He creado el Blog para compartir mi admiración por este singular escritor español, creador de un mundo propio, poético e inquietante, de una obra que trasciende los límites del género breve, del simbolismo y de la literatura fantástica. (Marina Tapia)

martes, 14 de enero de 2025

Presentación de "Piedra que mengua" en La Casa con Libros



Buenas tardes y muchísimas gracias a cada uno de vosotros y de vosotras por acompañarnos hoy aquí, y naturalmente a Luis y a Johanna por cedernos este espacio suyo maravilloso de La Casa Con Libros. Antes de empezar, debo aclarar que el alarmante estado de mi ojo izquierdo no se debe a que me haya negado a hacer la presentación: juro que he venido voluntariamente. Me parece natural que La Zubia sea el primer lugar donde se presente el nuevo libro de Marina, “Piedra que mengua”, puesto que aquí están muchos de sus amigos más cercanos y de sus alumnos, y es aquí además donde desarrolla su vida diaria. Como creo que la conozco un poquito, sé que le horrorizará lo que voy a decir de ella a continuación (te ruego que me perdones), pero no puedo desaprovechar una ocasión como esta: Marina Tapia es una poeta genuina, una joya en un mundo de bisutería, una flor fresca, fragante y viva en un mundo de plástico. Marina es nuestra Emily Dickinson, nuestra Gloria Fuertes, nuestra Gabriela Mistral, nuestra sor Juana Inés de la Cruz. Y, tras unas pocas décadas de existencia, ya se presentan nítidos los principales ejes de su poesía: la naturaleza, el amor y el erotismo, los roles femeninos, la sororidad, el lenguaje, el silencio, la errantía. Pienso que no somos conscientes del privilegio que supone ser coetáneos de Marina, de la fortuna de que viva, enseñe, escriba, pinte, comparta, cocine o irradie cultura aquí, de que nos alegre y nos conforte, de que ande entre nosotros, en La Zubia, en Granada, en España.


Como todo lo que es esencial, Marina tiene una presencia muy discreta, menuda, invisible casi: una pequeña fuente, un gorrioncillo que alza el vuelo, una ventana en herradura, una nube ligera en lo alto, el verdor de un pino en una loma, el frescor de cuarzo de una umbría, cualquiera de estas imágenes humildes o de las creadas por Marina basta para que nuestro corazón se esponje. Como la blancura de una paloma torcaz o de una flor de almendro, la poesía de Marina posee diafanidad, un resplandor singular, una dulzura que no sólo es un consuelo, sino un relámpago de vida y de belleza. Y tiene también, a la vez, el espesor y la ligereza natural de la poesía verdadera, de la poesía que merece tal nombre. Creo además que su sentido de la dignidad poética y por supuesto humana, su curiosidad innata y su decirlo todo en voz baja, que la irisación de su sensibilidad es como una fontana que va empapando al lector a medida que se adentra en el bosquecillo armonioso de sus poemas.


Marina encuentra poesía en todas partes, siente la comunión de la vida, vibra con el Cosmos. Marina vive poéticamente, aunque esta pasión la conduzca a la precariedad (algo nada usual en estos tiempos). Marina es una de esas creadoras que, según el Ars Poetica de los pueblos nahuas, “hacían que las palabras se pusieran de pie”. Cuando te sitúas delante de un libro de Marina, te limpias. Es como estar delante de una fuente prístina que acaba de aparecer en un camino árido y polvoriento. En términos de pura transparencia de visión y de oído, pocos la superan. Si poesía es estado de gracia (como en Juan de la Cruz), en Marina se confirma esta acertada definición. Gracias a sus libros, el mundo vuelve a reencantarse. La poesía de Marina explica su amor por la naturaleza, su piedad por el ser humano, su receptividad para el placer de los sentidos, su adoración por la hermosura vivible, por la mística de la materia.



Todos los que habéis leído alguno de sus libros habéis escuchado ese trémolo luminoso, clásico, rítmico, delicado y exacto, sensual y elegante. Uno cree oír en sus versos las vibraciones de la música de las esferas. Pase lo que pase, estoy sinceramente convencido de que las palabras de Marina pervivirán hasta los confines a través del viciado aire del mundo.


Aunque se me pueda acusar de no ser objetivo, tengo clarísimo que cada nueva obra de Marina Tapia es siempre todo un acontecimiento para los que aman la poesía. En “Piedra que mengua”, el volumen que hoy presentamos, con el que ha obtenido en Navarra el premio Ángel Martínez Baigorri y que la revista Librújula ha destacado ya como uno de los mejores libros del año, Marina continúa su camino de exploración y de esencialidad. Es un poemario audaz, cadencioso, escrito en roca viva, en piedra matriz, con una veta mística, un voltaje armonioso y una limpia vibración. Es un reino mineral y telúrico. Una voz geológica, una voz magmática que pinta y roza al lector como se acaricia el pedernal, una voz de cuarzo donde resuenan la belleza y la eternidad. Como dice Pura Fernández en su magnífico prólogo, “las piedras son los huesos de la Tierra, en ellas nos sostenemos, ellas son nuestras garantes”. Puede que sólo amemos lo efímero, lo condenado a marchitarse y a desaparecer, una flor o nuestros seres queridos; puede que nadie ame a una piedra, pero Marina dialoga con la ‘sustancia pétrea’, se fusiona con ella, se siente plenificada por ella. La cohesión temática de los 39 poemas de “Piedra que mengua” se logra mediante un flujo controlado de reflexión y emoción, de transformación y amor, de tiempo y materia, mediante una búsqueda interior de lo atemporal, de lo sagrado, mediante la alternancia de lo sereno y lo trascendente, de la profundidad espiritual que acaricia y la potencia genésica que retumba. A destacar también la versatilidad técnica de la autora, la original forma de titular los poemas -con un verso cualquiera del poema resaltado en negrita-, así como la dimensión simbólica de la obra, con estratos de significado donde Marina entrelaza la naturaleza mineral con la experiencia humana, donde persigue la disolución del ego, como si de una piedra se tratase, desgastándose hasta convertirse en arcilla o en perla.


Como lógicamente es la autora misma la que puede hablar con mayor autoridad y propiedad de su libro, no quiero robaros ni un minuto más de de su propia voz y de su poesía, pero sí me gustaría recordaros que -dadas las particularidades de la edición- estos volúmenes no se pueden conseguir en librerías. De modo que sería aconsejable no desaprovechar la ocasión de haceros, hoy aquí, con algunos de los ejemplares de “Piedra que mengua” antes de que comiencen a ‘menguar’ peligrosamente. Muchas gracias. Marina, cuando quieras.

Ángel Olgoso







lunes, 13 de enero de 2025

Un texto inédito en "La palabra compartida"

Agradecido a la veterana revista Ánfora Nova y a su director, José María Molina Caballero, por contar con mi colaboración en “La palabra compartida. 35 años de Ánfora Nova (1989-2024)”, el espléndido monográfico que celebra la fecunda trayectoria de esta revista (medalla de Andalucía de las Ciencias Sociales y las Letras 2024) y a sus 35 años de compromiso ético y estético, que incluye una amplia muestra de literatura (poesía, narrativa, ensayo), una portada de Arrabal, así como manuscritos y cartas inéditas de un relevante y nutrido elenco de autores, pensadores, artistas e intelectuales entre los que figuran numerosas personalidades distinguidas con el Premio Nobel, Premio Cervantes o Premio Princesa de Asturias. La edición arranca con un preliminar de Federico Mayor Zaragoza (Ex Director General de la UNESCO), al que le siguen una serie de pórticos con material inédito, cartas y manuscritos de Gabriel García Márquez, Vicente Aleixandre, Nelson Mandela, Jimmy Carter, Juan Pablo II, Mijaíl Gorbachov, Madre Teresa de Calcuta, Rigoberta Menchú, Yasser Arafat, Shimon Peres, Isaac Rabin, Bill Clinton, Václav Havel, Edgar Morin, Boutros-Ghali, Mary Robinson, Danielle Mitterrand, Jacques-Yves Cousteau, Rafael Alberti o Joan Brossa.
Mi texto inédito “Besos de fantasmas” versa sobre la elasticidad del espacio y el tiempo en el campo del arte; más en concreto, sobre las ‘pinturas vivientes’, esos óleos obsesivos, esos cuadros fantasmales cuyas escenas parecen cambiar paulatinamente, de manera inequívoca, con el paso de las horas o de los días.