He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)

jueves, 11 de septiembre de 2025

Reseña de "Estigia", por Marina Tapia, en Masticadores

Todo un privilegio contar con la mirada entusiasta y cómplice de Marina Tapia acerca de “Estigia” (Eolas Ediciones) en esta reseña publicada en la revista Masticadores:



UN CARONTE GRANADINO

Marina Tapia


<< “Estigia”, el tercer volumen de la compilación de los cuentos completos de Ángel Olgoso, y que con un cuidado al mínimo detalle, publicado por Eolas, dentro de su colección “Las puertas de lo posible” (2025), viene una vez más a confirmarnos que nos encontramos con un verdadero maestro de la literatura.

Aunque la muerte pueda parecer un tema sombrío o un eje vertebrador complejo y del que muchas veces nuestra sensibilidad desea huir, la manera magistral de abordarla, el abanico variado de historias y situaciones diversas (un centenar de relatos de calidad sostenida), nos ayuda a superar nuestra posible percepción estrecha de la muerte abriendo galaxias de posibilidades y nuevos ángulos de enfoque.

Qué estimulante resulta adentrarse en las páginas de un libro con buenas citas. Las seleccionadas por Ángel, son todas lúcidas y precisas, y nos ayudan a entender más profundamente algunas ideas contenidas en sus relatos. Por ejemplo, el enfoque de Jules Renard, concluyendo que lo dulce de la muerte nos libera del pensamiento de la muerte, es genial. También la de Giuseppe Mazzini apuntando que no existe la muerte, sino el olvido. Como siempre, Olgoso escogerá para nosotros interesantes frases desbrozadas de sus numerosas lecturas y las entrelazará −con el nudo de su reflexión siempre en guardia− en los encabezamientos de su obra. Él siempre tendrá sus píldoras aromáticas de pensamientos para regalárnoslas en el momento justo, cuando empieza la tos.

Los relatos que inician el conjunto abren inmejorablemente el apetito del lector. Textos como “Designaciones” o “Relámpagos” son piezas magistrales (uno se pregunta, de manera inevitable, por qué tras más de cuatro décadas de trabajo silencioso y de múltiples premios y traducciones, un autor de tan probada excelencia, todo un referente del relato en español, no brilla con la fuerza que merece en el lugar que le corresponde).

Esta colección olgosiana en Eolas es un verdadero festín para sus lectores, a los que nos gusta tener en nuestra biblioteca, bien recopilados y a nuestro alcance, toda su creación −desde los textos breves a los más extensos−. Hoy en día, disfrutar la obra completa de alguien que ha participado en numerosas antologías y cuyo material se encuentra disperso o descatalogado, es un milagro. Cuántas veces he buscado en Internet un escritor o una poeta que me interesaba, y sólo he encontrado fragmentos, paja y neblina. Son muy de celebrar este tipo de compilaciones realizadas con elegancia y rigurosidad, que ponen a nuestro alcance las versiones definitivas, escogidas y agrupadas por el propio autor. También es una suerte este tipo de volúmenes temáticos que nos ayudará a localizar más fácilmente un relato en cuestión. Gracias a este trabajo editorial, podemos hacer una inmersión en el universo olgosiano sin ninguna cortapisa.

Volveremos a llorar con “La muerte desordena” porque, aunque se haya leído y se conozca su planteamiento, es un tejido de emociones palpitantes tan bien hilado que vuelve a conmover. Impresionante asimismo “La ciénaga”, descarnada visión del hermano que vuelve de la muerte con otra percepción: una narración inquietante, lóbrega, de sorprendente final, una acertada reescritura bíblica. Sentiremos la voz desalentada de la naturaleza en “Días felices”. El mundo rural nos acogerá en su fértil territorio para lo atávico con “Las huellas de los pájaros en el aire”, “Jueces del Valle de Josefat” o “Estorninos en la higuera”. Lo poético vendrá de la mano de “Los simunes del deseo”, “El papel” o “Armonía de las esferas”. El simbolismo trascendente de “Umbrales” o “Los despeñaderos” nos deslumbrará. El mundo de los afectos familiares palpita bellamente en “Suero” o en “Vínculos”. Nos extasiaremos con la belleza de “El pigmento de la creación”, “La piel en el rompiente”, “Mujeres desnudas bajo impermeables mojados” o “Diadema en tu cabello”. La presencia del cuerpo, con sus huesos, jugos y descomposiciones, con su deseos pujando más allá de la muerte, erizarán nuestra piel: el autor nos trae aquí por ejemplo “Manos que ven”, De masticatione mortuorum” o “Un introito para arpa de tendones humanos”. Y, como es habitual, Ángel nos transportará a la cultura del Japón que tanto ama y que no puede faltar en cada libro, esta vez con “Fantasmas de las Cuatro Suertes”. Hay espacio para lo oscuro, para la ironía, para lo metafísico, para lo imaginativo, para lo mítico, para lo erudito y lo fantástico. Este verano, acompañados de “Estigia”, se nos hará mucho más fresco y más corto gozando con esta colección tan heterogénea y excelsa.

Navegad, marineros en la laguna de sus letras, llegad a horizontes velados e infinitos. Porque, como dice Ana María Shua en el prólogo, nada es tan simple cuando nuestro Virgilio se llama Ángel Olgoso, que nos hace viajar en el tiempo y en el espacio, atormentándonos dulcemente mientras leemos y nadamos, con la cabeza apenas sobresaliendo de las negras aguas.

Y, para terminar, y a modo de invitación, quiero dejaros con “El purgatorio”, relato con el que finaliza el libro:

“En la última página de su última obra, el autor escribió la palabra «Fin». Los empleados de la funeraria −que mostraban ya una cortés impaciencia− pudieron entonces asegurar la tapa del ataúd.”>>


miércoles, 10 de septiembre de 2025

Reseña de "Y tú durante", de Alejandro Molina, en Suburbano

Mi reseña de la magnífica novela de Alejandro Molina "Y tú durante" (Oblicuas Ediciones) en la revista Suburbano.


    Hay una línea directa que va desde Faulkner a Benet, pasando por Carson McCullers, Rulfo, Onetti, Martín Santos, Cormac McCarthy, Nic Pizzolatto, David Vann o Chuck Palahniuk, hasta Alejandro Molina (Granada, 1984): la inclusión de múltiples narradores o puntos de vista, los saltos en el tiempo en la narración, el flujo de conciencia, la tensión del fraseo, los recursos retóricos más propios de la poesía que de la prosa en las descripciones, el poder para descifrar ciertos rasgos de la conducta humana que, al estar tan cercanos a nosotros, no vemos con la suficiente claridad. Como sabemos, las obras de Faulkner y de Benet no explican la vida, tratan de reflejarla en su desordenado amasijo. Según María Elena Bravo, al leerlos “no actuamos como testigos de otras vivencias, sino que la novela, subrogado de la vida y vida misma, nos hace conocer mejor el enigma de nuestra naturaleza, nos enfrenta con el problema de la lengua, de la memoria, de las creencias y del conocimiento por vía artística”. Hay naturalmente cuantiosas diferencias, y la esencia malvada del ser humano no cruje tanto en la última y formidable obra de Alejandro, Y tú durante (Oblicuas Ediciones), como ocurría en el escritor sureño -no sólo por lo distinto de la premisa y de la geografía, sino porque más que el resultado de una influencia cardinal se trata quizá de una deconstrucción consciente, posmoderna, de Faulkner-, pero ambos nos arrojan con sus asombrosas aptitudes al caos que es el tiempo. Y la vivaz porosidad que los diálogos sin guiones prestan a la narración juega a favor del granadino.

A Magda, una joven ensayista amiga de la familia, el célebre poeta Anselmo Espadas le ha encargado abordar una biografía suya que no sea al uso. Pero los incoherentes y deslavazados circunloquios de este la obligan a recurrir a un investigador privado, Melquiades Castillo. Sin embargo, el pasado del detective al parecer corre paralelo al de Valeria, la mujer del poeta: la biografía y las existencias de los implicados y de sus secretos tejen entonces un enmarañado tapiz anímico y afectivo.

    Y tú durante es una novela mayúscula, un fértil territorio que manifiesta la evolución constante de Alejandro Molina desde los libros de relatos Mañana no habrá ayerEl glaciarLuces prestadas y las novelas Defunctos Ploro Elección y sacrificio. Hay ahora, si cabe, una mayor complejidad estilística y conceptual (“nada escapa a los ojos de un poeta”). La obra es medidamente torrencial, sinuosa y llena de entresijos, de consideraciones sofisticadas y sugestivas (la novela está llena de frases que invitan a subrayar, “En poesía, las palabras son fósiles y el poeta un arqueólogo que interpreta una civilización perdida”, “a veces la vida pone al arte en su lugar”, “el mundo es bello, pero tiene un defecto llamado hombre”, “sólo a través de la tristeza podemos acercarnos a lo que con tanta claridad ven los animales a través de su pureza”, “el ser humano sustituye la vastedad del mundo y la infinitud de la existencia por una jaula bajo una carpa”, etc.). Los detalles y las escenas se dilatan y se expanden orgánicamente. La dicción está soldada de manera impecable con la idea (la oralidad perfectamente remachada de Silvio). Hay diferentes niveles del lenguaje, que cristaliza en cogitaciones e introspecciones profundas. A veces el autor despliega un costumbrismo refinado, un naturalismo enriquecido con referencias culturales, con tablas periódicas de enumeraciones, con sutiles pinceladas poéticas que motean exquisitamente la página (“el atardecer tenía los colores de la canela y la piel de los leones, el oro viejo y el óxido y la arena del desierto”), todo ello alternado con fugas de la memoria y con sus siempre agilísimos diálogos. Con frecuencia parece estar leyendo uno a Faulkner. O se encuentra de pronto con esas excelsas frases que podría haber escrito Benet, “flirteando con las trazas hedentinas de agua sucia”, “decantando la savia que alimenta el revestimiento y la apariencia de lo que llamamos experiencia”, “anhelando destellos de genialidad, vibrantes escenas de adolescencia, pasadizos, vericuetos, laberintos y ordalías de los que salir airoso”.

Para los personajes de Alejandro Molina, no se puede estar solo, el amor no es más que una dioptría y la memoria una prisión: “Anselmo envidia lo que llama la capacidad más hermosa de entre todas las que algunos animales nos pueden brindar, la de recordar algo durante apenas veintisiete segundos”. Este libro, que “es un espejo en el que una vez Anselmo se miró”, arrastra al lector “por cálidas mareas y frenéticas corrientes”, y muestra al ser humano como esa libélula -con su “majestuoso y brillante abdomen lapislázuli, el delicado mosaico que formaban las venas y las celdillas de sus alas, perpendiculares a su alargado y fino cuerpo”- que abre y cierra la novela, yaciendo inerme en la acera frente a la que avanza el estruendo de una máquina barredora, con sus implacables  cepillos, que son para nosotros -tan vulnerables como ella- el paso del tiempo, el dolor, el sinsentido de la vida o la crueldad de nuestros semejantes.

    Y tú durante emerge como una obra mucho más sensorial que las anteriores (esos olores y enumeraciones de las páginas 25 y 26), esas “fragancias de cosméticos antediluvianos como el yeso y la harina de habas, los cominos y los posos del vino y el azúcar de saturno y el sudor purificado del carnero y el estiércol de cocodrilo” (¡glorioso!). Está también la ‘pasmosa belleza’ de sus poéticas descripciones del planeta y del cosmos. Y los recuerdos como animales bien vivos, aunque haya muchos animales muertos, sobre todo insectos. Y las vidas de los personajes parecen inmersas en “una corriente oceánica”, se cruzan como “colisionan las galaxias” o confluyen como engranajes: “Padecemos una ceguera de la que sólo somos conscientes cuando personas como Anselmo alumbran las tinieblas en las que sin saberlo nos movemos, con esa linterna que son sus versos”.  Qué gran idea esa de suicidarse cortándose el cuello con el canto de una hoja de un relato de la Lispector; o la invocación del espíritu de Bécquer en un molino en ruinas; o la evidencia de que hay hombres que son más árbol que persona, más río que individuo, que no esperan réplicas sino comprensión muda. Qué buenos títulos los de los poemarios de Anselmo (Las lágrimas del astronautaOpus CaementiciumOsamentas Mientras se sostenga el aire). Hubiera estado bien alguno de ellos en lugar del de un tanto melifluo Y tú durante. U otro más rotundo, más salvaje, lleno de palmeras, santuarios, agonías, ruido y furia, un título digno de esta proeza narrativa que delata el mucho conocimiento del ser humano que tiene Alejandro a pesar de su juventud, cuyo natural talento literario da aquí un salto cualitativo y cuantitativo.

    Con su obra, Alejandro Molina revela una vez más que la mejor forma de la espada -además del pensamiento, la ironía y la imaginación- es la palabra. Por no hablar de que él sabe que “de dónde venimos es mero testamento; adonde llegamos es lo que somos”.

 

lunes, 8 de septiembre de 2025

Entrevista en Horizonte Garnata

Agradecido a la revista Horizonte Garnata por esta entrevista a propósito de la publicación de "Estigia" (Eolas Ediciones).


Referente del relato en español, traducido a numerosos idiomas, con más de una treintena de premios, el granadino Ángel Olgoso es académico de Buenas Letras de Granada y rector del Institutum Pataphysicum Granatensis.


ENTREVISTA A ÁNGEL OLGOSO

Entre otras muchas obras (casi imposible citarlas todas) es autor de «Los días subterráneos», «La hélice entre los sargazos», «Nubes de piedra», «Granada año 2039 y otros relatos», «Cuentos de otro mundo», «El vuelo del pájaro elefante», «Los demonios del lugar», «Astrolabio», «La máquina de languidecer». «Los líquenes del sueño», «Cuando fui jaguar», «Racconti abissali», «Las frutas de la luna», «Almanaque de asombros», «Breviario negro», «Nocturnario», “Devoraluces”, «Bestiario», «Sideral»… Hemos hablado con él con motivo de una de sus últimas obras, «Estigia».


-Según indica Ana María Shua en el prólogo, “Estigia” es un libro que gira en torno a la muerte, pero ¿cómo lo define usted? ¿Qué puede esperar el lector de esta antología?

“Estigia” es, tras “Bestiario” y “Sideral”, el tercer volumen temático de un total de seis de mis relatos completos, que está publicando la editorial leonesa Eolas en su colección Las Puertas de lo Posible. Podría definirlo como mi personal y modesto Oficio de Tinieblas: por su número de páginas se demuestra que la muerte ha sido, sin duda, uno de los temas más recurrentes en mis relatos.
Aquí están agavilladas, de entre las setecientas que escribí en más de cuarenta años, todas las ficciones que encajan en ese escenario sombrío, desde lo más mítico y simbólico a lo más físico, pasando por el humor negro, la sorpresa, la sátira, la melancolía, la fabulación o la ironía.
En este libro el lector podrá encontrar una larga serie de ‘mementos mori’ protagonizados por suicidas, resucitados, fantasmas, vivos dados por muertos, vivos que ignoran que están muertos, muertos tímidos, muertos que se niegan a serlo o que dan testimonio de su estado, podrá hallar velatorios y rituales singulares, muertes sorprendentes y miedos cervales, asesinatos bíblicos y cementerios planetarios, reencarnaciones y organizaciones de posteridad, enterramientos erróneos y escenas bélicas extremas, despojos y reliquias, un barbero de difuntos y un mar de los muertos, el eterno retorno, etc.

-En una entrevista calificó de ‘lorquiana’ su obsesión con la muerte…

Casi lorquiana, es cierto. Pero todos los escritores están obsesionados de una forma u otra con la Gran Oscuridad. Tengo, de hecho, un larguísimo listado que recoge apreciaciones de distintos creadores sobre la muerte. Y es que la muerte es el Tema, con mayúscula, el verdadero argumento de la obra, el gran acontecimiento, el misterio más sobrecogedor, la única certeza, el lugar del que procedemos y al que vamos.
Dentro de cien años ninguno de nosotros andará por aquí, todos estaremos en otro sitio, y nuestra posición y nuestra textura serán, como mínimo, muy distintas. La muerte, que nos acompaña como una sombra es, paradójicamente, el centro de la vida. Podrá ser un insulto a nuestro ego, sin embargo también da sentido a nuestra existencia.
Escribir estos relatos me permitió hacerme preguntas, reflexionar sobre esa angustiosa incertidumbre de no saber qué vendrá después. También sobre las infinitas formas en que el ser humano va al encuentro de la muerte.


¿Se puede considerar la literatura una defensa contra la muerte?

En efecto, quizá el arte y el amor sean sus únicos contrapesos. El humor también ayuda, y la memoria por supuesto: no hay muerte si no hay olvido. Ya se sabe que, mientras alguien lo recuerde, un muerto no se extingue. O, lo que es lo mismo, mientras se cuenta y se narra, la muerte no tiene todo ganado.
La creación artística, literaria, es una defensa -relativa, claro- contra ese degradante biológico que es el tiempo, contra “el espanto seguro de estar muerto” según el verso de Rubén Darío. Puede que la eternidad que encontramos en los libros sea ficticia, pero al menos permite protegernos de lo que nos da miedo, de la proximidad y de la idea misma de la muerte.
Habría que repetir como un mantra esa máxima de Leonardo da Vinci, «la belleza perece en la vida pero es inmortal en el arte».


-En «Estigia», y quizá también en el conjunto de su obra, ¿diría que la tradición clásica grecolatina y judeocristiana ha tenido un peso destacado?

Naturalmente, ha sido inevitable por educación forzosa (la segunda) y por educación y elección (la primera). Son estructuras culturales en las que te ves encuadrado por el simple motivo de nacer y vivir en un lugar concreto. De hecho, hay cinco textos míos en la antología “Después de Troya. Microrrelatos hispánicos tradición clásica”.
Pero la versatilidad es una de las características de mi obra, y siempre he sentido curiosidad por otras tradiciones más lejanas, budista, judía, ortodoxa, china, vikinga, etc. que he explorado en diversos relatos (“ Las manos de Akiburo”, “El vaso”, “La diligencia del abismo”, “La torre de Hunan” o “Águila de sangre”, entre otros muchos).
Volviendo al tema de la muerte, para otras culturas, la vida y la muerte dibujan un círculo y no una línea que se interrumpe bruscamente. Para esas culturas somos como las flores de diente de león, una flor insignificante que crece entre la maleza y que se deshace en el viento, pero su dispersión no significa un ocaso irremediable.
No puede uno sino envidiar a los etruscos, aquel pueblo secreto que precedió a Roma, para quienes ese terrorífico drama sólo era una agradable continuación de la vida, un momento sensual que se celebraba con una naturalidad y una sensualidad profundos, con joyas, con sonrisas, con banquetes fúnebres donde corría el vino, al son de flautas que invitaban a la danza y al amor.


¿Qué balance hace Ángel Olgoso de su obra a día de hoy?

Miro hacia atrás con la satisfacción, y un poco con la inquietud, del deber cumplido. He escrito mucho, demasiado tal vez para alguien tan poco dicharachero, alguien al que de ordinario hay que arrancarle las palabras con tenazas de sacamuelas: una veintena de libros de relatos, varias misceláneas de textos diversos (prólogos, artículos, conferencias, reseñas), un libro de haikus, a los que habría que añadir varias compilaciones de material patafísico y un centenar de collages artesanales.


-Por lo general, usted trabaja en varios proyectos a la vez. ¿En este caso también?

Así es. Cuando se presentaba “Estigia” estaba en imprenta, por fin, “Madera de deriva”, un libro que escribí hace cinco años y que es el inicio de una nueva época creativa, alejada de la ficción, liberada de su corsé un tanto restrictivo. Se trata de libro híbrido, de un collage literario donde conviven crónicas viajeras, apuntes ensayísticos, especulaciones sociales y metaliterarias, evocaciones, entradas de diccionario, apólogos, epitafios, viñetas de perplejidad sensorial y metafísica.
Quizá ya no haya aquí una necesidad constante de fabulación, pero sigue habiendo como siempre respeto por la inteligencia del lector y por la lengua. “Madera de deriva” lo publica una de las editoriales españolas más interesantes, hogar de la heterodoxia, Libros del Innombrable. Le estoy muy agradecido a Raúl Herrero por apostar por esta obra singular y arriesgada, a la que califica de “textos libres, irónicos y profundamente literarios”.

miércoles, 27 de agosto de 2025

Reseña de "Asterismos de la constelación de la Osa Mayor" en Brevilla, por Lilian Cheruse


Gracias a Lilian Cheruse por su magnífica reseña de mi texto “Asterismos de la constelación de la Osa Mayor”, perteneciente a “Madera de deriva” (Libros del Innombrable), publicada en Brevilla, revista hispanoamericana de minificción.




Sobre “Asterismos de la Constelación de la Osa Mayor”, de Ángel Olgoso

(Lilian H. Cheruse)


<<Angel Olgoso ha trocado ese "carro rutinario" que menciona García Pavón, refiréndose a la vida cotidiana, en un carro cósmico: la constelación de La Osa Mayor, y lo configura como eje de este reflexivo texto central de su último libro “Madera de deriva” (Libros del Innombrable). Nuestro escritor ejemplifica su postura con la cita de otros escritores y así, en vuelo narrativo, estructura un ensayo para combatir ese aburrimiento propio de “nuestras desdichadas vidas” y propone un sorpresivo viaje por el mundo de la creación. Nos invita a transitar por el misterio donde la realidad y los sueños se combinan, a correr tras nuestros límites, tras la imprecisión de lo fantástico, a bucear el “despropósito” y la “noticia curiosa”. El título del texto y los nombres de los relatos que integran esta especie de micro-libro simbólico se corresponden con los asterismos de esa Osa de estrellas que dotará a este mix de rutilante brillo. Una metáfora perfecta del poder de la palabra recreando belleza, volviendo extraordinario lo anodino, como dice la cita de Lafcadio Hearn. Angel, escritor artesano de la ficción, le ha adosado astros al andar de los hábitos para darle vuelo y espacio. Esos puntos resplandecientes transforman la visión. Alguno visible como la estrella Polaris, otros más débiles a simple vista pero todos parte de esa trama de cuerpos celestes con diferente magnitud y color. Luz naranja, amarilla o blanca, cuerpos finitos en el tiempo pero inmersos en la infinitud de la ficción. Están Borges, Bioy y Cervantes en “Merak” a modo de intertexto reafirmando esa realidad-sueño inseparable o deslizables entre sí que Olgoso configura desde su idónea mirada de hombre-escritor. Un texto articulado con vastos conocimientos e información. Las breves piezas poseen notas de curiosidad. Algunas son objetivas con el dato real y se completan con la personal visión olgosiana. Pertenecen al anecdotario del tiempo pasado, como “Dubhe”, “Megrez”, “Phad”, “Talitha Borealis”, “Al Kaphrah”. Otros construyen símbolos a través de la leyenda y el mito (“Alkaid”, “Alcor”, “Mizar”) o del texto literario, dignos homenajes a sus autores, por ejemplo “Alioth”, “Muscida”, “Tania Australis”. Nuestro autor también teje sus propios relatos: “Mizar” es la célula de “Asterismos de la Constelación de la Osa Mayor”. Hay un impecable desarrollo de forma y pensamiento donde se recrea el dios de Platón como referencia filosófica-cosmogónica. Las civilizaciones se tocan desde el mito y lo sagrado. Convergen en un punto como signos de la estética y la existencia. En “Tania Borealis” trastoca el final dramático del Titanic con un micro de ficción e ironía. En “Polaris”, la cola de la Osa, la más visible de la constelación y cercana al Polo Norte remata con su conclusión final, reafirma el valor de “contar historias”, “el deleite por lo estrafalario”, la “pulsión atávica”, y los anuda a una afirmación sobre los Nefilim. ¿Ficción?

En “Asterismos…” delibera sobre el rol del escritor y la técnica para jugar con el espacio-tiempo, conjuga las especias que condimentan los sinsabores de la vida a través de la literatura.

La estructura de “Asterismos de la Constelación de la Osa Mayor” nos prodiga un cosmos, un marco original creativo, poético y reflexivo del firmamento narrativo.

Sabemos que, de niño, las luciérnagas, como luces de la noche, fueron sus silenciosos testigos del misterio. Ellas, titilando guiños, alimentaron la imaginación de Ángel Olgoso, a tal punto que las ha trocado en estrellas e iluminan el cosmos en sus textos con su presencia>>.



domingo, 24 de agosto de 2025

Entrevista en Granada Hoy acerca de "Estigia", por Andrés Cárdenas

El gran Andrés Cárdenas me entrevista en Granada Hoy a propósito de al publicación de "Estigia" (Eolas Ediciones). 



Ángel Olgoso: “La muerte es lo único que le baja los humos a una humanidad arrogante”

El escritor publica ‘Estigia’, el tercer volumen de sus más de 700 relatos escritos en 44 años
Andrés Cárdenas
24 de agosto 2025

Tras abandonar la ficción -unos 700 relatos escritos en 44 años- e ir por otros senderos narrativos más híbridos, el escritor Ángel Olgoso (Cúllar Vega 1961), ha recopilado dichos relatos por temas. Ya han aparecido los dos primeros volúmenes en la editorial Eolas, en su colección Las Puertas de lo Posible. El primero fue ‘Bestiario’, que son relatos protagonizados por animales o relacionados con ellos. El segundo fue ‘Sideral’, que son relatos de ciencia ficción. El tercero está a punto de estar en las librerías y se llama ‘Estigia’, que son relatos con el tema de la muerte.

Pregunta.¿Qué es ‘Estigia’?

R.’Estigia’ es el tercer volumen temático, de un total de seis, de mis relatos completos. En este libro el lector podrá encontrar una larga serie de ‘mementos mori’ protagonizados por suicidas, resucitados, fantasmas, vivos dados por muertos, vivos que ignoran que están muertos, muertos tímidos, muertos que se niegan a serlo o que dan testimonio de su estado; asistirá a velatorios y rituales singulares, muertes sorprendentes y miedos cervales, asesinatos bíblicos y cementerios planetarios, reencarnaciones y organizaciones de posteridad, enterramientos erróneos y escenas bélicas extremas. Aquí están agavilladas, de entre las setecientas que escribí en cuarenta años, todas las ficciones que se acomodaron a ese escenario sombrío, desde lo más metafísico a lo más físico, desde la ironía a la sátira, desde lo macabro a lo mítico y simbólico.

P.El gusto por lo sombrío parece haber sido una marca de la casa...

R.Es cierto, hasta mi último libro de relatos, ‘Devoraluces’, siempre ha predominado una querencia y un respeto por lo extraño y lo insólito, por la morbosidad del ‘Romanticismo negro’, por la oscuridad luminosa, y el tema de la muerte es el más sombrío de todos, el mayor misterio, el último acto y a la vez el único argumento de la obra. Este es el humus de ‘Estigia’, el terrible problema de una creación cuya vida se asienta sobre la muerte. Todos los escritores están obsesionados, de una forma u otra, con la Gran Oscuridad. Con el tiempo -y sobre todo a la hora de reunir y espigar estos relatos- me he dado cuenta de que la muerte es un tema que me provoca, que me incita, que me obsesiona de una manera casi lorquiana, porque siempre está ahí como una sombra, rodeándote sin que te des cuenta, una presencia en sordina y, cuando de pronto se repara en ella con un escalofrío, uno se siente como perdiendo pie, como tanteando en lo oscuro. Pero también los lectores tienen en vida relación con lo fantasmagórico, están como los autores en contacto con espectros impalpables: los personajes de ficción.

P.Como ha señalado antes, en el libro asoma el humor. ¿Reírse de la muerte ayuda a relativizarla?

R.Cómo soportar la vida si no. Es imprescindible para poder ir tirando. Nuestro cerebro nos protege de la locura con la imposibilidad de pensar cada día en la proximidad de la muerte, ya que la extinción, al ser paradójicamente el centro de la vida, nos acompaña como una sombra. El arte en mi caso proviene de los sueños y de las visiones, pero también de las fricciones con la realidad, de donde saltan las chispas del absurdo, del escalofrío o del humor. Soy un escritor tanto microscópico como telescópico: adecúo la lente a cada historia, a veces los detalles dominan la narración y otras el fondo, la visión de conjunto. Es decir, intento contar historias que nos representen a cada uno de nosotros, a la humanidad en singular, pero también a todos como especie. Y el humor -negro en este caso- es una herramienta poderosa, fresca y empática de la que me valgo con frecuencia (en especial en los textos escritos durante los ochenta y noventa).

P.¿Son quizá el arte y el amor los únicos contrapesos de la muerte?

R.Lo tengo clarísimo. Quien no goza de ningún tipo de creencia religiosa (la fe se nutre de la desesperación, del dolor y, como principal activo, del miedo a la muerte), toma conciencia más aguzada de lo azaroso, de lo efímero, de que seamos una casualidad pasajera, una máquina de languidecer. Por eso soy más de la opinión de Leonardo da Vinci, "la belleza perece en la vida, pero es inmortal en el arte", y de contemplar a la creación artística o la dulzura de los afectos humanos como sustitutos viables de la eternidad. La muerte es exponerse al vacío; y cada uno entretiene la espera a su modo: trabajos, familia, solidaridad, consumo, codicia, aficiones varias, los viajes, las pantallas o la algarabía ensordecedora de las redes sociales. Yo tengo la suerte de convivir con Marina Tapia y de progresar en la propia poética, aunque eso conlleve el peligro de encerrarse en un mundo demasiado personal.

P.¿La realidad es lo único que mata?

R.Básicamente. Ya sabemos que todo muere aquí, incluso las estrellas. Y ya lo aclaró inmejorablemente Cicerón, “la vida entera es una preparación para la muerte”. Escribir estos relatos me permitió hacerme preguntas, reflexionar sobre esa carga: la angustiosa incertidumbre de no saber qué vendrá después. También sobre las infinitas formas en que el ser humano (única especie consciente de su finitud) va al encuentro de la muerte. Benjamin decía de manera preciosa y emocionante que, en la literatura, el lector puede calentar su vida helada al calor de otras muertes. Tal vez el narrador sea el único que puede bajar hasta el Hades como Orfeo y sacar de allí a todos los demás, relatando la ‘memoria passionis’ humana, su alegría o su sufrimiento, su respirar en el mundo. Creo, en definitiva, que las historias combaten con fiereza la muerte, la postergan de algún modo al escuchar la voz singular de cada hombre, al hacer que por las palabras circule la sangre. Incluso las historias que tienen calidad de ganga apuntalan nuestros pies en la vida.

P.¿Tiene sentido la vida sin la muerte?

R.La atroz indiferencia de la muerte y el sinsentido de la vida parecen estar unidos indisolublemente. Supongo que hay que aceptar los retos de la vida dentro de los límites de la muerte, el hecho de que nuestros cuerpos no sean más que castillos de arena. Pero, al igual que Elías Canetti alzó su puño contra la cosa que verdaderamente más odiaba, su enemigo la muerte, y hasta intentó escribir un libro titulado ‘El libro contra la muerte’, a mí personalmente también me hiere la imagen del hombre como estrella fugaz, que brilla apenas un instante y se desliza enseguida hacia lo oscuro. Me subleva la imagen de esa dama democrática que a todos iguala -ideal barroco del justicia y venganza simbolizado en el género de la ‘vanitas’-, de esa Gran Señora que calumnia a la vida y se lo lleva todo, me indigna que se nos imbuya la muerte como un hecho natural, como el fin de un ciclo individual. ¿Para qué hacer entonces cosas hermosas?, podríamos preguntarnos.

P.¿No será la muerte simplemente el otro lado?

R.Esa explicación supone una verdadera tentación, un faro inesquivable que me ha atraído durante décadas: la muerte no es nada. Sencillamente, un lugar donde recostar la cabeza y descansar, una rutina metódica e inexorable, el eslabón de una cadena sin comienzo ni fin. O, todo lo más, un simulacro de misterio, como sostenía Cioran. Pero tampoco es que un servidor sea médico, eclesiástico o documentalista, sólo un pobre escritor al que le gusta adobar artísticamente la realidad en crudo con la que nos tenemos que enfrentar. Sí, prefiero creer que el arte penetra mucho más allá que la teología o la ciencia especulativa, conseguir una intensidad exacerbada mediante el artificio, sentir que la realidad no se agota en aquello que el ojo no puede ver. Lo único claro es que la muerte parece ser lo único que le baja los humos a una humanidad arrogante, y la otra certeza es que nuestro mundo contemporáneo no sabe qué diablos hacer con la Parca. Ya ni siquiera se oye doblar a las campanas. Ni tanto ni tan calvo: en el siglo XIV aparecieron manuales para bien morir, y el amortajamiento y la conducción del cadáver se convirtieron en ‘la gran obra de arte’ del siglo para concluir en el XV en el culto a lo macabro. Supongo que, más allá de su burocracia y escenificación, del maquillaje superficial del luto y los ritos funerarios, sigue habiendo ahora una angustia ante la muerte propia e intransferible.

P.-¿Qué lugar ocupa ‘Estigia’ entre los libros que esperan turno?

R.Tras ‘Estigia’, confío en que se vayan publicando con regularidad los tres siguientes volúmenes temáticos de mis cuentos completos: ‘Holobionte’, relatos sobre el prójimo y la sociedad, y que ya atesora un prólogo de Raúl Brasca; ‘Ánfora’, relatos de ambientación histórica; y ‘Maelstrom’, relatos acerca de lo fantástico y las manifestaciones culturales. Espero, además, que pronto se edite por fin ‘La sombra de la sombra. Microrrelatos completos (2020-1978)’, libro que recopila absolutamente todos los micros, incluyendo algunos inéditos.

lunes, 18 de agosto de 2025

"Madera de deriva" en Aragón Cultura

Aragón Cultura se hace eco de la publicación de "Madera de deriva" (Libros del Innombrable).



Aragón Cultura / 18/08/2025 - 07:00
    
El escritor Ángel Olgoso, considerado una de las voces imprescindibles del cuento en castellano, inicia un nuevo rumbo literario con la publicación de 'Madera de deriva' (Libros del Innombrable), un libro en el que por primera vez se aleja de la ficción fantástica para mirar de frente a la realidad que le rodea.

Con más de treinta premios literarios, traducido a varios idiomas y presente en más de 60 antologías, Olgoso da un paso audaz y emocionante con este nuevo título. En lugar de las criaturas imposibles y mundos imaginarios que han caracterizado su obra, ahora se adentra en una escritura más íntima y reflexiva, donde el humor, la melancolía y una enorme libertad formal son protagonistas.

En este volumen, el lector encontrará una serie de textos breves y afilados, que van desde lo autobiográfico hasta lo contemplativo, pasando por apuntes de vida cotidiana, fragmentos de pensamiento y emociones a flor de piel.

El programa de La Torre de Babel también presentó el debut poético de Belén Gonzalvo, quien publica su primer libro de poesía, sumándose al cada vez más diverso panorama literario actual.

'Madera de deriva' y el poemario de Gonzalvo fueron presentados como dos obras nacidas desde lugares distintos pero conectadas por la necesidad de expresión honesta y creativa, y por el valor de publicar desde fuera de los grandes circuitos editoriales.

Con esta nueva obra, Ángel Olgoso demuestra que un gran escritor nunca deja de reinventarse, y que a veces, salir de la zona de confort abre caminos literarios igual de deslumbrantes que los ya transitados.



viernes, 15 de agosto de 2025

Reseña de "Madera de deriva" por Marina Tapia en Culturamas

Siempre es algo muy especial tener por escrito los pensamientos de la persona que mejor te conoce o que convive contigo. Por eso resulta tan emocionante esta maravillosa reseña -certera y a la vez cálida- que Marina Tapia ha escrito sobre “Madera de deriva” y publicado en Culturamas.




<<“Madera de deriva” (Libros del Innombrable, 2025), el último trabajo publicado por el maestro del relato en español Ángel Olgoso, es un libro bisagra entre su ingente producción cuentística y la nueva etapa creativa, entre la ficción y la indagación y experimentación más libres, un libro abierto a cascadas de ideas y sensaciones que manan y se desatan, una especie de inventario conceptual, un registro de documentos marginales, de libros que pudieran haber existido. Un artefacto (y digo esto recordando también a mi paisano Nicanor Parra) capaz de sentar los cimientos, a través de cada uno de sus textos, para que los lectores vayamos edificando nuestro propio universo con cada relectura. Cómo se agradecen este tipo de narraciones híbridas, frescas, empapadas, embebidas de cultura, estas divagaciones exigentes y sin complejos, armonizadas por una voz que arropa con su minuciosidad de detalles, referencias y citas. Aquí no hay argumentos convencionales, lo que importa es la brújula, la esencia, el disparadero de planteamientos. No esperamos finales sorpresa, comienzos como cebos o remates altos, sólo necesitamos tener despierta nuestra curiosidad, nuestra parte más maleable, el goce de esa fruta rara que ha quedado aislada y que es deliciosa. Quizá sea imprescindible marchar al territorio Olgoso sin ningún juicio previo. Ir con traje blanco e impoluto para que las letras nos impriman su universo, impregnándonos de audacia y de singularidad. Estamos en las islas extrañas y afortunadas de los imaginarios medievales. Estamos ante una colección de cuadros que encierran otros cuadros dentro de sus márgenes, en un juego de espejos en el que la literatura, el arte o la historia se miran a sí mismas.

El autor no pretende complacer, no busca hacer valer su nombre, lo mueve un impulso genuino de fascinación y de compromiso absoluto con el lenguaje. Es un creador que indaga, que dibuja su mapa mientras se busca por caminos apartados, que nos hace partícipes de sus fabulaciones exquisitas, de sus apuntes sensoriales, de su enjambre de luces y pensamientos. Orilla la libertad que hemos perdido, se levanta firme sobre esa marea de composiciones fáciles de la actualidad; y pide al lector que lea entre líneas, que se mantenga activo, que sea −él mismo− un trozo de madera consciente y conmovido en medio de la corriente o del naufragio.

Leer un libro que abre puertas mentales es un milagro. Toparse con narraciones de difícil clasificación, inquietantes por sus enfoques y temáticas es oro puro. Ya cansada de transitar por tramas genealógicas sensibleras, por novelones redundantes que se limitan a calcar o a remedar obras, épocas o acontecimientos, encontrar otras propuestas más cercanas al ensayo, es abrir una ventana para que entre el aire del verano. Una brisa densa, cargada de perfumes, con reminiscencias de lejanos incendios o de profundidades marinas. Porque un libro no sólo puede responder a una secuencia bien estructurada, o no sólo tiene el cometido de la evasión. Un volumen de narrativa también puede ser probeta de nuevas fórmulas y especulaciones, catálogo de jugos destilados, compendio de fogonazos para que los lectores completemos el experimento, para que mezclemos el bebedizo que necesitamos o para que encendamos nuestra noche. Cultivar este tipo de literatura en tiempos áridos es toda una proeza.

Lo lírico, como en todas sus obras anteriores, también sigue presente en “Madera de deriva”. Como si de versos se tratara, os dejo con algunas frases que bien podrían serlos: “El silencio me lastima con el arrullo de sus labios de ágata, mas no aborrezco sus leyes: alfileres de paz. Sobre ribazos destilados cruje la espuma. Una dulce vibración envuelve todas las formas. No es de día ni es de noche en sus dominios” (del texto ‘Celebración’). “Veo la pasión azucarada de las libélulas [...] veo las arquerías tornasoladas de los pavos reales” (del texto ‘Tántalo’).

Ángel tampoco desdeña aquí el humor y la ironía que han sido siempre marca de la casa. En el conjunto de piezas “Gaveta de miniaturas” hace gala de nuevo de un ingenio mordaz, de una capacidad para atrapar lo sorprendente y a la vez lo irrisorio del comportamiento humano, continúa demostrando una soltura única al componer brevedades que van más allá de las estrecheces del género.

Viajamos con el autor por distintas latitudes (el Ártico, Chile, un pueblo de Córdoba, la constelación de la Osa Mayor o las Islas de los Bienaventurados) y por distintas épocas, mostrándonos cómo las historias imposibles, simbólicas y reales se entrelazan y acoplan de una forma perfecta bajo el cuidado de su voz magistral. Además, nuestro autor sabe muy bien cómo ser permeable a la dicción de distintos escritores de diversos períodos, lo que nos llevará al deleite de los ecos y resonancias de otros maestros, que parecen florecer y seguir vivos entre estos papeles. Y no sólo a través de tributos, como es el caso de Ribeyro (‘Los cigarrillos mentolados de Julio Ramón Ribeyro’), sino también de escenarios precisos con la sustancia y la atmósfera del Camilo José Cela de los libros de viajes (‘Alcancía’) o de Álvaro Cunqueiro (‘Vino de viña submarina’), o la asimilación con Adolfo Bioy Casares en ‘Los secundarios’, el texto en el que justamente se relata un encuentro de ambos en Granada.

Con este libro, en el que Olgoso va más allá del relato en busca de nuevas órbitas, podemos ser partícipes −quizá más que en otros− de todas las preocupaciones, intereses, deducciones y lecturas que rondan por su cabeza; es como compartir su intimidad, sus propias debilidades, sus percepciones tan peculiares, ser la cámara que graba sus movimientos internos. Si pensamos que en este trabajo pesa más la destilación de sus lecturas, hay sin embargo un buen puñado de textos en los que la balanza se inclina más a lo vivencial. Nos encontramos con una indagación profunda, un exprimir la realidad y sus posibilidades a fondo. Un equilibrio entre pensamiento y vida. Cual caballero andante, Olgoso lleva sus armas: la observación acuciosa, la maestría de sus años entregado a la escritura, las perspectivas desusadas, la sensibilidad y la sensualidad de su lenguaje. Si en sus libros anteriores, veíamos a Ángel dorando delicadamente iconos a la luz del candil de lo irreal, en esta “Madera de deriva” la luz de su candil verbal alcanza también a lo empírico.

Y agradecemos la generosidad de su mirada, que recopila para nosotros conocimientos variados: pulpa y tuétano. Dispone un cofre con leyendas, fábulas, catálogos, saberes populares o excéntricos; va tras los frutos de la cultura y de la civilización para presentárnoslos limpios y brillante, tentadores y muy bien dispuestos al paladar.

Elementos que enlazan espacios (‘Papel sonoro’), nuevos motivos de revolución (‘Espuela vana’, ‘Odiadores del silencio’), cuadros fantásticos que nos siguen interpelando (‘Besos de fantasmas’), momentos de la historia en los que sumergirnos como en una gota de ámbar (‘Tulpas’), recuento de definiciones en torno al fantasma (‘Glosario’), crónica de un viaje exótico y pasional (‘Chile en el corazón’), personajes fundadores de sociedades inéditas (‘Árbol candelabro’), la mixtura de lo extravagante (‘Asterismos de la constelación de la Osa Mayor’), la integridad en el oficio de la escritura (‘La pocilga de la facilidad’), un viaje en el tiempo sin abandonar el presente (‘Caminando sobre el mar de Tethys’), por nombrar unas pocas composiciones. Como veis, todo un mundo imaginativo, intelectual e incluso erótico late entre estas páginas. Todo un cosmos olgosiano alumbrado con esa manera tan suya: recopilatoria, colorista, vertiginosa, culta, trascendente y reflexiva.

No dejéis de leer este libro, este ‘papel sonoro’ de un escritor inmenso y fundamental que enriquecerá y ampliará la visión de vuestra existencia. Un autor, un estilista en el que los ideales y la coherencia creativa vibran y hacen vibrar a sus lectores>>.

Marina Tapia

martes, 12 de agosto de 2025

Reseña de "Madera de deriva" en Zenda por Joaquín Fabrellas

No tengo palabras para agradecer a Joaquín Fabrellas su 'invitación al laberinto' de "Madera de deriva" en la revista Zenda, su exquisita y generosa travesía por este libro híbrido:




La invitación al laberinto
Joaquín Fabrellas


<<He tardado un tiempo en leerme lo último de Ángel Olgoso. Lo digo con gozo. Toda demora abre un nuevo camino en la ingente producción literaria del autor granadino.

En este caso, además, en cada relato se encuentra la clave para ese desafío lector que se nos propone. Cada texto tiene su némesis y su clímax. Se empeña nuestro autor en plantearnos un problema, del tipo que sea, y conforme te adentras en la lectura se escucha primero esa música íntima que acompaña lo literario creando un cronotopo, una marca que quedará indeleble en el corazón lector, y después un camino de salida de la ensoñación literaria.

A diferencia de lo narrado en otros de sus volúmenes, los intereses que ahora trata el escritor tienen que ver con lo terrenal, con lo cotidiano, con aspectos que antes no había tratado en su selecta narrativa, ya que había recorrido lugares aún inexistentes, o espacios exteriores, casi acercándose a la ciencia ficción, o a reinos antiguos o ficciones aterradoras de soledad cósmica.

Sin embargo, pese a haber un cambio de registro estilístico, en este nuevo libro Olgoso sigue transitando los lugares del sueño, porque los sueños son lugares reales que existen de forma breve pero cuya memoria queda escrita para siempre.

Reúne aquí el autor treinta y cinco cuentos que colman el placer lector.

Borges dijo de Quevedo que equivalía a toda una literatura. Pues bien, leer a Olgoso, me aventuro, equivale a una clase acelerada de literatura excelente. Decanta la lectura (la lectura profunda como marca del escritor) y la metaboliza en sus relatos. Así surgen textos como “Enterradme en una nube”, en donde recuenta y trata de buscar el epitafio más hermoso entre diferentes autores predilectos:

“Ninguna vida que no se haya escrito se ha vivido de verdad”, según Gertrud Stein. O, por ejemplo: “Haced un orinal con mi cráneo”, según Joshu Joshin.

De unos epitafios nos marchamos al tratamiento del azar en los libros, en donde podemos encontrar los hápax legomena, es decir, esas palabras que solo han aparecido una vez de forma escrita en la lengua y no se han registrado en ningún diccionario porque no han existido, y solo una persona los ha encontrado.

Fulguraciones léxicas, azar que hace que nos encontremos con esa palabra entre ruinas y restos de textos antiguos. Olgoso nos propone varias en “Hápax”, una encontrada por él, la cual no desvelaré, pues pronunciarla es darle carta de naturaleza, y eso corresponde al lector curioso cuando lea este volumen.

Mientras se avanza, el autor crea un mundo en miniatura, con fronteras claras, mapas exactos de los lugares. En pocos autores se dan tan bien estos condicionantes de la narrativa: tiempo, lugar, autor, el cristal con que miramos y asistimos a esa recreación sensorial de la materia, de lo narrado, la vivificación de lo sensible.

Yo creo que Olgoso es un hacedor de laberintos, te reta a que entres en ellos y a que salgas, no lo antes posible, sino cuando el lector estime oportuno.

Yo tuve la posibilidad de quedarme en uno, en “Bálsamo de Fierabrás”: lo que parecía una referencia inerme al bálsamo del Quijote se ha transformado en todo un tratado para prevenir lo que se debe hacer para no convertirse en un enfermo imaginario, para aquellos que padecen el mal de Stendhal o padecen de hipocondría:

“[…]la literatura les permite olvidar por un tiempo la ferretería de los dolores (en acertadísima expresión de Macedonio Fernández), abstraerse de los tratamientos, postergar la mano tendida a la muerte”.

Notable es aquel relato llamado “Tulpas”, en donde se habla de los lugares que han quedado, existiendo, tras una lectura en el corazón lector:

“[…] el poeta chino Li Po, ebrio en una barca, intentando abrazar la luna en el lago; el momento en que san Bernardo, agobiado por las moscas, la excomulga y estas mueren en el acto […], algunos grandes errores literarios, el reloj de Hamlet, los leones de Kipling, la sobredosis de marihuana en “El perseguidor” de Cortázar”

En este “Tulpas” hay una especie de catálogo de alephs cotidianos que existen gracias a ese otro mundo de la lectura.

No importa el relato que escojas, porque siempre se aprende algo que queda. Procede su literatura de la reflexión, así dice en “Las montañas flotantes de Plutón”:

“El mundo que creemos visible es, en realidad, una suerte de origamis cuánticos, de capas de civilización plegadas con extrema minuciosidad, de geografías y existencias cinceladas primorosamente a golpe de códigos binarios”.

Razón no le falta. El mundo real está siendo sustituido por una copia pixelada y digital.

Prosigo. Olgoso es una fiesta, un placer escaso en estos tiempos de best sellers furibundos.

No solo es placer lector. En “La pocilga de la facilidad” también hay crítica a la literatura y a esa figura que tanto se da en los últimos años: el escritor advenedizo que no puede aguantar esa vena explosiva que le asalta cuando ve que su vida no ha significado nada y se pone a escribir las intensas experiencias sentidas mientras toma un café esa mañana:

“Si se les pregunta, todos dicen vivir para expresarse, para rescatar la poesía ahogada en el tintero […], todos saben que hay más brochas que pinceles […]. Sin embargo nadie desea el silencio, el anonimato, el desamparo inclemente”.

La literatura de Olgoso juega con los diccionarios, con las palabras, incluso se atreve con el diario personal y la correspondencia, sí, ese ejercicio estilístico que hace siglos desapareció. Convoca a grandes autores de la literatura. ¿Qué me dicen de ese encuentro con Bioy Casares, il miglior fabbro de Borges, en plena Granada y al cual apenas Olgoso se atreve a saludar, o el relato donde nos trae a Ribeyro, del que ya pocos lectores actuales se acuerdan de ellos?

A veces la excelencia está muy cerca, a tan solo unos kilómetros de casa, o a un estrechar de manos; yo los invito a sumergirse dentro de alguno de sus relatos, que encuentren el suyo y se metan dentro, ya verán qué bien se está ahí.

A veces no hay que salir de los laberintos. O que el camino de vuelta les sea largo>>.

domingo, 10 de agosto de 2025

Acerca de "La gloria del mundo", de Francisco Silvera

ACERCA DE "LA GLORIA DEL MUNDO", 
DE FRANCISCO SILVERA


    
De vez en cuando, en la travesía de nuestras vidas lectoras, nos cruzamos con uno de esos autores cada vez más escasos, Francisco Silvera por ejemplo, islotes creativos donde aún florece la riqueza estilística, la alegría barroca de la lectura, la voluptuosidad de saborear y paladear cada palabra viva, carnal, cromática, vibrante, henchida, aromosa, nos topamos con uno de esos silenciosos y valientes gusanos de seda que hilan -a contracorriente- la auténtica cultura. Al igual que ocurre con otros escritores discretos como José A. Ramírez Lozano, Óscar Esquivias, Emilio Gavilanes, J. Antonio Tamez-Elizondo o Rodolfo Padilla, o más visibles como Manuel Moyano, Eloy Tizón, y Miguel A. Zapata, que conciben también la literatura como retos que afrontar, como una avanzadilla de formas y conceptos novedosos, como humildes torres vigía en un páramo desecado. Este librito de Francisco Silvera, “La gloria del mundo”, logra que el lector se rebulla con deleite y glotonería, como “al albur de las mareas”, siendo “los ojos hontanares del placer”. Ese lenguaje a borbotones, abundoso, como una lluvia feraz que va dejando empapado al lector, esa poesía tangible y pesable que rebosa vigor, está a años luz de la hojarasca, de la maleza, de las ubicuas flores de plástico que se quieren hacer pasar por fresca vegetación literaria, a años luz de la altanería de lo ramplón y de la penuria expresiva. En “La gloria del mundo” huele a nuberío, a aire resinoso, a pastosidad de damas de noche, a terrón humedecido, al aliento subterráneo de la granazón en las semillas. Las páginas, y con ellas los personajes, rielan como el azogue, y “la realidad era un zumbar de movimientos admirables”. El añorado poeta de la imaginación Rafael Pérez Estrada dejó escrito que hay palabras que, bien tratadas, acaban adquiriendo el brillo único de ciertos cristales, como centellas y chispas que danzan abandonadas en la arena de una playa remota.

    Los que buscáis esos libros nacidos de ’los adentros’ y no fabricados, que ya decía Teresa de Ávila, haceos con alguna muestra de la abundante obra narrativa de Francisco Silvera (“Las apoteosis”, “Libro de las taxidermias”, “Libro de los humores”, “Álbum blanco”, “Tenebrario”, “Las criaturas o Libro de las causas segundas”, “Mar de historias. Libro decreciente”, “Los camaleones” o “Libro de los silencios”); poética (“Libro del ensoñamiento”, “Delta”, “Pintar el aire”, “Amor, Poder y Geometría”) o ensayística y editorial (sus escrupulosos estudios sobre la poesía de Juan Ramón Jiménez o Antonio Carvajal, y “La vida de la Cultura o Contra la cultedad”). Leed “Los animales felices”, el delicioso bestiario en marcha que está publicando cada día en Europa Sur. Romped una lanza por autores que reverencian el lenguaje y lo trabajan como empecinados herreros u orfebres, por autores que gustan de experimentar con la forma. No los dejéis en la indigencia repitiendo la dramática frase de Felisberto Hernández: “Cada vez escribo mejor, lástima que cada vez me vaya peor”. Así podréis repetir algún día los pensamientos del Hermano Luis al final de “La gloria del mundo”: “Percibió la armonía, la paz de los frutos de vivir, la perpetua proporción del alma del mundo. Atrás quedaba el desorden de una época; oculto, el estiércol de sus solemnidades; manifiesta, la sencillez mórbida de la ignorancia”.

    De vez en cuando, en la travesía de nuestras vidas lectoras, tenemos la suerte de arribar a una de estas Islas de los Bienaventurados.

viernes, 8 de agosto de 2025

Reseña de "Madera de deriva" por Santos Domínguez

Impagable esta reseña del poeta, profesor y crítico literario Santos Domínguez a mi último libro, “Madera de deriva” (Libros del Innombrable) en su blog de referencia En un bosque extranjero.


<<Cinco años después de dar por cerrada con Devoraluces su fecunda etapa de casi cuarenta y cinco años como narrador de ficciones, con setecientos relatos que están siendo recopilados en seis volúmenes temáticos, Ángel Olgoso reúne en “Madera de deriva”, que publica Libros del Innombrable, treinta y cinco textos que en su riqueza miscelánea y en su diversidad se resisten a cualquier intento valor de clasificación, por otro lado inútil cuando estamos, como en este caso, ante la alta literatura:
Llegado el caso, concebir un pensamiento cuya simple formulación pudiera hacer añicos el universo, como esa idea gnóstica de que el mundo fue echado a suertes entre los ángeles. O que en realidad es nuestra sombra la que nos proyecta a nosotros: imaginarnos títeres bullidores de la propia sombra, marionetas sin voluntad, al albur de esas cenefas oscuras a ras de tierra, de esos filetes de fieltro, de esos ribetes perpendiculares, de esas siluetas galoneadas, de esas misteriosas veladuras, de esas huellas delebles, de esos papeles vitela, de esos diosecillos recoletos, arrastrándonos con ellos por las esquinas del mundo, sincronizados, bien batidos de acá para allá, como las bordadas de un barco, como torres de peaje en medio de un río, como árboles ahorquillados, huyendo del peligro de los soles de agosto, dando realce acordadamente a nuestra sombra como un traje de lanilla ligera, creyéndonos aún en el congreso de los vivos, echando las cuentas de la lechera de lo que pudimos hacer por nosotros mismos, añorando los vasos de la sangre y el libre albedrío, espolvoreado sobre el cuero de nuestra piel el polvo de caminos no elegidos, llevando en el mirar -heridos de ala- una levadura de melancolía.
Con ese texto, “Dóciles huestes”, se cierra un volumen agenérico, lo que los clásicos hubieran llamado un jardín de flores curiosas o una silva de varia lección. Una colección caleidoscópica de textos que tiene algo de enciclopedia deslumbrante recorrida por el amazónico estallido de la vegetación imaginativa y por la constante celebración de la palabra.
Textos que mantienen una evidente relación con el resto de la obra de Ángel Olgoso: la excelencia de la prosa, la persistencia del impulso lírico y del pulso narrativo, la presencia de lo mágico, lo misterioso y lo fantástico, tan presentes en los magníficos “Asterismos de la constelación de la Osa Mayor”. Este es uno de ellos:
ALIOTH
La cantiga 103 de Alfonso el Sabio cuenta la historia de un monje que ruega a Nuestra Señora para que le permita probar, en vida, las delicias del paraíso. Una tarde paseando por el jardín del monasterio, ve una fuente de agua cristalina y oye el canto de un pajarillo que le deleita. Al retornar al monasterio, creyendo que era la hora de la cena, se encuentra todo cambiado; le dicen que han transcurrido trescientos años desde su paseo.
Textos fronterizos que transitan desde el ensayo narrativo heredero de Borges (‘Hápax’) a la especulación histórica de “Tulpas”, desde la crónica viajera y sentimental de “Chile en el corazón” a los epitafios de “Enterradme en una nube” y a las entradas de diccionario de “Glosario”, desde los microrrelatos de “Gaveta de miniaturas” al homenaje a dos de sus referentes literarios: Ribeyro (“Los cigarrillos mentolados de Julio Ramón Ribeyro”) y Adolfo Bioy Casares (“Los secundarios”).
A ese carácter caleidoscópico de “Madera de deriva” se refiere Óscar Esquivias cuando escribe en el “Prologuillo hecho con astillas” que abre la edición: “Ángel Olgoso ha escrito un libro al estilo de los que tanto le gusta leer: variopinto, raro, sabio, misterioso, lleno de fervor por la literatura, en el que relata historias reales que parecen fábulas y cuentecillos con aspecto de noticias o crónicas. El lector puede recorrer las páginas de “Madera de deriva” como quien visita una ciudad medieval, se deja llevar por la intuición y camina al azar, escogiendo los callejones más bellos y pintorescos. No es tanto un libro como un zoco oriental, el bosque frondoso de una leyenda romántica, un laberinto de palabras donde es un placer perderse.”
Los espléndidos textos híbridos de “Madera de deriva” culminan un proceso continuo y creciente de escritura en libertad que indaga, más allá de la ficción de su etapa anterior, en lo autobiográfico y en lo confesional, en la mirada al espejo que dibuja el rostro del que escribe y refleja el entorno personal y literario del autor, como el intenso “Los fuegos fatuos”, un párrafo compacto al que pertenecen estas líneas:
Me conozco pero no me conozco. A hurtadillas, veo mi lado Tonio Kröger, alguien pudoroso en exceso рего temerario en ocasiones, lacónico pero parlanchín cuando consigue confianza, no meditativo pero residente en las nubes, domesticado hasta la médula pero insobornable, noble pero puntualmente mezquino, desprendido pero rencoroso como el asno del papa que guardaba su coz durante ocho años, instintivo pero calculador, entusiasta pero desesperado, perezoso pero infatigable trabajador, amable con todos pero fiel con ninguno, y escindido entre su cuerpo real y las páginas de escribiente que ha ido segregando, meros reflejos de ilusiones; como uno de esos seres idealistas -pienso en Jules Laforgue- que pasan por la vida soñando despiertos sin apenas hacer ruido, más por circunstancias inherentes a su propia naturaleza que por deseo íntimo, ajenos a las estridencias de la sociedad o al hervor del guiso literario, y buscando sin premura las felicidades pequeñas. Me conozco рего по me conozco. Vida en la sombra. Más aún, el sueño de una sombra. Extraña disgregación. Identidad, estados, humores, sentimientos desleídos, neutralizados en una especie de disolvente. La apariencia como una fosforescencia, como una huella de caracol. Sólo sé algunas cosas. Que probablemente nunca seré de los que dicen «no, que me conozco». Que todos somos iguales en el hecho de ser únicos. Que el mundo está lleno de colmillos. Que de Granada me gusta la jaula, no el pájaro: Que lo que deseo no suele realizarse jamás, mientras lo que temo se cumple siempre. Que cualquier detalle de afecto me conmueve, por la falta de costumbre. Que, sin embargo, un individualismo feroz me lleva a no desear depender de nadie. Que prefiero viajar por valles amables y no por riscos y montañas, al contrario de como definía Blake su destino. Que estoy desarmado ante el lado externo y utilitario de la realidad, inepto para la menor gestión práctica. Que si no tuviera familia, o si no hubiese atravesado la zarza ardiente del amor, acabaría mis días dedicado al silencio: un monje jerónimo en el monasterio segoviano de Santa María del Parral. Que carezco del énfasis y la convicción de un Szukalski y su arte barbárico («Meto a Rodin en un bolsillo y a Miguel Ángel en el otro, y camino hacia el sol»). Que un escritor corre peligro de malograrse si -por su infortunio, su timidez, su entorpecimiento, su desinterés, su disidencia o su soledad radical- pasa desapercibido. Que profeso la pasión por el atajo; es decir, por la brevedad. Y una culpable afición a sabotearme a mí mismo, sin la infinita capacidad de Kafka para ello. Que añoro sobre todo ese contento puro de los niños cuando nieva. Que me horroriza lo primario a la vez que me tienta. Que este hijo de un tendero -como también lo fue Hitchcock- abomina del suspense en la existencia, ese doloroso desconocer si a otro instante seguirá una dicha o una catástrofe. Que, contradictorio, sin ninguna pretensión, en cambio no me resisto de manera absoluta al impulso de dejar alguna huella.>>


miércoles, 6 de agosto de 2025

Reseña de "Estigia" por Rodolfo Padilla

Muy agradecido al escritor Rodolfo Padilla Sánchez por su completísima, por su excepcional reseña de "Estigia" (Eolas) en la Revista MoonMagazineMoonMagazine.



MEMENTO MORI
Reseña de Estigia, de Ángel Olgoso (EOLAS Ediciones, 2025)

Rodolfo Padilla Sánchez


    ¿Qué nos espera al otro lado? Algunos dirán que el fuego del Infierno o la luz del Paraíso, una estancia en el Purgatorio que todavía podemos reducir con el pago de indulgencias, la Daena vieja o hermosa al otro lado del Puente de Cinvat en virtud de nuestros actos en vida, tal vez tengamos que seguir al perro que nos lleve al Mictlán o esperar que la pluma de Maat no nos arroje a las fauces del terrible Ammyt. Quizás, cuando esta máquina de languidecer (en homenaje a otro título de nuestro Caronte particular) emita el último suspiro, nos encontremos con la nada, con el vacío, o regresemos reencarnados en un insecto. La muerte es, junto con el amor, un tema universal que ha supuesto el centro de las preocupaciones del ser humano desde sus orígenes, por eso la religión busca moralizar y dar consuelo, la ciencia ensaya la inmortalidad, la filosofía reflexiona sobre la esencia del ser y el arte la ha utilizado para combatir a la vanidad en épocas de crisis o para ensalzar la vida en años felices.

    Nada es seguro frente a la muerte, salvo la muerte misma. Por eso, una vez hemos sucumbido a ella y aparecemos a orillas de la laguna mitológica que nos llevará irremediablemente al Hades, es mejor tomar la mano del barquero que nos amenizará el viaje con las múltiples historias que desde su desbordarte imaginación iluminan el inframundo. 

    Ese barquero no es otro que Ángel Olgoso, quien después de Bestiario y Sideral, publica Estigia, el tercer volumen temático de sus cuentos en EOLAS Ediciones, en la colección «Las puertas de lo posible», de un total previsto de seis. Compuesto por noventa y nueve relatos, es hasta el momento el más extenso de los tres volúmenes y evidencia, como el propio autor afirmó en una entrevista para Todoliteratura.es, que la muerte es un tema que le obsesiona «porque siempre está ahí como una sombra, rodeándote sin que te des cuenta, una presencia en sordina y, cuando de pronto se repara en ella, con un escalofrío, uno se siente como perdiendo pie, como tanteando en lo oscuro». Y es que no hay mejor manera de definir la literatura olgosiana que como un vértigo en la cuerda floja, un juego de expectativas donde la sorpresa, lo inesperado, nos deslumbra o aterroriza, nos hacer sudar, reír o temblar, nos transporta a lugares lejanos en unas pocas líneas o en varias páginas nos invita a la introspección. 

    Si utilizamos una doble terminología artística, Estigia conforma a la vez un collage y un mosaico: un collage, en tanto que cada tesela (cada relato) está fabricada de un material diverso de tonos, estilos, espacio, tiempo y temas, si bien están atravesados por el protagonismo absoluto de la muerte, el cual compone el mosaico en el que Olgoso-Caronte nos conduce hacia reflexiones profundas, terroríficas aventuras, cementerios profanados, canibalismo o sacrificios rituales, a veces con ironía o con la increíble ternura o la inocencia que transmite incluso en las narraciones más crueles e inhumanas, dejando un agradable sabor de normalidad entre lo extraño y terrible de suicidios (a veces reincidentes), asesinatos perpetrados o padecidos, fanatismo sectario, guerra, coleccionistas extravagantes, los viajes eléctricos de un condenado a muerte, niños sacados de las entrañas de su madre muerta durante el funeral, una barbería de muertos o el amor entre una madre y una hija unidas por un vínculo más allá de la sangre. 

    Entre la diversidad del collage, como señala Ana María Shua en su prólogo, hay una multiplicidad de estilos, desde las frases cortas y lapidarias de relatos como «Designaciones» o «Cuenta atrás», donde logra edificar un mundo y acabar con una vida en escasas líneas, hasta los relatos más barrocos e intrincados que mejor definen su estilo, con enumeraciones caleidoscópicas que fragmentan y diseccionan la (ir)realidad para describir todas las perspectivas posibles como en un cuadro cubista, relatos oscuros con otros luminosos, contemporáneos o historicistas como en «Quauhxicalli» o «El Valle», con la influencia de leyendas y cuentos populares como en «Toque de ánimas» o el registro coloquial de un velatorio en «Jueces del valle de Josafat», la narrativa japonesa en «Fantasmas de las Cuatro Suertes» o de la china de «Wu», con cierta pretensión edificante; relatos que nos invitan a viajar a lugares lejanos como la India de «Vínculos» y «El tintero de bronce», a cometer un asesinato infinito en el cíclico «Crimen perfecto» o a apreciar la espantosa y corrupta resurrección por medio de la jardinería en «Océanos de ceniza». 

    La comunión entre brevedad y tensión narrativa se manifiesta de forma palpable en relatos como «Conjugación», un microrrelato que al parecer pone siempre José María Merino como ejemplo del movimiento interno que debe tener este género:

Yo grité. Tú torturabas. Él reía. Nosotros moriremos. Vosotros envejeceréis. Ellos olvidarán.
 
Gracias a esta multiplicidad de temas, estilos y tratamientos, Olgoso logra componer un mosaico perfecto de la muerte como tema universal, donde a veces se ríe de ella o la trata con veneración o hace una desgarrada crítica social en relatos como «Introito para arpa de tendones humanos», una escena extrema convertida en alegato capaz de disuadir todo afán belicista, o «Días felices», donde una montaña se lamenta de la barbarie del ser humano, ejemplo animista del que también encontramos otros como «Los trabajos del carnicero». Pero la muerte no es solo una dama vestida de negro y con una guadaña que siega nuestras vidas y nos lleva al más allá (sea el que sea), sino también la kafkiana rutina de «Un fúnebre sabor a tiempo muerto» que hace una ácida crítica al sistema que nos empuja a la repetición cansina e irracional de estar muertos en vida, y la búsqueda desesperada de la inmortalidad en la extravagante colección de «Naglfar». Incluso hay cabida para preguntarse con qué ojos miraríamos la vida si regresáramos de entre los muertos como en «La ciénaga» o para hacer una relectura de los mitos bíblicos con el Dios caprichoso de «Alternativa», así como el riguroso cumplimiento del voto de silencio que imponen las «Novedades en el cortejo» de una cofradía en Semana Santa o cómo el hambre puede llevarnos a cometer atrocidades contra seres celestiales en «Las huellas de los pájaros en el aire», que recuerda a aquel relato de García Márquez «Un señor muy viejo con unas alas enormes», pero con un final más tremendo y que deja las mismas dudas que en el narrador y, de forma inevitable, una habitación embargada por el olor de las almendras.

    Lo más destacado de sus relatos, junto con su extrema originalidad y el humor negro de muchos de ellos, es la naturalidad y la inocencia con que Ángel Olgoso puede narrar algo tan terrible como la interpretación literal de las frases hechas de «El futuro pertenece a nuestro alumnado» o la ternura con que afronta la pérdida cargada de remordimientos de un ser querido en «Tributo», la mezcla romántica y trágica de sufrir o imaginar la muerte de la persona amada de «La muerte desordenada» o «Los simunes del deseo». Además, y como es su sello personal, manifiesta la maestría de levantar falsas expectativas desde un título desconcertante como en «El octavo día de la semana» o «El confeti de nuestras cenizas» para adentrarnos en una narración que bien nos lleva desde lo común a la espiral de felicidad macabra que culmina con una última línea impactante, o bien establecer lo extraño e inquietante como regla para romperlo con la normalidad más absoluta.

Las alusiones al arte no son gratuitas, pues Ángel Olgoso concibe su literatura como los arquitectos de la antigüedad grecorromana que buscaban el estupor; él lo consigue con una literatura que cuida el detalle hasta el extremo, manejándonos a voluntad en relatos laberínticos que nos pierden o lanzándonos un dardo certero que nos hace replantearnos hasta lo más básico de nuestra existencia, utilizando a veces un vocabulario elevado y obscuro para, justo después, cambiar a un registro coloquial y de aparente simplicidad que no menoscaba sino que resalta la variedad de un estilo tan inabarcable como la propia muerte a la que homenajea en este volumen.

    Ahora, el viaje parece acercarse a su fin cuando la barca arriba en «El purgatorio» y este autor, que durante noventa y nueve relatos se ha erigido en nuestro Caronte a través de la laguna Estigia, finaliza su obra y se dispone a descansar para toda la eternidad. Y nosotros, sin más remedio, nos apeamos con el convencimiento de que la muerte es infinita y en ella cabe hasta la inquietud, los rumores, la asfixia, la desesperación y, si ahondamos en ella, también la risa y el placer.