordar algo durante apenas veintisiete segundos”. Este libro, que “es un espejo en el que una vez Anselmo se miró”, arrastra al lector “por cálidas mareas y frenéticas corrientes”, y muestra al ser humano como esa libélula -con su “majestuoso y brillante abdomen lapislázuli, el delicado mosaico que formaban las venas y las celdillas de sus alas, perpendiculares a su alargado y fino cuerpo”- que abre y cierra la novela, yaciendo inerme en la acera frente a la que avanza el estruendo de una máquina barredora, con sus implacables cepillos, que son para nosotros -tan vulnerables como ella- el paso del tiempo, el dolor, el sinsentido de la vida o la crueldad de nuestros semejantes.
Y tú durante emerge como una obra mucho más sensorial que las anteriores (esos olores y enumeraciones de las páginas 25 y 26), esas “fragancias de cosméticos antediluvianos como el yeso y la harina de habas, los cominos y los posos del vino y el azúcar de saturno y el sudor purificado del carnero y el estiércol de cocodrilo” (¡glorioso!). Está también la ‘pasmosa belleza’ de sus poéticas descripciones del planeta y del cosmos. Y los recuerdos como animales bien vivos, aunque haya muchos animales muertos, sobre todo insectos. Y las vidas de los personajes parecen inmersas en “una corriente oceánica”, se cruzan como “colisionan las galaxias” o confluyen como engranajes: “Padecemos una ceguera de la que sólo somos conscientes cuando personas como Anselmo alumbran las tinieblas en las que sin saberlo nos movemos, con esa linterna que son sus versos”. Qué gran idea esa de suicidarse cortándose el cuello con el canto de una hoja de un relato de la Lispector; o la invocación del espíritu de Bécquer en un molino en ruinas; o la evidencia de que hay hombres que son más árbol que persona, más río que individuo, que no esperan réplicas sino comprensión muda. Qué buenos títulos los de los poemarios de Anselmo (Las lágrimas del astronauta, Opus Caementicium, Osamentas o Mientras se sostenga el aire). Hubiera estado bien alguno de ellos en lugar del de un tanto melifluo Y tú durante. U otro más rotundo, más salvaje, lleno de palmeras, santuarios, agonías, ruido y furia, un título digno de esta proeza narrativa que delata el mucho conocimiento del ser humano que tiene Alejandro a pesar de su juventud, cuyo natural talento literario da aquí un salto cualitativo y cuantitativo.
Con su obra, Alejandro Molina revela una vez más que la mejor forma de la espada -además del pensamiento, la ironía y la imaginación- es la palabra. Por no hablar de que él sabe que “de dónde venimos es mero testamento; adonde llegamos es lo que somos”.


























