He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)

sábado, 2 de agosto de 2025

Entrevista sobre "Madera de deriva" en Todoliteratura.es

Comparto esta entrevista en Todoliteratura.es acerca de "Madera de deriva" (Libros del Innombrable), donde explico en profundidad mi última obra, la primera de una nueva etapa creativa tras más de cuarenta años escribiendo relatos.




1.¿Qué es “Madera de deriva”?
Es una obra híbrida, una miscelánea donde conviven la crónica de viajes, el ensayo literario o el apunte memorialista, una gavilla de especulaciones sociales e históricas, de evocaciones, de entradas de diccionario, de epitafios, de viñetas, de semblanzas, de elementos marginales de la cultura. Es, por tanto, una ‘marginalia’, un ‘collage’ literario. Es un libro donde hay un yo de vibración discreta, una experiencia de pensamiento, una pulsión poética; un volumen para leer poco a poco, desentendiéndose del camino, parándose de vez en cuando a coger alguna flor extraña, a meditar sobre un proyecto inacabado, a oler el aroma de remotos incendios o a escuchar a lo lejos el rugido de alguna fiera. En resumen, es un libro de textos fronterizos lleno de fervor por la literatura. He de aclarar que -a pesar del título- estos escritos no son restos de naufragio sino piezas forjadas con toda premeditación, con la intención de elucubrar libremente y hasta sus últimas consecuencias, con respeto por la inteligencia del lector y por la lengua y sin miedo  al culturalismo.

2.-¿Por qué Libros del Innombrable?
Lo creo el lugar natural para esta obra. Es un placer y un privilegio formar parte de la exquisita heterodoxia de su catálogo editorial, que acoge -entre otros muchos escritores singulares y creadores únicos- gran parte de la producción de Arrabal o de Antonio Fernández Molina. No puedo sino sentir una gratitud infinita hacia el admirable Raúl Herrero por su valentía al seguir apostando tenazmente por la exigencia literaria, con el riesgo que eso supone en momentos tan desalentadores como los actuales. Por cierto, el nombre de la editorial puede interpretarse como una referencia a la función de la poesía de «nombrar lo innombrable».

3.-Tengo entendido que fue escrito en un momento peculiar.
En efecto, este libro fue escrito en una cárcel, o al menos durante un encierro forzoso, el mismo que sufrió toda la humanidad en aquellos extraños meses de 2020. Pero incluso de una pandemia letal pueden extraerse -si se es afortunado- vivencias inefables y deliciosas; para empezar, la de tener la suerte de estar encerrado durante noventa días con una criatura milagrosa como Marina Tapia, que no sólo hacía de contrapeso de una realidad horrorífica, que no sólo era capaz de disolverla con su ternura, sino que lograba acondicionar una atmósfera y un espacio creativos, un terreno fértil donde seguía floreciendo la vida. Marina, las casi mil páginas de los Cuadernos de Cioran y la redacción de este libro, ‘Madera de deriva’, fueron el trípode de aquel insólito tiempo de reclusión, de aquella moderna danza macabra.

4.-Cuál es la conexión entre esta obra y sus numerosos libros de relatos?
“Devoraluces”, mi literalmente último libro de relatos, es la bisagra que separa los setecientos relatos de una primera época de cuarenta años de escritura de ficción, de imaginación, de esta segunda más heterogénea, fragmentaria, malabarista y caleidoscópica. Llegó un momento en que me volví perezoso ante la dura labor de convertir un fulgor que cruza por tu cabeza en una historia perfectamente amueblada, en que me empezó a aburrir el esfuerzo de pico y pala que requiere fabular, en que me apetecía experimentar, combinar géneros colándome en sus intersticios, usando todos los mimbres y formatos posibles, exponer las ideas con menos trabas. Y seguir haciéndolo con la exigencia estética de siempre, con un amor incondicional por el lenguaje y su armónico rumor. Llegó un momento, como digo, en que ansiaba quitarme por fin el corsé, sentirme más libre, borrar la frontera entre realidad y ficción, amalgamar elementos muy diversos que normalmente no deberían estar juntos, abrirme a una hibridación que me iba pareciendo cada vez más sugestiva, explorar esa tensión entre el yo y el mundo exterior, en definitiva, componer volúmenes de difícil clasificación.

5.-¿Qué autores le han contagiado ese gusto por una literatura yuxtapuesta o de naturaleza híbrida?
Existe una genealogía cada vez más nutrida: cuando escribí el libro no había tantos, ahora son legión. Por citar unos pocos ejemplos incontestables, Italo Calvino (“Colección de arena”), Julio Ramón Ribeyro (“Prosas apátridas”), Sergio Pitol (“El arte de la fuga”), Cristóbal Serra (“Péndulo y otros papeles”), Julio Cortázar (“La vuelta al día en ochenta mundos” y “Último round”), Felipe Benítez Reyes (“El intruso honorífico”), Emilio Gavilanes (“Bazar”) o muchas de las obras de Vila-Matas y, sobre todo, de Cees Nooteboom. Pero que la supervivencia de la literatura como arte pase por la hibridación de géneros no es nuevo: ya en 1929 Gómez de la Serna hablaba de la “condición destramada y destrizada de la novela actual”. En los años sesenta Georges Perec sostenía que la literatura se encaminaba hacia un arte de las citas (muy presentes por cierto en “Madera de deriva”, pues soy un entusiasta, un idólatra de la epigrafía). Y Juan Bonilla ha reconocido creer cada vez menos en los géneros, y no hace distingos: “Me gustan las novelas inyectadas de poesía, los poemas que cuentan historias, los ensayos que se atreven a hacer narración”.

6.-¿Cómo combinan vida y literatura en “Madera de deriva”? ¿Son indisociables ya en la literatura actual?
Estamos en un mundo muy heterodoxo donde los géneros literarios -e incluso sexuales- son más mestizos, donde ha cambiado el paradigma, donde hay una fatiga de las formas literarias, un magnetismo hacia lo fragmentario y lo disperso, también un hambre de realidad con la que los lectores buscan quizá saldar la complejidad de los interrogantes que suscita el mundo actual, o simplemente verse reconocidos. Estamos en plena crisis de la imaginación como recurso creativo. Para nuestra sensibilidad de hoy, ya no parece que haya demarcaciones entre lo que uno vive y lo que uno lee, escucha, contempla o piensa: nunca antes de esta era de exhibición desaforada de la intimidad (en la que la ficción y la narrativa pura se consumen en formato audiovisual), nuestra experiencia de vida se había visto tan nutrida por la literatura y la vida de otros. Nora Ephron no lograba “entender que alguien pueda escribir ficción cuando lo que ocurre en la vida real es tan asombroso”. 
Por mi parte, al ser de una independencia un tanto feroz, tímido y falto de ímpetu social, siempre me he mostrado muy pudoroso a la hora de verter mis experiencias en los textos, a la hora de fraguar esas dos dimensiones, la escritura y la vida. Obviamente, entre las coordenadas más informales y personales de “Madera de deriva”, uno ha levantando inevitablemente una especie de autorretrato más o menos directo pero creo que justificado, y siempre con marcado acento literario, con la misma dedicación estilística que en mis relatos. No porque los textos de “Madera de deriva” sean objetos provistos de formas y texturas distintas significa que no tengan un núcleo común, lo tiene: el lenguaje intentando apresar la magia de los libros, el placer de los pensamientos y el misterio de la existencia.

7.-¿Cree en el artificio, lo reivindica incluso en esta nueva etapa?
Juan Benet decía que creía sobre todo en el bicarbonato. Bromas aparte, yo creo que a través del artificio también se puede encontrar la verdad. Como no soy documentalista ni periodista, intento conseguir una intensidad exacerbada que sólo es posible mediante el artificio. No entendido como un mecanismo superficial sino como una forma de capturar la magia, de ir más allá de la representación de las experiencias cotidianas, de comunicar de manera singular lo que hay de profundo y extraño en nuestras vidas. A una obra de arte debe exigírsele la emoción estética, esa sacudida que nos contagie asombro ante el misterio del mundo, y una cierta y estimulante dificultad. Y para ello es preciso el artificio bien entendido, el que nos acerca a la inventiva y originalidad verdaderas y nos aleja de la mercadería pedestre y de la prosa plana y funcional. Como dice Benjamín Labatut, la mente se enciende cuando no entiende.

7.-Entonces ¿se sigue sintiendo con ganas de experimentar literariamente aunque haya abandonado la ficción?
De hecho, esporádicamente y a lo largo de cuatro décadas, ya había experimentado nuevos registros en mis relatos, ya había intentado ensanchar los límites narrativos, ya había sentido la necesidad de contar de manera diferente. Quizá lo que ocurre realmente es que, con la edad, tal vez se va perdiendo el vigor, el poder fundador de la narración, además del de la curiosidad. No obstante, en “Madera de deriva”  aún quedan abundantes ascuas de ambos, en forma de perplejidad intelectual, social o literaria, de teorías extravagantes, de viejos proyectos reformulados, de negativos de relatos posibles o que nunca fueron escritos, de apostillas audaces, de callejones sin salida y también de puntos de vista que conectan insospechadas avenidas nuevas. Ya Baudelaire propugnó que ”no está lejos el tiempo en que toda literatura que rehúse andar fraternalmente entre ciencia y filosofía será una literatura homicida y suicida”. Un relato es como una gota de rocío que puede reflejar todo el paisaje; pero, sin duda, un texto sin género se aviene mejor a una época de incertidumbre como la nuestra, donde parece que la múltiple y dispersa y cuántica realidad es fantástica y la ficción real.

8.-Considera que, variando en este libro el foco de atención, ha podido apreciar la complejidad de lo real mejor que con la ficción?
Creo que la hibridación y la no ficción se van convirtiendo en formas de arte en sí mismas, en campos en que los que encontrar noticias del mundo o descubrir nuevas fórmulas para verlo, incluso rastreando percepciones extravagantes o voces contradictorias; como un bonus para el lector inquieto, como acicates para seguir mostrando curiosidad y mantener las mentes abiertas. “Madera de deriva” es, creo, una despensa prometedora para los que gustan de la literatura que sabe a literatura; es una apuesta por la cultura, por cualidades adormecidas en nuestro presente: la lentitud, el recogimiento, la reflexión arriesgada, la sutileza, la perplejidad metafísica, la crítica social, el amor por las pavesas del pasado y su persistencia y, sobre todo, la fascinación por las palabras. Espero que el lector se solace un poquito con este primer fruto de una nueva época creativa mía sin ataduras, con este golpe de timón literario, con este agregado de materias y de prosas ensayísticas y algo más vivenciales, con este diorama multiforme.






miércoles, 9 de julio de 2025

Entrevista en Aragón Radio

Entrevista en Aragón Radio a propósito de “Madera de deriva” (Libros del Innombrable), en el programa La Torre de Babel, conducido por Ana Segura con su cercanía y perspicacia habituales:


<<Ángel Olgoso es uno de los grandes del cuento en castellano. Publicado en varios idiomas, incluido en más de 60 antologías, una treintena de premios reconocen su labor como escritor a lo largo de los años. Ahora, Ángel cambia de tercio y por primera vez abandona la ficción para hablar de lo que le rodea en una serie de textos que publica con la editorial aragonesa Libros del Innombrable. “Madera de deriva” supone el abandono por parte del autor del género fantástico para adentrarse en un formato en el que el humor, la melancolía y la libertad creativa nos regalan textos magnéticos. Charlamos con Ángel en un programa en el que también presentamos el primer libro de poesía de Belén Gonzalvo.>>

martes, 8 de julio de 2025

"Madera de deriva" por José Antonio Ramírez Lozano

MADERA DE DERIVA.

No es un narrador habitual. Olgoso levanta la alfombra de la realidad y nos muestra su envés. Lo hace con ese tono narrativo culto, preciso y rico en su vocabulario. Arrastra en su deriva astillas críticas, líricas, remotas e irónicas a la vez. Asombra el empaque enciclopédico que va de Borges a Perucho. Un narrador indispensable si queremos que esto que se escribe hoy siga llamándose literatura. Enhorabuena, Ángel. Y gracias por la dedicatoria.

(José Antonio Ramírez Lozano)

lunes, 7 de julio de 2025

Reseña de "Estigia" por Santos Domínguez

Comparto la magnífica reseña que de "Estigia" ha escrito el poeta, catedrático de literatura y crítico literario Santos Domínguez Ramos para su veterano blog En un bosque extranjero:



ESTIGIA, DE ÁNGEL OLGOSO


“Para qué huir de ella. No puedes guardarte ni escapar. Antepone tu persecución a toda otra idea. Más pronto o más tarde, a la menor oportunidad, te atrapará. Con paso poderoso, como una sombra leonada, buscará hasta encontrarte. De nada te sirven la Capa de Invisibilidad y su caperuza cubierta de rocío, las Botas de Siete Leguas con las que corres treinta y dos veces más rápido que el más veloz de los hombres, la Hierba de Glauco que hace saltar las cerraduras de todas las puertas, el Tapete de Rolando que te permite convocar cualquier alimento que desees, la Flor Mágica capaz de colorear y perfumar cada una de tus desdichas. De nada te servirán cuando ella —ávida, arrogante, burlona— cierre los caminos y te cerque con infalible celeridad. Puede que llegue sin aliento —es vieja y seca—, que su jadeo delate lo agotador de la incesante tarea que la ocupa desde siempre, pero no puedes albergar dudas sobre el desenlace”.

Ese espléndido relato de Ángel Olgoso, titulado ‘La derrota’, forma parte de “Estigia”, el tercero de los seis volúmenes temáticos que, editados por Eolas Ediciones, reúnen un conjunto de setecientos relatos que ha venido escribiendo y publicando durante cuarenta y cinco años.

Suena en ese relato el eco de los perros que ladran en el inquietante aforismo de Kafka: “Todavía juegan los perros de caza en el patio, pero las piezas no se les escaparán por mucho que corran ahora por el bosque.”

Un aforismo kafkiano que es una alegoría de la muerte, el tema que recorre buena parte de la excepcional obra narrativa de Ángel Olgoso y que sirve para vertebrar este tercer volumen a través de un centenar de relatos en los que, entre Caronte y Virgilio, nos guía por la siniestra laguna que Patinir vio como nadie.

Relatos que abordan el tema de la muerte a través de muy diversos personajes y situaciones, desde muy distintas perspectivas y lo tratan literariamente con muy variados enfoques narrativos y registros estilísticos: entre lo físico y lo metafísico, entre el terror y la broma, entre lo satírico y lo simbólico, entre la ironía y el mito, entre el humor y la sorpresa.

Porque, como señala Ana María Shua en el prólogo que abre el volumen, “Olgoso nos hacer viajar en el tiempo, en el espacio, nos sumerge en la angustia de la transmigración, pero además nos pasea por las personas gramaticales. Todos los trucos son válidos si se trata de provocar el desasosiego del lector, juega con las posibilidades como un mago insondable al que siempre le queda un ardid más, listo para asombrar. Olgoso no pretende encontrarle una definición única a la muerte. Porque en realidad no estamos hablando de la muerte sino de la vida y de la literatura, una de las mejores maneras de burlar a la muerte, de distraernos y olvidarnos por un breve lapso de nuestro destino.”

Como he escrito cada vez que he reseñado un libro suyo, Ángel Olgoso es un maestro en la difícil tarea de equilibrar fondo y forma, de fundir tensión narrativa y altura estilística, imaginación y experiencia, vida y literatura; un autor dotado de una inusual capacidad para contar esas historias de frontera entre la realidad y el sueño con densidad y exigencia verbal sin caer nunca en los peligros de la prosa poética, porque en sus relatos la prosa se pone al servicio de la construcción narrativa y se orienta a crear en el lector estados de ánimo que le permitan entrar en los universos literarios que propone sus deslumbrantes relatos.

Estos dos textos son no sólo un reflejo de la variedad de tonos con que Ángel Olgoso aborda el tema de la muerte que vertebra el contenido del libro. Son también una muestra representativa de la magnífica prosa con que elabora sus admirable obra narrativa:


EL ESPEJO

“El barbero tijereteaba sin descanso. El barbero afilaba una y otra vez la navaja en el asentador. Clientes de toda laya acudían al local, abarrotándolo. El barbero manejaba las tijeras, el peine y la navaja con velocísimos movimientos tentaculares. Ser barbero precisa de unas cualidades extremas, formidables, exige la briosa celeridad del esquilador y el tacto sutil del pianista. Sin transición, el barbero despojaba a la nutrida clientela de sus largos mechones, de sus desparejas pelambres, señalizaba lindes en el blanco cuero cabelludo, se internaba en sus orejas y en sus fosas nasales, sonreía, pronunciaba las palabras justas, apreciaciones que sabía no serían respondidas, mientras los clientes miraban sin mirar el progreso de su corte en el espejo, coronillas, nucas, barbas cerradas, sotabarbas, patillas de distinta magnitud, luchanas, cabellos que planeaban incesantemente en el aire antes de caer formando ingrávidas montañas: el barbero nunca imaginó que el pelo de los cadáveres pudiera crecer con tanta rapidez bajo tierra”.


DESIGNACIONES

“Levantó una casa y a ese hecho lo llamó hogar. Se rodeó de prójimos y lo llamó familia. Tejió su tiempo con ausencias y lo llamó trabajo. Llenó su cabeza de proyectos incumplidos y lo llamó costumbre. Bebió el jugo negro de la envidia y lo llamó injusticia. Se sacudió sin miramientos a sus compañeros y lo llamó oportunidad. Mantuvo en suspenso sus afectos y lo llamó dedicación profesional. Se encastilló en los celos y lo llamó amor devoto. Sucumbió a las embestidas del resentimiento y lo llamó escrúpulos. Erigió murallas ante sus hijos y lo llamó defensa propia. Emborronó de vejaciones a su mujer y lo llamó desagravio. Consumió su vida como se calcina un monte y lo llamó dispendio. Se vistió con las galas de la locura y lo llamó soltar amarras. Descargó todos los cartuchos sobre los suyos y lo llamó la mejor de las salidas. Mojó sus dedos en aquella sangre y lo llamó condecoración. Precintó herméticamente el garaje y lo llamó penitencia. Se encerró en el coche encendido y lo llamó ataúd”.

domingo, 29 de junio de 2025

Reseña en CaoCultura de "Juan Benet y el aliento del espíritu sobre las aguas"

Mi artículo sobre la amistad entre el desafiante Juan Benet y Eduardo Chamorro, y su libro memorable y reincidente. En CaoCultura:




<<‘Juan Benet y el aliento del espíritu sobre las aguas’. Debo haber leído ya este libro unas tres veces. Algo intrigante, gozoso, hipnótico me vuelve a llamar cada cierto tiempo para que retome de nuevo sus páginas; ignoro si el cebo reside en el memorable protagonista, en el estilo, la estructura, la voz del narrador o en la amalgama de todos esos elementos. Quizá se deba a que no es sólo un riquísimo sumatorio de los veinticinco años de amistad entre Eduardo Chamorro y Juan Benet. No es tampoco una biografía ni un trabajo crítico sobre la obra de este último, sino una evocación que mezcla -en una deslumbrante coctelera- el retrato jovial y paradójico de esa figura excepcional de mente y lengua afiladas, el relato del ambiente literario de Madrid entre los años setenta y ochenta con reflexiones de altura sobre la poética benetiana. Un auténtico alarde.

Aquí comparece el Juan Benet más ocurrente que impertinente, el escritor anglófilo que germinó a la sombra de Faulkner, con su cuerpo filiforme, su flequillo cano e inminente, sus maneras expeditivas, su recepción minoritaria (al menos hasta quedar finalista de un pactado premio Planeta tras demostrarse, como un reto personal, que era capaz de escribir un libro ‘normal’, algo que hizo en un mes). También sus pasiones: el whisky, la música de Schubert, Brahms y Wagner, las estrategias militares, la subversión cómica pero solemne, la cartografía. El espectáculo de su inteligencia, que podía virar de lo acre a lo divertido e hilarante y de lo absurdo a lo afectuoso, dependiendo del contertulio; su singularidad, que convirtió a este seductor nato capaz de desconcertantes opiniones e impertinencias, en una suerte de mandarín generacional, suscitó y suscita aún la adhesión o el rechazo, pero nunca la indiferencia.

Estamos ante un libro a la vez exigente y divertido, al mismo tiempo agilísimo y con algunos parlamentos cuyo espesor arrancaría sollozos al lector más bragado. El discurso de Chamorro es, como el del propio Benet, frondoso, mercurial, de estímulo inagotable, pulverizador de las convenciones narrativas (“somos criaturas sinedócquicas”). En sus nutritivas páginas comparecen conversaciones desopilantes, amigos fieles (Vicente Molina Foix, Antonio Martínez Sarrión, Javier Marías, Juan García Hortelano, Félix de Azúa, Jaime Salinas, Francisco Regueiro, Javier Pradera, Rosa Montero, etc.), un viaje a Estambul con Benet y Rosa Regàs vivísimamente narrado, una imagen despiadada de Álvaro Pombo, el pub Dickens y el Oliver, charadas y funciones teatrales caseras, actitudes y propuestas casi patafísicas (la ley del doble frenesí, el arte de pedir el té a distancia, modos de comer bombillas), el forcejeo entre el Tiempo y el Caos, entre el conocimiento y el misterio, entre la ciencia y el mito, disquisiciones acerca del artificio, del disfraz, del miedo o de la muerte. Resulta evidente que aquellas reuniones y fiestas en la casa de Benet de la calle Pisuerga, “un lugar de complicidad en el disparate”, redimían toda la grisura y la caspa de aquellos años. “Allí no había jerarquía ni respeto ni promoción (…) No nos gustaba discutir. Lo que nos gustaba era charlar de lo que fuera, siempre y cuando permitiera el adorno de la displicencia”. Y, por encima y por debajo de todo, la mordacidad de un Benet que no condescendía con los necios ni con las vacas sagradas (Galdós, Joyce, Dostoievski, el realismo y el costumbrismo). Cáustico incluso consigo mismo: “Soy un ingeniero responsable y un escritor irresponsable”.

Pese a todo, Eduardo Chamorro se permite hacer profundas calas en la diversa obra benetiana (novelas, cuentos, ensayos, teatro), en esa gran ficción metafísica de su amigo, aparentemente oscura o turbia -como él quiso-, “todo un intento de descifrar lo intangible a cuenta de lo tangible”, en la presencia y el poder evocador de la desolación. Es de admirar, en los escritos de Benet, la soberana ambición literaria, el logro de la indeterminación existencial, del sentimiento de lo enigmático en sus atmósferas, del racionalismo y minuciosidad verbales, del hermetismo de la textura, de la identidad fantasmal de sus personajes. Al recorrer las largas oraciones se siente físicamente la densidad, como si el lector caminara sobre dunas, piedras o escombros.

Lástima que las propiedades de territorio tan peculiar no inviten demasiado a lectores desacostumbrados a lo diferente, a la complejidad, a la persuasión retórica del ‘grand style’, y más habituados a textos cada vez más elementales, por no hablar de la omnipresencia idiotizadora de las pantallas. Lástima que la muerte, con su fijación “propia de gente ineducada e incómoda”, nos despojara tan pronto (a los 65 años por un tumor cerebral) de esa figura tan difícil de encasillar: el creador de Región (aquel mundo propio donde era amo y señor, aquella novela que supuso una ruptura del panorama literario español por su rareza, innovación, vocabulario e incorporación del pensamiento a la narrativa), el ingeniero de caminos, canales y puertos que no logró vivir de la literatura, un desafiante interlocutor, un espíritu libre de estampa británica (automóvil incluido) infrecuente por estos pagos, una inteligencia extraordinaria y una ironía demoledora, uno de los autores capitales del siglo XX español.

Estoy seguro de que, dentro de unos años, volveré a picar el anzuelo y abrir ‘Juan Benet y el aliento del espíritu sobre las aguas’, un libro que no se acaba nunca porque se renueva en cada lectura y, sobre todo, porque proporciona invariablemente el alborozado reencuentro con una irradiación, la que emiten las personas lúcidas, agudas e intensas. Como sin duda le ocurre a la otra cara de la moneda: la más exhaustiva y rigurosa biografía de Benet, ‘El plural es una lata’, escrita con tesón documentalista y agilidad galopante por J. Benito Fernández. En ambas obras (también en Benet. ‘La ambición y el estilo’, de Rafael García Maldonado, un tanto elemental y personalista enfoque de la trayectoria vital e intelectual del autor de textos impenetrables) vive para siempre el Juan Benet poliédrico, provocador, de amplias lecturas y conocimientos enciclopédicos, que prefería hacer “cualquier cosa antes que escribir”, que creía que “la literatura debe arrancar al público de su costumbre”, arrogante, tierno, malicioso, atérmico, “con ese aire de recién duchado que se le ponía cuando estaba animado y contento”>>.

Recital de poesía arábigo-andalusí


Un placer participar en el recital de poesía arábigo-andalusí que organizó el Círculo Literario de La Zubia en los jardines del convento de San Luis el Real. Marina y un servidor perpetramos un dúo poético a lo Pimpinela con versos de Nizar Qabbani, Ibn Zaydūn, Hafsa Bint ar-Rakūniyya, Ibn al-Zaqqāq y Wallāda. Este viernes a las ocho de la tarde.
Fue un delicioso viaje en el tiempo a través de la poesía y la música bajo el Laurel de la Reina, una apuesta por la sensibilidad intemporal y sin fronteras.
Presentación: Juan Carlos Rodríguez Torres. Introducción: Marina Tapia. Lecturas: Rosa Gamero, Varo Huertas, Rosa Morillas, Juan Carlos Rodríguez Torres, Lubna Sallakh, Rita Kakish, Paqui Sánchez, Marina Tapia y Ángel Olgoso. Actuación musical: Nahed Satli y Aladin Abbas.















sábado, 21 de junio de 2025

Reseña de "Madera de deriva" por Carlos Manzano

Reseña de "Madera de deriva" (Libros del Innombrable) por Carlos Manzano:




<<Aunque tengo mala memoria, de mi viaje a la India recuerdo especialmente la primera vez puse los pies en Jaisalmer. En pocos sitios me he sentido tan abducido por la belleza de todo lo que me rodeaba como allí. Jaisalmer es especialmente famosa por la impresionante factura de sus edificios, por las deslumbrantes filigranas que decoran fachadas y ventanas, por la extraordinaria ejecución de sus frisos, es decir, por la desbordante perfección estética de los havelis y los palacios que dan forma a su estructura urbana. Cada uno de sus miles, tal vez millones de detalles son el resultado de un trabajo de orfebre, de la aplicación de un estilete minuciosamente afilado que con exacta precisión estilística lleva la arquitectura popular hasta el límite de las posibilidades humanas. Y era todo eso en su conjunto, sin la menor duda, lo que contribuía a generar al mismo tiempo una atmósfera irreal, fantástica, maravillosa, sublime e imperecedera, capaz de transportarme a otro mundo y a otras épocas, y que convertía la mirada humana (mi mirada, al menos) en algo inequívocamente sensorial, hermoso, profundo y pleno de significado.

Viene esto a cuento porque, salvando las obvias diferencias de todo tipo (espacio, tiempo, lugar…), cuando ha caído en mis manos el libro “Madera de deriva”, de Ángel Olgoso, que acaba de publicar la editorial Libros del Innombrable, me ha venido a la cabeza ese recuerdo, ese instante de absoluto deslumbramiento que viví en Jaisalmer. Y no es casualidad, porque la prosa de Olgoso tiene mucho de hipnótica, de seductora, tanto como las deslumbrantes filigranas rajasthaníes, como si en el fondo se tratara de una invitación a sumergirnos en un peculiar universo sensorial donde la única dosis de realidad que vamos a obtener reside en la palabra, en la deriva semántica de cada frase. Olgoso maneja como nadie (como nadie que yo haya leído hasta ahora, matizo) el idioma, sabe apurar sus posibilidades hasta conferirle un lustro comparable a las piezas de los más reputados orfebres orientales. Y esa búsqueda de la palabra exacta, insustituible, necesaria (porque utilizar un sinónimo rompería ese hechizo imposible de definir para mí) es lo que convierte sus relatos en auténticas joyas de artesanía lingüística.

Pero las obras de Ángel Olgoso no solo se quedan en su exquisita construcción formal (que no es poco). Hay también una búsqueda constante de ese misterio permanente que trasciende lo vivido, la suma de los saberes ya conocidos, que bucea sin oxígeno en las entrañas de lo ignoto y nos invita a trascender los límites materiales que condicionan nuestras capacidades sensoriales. Y hay también reflexión, cuestionamiento, duda, todo ello alentado por una mirada abierta que no se conforma con observar, sino que reconstruye, reelabora lo observado, lo moldea de nuevo y a continuación lo resitúa dentro de nuestro ordenamiento lógico del mundo. Cada relato de Olgoso es un viaje a un territorio sin fronteras que probablemente no llegaremos a conocer jamás, pero cuya mera proximidad basta para excitar nuestro apetito de sueños perpetuos e imágenes inaprensibles.

Hace bastantes años, en una entrevista para El Periódico de Aragón, como última pregunta me invitaron a dar un nombre, cualquier nombre, el que fuera, sin necesidad de explicar el porqué. Yo acababa de leer un libro de Ángel Olgoso (no recuerdo cuál, “Los demonios del lugar” probablemente, o “La máquina de languidecer”, hay tantos…), y todavía andaba saboreando la exquisita grandiosidad de sus textos, de modo que no dudé. Hoy, casi 15 años después, si me hicieran la misma pregunta, la respuesta tendría que ser necesariamente la misma: Ángel Olgoso. El motivo podría ser, aunque no se me exija justificación, este libro: “Madera de deriva”. Bueno, este y todos los que lo han precedido>>.

sábado, 14 de junio de 2025

Artículo de Pedros Crenes Castro

Comparto este sugestivo artículo del escritor panameño Pedro Crenes Castro, donde nos hermana al norteamericano William Kennedy, al venezolano Juan Carlos Chirinos y a un servidor, celta nazarí, en torno a la luz y la oscuridad, los epígrafes y las congojas, el asidero de la ficción y la experiencia intransferible de la lectura.



¿Cómo sobrevivimos a nuestros venenos internos?
Jun 13, 2025 
Reseña por: Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural: Literatura Panameña


Convivimos con las sombras. Hace tiempo, releyendo los microrrelatos de “La máquina de languidecer” de Ángel Olgoso, encontré una chispa en la oscuridad circundante: “La herida ofendía a la vista y me asombraba pensar cómo sobrevivimos a nuestros venenos internos”. La cita me sobrecogió. La firma «un tal» William Kennedy, premio Pulitzer en 1984. ¿Cómo sobrevivimos?, comencé a preguntarme el transcurso de mi relectura, de mi búsqueda.

Estas semanas llego al convencimiento de que leer es mantener la luz encendida en el alma cuando la oscuridad nos inquieta más de la cuenta. Mi papá me decía de chico que la oscuridad es solo que no hay luz, y que las cosas permanecen iguales, que no hay que temer nada, pero no, contradigo a mi viejo y su sencillez de antaño: cuando no hay luz está la oscuridad, esa señora que se mueve despacio al rededor de las cosas, que nos roza con sus dedos de inquietud. Y el adulto que somos enciende una lucecita para que le acompañe, para que espante a la señora del traje negro.

Kennedy, entonces, enciende una luz. Ángel Olgoso me encendió lucecitas por el alma para espantar las sombras. La lectura, esa luz en la que nos empeñamos unos cuantos, no debe apagarse nunca. Es tragicómico comprobar cómo Marx está siendo «tragiversado»: se cierran libros y se encienden televisores y demás artilugios de entretenimiento, que no es más que una forma tecnológica de encender la oscuridad.

Cuando se acumulan las congojas, cuando miras por todas partes en busca de una salida, —ni siquiera una solución—, llega la lectura para espantar a los cuervos. Entonces te das cuenta de que Juan Carlos Chirinos y sus cuentos de “La manzana de Nietzsche” muestran senderos por los que escaparse unas horas al sol de la ficción, que es tan verdad que no nos creemos que somos los protagonistas de esas historias. Y un soplo de aire olor manzana te empuja para que salgas del letargo. Y te ríes.

Leer es un empeño absurdo. Pienso en Sísifo. O en la mujer del «justo» Job, que le anima a dejar de mantener su fe paciente e inquebrantable y morirse. Pero no, Job no cede aunque no le faltaran razones para hacerlo. El lector empedernido siempre es Sísifo, nunca maldice las letras para morirse luego: no ceja, se rodea de personajes de papel y tinta, se narra y se lee, lee a los otros ampliando su radio de empatía.

Y luego están los escritores. Los hay que entretienen, que encienden por miles de ejemplares soles oscuros que empozan el entendimiento y el criterio. El soberano público vive junto a estas obras un sueño del criterio que termina en pesadilla, en paisajes con citas de gurús tenidos por la masa por «grandes escritores». Será la envidia, me dicen…

Leer es un camino de vuelta. Es, muchas veces, un amanecer. Parece simple, pero cuando experimentas en el alma la certeza de las letras tienes que rendirte a la evidencia: leer es uno de los hechos más importantes que le puede ocurrir a alguien. Y encontrarte con otro ser humano al otro lado del libro, es una experiencia personal que transforma.

La letra menuda de Olgoso, su epígrafe, me abrió un claro en los nubarrones y me descubrió a un novelista. Hasta me ha dado caminos para resolver mi propia ficción. Sobrevivimos a nuestros venenos internos leyendo; la ficción mantiene a raya la máquina de languidecer; activa los resortes de la vida y le aporta asideros para nos resbalarnos hacia la oscuridad.

https://lawebdelasalud.com/como-sobrevivimos-a-nuestros-venenos-internos/

viernes, 13 de junio de 2025

Entrevista sobre "Estigia" en Sexto Continente, de Radio Exterior de España

Mil gracias a Miguel Ángel de Rus por esta entrevista en el programa Sexto Continente, de Radio Exterior de España, a propósito de “Estigia” (Eolas). Tan dinámica como todas las suyas.




<<Miguel Ángel de Rus habla con Ángel Olgoso sobre su libro de relatos “Estigia”. Creemos estar vivos, no teníamos intención de viajar en la barca de Caronte, rumbo al Hades, pero vida y muerte están estrechamente unidos. Este libro no es un tranquilo paseo por la laguna Estigia cabía la nada. Olgoso no escamotea ningún recurso para perturbar al lector; nos hace viajar en el tiempo, en el espacio, nos sumerge en la angustia de la transmigración, provoca el desasosiego del lector. ¿Cuáles son los demonios que Olgoso convoca para atormentarnos dulcemente mientras leemos y nadamos, con la cabeza apenas sobresaliendo de las negras aguas? En Eolas>>.

lunes, 9 de junio de 2025

"Madera de deriva"

Por fin, tras cinco años de ‘impasse’, publico obra con nuevos textos, “Madera de deriva”, el primer libro de la nueva época. Gracias a Raúl Herrero y a su exquisitamente heterodoxa editorial Libros del Innombrable, y tras más de cuarenta años escribiendo relatos de ficción, ve la luz este prisma de universos verbales fronterizos, esta miscelánea de formatos equívocos y órbitas excéntricas. La portada de “Madera de deriva” es un ‘collage’ propio coloreado por Marina Tapia. Podéis encontrar esta absoluta novedad en vuestra librería o en la web de la editorial:
https://www.librosdelinnombrable.com/.../madera-de-deriva/



domingo, 1 de junio de 2025

Del prólogo de Ana María Shua a "Estigia"

Del prólogo de Ana María Shua para “Estigia” (Eolas):

<<Cuánto más tranquilos estaríamos si solo se tratara de cruzar el Estigia. Solo que nada es tan simple cuando nuestro Virgilio se llama Ángel Olgoso. No en vano nuestro guía es autor de libros de relatos tan hermosos y perturbadores como “Los demonios del lugar”, “Las frutas de la luna” o “Breviario negro”, con esa prosa de maravillas que fascina; y de un libro bellísimo, “La máquina de languidecer” (los mejores microrrelatos que he leído en España). No en vano la categoría de ‘fantástico’ es insuficiente para definir sus cuentos antirrealistas.

Nuestro guía no escamotea ningún recurso para sorprender y perturbar al viajero, y maneja con maestría registros muy diversos. En él conviven estilos aparentemente opuestos. Elige una prosa barroca, compuesta por oraciones complejas y palabras poco frecuentes (pero maravillosamente sonoras), una prosa que se apresta a deslumbrarnos. Pero cuando es necesario, también puede sorprender al lector con un estilo mucho más simple, limpio y filoso como un cuchillo.

Olgoso nos hacer viajar en el tiempo, en el espacio, nos sumerge en la angustia de la transmigración, pero además nos pasea por las personas gramaticales. Todos los trucos son válidos si se trata de provocar el desasosiego del lector, juega con las posibilidades como un mago insondable al que siempre le queda un ardid más, listo para asombrar.

Olgoso no pretende encontrarle una definición única a la muerte. Porque en realidad no estamos hablando de la muerte sino de la vida y de la literatura, una de las mejores maneras de burlar a la muerte, de distraernos y olvidarnos por un breve lapso de nuestro destino>>.




martes, 27 de mayo de 2025

Una delicia el nuevo libro de José Luis Gärt, “La dama de Amberes” (Entorno Gráfico Ediciones), y no sólo para melómanos. Comparto el prólogo que tuve el privilegio de escribirle:



<<Monterroso pensaba que la buena narrativa tiende por lo general a la sátira, que en el fondo de todo buen novelista o cuentista hay alguien con un látigo. Es la misma idea de Gorki de que el escritor debe estar siempre contra la sociedad. La obra de José Luis Gärt -autor de novelas, de relatos, de heterofactos y de obras de teatro estrenadas o publicadas- es también la de un hombre en desacuerdo absoluto con su época, y sus textos suelen derivar casi siempre en reflexiones que trascienden el marco argumental, en formatos que transgreden las convenciones académicas. Sin embargo, ”La Dama de Amberes” posee la engañosa apariencia de una novelita histórica, el narcótico encanto del folletín bien temperado. Pero la conmovedora historia de amor entre Andreas y Eunice, de su lucha contra el demonio del opio y contra la crueldad del prójimo, va más allá de la vida y viajes del pelirrojo suizo Andreas Vogel; del milagroso talento musical de aquel joven pastor que abandonó las montañas -donde sólo había improvisado cancioncillas en una flauta- en busca de la instrucción del maestro veneciano Girolamo Kapsberger; que nunca conocería los secretos del pentagrama pero era capaz de improvisar composiciones de un encanto magnético sin igual, de arrancar a la tiorba con funda de pieles de conejo que le fabricara el luthier Zacarías Gaillard, gitano errante, arpegios inconcebibles, melodías que detenían el tiempo y la respiración, “belleza a raudales, belleza sin palabras, belleza indiscutible y objetiva”. Va más allá del ‘Descensus ad Inferos’ de la jovencísima expósita y mulata Eunice Lemaitre, de cristalina voz.

La música es una experiencia que elude el lenguaje y se resiste a la comunicación. Para Gärt, ”aunque las palabras puedan caber en la música, ésta no puede ser albergada en el interior de las palabras”. No obstante, quizá lo mejor, lo más extraordinario de esta ‘nouvelle’ -aparte de su final descolocador, dinamitador- sean las sensuales descripciones que nuestro autor logra de los efectos de la música en los afortunados oyentes, cómo se apodera de ellos desde el primero al último compás, cómo les sobrecoge, cómo les hace levitar, cómo les deja sin aliento, el estado de abandono en que los suma el contrapunto de ‘aquella cascada de hermosura’, de aquellos requiebros de amor, de aquellas palabras que no existían, de aquello que deja en su alma la última nota, “la nostalgia de los paraísos perdidos”, “un vuelo de ensueños, un turbión de aguas que me arrastraban hacia abismos infinitos, hacia lo más profundo de mi interior. Aquellos sonidos eran puro opio”. Evidentemente, el arte sin una relación con lo invisible, con el misterio, es letra muerta. Y la música, ese arte invisible, inmaterial, que “nace para morir, para evaporarse en el instante”, es un arte efímero y misterioso, como nosotros y nuestra memoria.

Mención aparte merece Pieter Hofmannsthal, el Holandés, ‘deus ex machina’ de esta novela, comerciante naval inmensamente rico y dueño de La Dama de Amberes, “uno de los mejores navíos que surcaban el océano Índico, cuyas bodegas transportaban a Europa el opio más refinado que circulaba en los mejores fumaderos”. Un personaje descreído, incapaz de conmoverse o llorar, sentado en su trono capitoné, alguien que parece hecho de la misma sustancia que el tiempo, capaz sin embargo de valorar el singular portento de Vogel, la excelsitud de aquellas notas sin partitura, de aquella tiorba dotada de magia. La música como moneda de cambio. El oro del arte por el barro del comercio, un lujo inefable por otro mostrenco. Durante una semana, cada noche, a oscuras según las instrucciones del Holandés, exclusivamente para él, el suizo se propondrá arrebatarle los sentidos con una música que sólo está en su cabeza, una música que nadie hasta ahora había escuchado, una música que poseía sabor, una música adictiva capaz de extraer gemas de alegría y tempestades de dolor. “El valor de lo improvisado debe quedar en el instante”.

Apunté antes que José Luis está en desacuerdo absoluto con su época, que abomina de unos tiempos depauperados y resecos como la piel de Eunice tras su paso forzoso por los burdeles, unos tiempos zafios y desangelados que malversan la imaginación y la belleza. Y lo deja bien claro en el sorprendente cambio de punto de vista de un final desatado, un final que revienta a placer la premisa y las costuras de la trama, un final donde la idea se vuelve carne y viceversa, donde se desarraiga literalmente al lector. Así como en el listado final de dedicatorias a lo más fino de la civilización, representantes todos del arte musical en los siglos XX y XXI. Ya lo dijo Tennessee Williams, el artista es el pájaro en la mina.

Resulta curioso -pero no extraño- constatar la coincidencia en las librerías de dos cartas de amor a la música, de dos apasionadas declaraciones por parte de dos melómanos, entrañables e ingeniosos amigos y enormes escritores: una reciente, “La novena” de Miguel Arnas Coronado, y esta ”La Dama de Amberes” de José Luis Gärt. Ambas novelas son ”una suerte de reflexión sobre el misterio de la existencia, la grandeza de la creación o simplemente la espiritualidad en sí misma”.

Suba el lector sin demora a bordo de La Dama de Amberes, navegue sobre el hálito invisible hacia la Arcadia, vibre con las armoniosas notas que destiló aquel prodigio de Vogel (chaconas, madrigales, lamentos, sonatas, tarantelas o motetes), “sobrecogido ante la enorme grandeza de aquella pequeñísima música”, testigo privilegiado y completamente ausente de este mundo, “como si la última nota dejara en el aire una pregunta sin respuesta”>>.



viernes, 23 de mayo de 2025

Entrevista en Todoliteratura.es acerca de "Estigia"

Comparto esta entrevista en todoliteratura.es a propósito de “Estigia”.


-¿Qué es “Estigia”?

Estigia es el tercer volumen temático, de un total de seis, de mis relatos completos. Como los anteriores, ha sido publicado por la editorial leonesa Eolas en su colección Las Puertas de lo Posible. Lleva una portada de Jaime Lechuga Rodríguez del Castillo y un prólogo de la maestra del microrrelato en español, la argentina Ana María Shua. En este libro el lector podrá encontrar una larga serie de mementos mori protagonizados por suicidas, resucitados, fantasmas, vivos dados por muertos, vivos que ignoran que están muertos, muertos tímidos, muertos que se niegan a serlo o que dan testimonio de su estado; asistirá a velatorios y rituales singulares, muertes sorprendentes y miedos cervales, asesinatos bíblicos y cementerios planetarios, reencarnaciones y organizaciones de posteridad, enterramientos erróneos y escenas bélicas extremas; se topará con despojos y reliquias, un barbero de difuntos y un mar de los muertos, el eterno retorno, etc. Aquí están agavilladas, de entre las setecientas que escribí en cuarenta años, todas las ficciones que se acomodaron a ese escenario sombrío, desde lo más metafísico a lo más físico, desde la ironía a la sátira, desde lo macabro a lo mítico y simbólico. “Estigia” es mi personal y modesto Oficio de Tinieblas, que demuestra que la muerte ha sido, sin duda, uno de los temas más recurrentes en mis relatos. Tal vez, en torno a este asunto primordial, estén los mejores logros, o al menos creo que es ahí donde pude esclarecer un poquito más la condición humana, su trascendente fugacidad.

-El gusto por lo sombrío parece haber sido una marca de la casa...

Es cierto, hasta mi último libro de relatos, “Devoraluces”, siempre ha predominado una querencia y un respeto por lo extraño y lo insólito, por la morbosidad del ‘Romanticismo negro’, por la oscuridad luminosa, y el tema de la muerte es el más sombrío de todos, el mayor misterio, el último acto y a la vez el único argumento de la obra. Este es el humus de “Estigia”, el terrible problema de una creación cuya vida se asienta sobre la muerte. Todos los escritores están obsesionados, de una forma u otra, con la Gran Oscuridad, con La que Acecha, seguramente porque es un elemento irracional en un cosmos racional, como decía Gödel. Con el tiempo -y sobre todo a la hora de reunir y espigar estos relatos- me he dado cuenta de que la muerte es un tema que me provoca, que me incita, que me obsesiona de una manera casi lorquiana, porque siempre está ahí como una sombra, rodeándote sin que te des cuenta, una presencia en sordina y, cuando de pronto se repara en ella con un escalofrío, uno se siente como perdiendo pie, como tanteando en lo oscuro. Pero también los lectores tienen en vida relación con lo fantasmagórico, están como los autores en contacto con espectros impalpables: los personajes de ficción. Además, al igual que los arquitectos de la antigüedad grecorromana al diseñar un edificio, mi objetivo siempre ha sido el estupor; como aquellos, yo también he querido asombrar, sorprender e involucrar a los que entran, transmitir emociones fuertes poniendo una gran atención y cuidado en la creación de todos los detalles.

-Como ha señalado antes, en el libro asoma el humor. ¿Reírse de la muerte ayuda a relativizarla?

Cómo soportar la vida si no. Es imprescindible para poder ir tirando. Nuestro cerebro nos protege de la locura con la imposibilidad de pensar cada día en la proximidad de la muerte, ya que la extinción, al ser paradójicamente el centro de la vida, nos acompaña como una sombra. El arte en mi caso proviene de los sueños y de las visiones, pero también de las fricciones con la realidad, de donde saltan las chispas del absurdo, del escalofrío o del humor. Soy un escritor tanto microscópico como telescópico: adecúo la lente a cada historia, a veces los detalles dominan la narración y otras el fondo, la visión de conjunto. Es decir, intento contar historias que nos representen a cada uno de nosotros, a la humanidad en singular, pero también a todos como especie. Y el humor -negro en este caso- es una herramienta poderosa, fresca y empática de la que me valgo con frecuencia (en especial en los textos escritos durante los ochenta y noventa).

-¿Son quizá el arte y el amor los únicos contrapesos de la muerte?

Lo tengo clarísimo. Quien no goza de ningún tipo de creencia religiosa (la fe se nutre de la desesperación, del dolor y, como principal activo, del miedo a la muerte), toma conciencia más aguzada de lo azaroso, de lo efímero, de que seamos una casualidad pasajera, una máquina de languidecer (metáfora que creé para titular mi libro de cien microrrelatos en el año 2000). Por eso soy más de la opinión de Leonardo da Vinci, "la belleza perece en la vida pero es inmortal en el arte", y de contemplar a la creación artística o la dulzura de los afectos humanos como sustitutos viables de la eternidad. La muerte es exponerse al vacío; y cada uno entretiene la espera a su modo: trabajos, familia, solidaridad, consumo, codicia, aficiones varias, los viajes, las pantallas o la algarabía ensordecedora de las redes sociales. Yo tengo la suerte de convivir con Marina Tapia y de progresar en la propia poética, aunque eso conlleve el peligro de encerrarse en un mundo demasiado personal.

-¿La realidad es lo único que mata?

Básicamente. Ya sabemos que todo muere aquí, incluso las estrellas. Y ya lo aclaró inmejorablemente Cicerón, “la vida entera es una preparación para la muerte”. Escribir estos relatos me permitió hacerme preguntas, reflexionar sobre esa carga: la angustiosa incertidumbre de no saber qué vendrá después. También sobre las infinitas formas en que el ser humano (única especie consciente de su finitud) va al encuentro de la muerte. Benjamin decía de manera preciosa y emocionante que, en la literatura, el lector puede calentar su vida helada al calor de otras muertes. Tal vez el narrador sea el único que puede bajar hasta el Hades como Orfeo y sacar de allí a todos los demás, relatando la memoria passionis humana, su alegría o su sufrimiento, su respirar en el mundo. Creo, en definitiva, que las historias combaten con fiereza la muerte, la postergan de algún modo al escuchar la voz singular de cada hombre, al hacer que por las palabras circule la sangre. Incluso las historias que tienen calidad de ganga apuntalan nuestros pies en la vida. Aunque, claro, no conviene olvidar que el arte es revelación y conocimiento, transfiguración de la realidad, y no sólo estética y sentimientos.

-¿Tiene sentido la vida sin la muerte?

La atroz indiferencia de la muerte y el sinsentido de la vida parecen estar unidos indisolublemente. Supongo que hay que aceptar los retos de la vida dentro de los límites de la muerte, el hecho de que nuestros cuerpos no sean más que castillos de arena. Pero, al igual que Elías Canetti alzó su puño contra la cosa que verdaderamente más odiaba, su enemigo la muerte, y hasta intentó escribir un libro titulado “El libro contra la muerte”, a mí personalmente también me hiere la imagen del hombre como estrella fugaz, que brilla apenas un instante y se desliza enseguida hacia lo oscuro. Me subleva la imagen de esa dama democrática que a todos iguala -ideal barroco del justicia y venganza simbolizado en el género de la vanitas-, de esa Gran Señora que calumnia a la vida y se lo lleva todo, me indigna que se nos imbuya la muerte como un hecho natural, como el fin de un ciclo individual. ¿Para qué hacer entonces cosas hermosas?, podríamos preguntarnos.

-¿No será la muerte simplemente el otro lado?

Esa explicación supone una verdadera tentación, un faro inesquivable que me ha atraído durante décadas: la muerte no es nada. Sencillamente, un lugar donde recostar la cabeza y descansar, una rutina metódica e inexorable, el eslabón de una cadena sin comienzo ni fin. O, todo lo más, un simulacro de misterio, como sostenía Cioran. Pero tampoco es que un servidor sea médico, eclesiástico o documentalista, sólo un pobre escritor al que le gusta adobar artísticamente la realidad en crudo con la que nos tenemos que enfrentar. Sí, prefiero creer que el arte penetra mucho más allá que la teología o la ciencia especulativa, conseguir una intensidad exacerbada mediante el artificio, sentir que la realidad no se agota en aquello que el ojo no puede ver. Lo único claro es que la muerte parece ser lo único que le baja los humos a una humanidad arrogante, y la otra certeza es que nuestro mundo contemporáneo no sabe qué diablos hacer con la Parca. Ya ni siquiera se oye doblar a las campanas. Ni tanto ni tan calvo: en el siglo XIV aparecieron manuales para bien morir, y el amortajamiento y la conducción del cadáver se convirtieron en ‘la gran gran obra de arte’ del siglo para concluir en el XV en el culto a lo macabro. Supongo que, más allá de su burocracia y escenificación, del maquillaje superficial del luto y los ritos funerarios, sigue habiendo ahora una angustia ante la muerte propia e intransferible, un remordimiento por la crueldad infligida o por los gestos de amor omitidos, y una culpabilidad de dejar solo al cadáver del ser querido con su muerte fría y perenne.

-¡Qué lugar ocupa “Estigia” entre los libros que esperan turno?

Tras “Estigia”, confío en que se vayan publicando con regularidad los tres siguientes volúmenes temáticos de mis cuentos completos: “Holobionte”, relatos sobre el prójimo y la sociedad, que ya atesora un prólogo de Raúl Brasca; “Ánfora”, relatos de ambientación histórica; y “Maelstrom”, relatos acerca de lo fantástico y las manifestaciones culturales. Espero, además, que pronto se edite por fin “La sombra de la sombra. Microrrelatos completos (2020-1978)”, libro que recopila absolutamente todos los micros, incluyendo algunos inéditos, y que cuenta con un prólogo de Manuel Moyano, situándolos en su contexto, y con un desopilante y original epílogo de Carlos de la Fé. Pero me hace especial ilusión la inminente publicación -por parte de la exquisita y heterodoxa editorial Libros del Innombrable- del primer volumen de una nueva etapa híbrida, miscelánea y fronteriza, “Madera de deriva”, liberado ya del corsé de la ficción.

sábado, 17 de mayo de 2025

Cuatro relatos de "Estigia" en Amanece Metrópolis

Muchas gracias a Ana Fúster por cobijar en la revista cultural digital Amanece Metrópolis cuatro relatos breves pertenecientes a “Estigia (Eolas Ediciones).



DESIGNACIONES

Levantó una casa y a ese hecho lo llamó hogar. Se rodeó de prójimos y lo llamó familia. Tejió su tiempo con ausencias y lo llamó trabajo. Llenó su cabeza de proyectos incumplidos y lo llamó costumbre. Bebió el jugo negro de la envidia y lo llamó injusticia. Se sacudió sin miramientos a sus compañeros y lo llamó oportunidad. Mantuvo en suspenso sus afectos y lo llamó dedicación profesional. Se encastilló en los celos y lo llamó amor devoto. Sucumbió a las embestidas del resentimiento y lo llamó escrúpulos. Erigió murallas ante sus hijos y lo llamó defensa propia. Emborronó de vejaciones a su mujer y lo llamó desagravio. Consumió su vida como se calcina un monte y lo llamó dispendio. Se vistió con las galas de la locura y lo llamó soltar amarras. Descargó todos los cartuchos sobre los suyos y lo llamó la mejor de las salidas. Mojó sus dedos en aquella sangre y lo llamó condecoración. Precintó herméticamente el garaje y lo llamó penitencia. Se encerró en el coche encendido y lo llamó ataúd.


OCÉANOS DE CENIZA

Contraviniendo las normas jurídico-botánicas que rigen la ornamentación de cementerios (según las cuales nunca han de sembrarse en ellos especies vegetales capaces de ofrecer productos comestibles), he plantado árboles frutales de vivos colores orillando la tapia norte de nuestro minúsculo camposanto montañés. ¿Será por eso que ahora contemplo, espantado, esos frutos que cuelgan de sus ramas, cerúleos, helados, horrendos, como bulbos híbridos, como homúnculos o creaciones imperfectas y caprichosas exudadas de las esencias sacras de nuestros antepasados? ¿Será por eso que crecen con tanta reciedumbre, como si buscasen una perduración plena, ayudados por la sangre que vuelve?


LOS BUENOS CALDOS

En la anochecida, cuando el extraño pasó a nuestro lado, le abrimos el cráneo con el grueso sarmiento que usamos en estas ocasiones. Un solo golpe, certero y sin rabia, nada más. El sombrero que el desconocido llevaba requintado en la cabeza rodó como a diez pasos. Mi hermano lo levantó del almagre y se lo puso en la suya. Sería un buen año aquel. Encendimos el candil. Su luz hizo rebrillar las palas. Nos remangamos y estudiamos con curiosidad el cuerpo durante unos segundos antes de enterrarlo al pie de una cepa, primorosamente, bien encamado en la hondura, como manda la tradición en vísperas de vendimia, para que su sangre retinte las uvas, para que su cecina nutra las raíces y rice los pámpanos, para que sus huesos den vigor a esta tierra requemada por la calígine y pongan a crecer el viñedo hasta que corran los jugos, nobles, únicos, virtuados por su secreto fermento.


EL ESPEJO

El barbero tijereteaba sin descanso. El barbero afilaba una y otra vez la navaja en el asentador. Clientes de toda laya acudían al local, abarrotándolo. El barbero manejaba las tijeras, el peine y la navaja con velocísimos movimientos tentaculares. Ser barbero precisa de unas cualidades extremas, formidables, exige la briosa celeridad del esquilador y el tacto sutil del pianista. Sin transición, el barbero despojaba a la nutrida clientela de sus largos mechones, de sus desparejas pelambres, señalizaba lindes en el blanco cuero cabelludo, se internaba en sus orejas y en sus fosas nasales, sonreía, pronunciaba las palabras justas, apreciaciones que sabía no serían respondidas, mientras los clientes miraban sin mirar el progreso de su corte en el espejo, coronillas, nucas, barbas cerradas, sotabarbas, patillas de distinta magnitud, luchanas, cabellos que planeaban incesantemente en el aire antes de caer formando ingrávidas montañas: el barbero nunca imaginó que el pelo de los cadáveres pudiera crecer con tanta rapidez bajo tierra.